El Oriente
- Etiquetas: Qué ver Medellín, Medellín, Colombia
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Fría belleza
Justo al contrario, el sureste de Antioquia tiene por nombre El Oriente, y en cuanto llegas a los límites de la ciudad, te sumerges en el pasado. Subiendo Las Palmas, atravesamos en primer lugar Santa Elena y sus inmensos bosques vírgenes, y en Santa Helena vi una cosa que no olvidaré jamás. Una casa de la época colonial de más de cien años, rodeada de balcones florecidos, una cosa tan olvidada en el tiempo que no podía recorrerla sin levantar mis imaginarias enaguas. Justo después de Santa Elena, los pueblos de El Retiro y de Rionegro, donde pasé las Navidades en un jardín verde, imposiblemente lujoso.
Pero, mientras cogía un autobús a la Terminal Norte, en la estación Caribe se puede ir muchos más lejos por solo unos pesos. Un poco más al norte, Guatapé y sus balcones coloniales de mil y un colores y, al lado, la Piedra del Peñol, monolito colosal. Si subimos los 649 escalones que llevan a la cima, veremos, por delante y por detrás, un inmenso y espectacular paisaje apocalíptico extenderse por todas partes, un pueblo entero enterrado bajo las aguas. Y cuando subí, el pasado noviembre, vi también una petición de mano. Arriba, en lo alto de la cima...
Al sur de Guatapé hay un bonito pueblo con un bonito nombre conocido por sus cerámicas artesanales, y para los campos de flores que la rodean por todas partes. Se llama Carmen de Viboral, y como Marinilla, su vecino del norte, se distingue por la extraña belleza de sus habitantes, mezclada con sangre alemana. Cuando sus ojos claros se encontraron con los míos, no estaban seguros de nada. Como si un pintor loco hubiese, sobre un grabado a tinta, pintado el rubio nórdico, la claridad de los colores.
Y, más alto, mucho más alto que el Carmen, ahí donde las nubes asfixian las montañas, conocí precisamente a un pintor. Julio Monsalve, rodeado de sus lienzos, solo con sus perros, en una pequeña choza minúscula perdida entre los valles sin fin. En el interior, una orgía de colores, de claroscuros y de abstracto. El pincel de Julio erra, deambula. Busca las olas policromáticas. Una fuerza bruta aprieta sordamente. Fuera, las montañas salvajes cantan, suavemente.
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