Viaje al País Vasco (IV)
¡Hola a todos un día más! Hoy voy a hablaros del cuarto día de visita en el País Vasco. Mis padres querían conocer el Museo Guggenheim, en Bilbao, (Bilbo en la toponimia en euskera), y aprovechar para hacer una ruta por toda la costa. ¡Empezamos!
Después de un desayuno pantagruélico, (buffet “a rachar”), salimos tomando la autopista Behobia-Bilbao. Habían consultado el horario de apertura, (de 10 h. a 20 h. ) y querían llegar temprano, en previsión de que hubiera aglomeraciones. Del centro de San Sebastián hasta allí hay poco más de 100 kilómetros, pero el tramo es muy curvilíneo y no deberíais pisar a fondo. No olvidéis que el museo cierra los lunes, aunque ahora, je, je, todo el mundo consulta hasta el parte meteorológico antes de hacer la maleta.
Aparcamos por los alrededores, muy cerca del museo. En la misma entrada debí flipar con Puppy. Para que entendáis, los que no lo habéis visto, quién es este simpático terrier, os diré que parece un trabajo del mismísimo Eduardo Manostijeras. En realidad se trata de una escultura gigantesca, (imaginad para mi entonces), de doce metros de alto. Su autor es, (dato para las tardes de Trivial), Jeef Koons, y la obra pesa nada menos que… ¡quince toneladas! Lo curioso de esta pieza es que cambia de aspecto dos veces al año, como si la vistieran y la desvistieran. Dependiendo de cuándo la veáis, parecerá boj esculpido o un estallido de flores, (se necesitan casi cuarenta mil), como petunias, claveles, etc.
El museo es tan conocido en el mundo entero, que evitaré los datos más obvios. A mis padres les gustó muchísimo, especialmente su forma vista de lejos, y el brillo del titanio con el que está revestido. Lo primero que hicimos fue, ¡cómo no!, perdernos por La Materia del Tiempo, de Richard Serra. Son un conjunto de esculturas, también enormes, que forman parte de la exposición permanente desde el principio. Están construidas con planchas metálicas, (de acero), que forman espirales muy parecidos a laberintos artificiales. Uno de los elementos, La Serpiente, se ondula en dos pasillos estrechos entre tres láminas. Podéis intentar caminar por ellos y vivir esa experiencia. A mucha gente le provoca angustia, ¡no es apta para claustrofóbicos! Si queréis apreciarla en toda su magnitud, en bloque, subid y mirad desde el piso de arriba. Asomados a esas extrañas moles, es difícil no acabar reflexionando sobre el arte contemporáneo. De aquella, casualmente, la exposición temporal estaba dedicada a Eduardo Chillida. Recuerdo con especial cariño, ¡verídico!, el yoyó que me compraron en el departamento de merchandising. Tenía el logo del museo, y estuve entrenándome con él durante mucho tiempo. Anécdota: en ese mismo año rodaron allí unas escenas del 007, (¡Bond!, ¡James Bond! ), concretamente la entrega El Mundo Nunca Es Suficiente. Pierce Brosnan era el agente entonces. Si la veis, ¡fijaos!
Fue una visita rápida, más por el edificio “en sí”, que por el resto. Recordad que aún no había cumplido tres años y me ponía pesada enseguida. Antes de salir, mis padres tomaron un cafetito en la cafetería del museo. Nos quedaba todo el día por delante, para recorrer la costa vizcaína y vuelta.
Tomamos el tramo de autopista, hasta llegar a Amorebieta, donde salimos y continuamos dirección… ¡Guernika! Mi madre quiso hacer esta primera parada en la Bizkaia interior, para visitar la Casa de Juntas y el mítico árbol de los vascos. Para los que no lo sepáis, diré que es un roble vallado. Simboliza la libertad, aunque no es el árbol original del siglo XIV. El viejo roble murió, y otros que fueron plantados después. Han sido sustituidos periódicamente, la última vez no hace tanto tiempo. Lo que importa es su simbolismo, no su valor botánico. Delante del árbol juraban los fueros los señores de Vizkaia, los antiguos reyes y ahora los lehendakaris, (presidentes autonómicos). Fin de la visita y de la lección de historia. Un dato: el euskera tiene más de una sílaba tónica en las palabras. Decir Gernikako arbola no es tan fácil.
