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Erasmus en Roma


Memoria de mi experiencia Erasmus en Roma

Todo empezó en noviembre de 2013 cuando decidí irme de Erasmus a algún lugar de Italia. En realidad estaba indecisa entre irme a Bélgica o a Bolonia. Conocía a estudiantes que se habían ido a Bélgica pero que no me habían hablado demasiado bien ni sobre la gente, que según me dijeron es demasiado seria, ni sobre la universidad, pues resulta muy difícil, incluso para los estudiantes nativos, aprobar las asignaturas. Así que me decanté por ir a Bolonia.

Sin embargo, el mismo día en que se cerraba el plazo de presentación de solicitudes, hablé con mi novio y me dijo que había decidido irse conmigo de Erasmus. Llevábamos solo un año por aquel entonces, pero quería vivir la experiencia conmigo. El problema era que él no podía elegir Bolonia, pues no aparecía entre sus posibles destinos. Así que elegimos Roma los dos. No estábamos demasiado seguros de que tuviéramos tanta suerte como para que al final nos dieran a ambos ese destino, pero la sorpresa nos la llevamos cuando en enero salieron los listados definitivos, y ambos aparecíamos en las listas para irnos a Roma.

Lloré de alegría, porque a pesar de que había pensado irme a Bolonia, prefería Roma, ya que no la conocía del todo, y como es una ciudad llena de cultura y de belleza, íbamos a poder ver cada rincón durante un año. No sabía que me equivocaba en cuanto a lo de conocer cada rincón: porque sí es cierto que te puedes perder por cada rincón de esta ciudad eterna, pero no da tiempo ni en un año a ver todos sus museos, recorrerla de norte a sur, de este a oeste… No hay tiempo para tanto: harían falta al menos tres años solo en esta ciudad para poder conocerla por completo.

La aventura empezó en agosto de ese mismo año, cuando nos fuimos a Siena a hacer el curso de italiano para ir preparados a Roma. Iba con muchas ganas y el día antes había conseguido sacarme el carné de coche, así que iba con una actitud muy positiva. Sin embargo, todo se vino abajo cuando en Madrid me robaron la cartera y perdí todo el dinero que llevaba, además de todos los documentos y tarjetas necesarios para hacer frente a mi estancia en el extranjero. Con la ayuda de Juanjo, mi novio, conseguí paliar el problema e irme a Siena; pero parte de mi alegría se había disipado.

Sin embargo, yo ya sabía que en una experiencia nunca todo es positivo, siempre hay momentos de desilusión, de falta de ganas y momentos difíciles en los que preferirías haberte quedado en tu país, pero todos ellos son los que nos hacen aprender de la experiencia. A partir de ese momento me volví mucho más avispada y tuve cuidado de todo lo que me rodeaba, porque no me encontraba ya en Granada, sino en Italia.

Siena era una ciudad muy pequeñita, pero llena de cultura, de tradiciones, como el Palio, y de hecho estuvimos en la fecha en que se celebraba, y de una tradición vinícola muy fuerte, y nosotros, que nos encanta el vino, qué más podíamos pedir… Tuvimos unos profesores excelentes de italiano y fue un mes muy intenso.

Volvimos a Granada y preparamos las cosas para vivir de verdad la única experiencia que se vive una vez en la vida. Después se pueden vivir otras semejantes, pero ninguna será como esta.

Llegamos un diez de septiembre a Roma. La primera impresión, supongo que como para cualquier turista, es de agobio. Es una ciudad muy caótica, llena de gente, con coches yendo y viniendo que no respetan señales, con muchísimos turistas y con numerosos indios vendiendo objetos ambulantes a los turistas. Al llegar nos subimos al metro con destino a Piramide, pues el piso que había buscando durante largos meses se encontraba enfrente del Trastevere, en el barrio de Testaccio. Estuvimos buscando un buen rato el piso, hasta que por fin lo encontramos. Era un piso bastante grande y perfecto para nosotros: el único problema era que tenía un solo baño y que el propietario vivía en él. El propietario era miembro de la ESN, la organización que realiza actividades para Erasmus, y en apariencia era simpático, pero todo se complicaba cuando tenías que compartir momentos durante una semana como mínimo con él. No sabíamos si cambiar de piso, pero estaba en muy buena zona, teníamos una habitación muy amplia y el propietario se iba dentro de un mes a Inglaterra; así que nos quedamos.

