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Viaje al País Vasco (III)

Publicado por flag- Claudia Costas — hace 4 años

1 Etiquetas: flag-es Experiencias Erasmus San Sebastian, San Sebastian, España


¡Hola a todos de nuevo! En el post de hoy os voy a relatar mi tercer día de estancia, (¡precoz! ), en el País Vasco. En los planes de mis padres estaba aprovechar toda la mañana para visitar Fuenterrabía y así comer y pasar la tarde en Francia. ¡Empezamos!

Hondarribi, (topónimo que se usa allí, “fuente rápida”), está a 21 kilómetros del centro de San Sebastián. Tiene apenas tres mil y pico más habitantes que Bueu y se llega por dos tramos de carretera, uno más rápido y directo que el otro. Si tomas la carretera Nacional 1 dejáis atrás la zona de Pasajes Antxo y Rentería, (un pueblo que sin duda os sonará). Lo primero que veréis al enfilar el tramo de “bienvenida”, a la derecha, es el Aeropuerto. Cuando oigáis “Aeropuerto de San Sebastián” se refieren a este. Los importantes están en Vitoria y Bilbao, y es pequeño y con un tráfico aéreo limitado, claro. No os pasará desapercibido por varias razones: los aviones despegan y aterrizan muy cerca del núcleo de población y, (¡de vértigo! ), al borde de la Bahía. Hay un barrio en concreto desde el que se ve la barriga del aparato. Los vecinos dicen “es el vuelo de tal hora” y se resignan. Se discutió mucho sobre si eliminar o no este aeropuerto. De momento sigue activo. Seguramente es el único “contra” que tiene Hondarribi, porque todo lo demás son “pros”. Hay vuelos a Madrid y a Barcelona, de mucha utilidad, según sea el caso.

Estáis en la Bahía del río Bidasoa, que desemboca en el mar Cantábrico. Podéis ver Francia ahí mismo, enfrente, con su puerto deportivo. Existen dos Hondarribías para los hondarribitarras, que no es el gentilicio oficial, pero sí el que se usa: la del invierno, mucho más tranquila y relajada, y la del verano, desbordada. Además de los turistas “de paso”, que están por todas partes, este pueblo recibe un flujo masivo de playistas. Llegan de los alrededores buscando su playa y el campo, en la zona del Faro. El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, (donde no estuvimos), en el Monte Jaizkibel, es muy visitado, porque es la patrona de la Villa. Está a mucha altura, con unas vistas impresionantes. Se celebran bodas a menudo y, si continuáis la carretera y un paseo, llegaríais hasta la entrada de Pasajes de San Juan. El nombre de la trainera de Fuenterrabía es “Ama Guadalupekoa”, precisamente en honor de esta virgen, como ya habréis adivinado.

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Tengo que deciros que la playa no es la original y natural de toda la vida. Parece la misma, pero es distinta. Hace más de una década, ese extremo del pueblo era una zona verde colindante a un extenso arenal, (dicen que algo terroso), con aguas tranquilas y más bien cálidas. En la bajamar, (y también en la pleamar), había que caminar mucho para alcanzar la orilla. Por mucha gente que hubiera, siempre había sitio, sobre todo en las zonas alejadas del agua, donde te torrabas. En los alrededores, bajo arboleda, se practicaba, (je, je), “el dominguerismo”: coche familiar, mesa plegable, parentela, tortilla de patatas y ensalada rusa.

No sé a quién se le ocurrió, (¿? ), intervenir y transformar ese área extensísima. Cerraron y vallaron y se pusieron a ello. Acometieron un proyecto de ingeniería que flipáis. Empujaron, (para entendernos), la playa hacia el mar, haciendo sitio. En la actualidad sigue siendo espaciosa. Es imposible notar la mano del hombre, a no ser que alguien te lo explique. Abrieron un canal lateral de agua en la tierra, para alojar el nuevo puerto deportivo. Las embarcaciones, en su mayoría, son pequeñas: veleros de ocho o diez metros, como mucho, y lanchas de poliéster para aficionados. El resto es un área de servicios. Hay varios campos de fútbol, campo de fútbol 7, pistas de atletismo, piscina, etc. Se ha convertido en una zona deportiva y de ocio en toda regla: la gente camina, practica footing, patina, etc. Hay bastantes plazas de aparcamiento, que solo se cobraba en verano. Tenéis servicios para daros una buena ducha, (con champú, quiero decir), lavapiés, ¡de todo!

