A unas cuadras del Parque de Berrio se encuentra el Parque de Bolívar. Zona de tolerancia, “corta de los milagros”, diría Victor Hugo, el parque acoge a noche a los consumidores de psicótropos de todo tipo, a las prostitutas y a los travestis. Vagué allí, fascinada por los puestos de gemas y de telas coloradas, por los músicos callejeros y, sobre todo, por los personajes raros: en sí, una locura en los ojos, durante el Mercado artesanal de San Alejo, que acontece el primer sábado de cada mes. Allá hable de Baudelaire con un joven Paisa con mirada selvática, de Dios, del diablo y de mi alma con un anciano artesano con mirada angélica. Y, sentada sobre las piedras, rodeada de una multitud agitada, miré a la Catedral Metropolitana incendiándose de sonidos y luces, psicodélica. Las piedras antiguas se retorcían en una ilusión rara, celebrando diciembre y los navideños colombianos, caribeños.