Y, un poco más al este todavía, se encuentra un templo burlesco, un edén extraño, un refugio por aquellos que siguen buscando: el Teatro Matacandelas. Diría, más bien, yo, que ahí penetrando, pareciera como si una mano de gigante apagara las farolas, para que las candelas, por fin, puedan flamear a dentro. El solo bar es como un cabaré fantaseado, uno de esos sueños, turbadores pero tan veraces. Y cuando por el callejón, el pasillo psíquico, uno llega al auditorio mismo, uno queda trastornado. Ahí vi, este febrero, unos Juegos Nocturnos, una obra de un rey francés del absurdo, Alfred Jarry, gran patafísico. Y fue como un golpe de sonidos, de luz y de caos, de sentido, y de nada.
Y, a dos cuadras, queda también el Elemental Teatro (Cr 42 # 44 - 46).
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