Esta obra colosal se hizo en tiempo récord. Hubo sus más y sus menos, pero el resultado fue la satisfacción general. Los que recuerdan cómo era antes dicen que “por muy natural que fuera, no era bonito”. El puerto pesquero queda en el extremo izquierdo, al final, para la pesca de bajura, que, como en Galicia, va a menos. Ya veis: no se andan por las ramas.

Después de recorrer el paseo fuimos a La Marina. Representa el caso contrario. Es el barrio de pescadores que quedaba “extramuros” de la zona amurallada, valga la redundancia, y todo se conserva con mucho celo. Hay un frontal muy pintoresco de casitas típicas, con ese aire “tan vasco”. Es zona de vinos, muy concurrida, con terrazas, bares, cafeterías. De aquella podías encontrar personas vendiendo percebes, en la calle, (¡verídico! ). También hay establecimientos alternativos, en plan sándwich. Por allí está el Hotel Jáuregui, de los de “toda la vida”. Se practica, como en todo el País Vasco, el poteo. No os hablé de eso en los post anteriores, así que, ¡a ello! Poteo: costumbre social de ir “en cuadrilla” tomando un vino detrás de otro. Nota aclaratoria: los vascos utilizan poco el verbo “pagar” y practican una especie de equilibrio solidario y leal a la hora de cargar con la “cuenta”. En lugar de pagar, se dice “hacer”, por ejemplo, “esto lo hago yo”, o “ya hago yo”. Eso significa que te van a invitar, pero, ¡ojo!, en la siguiente ronda, ¡saca tú la cartera!

Desde diversos puntos se accede al pie de la “zona vieja”, (amurallada). No es llana, como la de Pontevedra, sino “todo cuesta arriba”. Si os gusta la arquitectura llamada “civil”, (no tiene desperdicio), os podéis poner las botas viendo palacios y casas importantes. En la parte más alta encontraréis un parador. Por fuera tiene un claro aire de fortaleza, porque lo es y se construyó en la Edad Media. Se lo conoce como Castillo de Carlos V, y, como hotel, es todo un lujo. Hubo un tiempo en el que tenía bar abierto. Los “no clientes” podían entrar y disfrutar de su consumición mirando estandartes originales. La Parte Vieja es para dejarse llevar: hay viviendas-torre en las que quisiera instalarse cualquiera. Si buscáis un hotelito con encanto, echad un vistazo al Hotel Pampinot. Fue residencia noble, tiene ocho habitaciones, y os hará sentir que estáis “en otra época”.

Como habíamos madrugado y nos cundió la mañana, mis padres decidieron coger el coche y “tirar pa Francia”. Hay que “retroceder” hasta Irún, y después pasar a Hendaya. Irún es un pueblo muy conocido por los gallegos de la emigración. El tren expreso, que se cogía en la Estación del Norte donostiarra, (¡no había AVE! ), hacía la ruta Irún-Vigo. Muchos ya venían desde Irún, porque iban a Galicia desde otros países de Europa. No veréis fronteras ni aduanas, claro, así que te plantas en La France como por arte de magia. No es chauvinismo, pero cambia el panorama. España sigue siendo “very different”.

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Nos detuvimos en Hendaya el tiempo justo para contemplar la playa, con gran afluencia de españoles, sobre todo los fines de semana. En verano es otro hervidero, mucho surfista, pero el pueblo en sí es pequeño, con una calle, al lado de la estación, donde se iba de compras, pero eso era en otros tiempos. Desde Hendaya podéis coger EL TOPO directamente hasta San Sebastián. En Navidad, como las angulas estaban tan caras, la gente iba a Hendaya a comprarlas, más baratas, pero no estaban cocidas.

