Ámsterdam
¡Hola! En este artículo te voy a hablar de Ámsterdam, la capital de los Países Bajos.
Está situada al norte del país y cuenta con unos 900 000 habitantes provenientes de todo el mundo. El centro de la ciudad, por el que pasan maravillosos canales, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2010; es uno de los mayores centros renacentistas de Europa. La ciudad es mundialmente conocida por el Barrio Rojo y la legalización de la marihuana. Sin embargo, Ámsterdam es mucho más que eso; es una ciudad versátil que esconde muchísimos tesoros. Entre ellos, los museos de Van Gogh y el Rijksmuseum.
He estado dos veces en la ciudad, y si pudiera volver de nuevo, ¡no me lo pensaría dos veces! Dos veces que estuve, dos experiencias distintas.
Mi primera vez tenía 19 años. Hice creer a mis padres que había ganado un viaje a Londres de 3 días, gracias a mi participación en un congreso de lengua inglesa el año anterior que tuvo lugar en Roma, pero ¡era mentira! En realidad, en vez de ir a Roma, había comprado un vuelo para Barcelona que, tonta de mí, perdí... Así que me vi obligada a hacer autoestop del aeropuerto a Nápoles ciudad, donde me quedé unos días en casa de unos amigos, ya que no podía volver a casa... Recuerdo como si fuera ayer que un día mi madre me llamó supercontenta, diciéndome que había llegado una carta de Londres en la que decían que había ganado una estancia junto con otras dos chicas. Pobre... fui yo quien le pedí a un amigo que vivía en Londres que mandara la carta. La carta perfecta. Y mis padres, ingenuos, se lo creyeron todo... Tuve que hacerlo porque se oponían a que viajase sola, pero a mí me gustaba viajar así. No me dieron otra opción que no fuese mentirles. Hubo un momento en que mi padre, que es superprotector, se empezó a montar unas paranoias... Se temía que nos echaran el ojo unos tipos y nos hicieran cosas feas... Hasta el punto de no dejarme ir cuando me acompañó a la estación de tren dirección al aeropuerto. Entonces, ya sí, le dije la verdad, que me iba sola. Mi madre se puso a llorar. Dios santo... No se podía creer la de mentiras que había dicho su hija. Mi padre se enfadó muchísimo conmigo. Después del numerito, les solté que me iría y no volvería si no me daban la libertad que necesitaba. Y tras una larga discusión, al final entraron en razón (seguían pensando que iba a Londres... ). Pasamos tanto tiempo que perdí el tren. Y claro, al perder el tren, habría perdido también el avión. Sin embargo, mi padre tuvo el detalle de llevarme a otra parada, a unos 50 minutos de casa, y conseguí poner rumbo al aeropuerto. Fue un 2 de marzo. El vuelo salía de Pisa y aterrizaba en Eindhoven, una ciudad de unos 250 000 habitantes que se encuentra en la provincia del Brabante Septentrional, a 1 hora y 30 minutos de Ámsterdam. En la estación conocí a un chico italiano que vivía por allí desde no mucho tiempo. Me dijo que no perdiera el dinero comprando el billete, que no me haría falta. Y yo, tonta, me fie de él. Durante el trayecto, dos controladores pasaron por nuestro vagón. Total, que nos cayó una multa (afortunadamente una a repartir entre los dos y no una para cada uno). La broma nos salió a 70 € por cabeza. Cuando por fin llegué al hotel, al ir a pagar con tarjeta, la transacción daba error. "¿Qué pasa? " me preguntaba a mí misma. Estaba segura de tener suficiente dinero en la cuenta. Algunos minutos de pánico más tarde, me di cuenta de que la tarjeta caducó el 28 de febrero. No tenía mucho efectivo en el monedero, y tampoco quería echar mano de mis padres. Así que, después de darle vueltas a la cabeza un buen rato... ¡tomé la decisión de echar unas horas trabajando en el Barrio Rojo! ¡Ja, ja, ja! ¡Es broma! Decidí pasar con el poco dinero que llevaba encima. Comí poquísimo. Fui a los supermercados a comprar pan y fruta, y como allí los cobraban al kilo, me llevaba dos piezas por el precio de una. Por ejemplo, pesaba una manzana y me llevaba dos, y