De viaje por Turquía (2º parte): Hierápolis y Pamukkale
¡Hola desde el aeropuerto de Denizli Cardak! Aquí estoy, sentada esperando a poder embarcar. Estos últimos días he estado en Pamukkale, y tengo muchas ganas de contaros como han ido mis aventuras por este lugar, ¡esperemos que pueda escribirlo todo antes de aterrizar! Si todavía no has leído mi último artículo, donde hablo de como me fue por Esmirna, Éfeso y Selçuk, te recomiendo que le eches un vistazo a la primera entrada de mi aventura por Turquía. Si ya lo habéis hecho, poneos cómodos y disfrutad de la segunda parte de mi serie, ¡«De viaje por Turquía»!
Día 3 (30 de agosto)
Viaje a Pamukkale
Voy a empezar justo por donde dejé el último post. Después de pasar una noche un poco mejor que la anterior (esta vez si pude encender el aire acondicionado), a las diez de la mañana me desperté y cogí un taxi a la estación de tren Basmane de Esmirna. En un principio, había pensado viajar en autobús a Denizli, pero decidí cancelarlo e ir en tren, ya que era más barato y habían menos probabilidades de que me mareara. El viaje duró cinco horas en vez de cuatro, pero no me molestó el retraso, porque tenía con que entretenerme.
Antes de subirme al tren, había pasado por una panadería (Karamel) para comprarme algo para desayunar y comer. Había muchas cosas donde elegir, pero al final me compré un simit (un tipo de bagel turco con semillas de sésamo), y cuatro trozos pequeños de baklava Si en algún momento quieres probar este último manjar, el cual recomiendo muchísimo, antes de nada deberías coger algunas servilletas, ¡son superpegajosos!
Llegué a la estación de tren de Denizli a las 16:15. Me hubiera gustado poder explorar un poco la ciudad, pero iba con mucho equipaje. Así que, me dirigí a la estación de autobuses de la ciudad, baje a la planta subterránea en ascensor, y cogí un minibús en la salida 76 con dirección a Pamukkale.
Primer vistazo a Pamukkale
Nada más llegar, me registré en el hotel strong>Ozen Turku Pension, donde me habían cambiado de una habitación con nueve camas solo para mujeres a una habitación privada con una cama doble. Después, decidí acercarme a las famosas terrazas de travertino para ver el atardecer. Esta ladera blanca de miles de años de antigüedad, formada por depósitos de carbonato cálcico, atrae a turistas de todas partes del mundo. Esto se debe, no solo a su belleza de «paraíso invernal», sino también, a las piscinas termales que puedes encontrar en cada uno de sus niveles.
La entrada a este lugar, nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, cuesta 60 TL (9,15 €), proporciona al visitante el acceso al impresionante «castillo de algodón» (eso es lo que significa «Pamukkale») y a la ciudad romana que se encuentra en su cima, Hierápolis. Ya que se estaba haciendo muy tarde para subir a la ciudad romana, así que decidí dejarla para otro momento.
Había leído en una guía que, debido al turismo en masa, las terrazas de travertino eran menos espectaculares en persona que en las fotos, ya que muchas de ellas se habían tomado hace años. La verdad, es que es cierto, y tampoco ayudó que muchas de las piscinas termales se hubieran secado durante el verano. Aun así, me lo pasé muy bien andando por la piedra blanca que, sorprendentemente no resbalaba, parando de vez en cuando para sumergir mis pies en el agua azulada y cálida. En este lugar no se permiten zapatos, así que, conforme iba subiendo por la ladera, me sentía muy en contacto con la naturaleza.
Llegué a la cima de la colina justo cuando se estaba poniendo el sol, y dios, ¡que vistas más bonitas! Todo el carbonato cálcico empezó a teñirse de dorado mientras el cielo iba poco a poco cambiando de rosa, a morado y por último, a negro. Me daba miedo volver de noche, pero habían luces iluminando el camino para que fuera totalmente seguro, así que, bajé rápidamente el valle mientras iba haciéndose de noche.
