El barrio que te pone rojo
Probablemente uno de los lugares más atrayentes de la maravillosa ciudad de Ámsterdam. Sinceramente, una pena que así sea. Visité por primera vez Holanda el pasado septiembre, el día cinco concretamente, el mismo que me vio nacer veintitrés años atrás. Qué ganas tenía de llegar y celebrar mi cumpleaños en una de las ciudades más alucinantes de toda Europa, sino la que más, ¡Y encima teníamos nuestro hostal en pleno Barrio Rojo!
El Barrio Rojo
Pues bien, nada más salir de la estación de tren central se te cae la baba con las vistas, y se te vuelve a subir del susto cuando ves a la derecha el inmenso parking de bicicletas que acaba allí donde tu vista no alcanza. Deambulamos un poco antes de encontrar nuestro alojamiento, el Shelter City, el del caracolito. Llegamos y al principio parecía acogedor, pero al segundo día ya resultaba un poco incómodo estar allí. Nosotras tres compartíamos habitación con trece chicas más, o sea, dieciséis en total. Con las no españolas no hubo ningún problema, nos respetábamos mutuamente, pero ¡Ay las de la Península Ibérica! ¡Qué follón dieron, las madres que las parieron! Y encima decían que el personal del hostal se lo consentían, así que no sé exactamente a quién pertenece la culpa, a unas por maleducadas o a otros por falta de profesionalidad. Lo mejor del albergue cristiano (sí, era cristiano, así lo podréis leer en la página web y ver con vuestros propios ojos al llegar y leer por todas partes “que Dios te bendiga”) era el patio interior, una terraza enorme con sillones, fuente, plantas (me parece recordar racimos de uva colgando sobre nuestras cabezas al desayunar). Precisamente el desayuno era también un punto a favor del Shelter, un día huevos con jamón y queso, otro tortitas y el último, ya que salíamos temprano, nos prepararon un picnic de sándwich, zumo y fruta. La ración era más que suficiente, pero si aun te quedabas con hambre podías seguir comiendo a un precio razonable (me parece que también servían comida y cena allí). Por cierto, el wifi no funcionaban y los cuatro ordenadores con Internet del alojamiento o están más ocupados o van más lentos que el propio caracol que ilustra el logo de la entrada.
Volviendo al Barrio Rojo, estábamos deseosas de entrar en él, pero en cuanto pusimos un pie dentro, al menos yo, estaba deseando salir corriendo. No os podéis llegar a imaginar la degradación y humillación femenina que allí se vive. Vas caminando por estrechos callejones en los que apenas caben tres viandantes y te encuentras con mujeres prácticamente desnudas a cada lado, detrás de puertas de cristal iluminadas con neón rojo que se abren y cierran continuamente. Allí están ellas, de pie o sentadas en un taburete, mirándote fijamente y llamándote a la par que te lanzan besos o guiñan un ojo, algunas abren la puerta y te invitan a entrar directamente. No quieres mirar, pero inevitablemente lo haces y te escandalizas al descubrir detrás de ellas una cama y un lavabo. Son cabinas de apenas ¿qué? ¿seis o siete metros cuadrados? Y lo peor de todo no son ellas, son los babosos que se las comen con los ojos o que se paran a hablar con ellas aunque no quieran nada. Lo peor de todo es tener que ver una pegatina de “prohibido tomar fotos” en la escuadra izquierda de cada cristalera, ¿pero a dónde vamos a llegar? ¿cómo va el mundo? ¿en serio me tienen que indicar que no puedo hacer fotos como si se tratara de un bolso en un escaparate a una mujer que se está prostituyendo para luego colgarla en Facebook? Ver para creer. Moralmente e incluso físicamente incómodas abandonamos el Barrio Rojo enseguida, a pesar de que tuviera un canal súper bonito y unas calles preciosas por las que caminar, pero Ámsterdam está repleta de canales y calles todas iguales, así que nos fuimos a descubrir.
Regresamos de hacer turismo ya entrada la noche, y teníamos que volver a cruzar el Barrio Rojo para llegar a nuestro albergue. Realmente no sé qué es peor, de día o de noche. Si ya me impactó con luz solar, fue casi traumático pasear por allí bajo la iluminación de los neones. Toda la zona se vuelve de color rojo y azul eléctrico. De pronto descubres que las prostitutas también están en el piso de arriba, que son dos las plantas de señoritas en escaparates con ropa interior fluorescente para llamar tu atención. Hay música sonando altísima y los negocios que allí encuentras son Coffee Shops, casinos, recreativos y espectáculos de sexo en directo. O sea, que el barrio más conocido y transitado de Ámsterdam es exactamente igual al que querrías evitar en tu ciudad natal.
Pese a la “mala experiencia”, lo recomiendo, creo que todos deberíamos visitar al menos una vez un lugar así para tomar conciencia de lo que mueve el mundo y hacer balance de si realmente merece la pena o no.
Galería de fotos
Contenido disponible en otros idiomas
- English: The neighbourhood that makes you blush
- Italiano: Il quartiere che ti fa arrossire
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