Hasta que empezamos el curso en la universidad, estuvimos descubriendo los lugares más importantes de Roma, “i gelati famosi”, las pizzas y disfrutando del buen tiempo.

Cuando empezamos el curso académico, me di cuenta de que cuando de pequeña veía Astérix y Obélix, las doce pruebas, donde se criticaba la burocracia italiana, respondían a la realidad: no me he estresado más en mi vida intentando arreglar papeles o comunicarme con profesores. Pero después de dos meses allí, te relajas y te acostumbras. Los primeros meses estaba de arriba abajo, tenía un horario de clases malísimo y no me daba tiempo ni a llegar a las aulas porque cada una estaba en un edificio distinto al que se tardaba en llegar 20 minutos.

Sin embargo, me encantaba la universidad. Los profesores no daban las típicas clases magistrales para copiar apuntes, a las que tan acostumbrados estamos en algunas asignaturas en Granada. La mayoría eran profesores italianos que habían estado en España o que tenían parientes españoles. Las asignaturas eran muy interactivas, se valoraba mucho la participación, era muy fácil aprender porque siempre relacionaban los nuevos conceptos con conocimientos anteriores, y lo que en un principio pudiera parecer casi imposible, como eran los exámenes orales, luego se convirtieron en una ventaja: en los exámenes orales, el profesor te preguntaba los conceptos fundamentales de la asignatura, te dejaba expresarte y realizabas la prueba oral casi sin darte cuenta.

Y lo más importante: había tres fechas para cada examen oficial, por lo que podías elegir la que mejor te viniera, o incluso presentarte a las tres si en la anterior habías tenido un resultado que no era el deseado. En cuanto a lo de que en Italia las notas se las regalan a los Erasmus, puedo confirmar que no es verdad para nada, por lo menos en La Sapienza: no he estudiado tantos manuales en mi vida. Pero siempre el esfuerzo se ve recompensado. Para mí, los mejores profesores de literatura los he tenido en Italia, y esta experiencia me ha servido mucho para estudiar ahora de manera diferente y conocer otra forma de enfocar las asignaturas, que me servirá también para mi futuro, cuando sea profesora. Y además también he podido aprender mucho italiano y presentarme al nivel B2 del Plida. Por eso estoy tan contenta de haber vivido esta experiencia.

Otro mito muy famoso es el de que los españoles se van solo con españoles, y es muy cierto: hasta yo estaba ya cansada de tener que irme siempre con españoles a hacer botellón o de fiesta. Eso no lo hago ni en mi país porque no me gusta, y yo quería enfocar mi Erasmus de otra forma. Tenía poco dinero, porque la beca Erasmus no da para mucho, y Roma es una capital y una ciudad muy cara, sobre todo para el alquiler. Así que decidí plantearme esta experiencia de la siguiente manera: no relacionarme solo con españoles, ya que iba fuera, a Italia, donde quería aprender italiano; así que me hice varios amigos italianos, una amiga suiza, una tocaya mía alemana pero de familia italiana, dos amigas españolas que serían mis mejores amigas del Erasmus…

Y sobre todo quería viajar. ¿Cuándo si no iba a poder viajar tanto como en el año del Erasmus? Pero esto sería en el segundo cuatrimestre y con el buen tiempo. En primer lugar quería conocer Roma como la palma de mi mano, porque para eso me había ido a una ciudad así. Visité los principales monumentos como la Fontana di Trevi, la Piazza Spagna, la Piazza Il Popolo, el Trastevere, la Bocca della Verità, el Pantheon; pero había días en los que me apetecía descubrir los rincones que no estaban tan masificados por el turismo y que no por ello eran menos mágicos. Descubrí así muchas calles pintorescas y con mucha historia, pero con historias que la mayoría de los turistas no conocen. Porque en Roma, aun cuando vas por callejones sucios y malolientes, llenos de gatos y basuras sin recoger, al final de la calle te encuentras con una estatua de Bernini, con una fachada antigua de la época clásica o con cualquier monumento. Porque Roma en sí es un museo al aire libre, y sin embargo todo el mundo camina por sus calles como si eso fuera lo normal, muy acostumbrados a que esto sea así. Uno de los lugares que más me impresionaron, y que estaba a tan solo a cinco minutos de mi casa, era Il Giardino degli Aranci, donde he contemplado los atardeceres más bellos de la ciudad y alguna que otra boda. Y todo ello acompañada de mi gran amor, de Juanjo, porque una de las cosas que más nos unen es la pasión por los viajes y por probar cosas nuevas.

