Un fin de semana con mi portuguesa favorita y su familia
Este fin de semana, mi compañera de piso me invitó a pasar unos días en su ciudad con ella y su familia. Llevaba ofreciéndomelo un tiempo, pero nunca conseguíamos encontrar una fecha que nos viniera bien a ambas. Finalmente, decidimos que este era el momento perfecto.
El viernes al salir del trabajo cogí el tren para reunirme con ella. Se había ido el día antes porque tenía cosas que hacer, pero yo no pude acompañarla por mi trabajo. Salí de casa pronto y compré el billete en la estación. Después tuve que esperar y me dio mucho miedo pensar que podía equivocarme de tren. No lo cojo mucho, solo para ir a trabajar y volver, y siempre voy desde la primera parada de la línea hasta la última. A pesar de mis preocupaciones, todo salió bien y el viaje duró una hora y media. Vi paisajes muy bonitos, campos y árboles. Cuando oí el nombre de la estación en la que debía bajarme, me levanté y salí de allí. Mi compañera de piso ya me estaba esperando en el andén y fuimos directas al supermercado para comprar cereales. Después me enseñó los sitios más importantes de aquella pequeña ciudad: el castillo que estaba sobre una colina, el río, el parque y la cafetería.
Como ya era un poco tarde, decidimos ir a casa para cenar. Fuimos en su coche y antes de montarme ya me avisó de que no era muy buena conductora. Durante todo el trayecto se iba disculpando por los baches que había en la carretera y otros cientos de cosas. Realmente no creo que condujera mal, sino que lo cierto es que lo hizo bastante bien. Sin embargo, tengo que admitir que las carreteras no están en muy buen estado y no es fácil conducir por ellas. Cuando llegamos a casa, su perrito y el de su tía nos dieron la bienvenida ladrándonos desde la verja. Nada más entrar, sus padres nos recibieron. ¡Hablaban muy rápido en portugués! Tuve que concentrarme mucho, pero me sentí muy arropada desde el primer momento. Mi amiga me enseñó la habitación en la que me quedaría. La habían preparado especialmente para mí y, por supuesto, habían puesto mantas suficientes para que no me congelara. La casa me gustó muchísimo. Era grande, estaba muy bien decorada y tenía una chimenea. A todo el mundo le gusta el calor que da, sobre todo a los gatos. Me preguntaron si me gustaba el pescado porque habían hecho el típico bacalhau à brás. Estaba delicioso. Era la típica familia que siempre está de buen humor, haciendo bromas y riéndose. Yo solo pillaba la mitad de los chistes. Fue una noche genial.
Sus padres se fueron por la mañana pronto porque debían asistir a un acto y nosotras nos quedamos solas en casa y conocí a uno de sus ocho gatos. Era adorable, blanco y negro y no dejaba de rozarme con la cabeza sin parar de maullar. Cuando sus padres regresaron, bebimos un poco de licor. No sé cómo llegamos hasta ese punto, pero creo que fue porque ellos querían que probara el licor típico de Portugal. Tomamos ginjinha en vasos de chocolate y en otros de cristal. Era ginjinha de chocolate. Después pasamos al de castaña y también probamos el licor de nueces. Estaban todos muy ricos y nos hicieron entrar en calor. Cuando me fui a la cama, no tenía nada de frío y no necesité ni una sola manta. ¡No os hacéis una idea de lo bien que dormí! No sé si fue por el licor, por lo cómoda que era la cama o por la paz que me transmitía aquel lugar, aunque creo que fue más bien esto último: no se oían aviones, coches, ambulancias ni nada que hiciera ruido. Era perfecto.
Al día siguiente, después de desayunar, salimos todos juntos de casa y me enseñaron los alrededores. Fuimos hasta Figueira da Foz, subimos a unas montañas para tener una vista panorámica de la playa y después bajamos hasta ella, donde dimos un pequeño paseo. El sol brillaba, pero había mucho viento y hacía frío. La playa estaba vacía: no había ni bañistas, ni surfistas, ni una cafetería cercana. Solo había algunas personas paseando como nosotros. A la hora de comer fuimos al Manjar do Marquês, un restaurante muy famoso de Portugal. Se llama así por el marqués de Pombal, el alcalde de Lisboa que se encargó de reconstruir la ciudad tras el terremoto que destruyó la zona de la Baixa. Comimos pescado, carne y un arroz con tomate típico del local. ¡Estaba todo muy rico!
