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El grito de Ginebra a favor de los azules

Una multitud que pisotea la tierra seca. Hace que se levante como en una nube de polvo. El sol de una tarde de verano quema en las gorras, deslumbra en las gafas negras, se pega en las pieles desnudas. Sin embargo, el intenso calor no supone un problema. La multitud permanecerá quieta allí durante dos horas completas. Noventa minutos de fútbol y treinta minutos en la cantina. Los aficionados, vestidos como gallos o pintados con la bandera azul, blanca y roja, se amontonan en el Fanzone Arena de Ginebra, el estadio más grande de Suiza. Hoy se juega el partido de octavos del mundial entre Inglaterra y Francia.

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

Nuestro anfitrión, Valentin, Meriem, Claire y yo acabamos de llegar a la cola que hay ante la entrada, tal y como obliga la seguridad, cuando empezamos a oír la Marsellesa sonar. Los aficionados cantan en el interior a pleno pulmón. En la cola, algunos canturrean la letra tímidamente.

En cuanto entramos, nos damos de bruces con un enorme Mbappé que aparece en la pantalla de 50 metros cuadrados. Damos la vuelta, con la esperanza de encontrar un sitio a la sombra delante de uno de los cuatro lados de esa pantalla. Son las cuatro y el sol se apodera del ambiente.

Meriem señala las gradas marcadas como vip. Nos colamos entre los aficionados que han tenido la misma idea que nosotros: sentarse en las escalera a la sombra de las terrazas. Allí, hay mujeres bien vestidas y hombres con polo que beben champán helado y fuman enormes cigarros. Los miro y me digo a mí mismo que parecen muy tranquilos, comparados con el gentío que hay abajo y que se enciende con el mínimo movimiento de los jugadores.

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

Puede que sean suizos que ha venido a pasar una buena tarde, mientras que, para los franceses, que muestran en su ropa y en la piel sus colores, ver el partido es casi un deber patriótico. Los franceses de Ginebra representan la comunidad más importante por detrás de los portugueses. Y, cuando si tenemos en cuenta que dos de cada tres ginebrinos no son suizos, nos damos cuenta de la importancia de esta comunidad. Nos invitan «educadamente» a salir de la zona vip, como dicen los suizos, y nos mezclamos con el grupo de franceses cerca de la cantina.

Las miradas están fijas en las pantallas, los músculos, tensos, el ambiente está bastante cargado. Luego, llega el primer gol. Los brazos se extienden hacia el cielo en un grito, la cerveza desborda los vasos y refresca la piel. Uno de los aficionados empieza a gritar: «¡No es francés el que no bote! »

Y luego llega el segundo gol. La Marsellesa suena de nuevo en el estadio y la confianza hace que los franceses empiecen a ser algo arrogantes: «¿Dónde están? ¿Dónde están los argentinos? ». Con cada gol, un nuevo himno que refuerza el sentimiento nacional y el color que nos une: el azul.

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

El grito de Ginebra para los azules

En medio de los gritos de alegría, de un patriotismo joven y extático, me dan ganas de gritar mi nacionalidad a los cuatro vientos. En suiza, los franceses y los alemanes, sobre todo en las zonas fronterizas con Ginebra, tienen fama de usurpadores de trabajo. Tenemos una buena formación, y no salimos tan caros como los locales. A veces, demasiado baratos. Nosotros como becarios ganamos 500 francos al mes, mientras que el casi se aprueba el SMIC de 25 euros la hora (los suizos lo rechazaron porque les asustaba que bajara los sueldos). Y, sobre todo, los fronterizos, como viven y hacen la compra en el lado francés de la frontera, no contribuyen a la prosperidad del país que los acoge 8 horas al día.

En el estadio, con la imagen de Griezmann y Mbappé, los franceses vuelven a sentirse orgullosos, un valor que, aquí, se olvida a veces. Salen del partido con una sonrisa de oreja a oreja, con la bandera por delante. En el estadio de Ginebra se jugaba mucho más que un partido de fútbol.

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