Desde Roma aprovechamos también para conocer el resto de Italia. Entre los lugares que más me entusiasmaron destacan sin duda la isla de Capri, el lago di Como, el lago Trasimeno, Trieste, Siena, Bolonia, Perugia en la fiesta del chocolate, y también me escapé a lugares cercanos como Suiza, estuve en Lucerna y Zúrich pues teníamos allí una amiga del Erasmus, Jasmine, y decidimos visitarla y disfrutar de los bellos paisajes suizos. Después fuimos a Praga, pues siempre me habían dicho que era como un cuento de hadas, y tenía muchas ganas de ir. Fue magnífico, no se equivocaban cuando me lo decían.

Entre las cosas que recuerdo con más cariño de Roma están el aperitivo romano, que consistía en pedirse un cóctel y tenías todo el buffet libre que querías - yo siempre iba con amigos al Momart, y me encantaba pedirme el BBC y disfrutar de la pizza al horno de leña -; el hecho de no tener plan y al caminar por Roma siempre te surgía alguno, como el día en que por casualidad llegamos a una zona donde se alquilaban vespas, y decidimos alquilar una vespa roja para pasearnos por Roma: fuimos junto al Río Tíber, llegamos a Trastevere, donde nos paramos para tomarnos un helado de pistacchio subidos en la vespa y me sentí como si formara parte de la película Vacanze romane…Jamás olvidaré ese día… También recuerdo con cariño cada mes que ahorraba dinero para poder irme de viaje; el empezar pensando que no vas a poder mantener una conversación en italiano y al final, con la práctica, terminar hablando horas con italianos sobre cualquier tontería, porque si no sabes algo ellos te ayudan y si no tú les ayudas a ellos; el tomarte un helado, sea invierno, verano o primavera; el ir por las calles con los pantalones empapados y chapoteando buscando un sitio donde poder resguardarte de los diluvios que caían cada dos por tres en la ciudad.

Porque aunque Roma sea una ciudad caótica, vivir en ella durante un año es algo mágico: es una ciudad de contradicciones, pues a veces la odias y aunque hayas pasado momentos horribles en ella por robos, por la burocracia o por la manera en que conducen, siempre que me acuerdo de ella no puedo evitar sonreír, por todos los momentos que me ha hecho reír, estresarme, pasármelo como una niña, disfrutar del sol en Villa Borghese, aprender a tomar apuntes en italiano, llegar, aun cuando el metro se rompía, media hora antes de que la clase empezara y el pasar días sin dormir por las juergas que montaban los italianos en mi piso…

Es una experiencia que te hace aprender a valorar los pequeños momentos, la compañía de personas muy especiales cuando te encuentras sola en una ciudad como esta - en mi caso, mi novio y mis mejores amigos -. Te das cuenta de lo mucho que echas de menos el salmorejo, los guisados en invierno y sobre todo el buen pan, la tortilla de patatas y el jamón serrano; aprendes cómo ahorrar para poder hacer lo que quieres y el valor del dinero, y se desarrolla mucho la picardía con los italianos, porque a veces saben demasiado…

Por todo esto y por todo lo que he vivido allí, espero volver a la ciudad eterna, a la ciudad que mejor ejemplifica la vida misma, a la ciudad que me ha hecho ver todo con otra perspectiva y a preocuparme de lo que de verdad importa y sobre todo a disfrutar de todo lo que me rodea…

Hasta Siempre Roma…

Lorena Martín García

Grado en Filología Hispánica

Universidad de Granada


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