lo mismo con el pan. Sé que no es moral, y que se puede considerar como robo, pero no me quedaba de otra y tampoco les supondría una gran pérdida. Eran unos eurillos de nada... Como no pude visitar ningún museo, aproveché para recorrer los preciosos canales que atraviesan la ciudad. Conocí a muchísima gente y tuve todo el tiempo del mundo para meditar en mi soledad. Te preguntarás dónde dormí... ¡Pues verás, te cuento! La primera noche, la pasé dando vueltas por los famosísimos restaurantes de la ciudad. En varios de ellos aproveché para echar una cabezadita, pero los camareros me pillaban y me echaban de allí. La segunda noche, encontré un gran aparcamiento que tenía un ascensor enorme. Me encerré en él, eché unos periódicos por el suelo y ahí mismo me tumbé. Puede que no fuese lo más cómodo, pero al menos estaba bajo un techo que protegía del frío y la nieve. ¡La tercera y última noche, fue la mejor! Se me ocurrió la brillante idea de entrar en un edificio aprovechando que uno de los vecinos abrió la puerta. Subí al último piso y me eché en el rellano. Tras 4 días en Ámsterdam, regresé a Italia. Pero ¡mis desgracias no acaban aquí! Fui en tren de Pisa a Perugia sin que me pillara ningún controlador; no obstante, maldita mi suerte, al montarme en el autobús que me llevó a Nápoles, si me pillaron. Les expliqué cuál era mi problema, que no tenía ni un duro encima. Pero vamos, que les dio igual. ¡Hala, 40 € de multa a pagar en 30 días! Ains... Me tuve que reír. Finalmente, llegué a casa. ¡Menuda aventura! Fue uno de mis primeros viajes sola, aprendí dos cosas muy importantes: uno, tener todo en regla, ya sea la tarjeta de crédito o el DNI; y dos, comprar siempre el billete de los transportes públicos.
Mi segunda vez en Ámsterdam también fui curiosa. Unos 10 antes de viajar, estuve en Trípoli, la capital Libia, donde trabajé para el presidente Gadafi. Allí conocí a un empresario italiano. Como tuve que volver de prisa y corriendo a Italia, él me buscó por Facebook y me invitó a ir a Nueva York. Me dijo que el viaje corría de su cuenta, pero no me fie mucho de su amabilidad y rechacé su oferta. Pero el chico no tiró la toalla y me propuso acompañarlo a Ámsterdam. Y bueno... No pude negarme. Quise volver para hacer todo lo que la otra vez no pude. ¡Dicho y hecho! Compró los billetes de avión y nos reunimos en el aeropuerto de Roma Fiumicino. Antes de encontrarme con él, conocí a unos chicos italianos que también se dirigían a Ámsterdam. Mientras hablábamos, pasó por nuestro lado Valeria Marini, quien aceptó hacerse una foto con nosotros. Aquí te la dejo:
Un poco después, me encontré con el empresario, del que no me gustó su forma de actuar. Siempre elegía los sitios más caros, ¡donde yo nunca habría comido! Ya en el avión, no dejaba de ofrecerme un regalo: un perfume, un reloj, un collar... me día: "¡Venga, elige algo! ¡Quiero hacerte un regalo! ". A todo esto, yo le respondí que no tenía ningún motivo para regalarme nada, y que nunca habría comprado nada en un avión, ¡es todo carísimo! Ya empezamos mal. Se puso muy pesado. Pensaba que era un hombre que valía la pena, inteligente... ¡Qué equivocada estaba! ¡Era un estúpido! En fin... Llegamos al aeropuerto principal de Ámsterdam, Schiphol. Obviamente, fuimos en taxi hasta el hotel. Si por mí hubiese sido, ¡no lo hubiera cogido! Hubiera preferido ir andando antes que gastarme el dinero en un taxi. El hotel era de 5 estrellas, y cómo no, estaba en pleno centro de la ciudad. El empleado que nos acompañó hasta la habitación nos pidió amablemente "tratarla bien", ya que los muebles eran reliquias del 1600. ¡Efectivamente, eran una maravilla! La habitación tenía un balcón con vistas a uno de los canales más bonitos de la ciudad. Aun y todo, ¡yo nunca me habría quedado en un hotel como ese! Más bien, habría reservado una cama en un albergue. Por la tarde, dimos una vuelta por la ciudad, y por la noche, me llevó a cenar fuera, a un restaurante