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Por San Petersburgo


San Petersburgo es una de las ciudades más grandes que jamás haya visto, no solo en superficie, sino también por el tamaño de sus edificios. Cada edificio nacional o importante hace gala de la grandeza de la antigua Rusia.

La ciudad impresiona a los que la visitan tanto por dichos monumentos como por la diferencia cultural que existe entre la población europea y rusa.

Pero antes recapitulemos.

Dos amigos míos y yo planeamos este viaje desde el mismo momento en el que nos enteramos que íbamos a tener la oportunidad de ir de Erasmus. Estábamos llenos de ilusión y unas ganas terribles de ir a San Petersburgo. Tomamos un autobús desde la estación de bus de Tallinn y tardamos tres horas en llegar a la frontera. El viaje fue tranquilo y relajante y, además. pudimos disfrutar de las vistas del paisaje desde nuestras ventanas. Pero el verdadero viaje empezó una vez cruzamos la frontera. Nada más entrar en Rusia, el autobusero empezó a conducir al sentido contrario al igual que el resto de la gente. Menudo susto nos pegamos cuando vimos que el bus adelantaba todos los coches que se le ponían por delante.

Tras otras tres horas llegamos por fin a San Petersburgo. El bus nos dejó en mitad de una plaza, al lado de una estación metro. Cogimos nuestras maletas y fuimos directos a las taquillas del metro. Resulta que la mujer que nos atendió no hablaba inglés, bueno... en realidad nadie en la estación hablaba inglés, así que tuvimos que comprar tres billetes por nosotros mismos para el metro. Mientras estábamos comprando los billetes la mujer intentó decirnos algo, pero no pudimos entenderla y ella tampoco lo que nosotros le decíamos, así que seguimos con nuestro camino al metro. De repente, la policía nos paró y nos empezaron a decirnos algo sin dejarnos entrar adentro. Después de unos minutos de no entender nada acabamos comprendiendo que también había que pagar billetes para las maletas (¡así que era eso lo que la mujer de la taquilla intentaba decirnos! ). Una vez entramos al metro nos topamos con otra complicación: nuestro mapa de metro no estaba escrito en cirílico, ¡pero los carteles de las estaciones sí! ¿Cómo íbamos a encontrar nuestra parada? La verdad que no sé ni cómo llegamos a encontrar nuestra estación.

Sea como sea acabamos llegando al hotel sanos y salvos. Dejamos nuestras maletas, nos hicimos con algo de dinero desde un cajero automático y salimos a pasear.

Era octubre, por lo que disfrutamos de una buena caminata al atardecer. La ciudad era increíble, imperial, hermosa y con el atardecer era todavía más preciosa. Por la noche encontramos un lugar barato en el que cenar (es verdad que al ser una moneda extranjera con el cambio todo nos salía muy barato). Gracias a Dios el empleado del restaurante hablaba un poco de inglés y pudimos pedir comida tradicional rusa.

A la mañana siguiente nos llenamos hasta las trancas con el bufé del hotel para estar a tope durante el día y nos lanzamos a la aventura. Enseguida nos perdimos por el centro de la ciudad. Visitamos las iglesias más importantes, entre ellas la enorme catedral de San Isaac, compramos los típicos souvenirs en un mercado tradicional ruso y descubrimos con mucho interés lo interesante que era el arte callejero de los murales que nos íbamos encontrando. Luego visitamos el Hermitage. ¡Es enorme! ¡Y hay miles de monumentos y pinturas en su interior! Entramos gratis gracias a nuestras tarjetas de estudiantes internacionales y echamos tres horas para visitar el museo. La historia que rezumaba de aquellas obras se sentía a flor de piel, estábamos rodeados de cuadros y monumentos con mucha historia. Daba la sensación de estar en un lugar de relevancia histórica inconmensurable, como rodeados del legado de un gran imperio. Es verdad que tampoco estuvimos demasiado tiempo, tres horas no son nada para un lugar tan grande, pero también es cierto que descubrimos otro lugar que muchos turistas pasan por alto: nos perdimos entre las antiguas esculturas del museo. Llegamos a ver los monumentos más escondidos del museo. Después de unos minutos perdidos conseguimos salir del edificio y nos sentamos en el jardín a comer algo. Los tentempiés que comimos nos supieron a gloria: ¡Las Lays y los M&M's estaban de muerte! Pero no eran de cualquier tipo, descubrimos unos sabores distintos para las Lays y colores y sabores diferentes para los M&M's.

A continuación, tuvimos tiempo para visitar la fortaleza de Pedro y Pablo junto con el Trubezokoy (la antigua cárcel) y la iglesia donde el Zar está enterrado. Dentro de la cárcel nos invadió un sentimiento extraño, uno podía sentir lo duro que tenía que haber sido vivir recluso entre esas paredes.

Como íbamos a pasar algunos días en la ciudad decidimos visitar el Palacio de Catalina.

En la plaza central del centro de San Petersburgo siempre hay guías ofreciendo sus servicios para los diferentes palacios cerca de la ciudad, así que como fuimos sin guía propio decidimos unirnos a unos de estos viajes. Hablamos como pudimos con una guía rusa y nos permitió unirnos al grupo. ¡Gracias a Dios que en el grupo había una mujer que hablaba un poco de inglés! Nos dijo dónde coger el bus para volver después de la visita y no perdernos.

El palacio era inmenso y los jardines anchos y hermosos, las habitaciones eran grandes y espléndidas y la habitación de ámbar, a pesar de no estar hecha de ámbar de verdad y ser una réplica, era increíble; no puedo ni imaginarme lo hermosa que tenía que ser la original.

Dedicamos nuestra última tarde a andar por el centro de la ciudad y visitar algunas tiendas para comprar souvenirs y otras cosas para llevar a Noruega y Tallinn respectivamente.

El viaje fue corto, único y divertido. Disfrutamos mucho de la ciudad y de su gente. Descubrimos una cultura diferente y una ciudad encantadora. Se la recomiendo a todo el mundo para que vaya por lo menos una vez en su vida.


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