Cena para uno
Mi estómago estaba ya rugiendo de hambre, así que, eché a andar por la primera calle que vi para buscar un sitio para cenar. Enseguida me llamó la atención la señal de un restaurante que prometía lo que parecía ser un plato con queso fundido. El plato que me había atraído a este restaurante resultó ser un postre, kanafeh, hecho con queso, con fideos en su interior y empapado de almíbar, esto último impregnando todo el plato. El sabor dulce me chocó tanto, que me costó comérmelo.
Aun así, disfruté de las maravillosas vistas que ofrecía la terraza del local, y también de un té de manzana que me sirvieron. Ya que la comida no fue nada especial (¡culpa mía totalmente!), no me preocupé de apuntar el nombre del sitio. Tampoco puedo encontrarlo en Google Maps, pero era el restaurante con la entrada acolchada y colorida que se encuentra cerca de Atatürk Caddesi.
Estaba apunto de irme a mi hotel cuando uno de los camareros se me acercó y me pidió que quedara con el cuando terminara su jornada para tener una cita. Me dijo que me iba a llevar en su moto manantial en un pueblo cercano, Karahayit. Lamentablemente, no sentía ningún interés en este hombre, y en ese momento lo único que quería hacer era irme a dormir, así que le dije «ya veremos». Él me contestó, con voz insistente, «nos vemos luego». Le sonreí educadamente y me fui.
A pesar de que es una tontería, mis conocidos me habían convencido de que el cambio de una habitación compartida a una habitación propia había sido por algo, así que, cuando volví al hotel, cerré la puerta con llave. Después me duché, puse algunas alarmas de despertador y me metí en la cama.
Día 4 (31 de agosto)
El amanecer de Pamukkale
Había leído que el mejor momento de día para visitar las terrazas de travertino es el amanecer, no solo porque se suponía que la luz era extraordinaria, sino porque iba a tener todo el lugar para mi sola. Así que, como os podéis imaginar, a las 6:20 ya estaba levantada y lista. Nada más llegar a la entrada, vi que no abrían hasta las ocho, pero estaba determinada a que el madrugón valiera la pena, así que anduve tres kilómetros hasta Güney Kapisi (la entrada sur), que ya estaba abierta.
Mi hotel no empezaba a servir el desayuno hasta las 7:30, así que no había comido nada, y tampoco me había acordado de prepararme algo de comida la noche anterior, pero aún así, el camino no se me hizo muy cuesta arriba. Google Maps no paraba de indicarme que estaba yendo por el camino equivocado, pero yo estaba segura de que era el correcto, a pesar del lo desértica que estaba la carretera, y justo como pensaba, al poco llegué a mi destino.
Después de comprar la entrada, entré y me quedé impactada con la calma que se sentía en aquel lugar. No estaba sola del todo, pero sentía como si lo estuviera. Durante media hora más o menos, pude nadar y echar fotos sin que nadie me molestara, e incluso cuando las otras dos entradas se abrieron a las ocho, el sitio tardó un poco en llenarse de gente.
El agua estaba increíblemente templada, al igual que el exterior, sorprendentemente, y me sentía muy relajada dejándome llevar por el agua y cogiendo arena blanca del fondo de vez en cuando. En algunas piscinas había un montón de pelo, pero supongo que es normal y no puede evitarse, sobre todo cuando por allí pasan millones de visitantes al año.
La Piscina Antigua
En el momento en el que empezó a venir todo el mundo, decidí ir a la Piscina Antigua, donde se dice que Cleopatra se bañaba en su época. La entrada a la piscina costó 50 TL (7,59 €) y 10 TL (1,52 €) más para poder utilizar las taquillas. Es un sitio maravilloso para bañarse durante un rato, y, además, cuenta con aguas termales. Para mi sorpresa, la piscina estaba llena de columnas antiguas, y en muchas de ellas te podías sentar y descansar. Había muchas gente posando en ellas mientras otros les echaban fotos desde todos los ángulos posibles.