Seguimos ruta rumbo a la costa, con un objetivo prioritario: visitar, (¡! ), la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Este lugar increíble les suponía un problema a mis padres. Enseguida veréis por qué. Era hora de comer, así que paramos en la ría de Mundaka. El paisaje es impresionante, sobre todo con marea baja. Escogieron por instinto y no recuerdan el nombre del restaurante. No han olvidado el menú, (misterios de la mnemotecnia), sopa de pescado de primero y txangurro al horno, (buey de mar). Lo sirven en su caparazón, ¡deberíais probrarlo! Lleva la propia carne del bicho en una suave salsa de tomate, ¡natural!, y pan rallado por encima, con un toquecito de mantequilla. Después pidieron un buen chuletón, para compartir, (ñam, ñam), con sidra del país, que les chifla. Yo quería mi helado de cucurucho, pero me tuve que conformar, ¡puaf!, con un crocanti empaquetado.
Para llegar hasta la ermita, dejamos atrás Bermeo. Es un pueblo marinero en el que no nos detuvimos. Gaztelugatxe os sorprenderá, fliparéis con la boca abierta. Tim Burton podría rodar una película allí, con retoques, y claroscuros, of course. La ermita, que es lugar de peregrinación, está en lo alto de un islote, conectado con la tierra por un pasadizo sobre las rocas. Parece un tramo de la muralla china, (¡no es broma! ), que acaba en la famosa escalera de Gaztelugatxe. Vuelvo a repetir: todavía no había cumplido los tres años, ¿podéis Imaginar a mis padres arrastrándome por 241 escalones? Ir allá y no subirlas era como entrar al Bulli y no comer. ¿Qué hicieron?, ¡turnarse! Primero subió uno, y después subió el otro. Ya veo vuestras caras, ¡no me reprochéis que no subiera! Lo haré… ¡algún día! Prometido. Como anécdota os puedo contar que en esta ermita se casó Anne Igartiburu, ¡verídico! ¿Quién la imagina arrastrando un velo por todo ese tramo? La ermita, obviamente, está dedicada a San Juan. ¡Followers del mundo!, ¡veo vuestros dientes largos! Si olvidáis la cámara, ¡volved inmediatamente a buscarla! Estáis advertidos. ¡Por favor!, ¡las cuñas en casa!
Después de cumplir “la programación” más importante del día, empezamos a retroceder por la costa. Vimos Elantxobe, (ver y no ver), y nos detuvimos en Lekeitio. Paramos un momento para fotografiar el Retablo Mayor de la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora, que data del siglo XV, (la basílica). El cansancio empezaba a hacer mella, pero seguimos hasta Ondarroa que, como os dije en el post sobre Pasajes, es otro importante puerto pesquero. En él se estableció también una colonia de gallegos, muchos de cuyos descendientes se quedaron allí. Aún puedes hablar gallego con cierta gente. Tiene una playa principal, Arrigorri. La otra, Saturrarán, pertenece en un “cincuenta por ciento” al municipio siguiente, Motriko, que ya está en la provincia de Guipúzcoa. Fue turismo de ventanilla, porque ni bajamos. Seguíamos el trazado de la carretera al borde del mar, estrecha y curva, un poco mareados. Desembocamos en Deba, el pueblo que debe su nombre al río. Cuenta con una fantástica playa. Fue destino turístico veraniego para mucha gente, especialmente del interior de la provincia. Después subimos el Alto de Itzíar y pasamos por Zumaia, donde mi madre me anunció que íbamos a ver “un ratón gigante”. Se refería al “ratón de Guetaria”, of course, que, en realidad, se llama “Monte de San Antón”. Yo debí flipar, o algo así, porque no veía un ratón por ninguna parte. Primero Puppy y ahora… Encima me llevaron a ver la efigie de Juan Sebastián Elcano, ¡je, je!, ¿quién era “ese señor”?