Después fuimos hasta Tomar, una ciudad situada en el centro de Portugal. Visitamos el castillo de Tomar, que es muy bonito. Está situado en lo alto de una colina y, en esta época del año, está rodeado de árboles muy frondosos. Comimos unas crepes en el centro de la ciudad y visitamos una iglesia. Quisimos dejarles una nota sobre las horribles traducciones que habían hecho hacia varios idiomas, pero al final no lo hicimos. En frente de la iglesia había un evento que se asimilaba a un festival Holi. La gente de la ciudad participaba en una carrera y llevaba unas camisetas blancas manchadas con otros colores mientras bailaba al son de la música. Los animadores no parecían estar muy motivados y pensamos que incluso nosotros podíamos hacerlo mejor. A pesar de todo, nos divertimos mucho.
Antes de que atardeciera, fuimos a Nazaré para ver la playa y el lugar en el que alguien (cuyo nombre no recuerdo) había surfeado una gran ola. En esta época del año las olas no son muy grandes, así que simplemente es una ciudad bonita con una playa bonita. Por la noche, fuimos a comer pizza porque llevábamos todo el día con ganas de una. Cuando volvimos a casa, empezamos una nueva cata de licores. Esta vez probamos uno de higo y dos variedades hechas con almendras. También conocí a otros gatos de los muchos que tenían, aunque ya no me acuerdo de cómo se llamaban. Todos ellos eran preciosos, cariñosos y se notaba que la familia les quería mucho. Además, se llevaban muy bien con el perro. Formaban un buen equipo.
A la mañana siguiente conocí a más gatos y fui a dar un paseo con mi amiga. Me enseñó los alrededores del pueblo y sacamos a pasear al perro. Nos encontramos también con algunos cabritillos durante nuestro paseo. Después fuimos con su padre, que nos enseñó un monasterio antiguo y abandonado que ya había empezado a derruirse. El Gobierno no tenía ni dinero ni interés en mantenerlo. Sin embargo así, sin tejado y con cientos de plantas creciendo en su interior, tenía un aire misterioso. Cerca había una iglesia que se construyó en recuerdo de una batalla y una leyenda que se contaba sobre aquel lugar. No la recuerdo muy bien, pero unos lucharon contra otros y tenían miedo de no ganar porque eran mucho menos numerosos. Pensaron en lo que los enemigos podrían hacerle a los niños y las mujeres: los matarían. Milagrosamente, ganaron la batalla y volvieron sanos y salvos a casa. En el monasterio encontraron a todas las mujeres y niños vivos y sin ningún daño. ¡Un milagro! La iglesia se construyó en recuerdo de esta batalla. Después fuimos a los campos de arroz, pero aún no estaban sembrados.
Nuestra siguiente parada fue la Praia do Osso da Baleia, que significa “playa del hueso de la ballena”. Supuestamente encontraron un hueso de este animal allí y por eso le pusieron ese nombre. Llegamos a un gran aparcamiento en el que solo había un coche enfrente de las grandes dunas de arena. Nos bajamos del vehículo y un perro se nos acercó. Estaba muy triste y se tumbó cerca de nuestro coche. Fuimos a la playa. Casi no había nadie y soplaba el viento. Aunque el sol estaba fuera, hacía bastante frío. Cuando volvimos al coche, el perro seguía allí y parecía que no tenía dueño. Todos nos preguntamos si era de alguien o si lo habían abandonado. Pensamos en llevárnoslo, pero de repente vimos gente acercándose a nosotros. Mi amiga corrió hacia ellos y les preguntó si era suyo, y sí, lo era. Se les había perdido y habían estado buscándolo. El animal había regresado al aparcamiento y se había quedado junto al otro coche, que era de sus dueños, porque era lo único que le resultaba familiar. Desde lejos, una chica le llamó y de repente se puso muy feliz y salió corriendo hacia ella, quien nos agradeció que lo hubiéramos encontrado. Nosotros también nos alegramos mucho de que el perro no estuviera abandonado.