Después de dar una vuelta rápida por las tiendas que rodean la piscina, y de rechazar a un vendedor de helado que no paraba de insistir en que le diera un beso en la mejilla, me dirigí a mi última parada de la mañana: la ciudad antigua de Hierápolis. No había comido nada desde el día anterior, pero la comida en lo alto de la colina era muy cara y yo soy demasiado cabezona como para caer en trampas para turistas, así que, hambrienta y sedienta, decidí dar una vuelta rápida por este lugar.
Lo más destacable de Hierápolis es, sin ninguna duda, su increíble anfiteatro. Subir la colina bajo un sol abrasador para llegar no ha sido la mejor experiencia de mi vida, pero las vistas con las que me encontré cuando llegué hicieron que valiera la pena. Podía ver las terrazas de travertino de un blanco brillante a la distancia, y justo a mis pies se encontraba el vistoso escenario del teatro, el cual estaba prácticamente intacto.
Otros tesoros que vi en el parque arqueológico fueron: la Puerta de Dominiciano, una de las antiguas entradas a la ciudad; la catedral, o al menos, lo que quedaba de ella; y las antiguas letrinas, las cuales se encontraban al lado de las columnas de Frontinus, la calle principal de la ciudad. Mira que a los romanos les gustaba hacer todo a los grande, ¡imagina que hoy en día los baños públicos tuvieran columnas dentro!
Admitiendo la derrota
Al mediodía, ya estaba totalmente cansada. Madrugar nunca ha sido mi fuerte, sobre todo si la noche anterior no me he acostado temprano. Por eso, el resto de la tarde no fue nada del otro mundo. Estaba tan cansada, que no tenía fuerzas ni para ir a algún sitio a comer. Menos mal que un vendedor ambulante me regaló unas bolitas de azúcar y pude echarme algo al estómago. Volví al hotel casi arrastrándome y me metí en la cama para echarme una larga siesta.
Comida, maravillosa comida.
Me desperté a las siete de la tarde, confusa y desorientada, pero con energías renovadas. Sabía que ya no podía pasar más tiempo sin comer en condiciones, así que, después de una rápida búsqueda en Google, decidí probar el restaurante White House.
Cuando llegué, el local estaba prácticamente vacío, así que, no solo tuve una mesa para mí sola, sino que el dueño estuvo todo el rato hablando conmigo. Mientras masticaba hojas de parra y cacik (una mezcla de yogurt y pepino), me recomendó algunos lugares cercanos. Después probé unas brochetas de cordero con patatas.
Parecía una conversación totalmente normal hasta que el hombre me ofreció vino gratis y me ofreció, justo como el otro camarero la noche anterior, llevarme con su moto a Karahayit. Lo rechacé educada mente, diciéndole que estaba muy cansada. Pero él no se rindió. Me dijo que sí o sí tenía que visitar el lago Salda, que está a una hora de Pamukkale, y que un amigo suyo taxista me podía llevar al día siguiente por un precio muy barato. Debo de admitir que el lago era increíble, pero decidí que no valía la pena poner en riesgo mi vida solo por verlo. Si te gusta nadar salvajemente, tiene pinta de ser el mejor sitio para hacerlo.
Después de rechazarle de diferentes formas, el hombre empezó a echar el cierre al restaurante, y por miedo a que me encerrara allí, pagué la cuenta y me fui corriendo. Se quedó con el cambio, diciéndome que ya me lo daría cuando volviera al día siguiente. No me quejé.
La comida estaba deliciosa, así que lo recomiendo muchísimo, a pesar de mi mala experiencia. Así que, chicas: si queréis ir os aconsejo que vayáis acompañadas.
Día 5 (1 de septiembre)
Después del madrugón del día anterior, se que suena muy dramático, estaba muy cansada, así que decidí pasarme la mayoría de mi segundo día en Pamukkale en la cama. No había nada más en la ciudad que me llamara la atención, y que no pudiera ver a la mañana siguiente, así que pensé que era una buena idea descansar para recargar las pilas antes de irme a Estambul.
