Levoca, Zdiar, Kezmarok: valles ibéricos, representación de los Alpes (2/2)

20 marzo 2016

Día 2: gula en Zdiar y Kezmarok

He pasado buena noche a novecientos metros de altitud. En mi habitación de cinco camas, en el albergue Ginger Monkey, he sentido el aire puro y fresco pasar a través de mi manta. No he dormido mucho, pero me siento como nuevo, como si hubiese dormido dos noches seguidas. Sin embargo, mi compañero americano de arriba ha interrumpido este paréntesis de descanso al hacer ruido dejando sus cosas caer, seguramente después de haber pasado el día de esquí o de senderismo.

Zdiar: desayuno de reyes en el albergue

levoca-zdiar-kezmarok-vallons-iberiques-Pintoresco asentamiento de madera en Zdiar, la única localidad que existía en los montes Tatras antes de que se construyeran las estaciones. La carretera que lo cruza llega hasta Polonia.

Son las 8:20 h cuando decido ir a desayunar en una cuadrada mesa de madera, en la cocina común. Hay pan integral y, por si fuera poco, huevos cocidos, mermeladas de cinco sabores, miel, leche y bollos de mantequilla. Dominica, la gerente que habla francés, prepara "pan perdu" (torrijas) y se divierte al intentar pronunciarlo en francés.

Pruebo un poco de casi todos los productos locales y repito con algunos: me invade la gula. Un descubrimiento, que está riquísimo, es la mermelada de rosa. Parece que estuviéramos probando el perfume de una mujer elegante. Y, como es gratis, va incluido en el precio de la noche, ni mis compañeros, ni yo dudamos en comer todo lo que nos apetece y más.

A mi alrededor, todos los jóvenes son nativos ingleses. Tal y como me di cuenta ayer, es la primera vez que escucho a auténticos británicos y americanos conversar en la lengua de Churchill. A decir verdad, no los entiendo mucho. Mastican las palabras como la comida que engullen hasta la saciedad.

Un inglés me propone, en la habitación, irme con él a hacer un poco de senderismo por un pueblo cercano. A regañadientes, he tenido que decirle que no. Solo podría andar por la mañana. Mañana lunes, me espera un día completito, cargado como nunca lo he estado desde hace un mes.

No había previsto hacer nada esa mañana. Como ayer vi que no había nieve en Zdiar, pensé en acortar mi visita a la ciudad de Kezmarok para disfrutar de este encantador paisaje. Por tanto, me propongo ir al norte para contemplar la vista desde los montes Tatras.

En principio, parece que he acertado. La cordillera, falso Alpes, se eleva ante la pequeña fila de hogares hasta alcanzar al río. Por mi camino en el bosque de abetos me encuentro (por fin) con un poco de nieve. Sin embargo, la evolución resulta tremendamente fácil. Al poco, fortalecido por la atmósfera alpina, llego a 1193 metros, al monte Magurka.

Levoca, Zdiar, Kezmarok: valles ibéricos, representación de los Alpes (2/2)

Solo son las 11. Quiero seguir con mi recorrido otra media hora, rodeando la colina. Pero una marca azul en el sendero, orientada hacia la bajada, hace que me desvíe a la derecha. Al bajar, dejo de ver la marca. Entonces, me dirijo al norte con la esperanza de volver al camino inicial. Primero, me encuentro una cabaña a la derecha que no me suena, ya que no se parece al que había visto antes. Creo que estoy perdido, pero, de repente veo el cobertizo que había a la entrada del bosque, que solo cubre una silla roja. Menos mal. Llego al pueblo a través de la pradera, que ya empieza a estar amarilla y ondulada, en total libertad.

Aun falta una hora, antes de que salga mi autobús hacia Kezmarok. Paso por la ladera sur del pueblo y la rodeo. Quiero escuchar el sonido del agua cayendo por el río y ver la claridad. Apoyado en un abeto, me quedo un rato, contemplando el paisaje. Quiero grabar en mi mente estos últimos momentos de montaña del fin de semana.

Dominica, en el Ginger Monkey, me abraza cuando me voy sobre las 13 h. Un inglés, que también sabe hablar francés, me suelta un «buena suerte». Al final, viajar también es suerte. He podido experimentarlo mientras buscaba cama ayer o esta mañana durante mi excursión.

Kezmarok: como una magdalena en el café

levoca-zdiar-kezmarok-vallons-iberiques-La torre del reloj, en el centro de Kezmarok, con sus esgrafiados y su terraza.

Solo me voy a quedar dos horas en Kezmarok, ciudad de 17 000 habitantes, que se encuentra entre Poprad y Zdiar. Al haber paseado ayer por Levoca, Kosice, Presov y Bardejov, con anterioridad, ya estaba familiarizado con las ciudades medievales de Eslovaquia. Para mí, visitar Kezmarok fue un poco como tomar magdalenas con el café, mientras que ayer Levoca había sido todo un banquete.

La plaza principal, Hvalna namestie, alargada, me recuerda a la de Kosice. Pero, algo más antiguas, las casas de colores vivos son barrocas y renacentistas. Sorprendentemente, el cementerio histórico, al que fui para hacer tiempo mientras esperaba al autobús, mantiene el mismo estilo. En el centro, oculto por construcciones modernas, me llama la atención la torre del reloj renacentista, con sus esgrafías y su terraza. A su lado, la iglesia evangélica, rosa e imponente, del siglo XIX, me llamado la atención, así como el tanque soviético de la Segunda Guerra Mundial, expuesto junto al castillo. Me habría gustado comer (aunque ya estaba lleno) en esa pensión que informaba en su pizarra de que tenían un gulash por 1, 50 €.

Levoca, Zdiar, Kezmarok: valles ibéricos, representación de los Alpes (2/2)

Vuelvo en el autobús a Presov, la ciudad en la que tengo la universidad. Al cabo de dos horas, se llena hasta que casi no quedan asientos libres. Solo queda uno justo a mi lado. Los estudiantes de los campos de la zona van a la ciudad, con su macuto y su bandolera; lo necesario para pasar un fin de semana en familia. Mañana, al igual que yo, estarán en las sillas de clase.


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