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Medellin


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Medellin, hechicera

Publicado por flag- Diane Philips — hace 9 años

Hace más de un año, cuando, desde Perú, el inmenso continente americano se abría para mí, mi solo instinto habló: entre todas las opciones de ruta, tomé la decisión de cruzar Ecuador hasta Colombia. No sabía a dónde me dirigía. Tenía en la cabeza ideas vagas, ideas de Caribe, de café, de ron, de guerra de los Carteles y de las FARC emboscadas.

Sin embargo, crucé Ecuador… y la Locombia me embrujó la misma noche de mi llegada; el país de la alegría, donde hasta los aduaneros te "echan los perros" (coquetean) a la frontera. Después de una semana de vagabundear y maravillarme, paré sentada sobre mi mochila: dos buses, un dilema. Vacilaba entre Medellín y Cali; una era la ciudad de los rascacielos y el reggaetón; la otra era la capital de la salsa, africana y tropical, antigua, colonial, caótica, polvorienta y húmeda. Mi razón recalcaba: ¡Cali!

Aún la palabra Medellín, la sola palabra, me fascinaba. Pues en mi mente de niña, se había grabado un comic francés, Cuervos, en el que se contaba la historia de un huérfano vuelto asesino a sueldo de los carteles, en un barrio miserable de Medellín, un barrio de barro y sangre. Era él “el sicario de la santa coca”, según el título de unos de los álbumes; un muchacho lindo con piel oscura y crespas negras, y su recuerdo fascinante me atraía, irresistible, ilógico, misterioso…

Medellín es la capital de Antioquia, departamento del nordeste de Colombia; el más poblado del país. Los habitantes de Antioquia son llamados los Paisas, y son famosos en el país entero por su acento, a la vez brusco y lánguido, por su pasión de emprender, por su interés por el dinero; por la belleza de las mujeres y por su charla increíble. A los Paisas le gusta hablar, a toda hora del día y de la noche. También se les distingue por su orgullo pues los Paisas tienen la elación de los príncipes, y aman a su tierra, pasionalmente, como un edén entregado, amorosamente.

Rodeada de altas montañas, la ciudad se estira sobre la mayor parte del Valle de Aburrá, al centro de Antioquia, valle encaramado a unos 1 500 metros de altura. Dado que el clima no es ni húmedo ni ardiente, como en el Caribe, ni invernal y gris, como en Bogotá, Medellín es la Ciudad de la Eterna Primavera. Un día, un amigo paisa me dijo que por estas dos particularidades, la eternal dulzura del cielo y la eternal belleza de las muchachas, los Paisas llegaban a ser mal criados.

Medellín entonces toma la mayor parte del Valle de Aburrá, junto con los municipios Itagüí, Envigado, Sabaneta, La Estrella y Caldas, al sur, y Bello, Copacabana, Girardot y Barbosa, al norte. La sola ciudad cuenta con casi dos millones y medio habitantes, pero el área metropolitana, la cual se extiende desde La Estrella hasta Bello, como el Metro que cruza la ciudad, cuenta con más de tres millones y medio de pobladores. El epónimo río Medellín divide al Valle entre este y oeste, y, en diciembre, centellea y parpadea gracias a las miles de luces que conforman el llamado Alumbrado navideño.

Medellín, antiguo reino de Escobar, Don Pablo, el del polvo blanco, es todavía una capital del narcotráfico, y hay unos barrios, con calles de tierra y casas de chapa, donde la policía nunca va. Es, a imagen y semejanza de América Latina entera, una ciudad “guettoizada” y toda la gama, del lujo a la miseria, se despliega. Alta esfera de prostitución, Medellín es, también, una de las capitales mundiales de la cirugía estética; sin embargo, es una ciudad viva, jabardeada de universidades, llena de cultura, de museos, de exposiciones y festivales.

No presencié ni guerras entre bandas, ni “ajustes de cuentas”, ni asesinatos organizados. En cambio, sí me hechizaron sus montañas azules, sus colibrís airosos, sus inmensos bosques; las pupilas relucientes, las largas noches de baile.

Medellín, montañera y caribeña, selvática y civilizada, peligrosa y tranquila, desigual y generosa, alegre, y agitada, Medellín es un sueño, un valle privilegiado. No vaya allá por las piedras antiguas, las ruinas inquietantes, las airosas casas coloniales, las fachadas líricas, cinceladas y quebradas. Medellín no es la ciudad de las reliquias pasadas.

Sino la de las morenas y morenos lindos, maliciosos y generosos. La de un pueblo exageradamente teatral, y delicioso. La de los bosques y de las selvas, la de las flores multicolores y de los colibrís cautivadores; la ciudad de las montañas azules desde donde se puede observar el mundo entero. Ciudad selvática o selva urbana, imposible armonía, lujuriante salvajez y civilización humana, urbana. Los edificios parecen devorar a las montañas, pero la flora y las flores devoran a cambio el hormigón, indolentes y voraces, sin contradicción.

Por la mañana, vagar en el bosque, soñar en un museo por la tarde, anoche, al ritmo de la salsa, arremolinarse. Pues del hormigón agrietado sube un canto salvaje, el canto de energía del mundo, bruto, indisciplinado. Y en el diálogo que se crea entre este canto y la pasión del escuchando, la vida surge, irreductible.                     

                     

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Medellín

Traducido por flag- Erasmusu Content — hace 6 años

Texto original de flag- Diane Philips

Hace más de un año desde que el continente americano se abría delante de mi desde Perú por el norte, por el sur y por el oeste. Mi instinto se manifestó y decidí dirigirme hacia el norte y atravesar el Ecuador hasta llegar a Colombia. No tenía ni idea de a dónde ir. Tenía algunas ideas rondándome la cabeza, como el Caribe, ron, café, guerras entre carteles y la FARC encubiertas, etc.