superelegante llamado De Silveren Spiegel. Es un edificio histórico muy antiguo; tanto que sentía ganas de inclinarme ante él. Era un lugar con un encanto potenciado por la luz de las velas, el ambiente perfecto, el servicio impecable, el personal muy amable, la carta de vinos insuperable, productos de primerísima calidad y platos presentados al detalle... ¡Excelente! Pedimos degustar 6 platos. ¡Y todos estaban exquisitos! De verdad, los platos parecían obras de arte. Pero ¡es que yo nunca habría ido a comer a un sitio así! ¡Demasiado caro para mi gusto! Habría ido a un restaurante normal... Al llegar al hotel, me di cuenta de que me había perdido el móvil. Entonces le pedí que me acompaña a buscarlo, ¡y el muy hdp me dijo que no, que llovía y hacía frío! Así que no me quedó de otra que llamar a mis padres para avisarles de que no podría comunicarme con ellos... pero para mi sorpresa, mi madre me dijo que un chico la había llamado desde mi teléfono para decirle que había encontrado mi teléfono en un restaurante, el Bulldog. ¡Buah, qué suerte! Salí disparada a recuperarlo y con las mismas, regresé al hotel. Me caía de sueño. Una vez allí, me puse el pijama de pelo azul y rosa que tenía dibujados un perro y un gato. Cuando hice el amago de cubrirme con las sábanas, el tío coge y me suelta: "Perdona, pero ¿solo te has traído ese pijama tan feo? ¿No tienes nada sexy que te puedas poner? ". ¡Ja, ja, ja! Me reí en su cara y le dije que posiblemente se había hecho una idea equivocada de mí. Él confesó que sí, y decidimos que al día siguiente cada uno iría por su lado. Y así fue. Él adelantó su vuelo de regreso a Libia y yo me quedé en Ámsterdam como tenía previsto. Eso sí, me fui a un albergue. Cuando terminé de ver todo lo que quise, volví a Italia; ¡esta vez sí contenta de mi aventura!
¿Qué hay que ver en Ámsterdam?
Ámsterdam es un ejemplo de arquitectura e ingeniería único en el mundo. Conocida como la Venecia del norte, es una ciudad construida sobre el río Ámstel y el lago Ij. 165 canales la atraviesan a lo largo de 100 km. Estos canales se entrelazan unos con otros, creando un laberinto por el que solo los locales saben moverse con soltura. El casco antiguo está rodeado por el popular cinturón de los canales (el Grachtengordel). En él, hay unos 2000 edificios, más de la mitad construidos durante los años dorados del siglo XVII. Una vuelta en barca o en bici es la mejor opción para disfrutar por completo de la belleza de los canales y de un paisaje urbano tan peculiar. ¡Hay muchísimas cosas que ver! A los kilómetros y kilómetros de canales; a los cientos y cientos de calles, a cuál más pintoresca; ¡se le suman los 40 museos, las joyerías y demás atracciones que hay en la ciudad!
El primer lugar al que debes ir es a la plaza Dam, donde están el Palacio Real, el museo erótico, el museo de cera de Madame Tussaud y la galería De Bijenkorf. Un montón de palomas hambrientas revolotean por este importantísimo espacio público, que toma su nombre de un dique (dam) construido en 1270 sobre el río Ámstel. La vida de la ciudad gira en torno a esta maravillosa plaza que, si en el pasado acogía mercados, ejecuciones públicas y revueltas, hoy en día no es más que un reclamo turístico. La principal atracción de la plaza es, seguramente, el Palacio Real, construido en 1600. Fue diseñado por Jacob Van Campen, con el objetivo de hacer ver al mundo el poder y la riqueza de la República. Por aquel entonces, el edificio fue reconocido como una de las 8 maravillas del mundo por su belleza interior: paredes levantadas con mármol blanco italiano; esculturas; y cúpulas repletas de preciosos frescos. En 1808, Luis Bonaparte lo transformó en el actual Palacio Real. Hoy lo usa la familia real para eventos importantes de Estado.
A la derecha del edificio, está la Nieuwe Kerk (iglesia nueva). Fue construida en 1408 y se utiliza como lugar de coronación de los monarcas y como sala de conciertos y exposiciones.