Cuando volvimos a casa, la madre de mi amiga nos dijo que esperaba que nos hubiéramos traído al perrito. Creo que esta es una de las razones por las que congenié tan bien con ellos: amaban a los animales tanto como yo y mi familia. Cuando le hablaban a sus mascotas o a cualquier otro animal lo hacían de la misma manera que mi familia. Mi amiga y yo tenemos muchas cosas en común y por eso nos llevamos tan bien: siempre estamos cansadas y siempre tenemos frío, nos encantan el chocolate y el té, somos muy honestas y siempre decimos lo que pensamos. Tengo que admitir que ella es mi mejor amiga de aquí, es la única persona a la que me alegro de ver y con la que más hablo. La única que siempre está ahí cuando necesito ayuda. Cuando hablo con otra gente, me refiero a ella como “mi portuguesa favorita”. ¡Estoy muy feliz de haberla conocido!
Para comer, su madre cocinó carapau e hizo para mí una ración especialmente grande porque nunca lo había probado. Es un pez pequeño al que hay que coger por la cola para poder sacarle la espina. Se come acompañado de arroz y ensalada. Estaba muy rico y me gustó mucho. A decir verdad, me gustó mucho todo lo que cocinaron y me dieron a probar. Además, siempre estaban pendientes de que comiera lo suficiente o de que me gustara lo que me servían. Me preguntaban constantemente: “¿te gusta? ”, “¿quieres más? ”, “¿quieres que te preparemos otra cosa? ”. También me decían: “come más, Nadine, no comes lo suficiente”. Cuando volvimos a Lisboa, su madre preparó comida para una semana. Vale, quizá he exagerado un poco, pero era mucha, de verdad. Tuvimos que cargar la bolsa entre las dos. Después de comer, fuimos a dar un paseo en el antiguo coche de su padre, que era muy guay y tenía unos asientos muy cómodos, pero no había cinturones. Nos lo pasamos muy bien durante el paseo, fuimos a un pinar y me enseñaron más lugares cercanos. Pasamos el resto del día en el jardín, al sol, con los dos perros y un montón de gatos. Antes de irnos, mi amiga cogió algunas naranjas de los árboles de su jardín para llevárnoslas. Es genial, tienen un jardín muy grande lleno de frutales y otros productos: naranjos, mandarinos, cerezos, kiwis, moras, muchas verduras diferentes y patatas. Todas las plantas estaban en flor y hacían que el jardín fuera aún más bonito.
Lo único malo del fin de semana fue el viaje de vuelta a Lisboa. Fuimos a la estación de tren para comprar los billetes y, hasta que llegara, teníamos intención de visitar el castillo de Pombal. Sin embargo, el día antes había habido un accidente y los raíles se habían estropeado, así que no podían asegurarnos que pudiéramos coger el tren, que tuviéramos asiento o siquiera que fuera a llegar alguno a la estación. Tuvimos que quedarnos todo el tiempo allí porque nuestro billete solo valía para el primer tren que llegara. Afortunadamente, esperamos menos de una hora y no iba muy lleno, así que pudimos sentarnos.
Para mí fue un fin de semana increíble con un tiempo maravilloso, en el que visité muchos sitios interesantes, probé comida deliciosa, conocí a gente increíble y me lo pasé muy bien. Me gustó mucho y estoy muy feliz de tener aquí una amiga como ella. Es, sin ninguna duda, mi portuguesa favorita. Sé que está leyendo esto, así que: ¡gracias por todo! Gracias también a tus padres, recuérdales de nuevo lo bien que me lo he pasado y lo mucho que me ha gustado la comida, aunque a veces dudaran de ello. ¡Estoy deseando que vengas a Alemania para enseñártelo todo!
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