Seguimos camino hasta llegar a Zarautz, un pueblo asomado a la playa del mismo nombre, larga y abierta al mar. Es muy conocida por sus olas, que atraen a los surfistas de todo el mundo. Con la marea alta, el arenal se reduce al mínimo. En su extremo más alejado, se permite el nudismo. Los “textiles”, como los llaman los que llevan bañador, pueden pasear por esa zona, pero no al revés. A muchos nudistas no les parecía bien, porque era una relación desigual entre los dos derechos. La playa está recorrida por un paseo, parecido a cualquier paseo de ese estilo. Parte del frontal está edificado hace mucho tiempo. Hay chiringuitos de verano, bares, restaurantes, tiendas de ropa playera… Un apartamento “con vistas” se vende por un precio desorbitado. Es mejor no dar cifras ni aproximadas, ¡uau! Carlos Arguiñano tiene su restaurante en primerísima línea de playa. Algunos programas se grabaron ahí mismo, sobre un fondo perfectamente reconocible. Entonces se podía tomar algo en el bar, (no sé ahora), una especie de galería que mi madre describe como “muy acogedora y con solera”.
Para la cena teníamos anotada la dirección de una sidrería que nos recomendaron, en Usúrbil. Es un pueblecito cercano a Aguinaga, población conocida por las famosas “angulas” del río Oria. Las auténticas, (¡no las gulas! ), en Navidad o en el día de San Sebastián, pueden llegar a costar 700 euros el kilo. Hubo cambio de planes, pero puedo deciros que todas las sidrerías son muy buenas. Su principio inspirador es parecido al de nuestros “furanchos”, aunque no son exactamente lo mismo. Al principio la gente llevaba la comida y el casero cobraba la bebida. Después empezaron a cocinar algo. Las cartas se han ido completando poco a poco. Preparan tortilla de bacalao como nadie y chuletón a la parrilla o cogote de merluza. De postre, te ofrecen queso con nueces. Pruébalo, si lo que buscas es lo tradicional. En la temporada de la sidra tienen una peculiaridad: puedes servirte directamente del barril, que allí se llama kupela. El dueño va abriendo cada tonel y avisa, para que los clientes prueben la cosecha. Tienes que colocar el vaso debajo del grifo y procurar acertar con el chorro.
Mis padres decidieron volver ya a San Sebastián. Daban por concluida la expedición del cuarto día. Abandonamos la carretera y tomamos el tramo de autopista, que acorta y facilita mucho la vuelta. Hizo calor todos esos días, entre veintiocho grados y treinta de media. Se estaba muy bien al aire libre, sobre todo por las noches, en una ciudad de mucha vida social. Todo lo que nos apetecía era sentarnos a cenar en algún restaurante con terraza. Mis padres pensaron que lo mejor era olvidarse del coche, darnos una ducha y salir a cenar al puerto sin prisas ni agobios. Fuimos al puerto, donde hay varios asadores, todos seguidos, uno detrás de otro. Tienen las mesas en los soportales de las casas marineras. Cenamos concretamente en El Mariñela. Pedimos mejillones rellenos, salmonetes y calamares, que me volvían loca, todo para compartir. Allí mismo atraca un catamarán de recreo, pero solo en temporada de verano. Tiene bancos en la cubierta, para los guiris, y te lleva a navegar fuera de la bahía. No os fieis los que os mareáis. El mar Cantábrico no es la ría de Pontevedra, ni siquiera en los días de más calma. Y hasta aquí mi post de hoy. Estoy llegando al final de mi viaje. Solo me queda la despedida. Espero que os haya gustado. Ya sabéis: gracias por leerme. Podéis comentar, compartir o lo que os apetezca.
Galería de fotos
Contenido disponible en otros idiomas
- Italiano: Viaggio nei Paesi Baschi, parte IV
¡Comparte tu Experiencia Erasmus en San Sebastian!
Si conoces San Sebastian como nativo, viajero o como estudiante de un programa de movilidad... ¡opina sobre San Sebastian! Vota las distintas características y comparte tu experiencia.
Añadir experiencia →
Comentarios (1 comentarios)
José Ramón Núñez Iraola hace 8 años
Menuda excursión más completa. Una vez llegado a Zarautz. De ahí a Orio. Una vez en Orio dirigirse al asador San Martín, junto a la ermita del mismo nombre. Un lugar espléndido para disfrutar de una comida familiar.