Y si existe una iglesia nueva, quiere decir que existe también una iglesia vieja, ¿no? La Oude Kerk se encuentra en el área de Oudezijds Voorburgwal, en el corazón del Barrio Rojo. Su nombre oficial es Sint Nicolaaskerk, y su origen se remonta a 1300. Es de estilo gótico y tiene tres naves. En su interior reposan los restos de la mujer de Rembrandt. Por otro lado, la iglesia del oeste, la Westerkerk, descansan los restos de Rembrandt, de su amante y, posiblemente, los de su hijo. El resto de esculturas y decorados de la Oude Kerk fueron destruidos por los calvinistas durante la Reforma. Sin embargo, en 1620, los pobres fieles calvinistas levantaron la Noorderkerk, la iglesia del norte, situada en Prinsengracht.
En el otro lado de la plaza, se puede ver el Monumento Nacional de la Liberación. Se trata de un obelisco de travertino, de unos 20 metros de altura, que fue construido en 1956 en memoria de las víctimas de la Segunda Guerra Mundia.
Otra plaza importante es la plaza Rembrandt, uno de los lugares más visitados de la ciudad. En el pasado, acogía mercados mantequilla. Hoy no es más que un emplazamiento repleto de tiendas, locales y restaurantes, siempre abarrotado de gente. Personalmente, te aconsejo ir al Grand Café l’Opera, al Café Schiller y al Royal Café de Kroon, unas de las cafeterías más antiguas y románticas de la ciudad.
El Rijksmuseum es el museo más importante de los Países Bajos. ¡Se necesita más de un día para verlo! Guarda una gran cantidad de inestimables tesoros: 5000 cuadros, 3000 obras de arte orientales, 1 000 000 de impresiones, 30 000 piezas de esculturas y cerámicas, y 17 000 reliquias. Las obras más importantes son las que datan de 1600; las de pintores como Rembrandt o Vermeer, los máximos representantes de aquella época. El museo custodia la "Ronda de noche", la "Novia judía", "Jeremías prevé la destrucción de Jerusalén" y "Los síndacos de los pañeros", de Rembrandt; "Mujer leyendo una carta", "La lechera", "Vista de Delft", "La carta" y "La Virgen de la Humildad", de Vermeer; "Retrato de una niña vestida de azul", de Johannes Cornelisz; "Retrato de Don Ramón Satué", de Goya; el "Autorretrato Vicent Van Gohg"; y otras obras de magníficos pintores como Piero di Cosimo, Beato Angelico, Hals, de Wit o Bol. El edificio abre todos los días de 09:00 a 17:00, y la entrada cuesta 17, 50 €. Los niños no pagan. Los autobuses que conducen hasta el museo son los números 145, 170, 172, 174 y 197. Si coges el tranvía, deberás subirte en las líneas 2, 5 o 12.
Cerca del Rijksmuseum, está el museo de Van Gohg, parada obligatoria de Ámsterdam para todo turista. Su simplicidad sobresale entre las increíbles mansiones neogóticas. Se construyó en 1973 y fue diseñado por G. Rietveld. En 1999, se amplió con una nueva ala que guarda las exposiciones contemporáneas, diseñada por el japonés K. Kurokawa. El museo protege la colección más grande de Van Gogh. En ella, se encuentran "Los comedores de patatas", "Naturaleza muerta con Biblia", "Habitación de Vincent en Arles", "La silla de Gauguin", "La cortesana", "La casa amarilla", "Almendro en flor", "Trigal con cuervos" y, por su puesto, "Los girasoles". La colección incluye algunos efectos personales del pintor, como un pincel que le regaló su hermano, al que representó en tantas obras; ovillos de lana que utilizaba para estudiar el contraste de los colores; cientos de cartas; la colección de su hermano pequeño Theo, que reunía lienzos y diseños de artistas franceses como Pissarro, Gauguin, Manet o Corot... El edificio cuenta, además, con una biblioteca con más de 20 000 libros sobre Van Gogh, un auditorio y una sala de lectura. Así pues, el museo no es solo una exposición de cuadros, sino una herramienta útil con la que conocer el interesante recorrido artístico y personal del artista. Este museo abre sus puertas todos los días, excepto el 1 de enero, de 10:00 a 18:00; los viernes amplía su horario hasta las 22:00. El billete de entrada cuesta 17 €; gratuito para los niños. Se llega con las líneas 2, 5 y 12 del tranvía, o bien con las líneas de autobús 170 y 172.