La carretera que te lleva hasta Biarritz, (nuestro destino), La Corniche, según mi madre es “la novena maravilla del mundo”. Las casas de campo allí no se parecen en nada a las gallegas. Te recuerdan a esas granjas sencillas, digamos que, (no se pique nadie), sin pretensiones. Ya dije que aún no tenía tres años. Me explicaban que estábamos en “otro país”, ¡la France!, ¿y qué sabía yo? Muy pronto me voy para allá, ¡quién me lo iba a decir entonces!, ¿no?

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Al llegar a Biarritz mis padres aparcaron en la zona alta, dispuestos a estirar las piernas y comer donde nos habían recomendado. Aunque todo Biarritz parece el escenario de una película “de época”, no se puede ignorar su carácter vasco francés. La zona alta es muy francesa, con calles ordenadas y calzadas estrechas. El “esplendor” balneario está más abajo. Fue destino turístico de la “gente más que bien” de toda Europa, eso no hace falta que lo diga. Había, (son los edificios sobre la Grande Plage) dos casinos, Grand Hotel y todo ese rollo. Es un pasado imborrable, está impreso por todas partes, puedes sentirlo. Lo más chocante es lo diferente que resulta el paseo por orilla mar, mucho más costumbrista, o marinero, ¡fue puerto ballenero! Se recorre de punta a punta, con distintos niveles y saledizos al mar. Vas caminando y esperas encontrar una señora con su perrita Lulú, vestida de jersey y “de calcetines”. Si la había, no la recuerdo. Me resigno mirando fotografías. Repito: aún no había cumplido los tres años. Procuraré volver, ¡lo prometo!

Encontramos el bareto del que nos habían hablado. Tenía terraza, a un paso de un pequeño puerto que protege una zona de agua, a veces bastante movidita. Pedimos sardinas, ¡verídico!, con ensalada y sidra fresca. Siento decirlo, pero, ¡ups!, las sardinas no son monopolio de los gallegos. De postre comimos pastel vasco, (se llama así), en francés, (aparece así a menudo en las cartas), gâteau basque. Se parece un poco al famoso pastel portugués, ese redondito que te sirven, de crema o nata. Antes de marchar, vimos una capilla por dentro. Mi madre no está segura, pero cree que era La Chapelle Imperiale, construida, al parecer, para la Emperatriz Eugenia de Montijo. Hicimos algunas compras y tomamos fotos en el carrousel, (casi idéntico, o del mismo estilo, que el de los Jardines de Alderdi Eder, en San Sebastián). Todavía nos quedaba el viaje de regreso, 40 Kilómetros, más o menos, pero antes de marchar entramos en la Galerías Lafayette, sí, habéis oído bien, ¡no solo las tienen en París! Después nos despedimos de los Biorrotas, (¡a tout a l`heure! ), gentilicio, por si a alguien le interesa, de los naturales de Biarritz.

El plan era cenar otra vez en “Lo Viejo”, que es como se le llama allí a la zona antigua de Donosti. Pasamos por el hotel y nos dimos una ducha. Otra vez pinchos variados, (a mí me gustaba el de ensaladilla y el de gamba), en La Cepa, y un buen helado de postre, en Los Italianos. Estábamos exhaustos, después de un día tan completo, así que nos fuimos pronto a la cama. Antes nos asomamos en Portaletas, mirando el horizonte sentados en un banco. Ahí se sitúan los apostadores de las traineras, en las regatas de septiembre. También es zona preferida, con todo el pie del Monte Urgull, en la Semana Grande donostiarrapara seguir el concurso de fuegos artificiales. Se celebra en la semana del 15 de agosto, con un espectáculo pirotécnico nocturno diario. Todo esto me lo contó mi madre, claro, y yo os lo cuento a vosotros.

Y hasta aquí mi post de hoy. Espero que os haya gustado, ¡y gracias por seguir leyéndome! Mañana os hablaré del cuarto día. Ya sabéis: compartid, comentad o lo que queráis.

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