Pero crucé el Ecuador... Y Locombia (loco de locura) me tuvo hechizado desde esa misma noche en la que llegué. El país de la felicidad... allí hasta los propios aduaneros intentan ligar contigo al llegar. Tras pasar una semana deambulando maravillada por allí, me senté sobre mi mochila, tenía un dilema: habían dos autobuses. Dudaba entre Medellín y Cali. Cali es la capital de la salsa, es africana y tropical, es antigua, colonial, desorganizada, polvorienta y húmeda. Por otra parte, está Medellín, con sus rascacielos y su reggaeton... ¡Pero en mi cabeza no paraba de repetirse Cali!

Con solo pronunciar el nombre de Medellín (que se pronuncia /Médéjine/) me quedaba fascinada. Porque en mis recuerdos de niña aún podía recordar un cómic francófono llamado Cuervos. Contaba la historia de un huérfano que se convirtió en asesino a sueldo para los carteles en un barrio miserable como el de Medellín, un barrio lleno de barro y de sangre, según el título de uno de los volúmenes se llamaba "el sicario de la santa coca". Un niño con piel del color de la miel y con tirabuzones negros en el pelo, tan solo recordarlo me hacía querer ir a Medellín, ilógica e irresistiblemente, era un misterio.

Medellín

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Medellín es la capital de Antioquia, que es el departamento noroeste de Colombia con más habitantes del país. A los habitantes de Antioquia se les llama paisas y son famosos en el país y en todo el mundo por su acento brusco y a la vez parsimonioso, por su espíritu empresario y por su interés por el dinero. También por se les conoce por la belleza de las mujeres y por el don que tienen para la palabra, les encanta hablar a todas las horas del día. Y por último, son conocidos por su orgullo, tienen un orgullo digno de la realeza y de los más privilegiados. Aman con locura su tierra, como si le hubieran confiado con todo el amor del mundo el paraíso.

Es una ciudad rodeada de montañas, ocupa la mayor parte del Valle de Aburra, en el centro de Antioquia, el cual está encaramado a unos 1500 metros de altura. El clima no es ni húmedo ni abrasador como en el Caribe, ni invernal ni gris como en Bogotá, Medellín es la Ciudad de la Eterna Primavera. Un día, un amigo paisa me dijo que esos dos privilegios, el del eterno dulzor del cielo y la belleza de las mujeres, hacían que los niños salieran malcriados.

Medellín está situado en la mejor zona del Valle de Aburra, junto a las comunidades del sur como Itagüí, Envigado, Sabaneta, La Estrella y Caldas, y las del norte como Bello, Copacabana, Girardot y Barbosa. La ciudad sola cuenta con dos millones y medio de habitantes y tiene un aire metropolitano, que se extiende tanto desde La Estrella al norte al sur hasta Bello al norte, como el metro que cruza la ciudad, y comprenden un total de más de tres millones y medio de personas, lo que la convierte en la segunda ciudad de Colombia. El epónimo río Medellín divide el Valle de este a oeste, y en diciembre palpita y destellea con las miles de luces del Alumbrado Navideño.

Medellín, que antiguamente fue territorio de Pablo Escobar, es la capital del narcotráfico y algunos de sus barrios tienen las calles sin asfaltar y las casas son te chapa, en esos la policía no entra nunca. A los ojos de la América latina, es una ciudad de guetos, donde podemos ver desde lo más lujoso hasta lo más mísero y pobre. Es un lugar con altos índices de prostitución, y a la vez Medellín representa una de las capitales mundiales de la cirugía estética y del reggeaton. Pero es una ciudad muy animada y repleta de universidades, desborda cultura con sus museos, exposiciones y festivales durante todo el año.

No me he topado con guerras entre pandillas, ajustes de cuentas ni asesinatos organizados, pero sí que he visto montañas del color del firmamento, colibrís preciosos y bosques enormes; también se pueden ver muchachas radiantes y noches que no acaban para bailar. Caí hipnotizada en sus redes.

Medellín es una ciudad montañosa y ecuatorial, salvaje, silvestre y a la vez civilizada, peligrosa a la vez que tranquila, injusta pero generosa, alegre a la vez que inquieta, Medellín es un sueño, es un valle privilegiado. No vayáis esperando encontraros con piedras antiguas, ruinas inquietantes, belleza colonial o apasionantes fachadas agrietadas. Medellín no es una ciudad de reliquias del pasado.

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Es una ciudad de morenos y de morenas agraciados, maliciosos o generosos. Su pueblo es exageradamente teatral y encantador. Es una ciudad de bosques y de junglas, de flores multicolores y de colibrís exóticos, de montañas azules y tan altas como para poder ver el mundo entero desde su cima. Ciudad-jungla, jungla urbana, una armonía imposible de conseguir, un salvajismo exuberante y una civilización humana, demasiado humana. Parece que los edificios van a comerse las montañas, pero la flora y las flores devoran a su vez el cemento sin miramientos, despreocupadas y voraces.

Por la mañana se puede ir a deambular por el bosque, mientras que por la tarde se puede ir al museo y por la noche dar vueltas al ritmo de la salsa. El asfalto agrietado entona una melodía salvaje, la melodía de la energía de la tierra, bruta e indisciplinada. Y en el diálogo que se crea entre esa melodía y el que la escucha están esas ganas de vivir, la vida surge con mayor intensidad que nunca.

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