Viaje al corazón de Europa - segunda parte

Al día siguiente de la visita de Viena, atravesamos el valle del Danubio al norte de Viena. Respecto a las montañas y a los bosques de Esteria, el paisaje empezó a ser un poco más plano y sin tantos árboles y continuó así hasta la frontera con República Checa.

Dos castillos de cuento en Moravia

Una vez que entramos en la región de Moravia, menos conocida que la rica Bohemia, nos encontramos con los castillos de Valtice y Lednice, conectados entre ellos por un largo camino y complemente recto. Nosotros en concreto decidimos visitar el Castillo de Lednice, una espléndida arquitectura neogótica situada en medio de un jardín frondoso; durante un par de horas estuvimos dando una vuelta entre los jardines y lagos con cisnes y vimos un curioso minarete.

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El lago desolado de Strachotin

Siguiendo el viaje, llegamos al parque natural de Pálava, caracterizado por una serie de extrañas montañas rocosas que se asoman por el territorio prácticamente llano. Además de estas montañas, atravesamos un lago artificial alimentado por el río Thaia, llamado vodní nádrž Nové Mlýny-dolní, hasta el pueblo de Strachotin en el cual pasamos una noche.

Aunque el paisaje montañoso iluminado por la luz del atardecer fuese muy bonito, estar en las orillas de aquel lago artificial no me dio buena sensación: de hecho, el dique construido durante la dominación soviética era todo de cemento de aquella época y el agua parecía sucia y sin vida. En algún momento, sobrevoló por encima de nuestra cabezas un globo aerostático.

Kutna Hora, la ciudad de la plata

Después de aquella experiencia de desagrado al este de Moravia ya nos atraía demasiado esa zona y decidimos marcharnos con la autocaravana hacia la Bohemia. Tras de varias horas de viaje, llegamos por fin a Kutna Hora, la que durante un tiempo era una ciudad riquísima donde se trabajaba la plata. El centro histórico de casas ricamente decoradas se encuentra completamente sobre una colina verde y se puede visitar rápidamente.

Me gustó especialmente la iglesia de San Jaime situada sobre un alto panorámico, la calle adornada de estatuas delante del colegio de jesuitas y la catedral gótica de Santa Bárbara con sus enormes vidrieras de colores.

Lástima que el tiempo se volviese gris como la plata.

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Praga

Y llegó por fin el destino más esperado del viaje: ¡Praga!

Hasta ese momento sólo una de mis hermanas había visto la ciudad, por lo que teníamos todos curiosas por visitarla. Desde el camping en el que habíamos dejado la autocaravana al norte del centro nos movimos por la ciudad con el tranvía por nuestra cuenta y riesgo; de hecho, el conductor del transporte público tenía una guía pésima y cada vez que frenaba parecía que íbamos a salir volando de los asientos.

El centro histórico

Aparte de este comienzo traumático, según bajamos del tranvía, la ciudad vieja (Mala strana)nos recibió en todo su esplendor; en mi opinión esta es la capital más bonita que he visto hasta ahora. Las casas están todas decoradas armoniosamente con el mismo estilo arquitectónico e inspiran una sensación de familiaridad y romanticismo que se puede sentir a menudo sólo en los pequeños y pintorescos pueblecitos.

Dando una vuelta a lo largo de sus bonitas callejuelas empedradas, pasamos primero por la negra puerta de la pólvora, para después parar al lado de la modesta y antigua sinagoga y luego aparecer en la famosa plaza de la ciudad antigua.

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En esta espléndida plaza hay tres edificios que me gustaron particularmente. El primero, el más vistoso es la iglesia de Nuestra Señora, rodeada también por el frente por casas y con aspecto de un castillo de cuento. El segundo es el ayuntamiento situado en el lado opuesto de la plaza, el cual cuenta con una alta torre a la cual se puede subir. Finalemente, el último pero no menos importante es el mítico reloj astronómico del cual me enamoré perdidamente; es más, me quedé contemplándolo durante casi media hora para entender el significado de cada cuadrante y asistir a las campanadas del carillón con su desfile de estatuas.

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El romántico puente de San Carlos

Antes de ver el puente de San Carlos sobre el río Vltava pensaba que la gente exageraba continuamente con este lugar pero cuando lo he vi con mis propios ojos pude constatar que es realmente tan romántico como se dice.

Este puente de piedra es muy largo y ancho, perfecto para atravesarlo tranquilamente incluso en presencia de tanta gente. En cada extremo se encuentra una torre medieval y a lo largo de los lados se sitúan una serie de estatuas que hacen el cruce aún más solemne. Además, este puente atrae a un montón de artistas callejeros, por lo que entre músicos y pintores no os cansaréis nunca de este lugar.

Subiendo por la torre del lado de la ciudad vieja, aunque no se pague la entrada para visitarla, se ve desde la ventana una vista preciosa del puente.

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El castillo de Praga

La otra parte del río también es muy pintoresca y subimos a lo largo de las empinadas calles hasta el castillo en la colina. Allí arriba recomiendo ver la iglesia gótica de San Vito y toda la via Jiřská que atraviesa la ciudadela hasta dar con el mirador. Los lados de la colina están en su mayoría cubiertos de jardines y zonas floridas con senderos que la atraviesan.

La ciudad nueva

Volviendo hacia el puente de San Carlos, sólo nos quedaba ver la ciudad nueva, al sur de la ciudad vieja. Después de haber caminado durante un rato sobre el borde del río hasta el curioso edificio moderno de los bailarines Ginger e Fred dimos una vuelta por la larga y monumental plaza Venceslao. Finalmente, para concluir de la mejor forma este maravilloso día, fuimos a tomarnos una cerveza checa en el antiguo local U Flecu.

El descubrimiento de la República Checa no ha terminado aún y hay aún muchos lugares increíbles por descubrir. Podéis leer aquí lo que visitamos en los siguientes días.


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