En el centro de Ámsterdam, en el 263 del famoso barrio Jordaan de Prinsengracht, está la casa más conocida y visitada de la ciudad: la casa de Anna Frank. Se trata de la casa donde se refugió de pequeña junto con su familia y otra familia judía, de 1942 a 1944; hasta que ambas fueron descubiertas por los nazis, que las enviaron a diferentes campos de concentración. A través de un pasadizo secreto, oculto tras una librería, se llega a las dos habitaciones donde Anna escribió su famoso diario, el testimonio veraz del Holocausto. En él, narró la desgarradora realidad que vivió antes de ser fusilada. En 1960, hicieron de la casa un museo que hoy en día conserva fotos, grabaciones, documentos de la época y, sobre todo, el diario original de la pequeña. La historia que lo envuelve crea una atmósfera tan conmovedora como estremecedora. Se puede visitar todos los días del año, excepto el 12 de octubre. Del 1 de abril al 31 de octubre, abre de 09:00 a 21:00 (sábados hasta las 22:00); del 1 de noviembre al 31 de marzo, de 09:00 a 19:00 (sábados hasta las 21:00); del 1 de julio al 31 de agosto, de 09:00 a 22:00; del 1 de enero al 4 de mayo, de 12:00 a 19:00; el 5 de noviembre, de 09:00 a 18:00; el 25 de diciembre, de 12:00 a 17:00; y por último, el 31 de diciembre, de 09:00 a 17:00. La entrada cuesta 9 € para los adultos y 4, 50 € para los menores de 10 a 17 años; en el caso de tener el Carné Joven Europeo o ser menor de 9 años, el acceso es gratuito.
Si vas con algún niño, llévale al zoológico, conocido como ARTIS. Es el parque animal más antiguo del país; fue fundado en 1838. Cuenta con más de 6000 animales de todo el mundo. En su interior, hay, además, un acuario, un planetario y un museo geológico. El zoo abre todos los días: del 1 de marzo al 31 de octubre, de 09:00 a 18:00; del 1 de noviembre al 28 de febrero, de 09:00 a 17:00. Las entradas se pueden comprar por internet o en taquilla. En internet, el billete cuesta 17 € para los niños de entre 3 y 9 años, y 20, 50 € para los mayores de 10 años. En taquilla suelen cobrar 1 € adicional. Lo que no me gusta es que el mapa del zoo te lo cobran a 2 €... Puedes comprar un bono de acceso que incluye la entrada a ARTIS y a Micropia, un museo superparticular en que muestran todo tipo de microbios que habitan en nuestro organismo. Este bono cuesta 23, 50 € para los niños de entre 3 y 9 años, 27, 50 € para los mayores de 10 años. La entrada única a Micropia cuesta 12 € para los niños de entre 3 y 9 años, 14 € para los mayores de 10 años. Este museo abre todos los días: de domingo a miércoles, de 09:00 a 18:00; y de jueves a sábado, de 09:00 a 20:00.
En la zona de Ferdinand Bolstraat, en la avenida Stadhouderskade, está la antigua fábrica de Heineken, que ahora es un museo de la cerveza. La entrada es gratuita para los menores de 11 años; 12, 50 € para los menores de 12 a 17 años; y 17 € para los adultos, que también pueden elegir un "vip tour" (49 € para una visita de 2 horas en la que degustar 5 tipos de cerveza, acompañada de queso de la tierra) o bien un "rock the city" (con 25 €, tienes acceso al museo de la cerveza, a la A'DAM Toren y a un paseo en barco de unos 45 minutos en el que un guía compartirá su conocimiento sobre la marca Heineken).
¿Cómo es el clima en Ámsterdam?
Ámsterdam tiene un clima oceánico dominado por el mar del Norte. De normal, tanto los inviernos como los veranos son templados, aunque cuando dice de hacer frío, ¡telita! En verano no suele hacer mucho calor. Es extraño que se alcancen más de 30 ºC, mientras que las lluvias son habituales. Sus días, en general, suelen ser nublados y húmedos.
¿Recomiendo vivir en Ámsterdam?
Yo no pasaría más que un periodo en concreto. La ciudad es muy bonita, y la verdad es que se vive muy bien en la capital, pero es que es demasiado transgresora par mi gusto. Es ideal para gente joven en busca de aventuras, pero para mí, que soy madre, ya no.
Y nada, ¡eso es todo! ¡Venga, prepara la maleta! ¡Que tengas un buen viaje!
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