Lo que sí hice fui salir por la tarde para disfrutar de mi última cena en este lugar. El restaurante Pamukkale tenía muy buenas críticas en TripAdvisor, así que, decidí probarlo. Pero, cuando llegué a la dirección indicada, lo único que vi fueron hoteles abandonados y llegué a la conclusión de que deberían haber cerrado el sitio. Poco después me dí cuenta de que la última crítica que habían escrito tenía más de dos años.
Pero, gracias a esto, mientras volvía andando al centro, me crucé con el maravilloso restaurante Harbiye. Aquí disfruté de un entrante de pan y un riquísimo hummus, este último aderezado con aceite de oliva, seguido de un plato con delicias de jamón y queso. Tuve una experiencia increíble, ¡y no me crucé con ningún camarero acosador! Mi único problema fue que no tenían muchos de los platos que ofertaba la carta, incluso cuando yo era la única cliente del local en ese momento.
Después de pagar la cuenta, y pedir lo que me había sobrado de hummus para llevar (¡estaba demasiado bueno para dejarlo allí!), volví a mi hotel para continuar con mi vida de ermitaña. Mientras volvía, me crucé con el camarero del restaurante en el que había cenado la primera noche en Pamukkale, el cual me dijo que estaba decepcionado porque no me había presentado a la cita a la que ya me había negado. Sorprendida de se acordara de mí, lo único que hice fue disculparme y seguir caminando. Me pasé el resto de la tarde haciendo la maleta y bloggeando, y a medianoche, ya estaba durmiendo.
Día 6 (2 de septiembre)
No os preocupéis, amigos, ¡ya estamos terminando! Esta mañana, después de disfrutar un desayuno turco completo (pan, queso blanco, pepino, tomate y fruta fresca) y de dejar el hotel, decidí darle una última vuelta a Pamukkale. La mezquita de la ciudad era lo primero en mi lista. Cuando llegué, me quité los zapatos, me puse un pañuelo en la cabeza y conforme iba a entrar, me dí cuenta de que estaba cerrado. No os preocupéis: ¡conseguí echarle una foto al interior por una de las ventanas!
Lo siguiente fue el parque natural de Pamukkale, un jardín público con un pequeño lago en el centro. En la orilla había una docena de barcas a pedal, y decidí alquilar por 7 TL (1,06 €). El número mínimo de personas por barca era dos, así que tuve que esperarme a que viniera algún grupo. ¡Una familia alemana vino al rescate! Estuvimos hablando, y ellos también estaban viajando por toda Turquía, así que comparamos notas, dejando de hablar de vez en cuando para admirar los maravillosos travertinos que teníamos delante.
De vuelta a tierra, comí en White Dragon Chinese & Turkish Cuisine (galletas de gambas y sopa de fideos de pollo), recogí mi equipaje del hotel y cogí un autobús de enlace al aeropuerto, desde el que voy a volar ahora.
Conclusión
Me lo pasé muy bien explorando Pamukkale, y ya seas un amante de la naturaleza o un entusiasta de la historia antigua, te lo recomiendo mucho Algunos consejos para los que queráis ir:
- Un día es suficiente. Yo he estado setenta y dos horas en Pamukkale, pero podría haber visto todo lo que había que ver en diez. Quédate más tiempo solo si también quieres explorar los alrededores.
- Ve temprano a los sitios. Evitarás las multitudes de gente y no te molestará tanto el sol.
- Come en el valle. La comida en lo alto de la colina es muy cara.
- Reserva con antelación el transporte al aeropuerto. Yo lo hice la noche de antes de mi viaje, pero es mejor comprarlos con tiempo. Un viaje cuesta alrededor de 45 TL (6,82 €).
Final de la segunda parte
Aquí está: la segunda parte de mi serie «De viaje por Turquía». Este es mi articulo más largo hasta el momento, así que, si habéis llegado hasta el final, ¡felicidades! Estad atentos a mis siguientes artículos, ¡el siguiente será sobre mi primer día en Estambul!
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