El periodista catalán Plàcid Garcia-Planas presentó, en el Arts Santa Mónica de Barcelona, una colección de objetos que invitan a la reflexión del mundo en que vivimos.
"El Archivo del corresponsal de guerra" es una de las diversas exposiciones que acoge el Arts Santa Mónica, al borde de las Atarazanas de Barcelona, inaugurada en 2012 y prorrogada hasta el 9 de marzo de 2013. Plàcid Garcia-Planas es el corresponsal de guerra de La Vanguardia que se esconde detrás de todos los objetos expuestos. El periodista confiesa que la vocación le viene de familia: su padre, dedicado al mundo del textil, le transmitió la curiosidad por el mundo y las ganas de conocer. Años de experiencia cuelgan del techo de esta sala dando lugar a la reflexión del visitante. Me adentré mientras la barriga me recuerda que es la hora de comer.
Un aparentemente inofensivo patito de plástico, con estampado de camuflaje, y un caramelo envuelto en un papel que anuncia "Welcome to hell" (Bienvenidos al infierno) son dos de los obsequios que se ofrecían en Eurosatori, la feria de armas más grande del mundo. Ahora, penden de un hilo. "Cosas inocentes están anunciando cosas horribles", advierte el propio Plàcid Garcia-Planas, con un tono de voz apacible y suave. Pequeños objetos que fuera de contexto parecen no decir nada dicen mucho, esconden historias. El patito podría ser el juguete de un niño y el caramelo podría ser saboreado lentamente por nuestro paladar. El sabor de la amargura y la acidez se desprenden. Ahora más que nunca toma sentido la expresión popular que "las apariencias engañan".
El 11-S fue uno de los atentados más cruentos del siglo XXI, con más de tres mil muertos. Sadam Husein fue uno de los dictadores más feroces también de nuestro siglo. El Titanic fue el naufragio más sonado del siglo XX, con más de mil quinientos muertos. Las dos tragedias y el dictador iraquí tienen una cosa en común: miles de muertos, heridos y desaparecidos. Esta escalofriante cifra queda banalizada, borrada y reducida al absurdo con unas torres gemelas en forma de encendedor y con un avión que atraviesa una de ellas, con un muñeco en forma de Sadam Husein contra el estrés y con un barco inflable que nos recuerda el Titanic.
Todos ellos cuelgan del techo, quedando a la altura de nuestra vista. Podemos tocarlos. Podemos intentar encender la llama del mechero, pero no tiene gas. Podemos exprimir el pequeño Sadam con todas nuestras fuerzas, pero volverá a su estado original. Podemos imaginar que nos llevamos el inflable del Titanic en la playa o en la piscina, pero no se hundiría. Unas pequeñas huellas de grandes catástrofes o matanzas de nuestra historia permanecen intactos mientras cuelgan de un hilo y nos llevan todo tipo de sensaciones. Son la conmemoración de la catástrofe.
Justo en frente, unas letras pegadas a la pared anuncian: "La guerra es, de alguna manera, el lugar que deja". Guerras muertas. La aparente neutralidad de los objetos, otra vez. Desechos recogidos del suelo que abren paso a la reflexión de la historia de la humanidad. El propio Plácido admitió ser amante de volver, años después, los lugares donde hubo una guerra. Sintiendo placer en descubrir qué queda hoy en día, y lo consigue. Con esta exposición, además, ha dado un paso más allá: transmitirlo al espectador. Y también lo consigue. Los objetos nos hablan.
Más objetos que cuelgan de hilos. Un cucurucho de patatas fritas de McDonalds que podemos encontrar en el lugar donde mataron a Mussolini. La chapa de una botella que representa los restos del "botellón" que tuvo lugar en 2001 en el mausoleo donde descansan los restos de Gavrilo Princip, quien produjo el atentado desencadenante de la Primera Guerra Mundial. Partituras de una canción que sonó en 2007 en el despacho donde Hitler firmó el pacto de Munich, en 1938. El menú de un restaurante, llamado Mickey, situado donde hubo el chalet-mirador del mismo dictador alemán.
Otra vez una sensación similar. Objetos que parecen inocentes nos esconden historias terribles. Es paradójico que la cadena de comida rápida más extendida del mundo contemporáneo ocupe el lugar exacto donde cebaron a Mussolini. Hoy, se vende carne picada donde hace casi setenta años la sociedad civil picó la carne del dictador. Es paradójico que donde descansan los restos del joven que llevó a cabo el atentado que desencadenaría la Gran Guerra, hoy se haya convertido en un lugar de encuentro y disfrute por los adolescentes. Es paradójico que allí donde se aprobaron formalmente los planes invasivos de Hitler, hoy se haya convertido en una Escuela Superior de Música y se cante una canción pop. Es paradójico que donde Hitler tenía un chalet y descansaba, hoy haya un restaurante donde se ofrece un menú para los más pequeños, con el nombre de uno de los personajes de dibujos animados que más nos enternece. Es paradójico. Paradójico y preocupante la capacidad humana de borrar toda huella del pasado y frivolizar con la historia, con nuestra historia y nuestro mundo.
Con una cita muy expresiva, escrita en una pared que sólo podemos ver al abandonar la sala, el periodista concluye su exposición: "Como adverbiar el sufrimiento, como adjetivar la oscuridad, como puntuar la muerte".
Es de justicia reconocer el mérito de Plàcid Garcia-Planas. A través de su sencilla colección describe la realidad. Sin utilizar demasiadas palabras, limitándose a adjuntar una breve etiqueta a cada objeto. Objetos que son recogidos del suelo y que podemos calificar de desechos (el propio Garcia-Planas lo admite) nos invitan a reflexionar. La materia se reivindica para romper con la aparente neutralidad. Aparente porque nos está escondiendo una historia de la humanidad que el corresponsal de guerra ha sabido despertar y transmitir. Estos objetos, que pueden ser leídos, son, en palabras del mismo corresponsal, crónicas en tres dimensiones.