Día 18. Llegamos a Osaka, meditación Zazen y danza Bon
Es el momento de contaros más sobre cómo llegué, al fin, a Osaka y me uní a los demás campistas del Club Lions. Todo esto ocurrió el 18 de julio.
La mañana siguiente a la fuerte lluvia y al tifón me desperté sobre las 5 a. m., como habíamos quedado el día anterior. Estaba de vuelta en casa de la familia Ishikura y se suponía que debía ir a Osaka a reunirme, al fin, con el resto de campistas. El campamento juvenil del club Lions comenzó el día anterior pero como las carreteras y todos los medios de transporte iban a estar inhabilitados durante dos días, no pudimos salir de Gobo.
Después de desayunar aún no tenía ni idea de si iríamos en tren o en coche. Entonces mamá Mieko me dijo (y me demostró) que iríamos en coche. ¡Genial! ¿Y quién iba a conducir? ¿Ishikura-san? No, mamá Mieko. El señor Ishikura no podía conducir por el restaurante, pero fue le primero en decir "¡Osaka campu, Osaka campu, quick, quick! ". Ya tenía todas mis cosas listas junto a la puerta y me dirigí hacia el coche. Nuestra mascota Mitsa vino también a decir adiós.
Por suerte no estaba lloviendo. Me metí en el coche, me senté junto a mamá Mieko en el lado izquierdo y comenzamos el viaje.
Tardamos más de una hora y media en llegar a Osaka; lo que significa que nos quedaban unos 95 km hasta llegar al campamento. El camino que tomamos pasaba por la segunda ciudad más grande de Japón y una de las zonas metropolitanas más grandes del mundo. Como podéis imaginar, tardamos un poco más, sobre todo porque nos perdimos justo antes de encontrar el campamento.
De camino allí tenía curiosidad por ver cómo sería aquella zona. Los restos del tifón o los efectos que aún duraban allí eran la lluvia y las inundaciones. No era peligroso ni murió nadie, pero las carreteras y los carriles estuvieron bloqueados por el agua durante dos sías. Esa mañana habían despejado el agua de las carreteras principales y, aún así, todavía quedaban señales que aconsejaban no usar la autopista. Aún así, nosotros íbamos bastante rápido; como siempre, era divertido y agradable ir con mamá Mieko. A veces no la entendía pero, entonces, simplemente me reía y no había problema. Tuvimos que pasar un par de veces por las carreteras locales, pero volvimos a la autopista y pusimos rumbo, de nuevo a nuestro destino.
Ya estoy un poco cansado de describir la zona de la prefectura de Wakayama así que pasemos a otra cosa. En cuanto llegamos a la ciudad de Izumisano, que es parte de la prefectura de Osaka y una de las últimas ciudades satélite de la zona metropolitana de Osaka, vi, una vez más, el rascacielos que estaba junto a la carretera que llegaba hasta el aeropuerto Osaka KIX, por encima del puente Sky Gate. Pero esta vez no.
Por primera vez, de camino a Osaka me di cuenta de lo grande que es esa zona. Las ciudades y los puertos más grandes en los que había estado hasta ese momento eran Viena, con una población de menos de 2 millones y con unos puertos no tan grandes ni tan desarrollados; Barcelona, que es, en cuanto a población, más pequeña que Viena pero tiene casi el doble de gente en la zona administrativa. Sin embargo, en ese momento me adentraba lentamente en algo mucho más grande. Osaka tiene alrededor de 2, 6 millones de habitantes (alrededor de un millón más que Barcelona) y su zona metropolitana acoge a la increíble cifra de 19 millones de personas. Extraordinario, en mi opinión.
¿Cómo es pasar por una zona en la que vive tantísima gente en 50 km?
No creo que pueda dar una buena respuesta dado que no he estado en toda la zona; aún así, sé que tardamos, al menos, media hora conduciendo por la autopista junto a la costa y los puertos. El paisaje que vi es algo difícil de olvidar y fue algo nuevo para mí. Me pasé el viaje con la cara pegada al cristal y la cámara preparada.
Deben haber, al menos, 35 km de zona industrial a lo largo de la costa, que parecía no tener fin. ¡Y esa es solo la parte que recorrimos! La costa, con las fábricas y los puertos del aeropuerto Osaka KIX hasta Kobe, tenía unos 70 km de largo. Me duele la cabeza al intentar simplemente visualizar la distancia entre las ciudades en Croacia y eso que es todo industrial.
A la derecha se puede observar las zonas satélite como Izumisano (y sus barrios) y Sakai, donde las zonas residenciales son bastante pequeñas, mayormente casas familiares y edificios de 4 o 5 plantas. A lo lejos estaban las montañas, pero, créeme, no mirarás en esa dirección.
A la izquierda está esa zona industrial de 35 km de largo, con miles de embarcaciones, zonas de construcción, grúas... Recuerdo ver miles de almacenes y depósitos de las grandes compañías. Algunas de estas eran Amazon y FedEx. La parte interesante era la de las fábricas y ver lo grande que era todo eso.
Lo que más me impresionó fue cómo consiguieron construir todo esto. Está claro que hace falta tiempo y dinero. Con solo ver las construcciones te sientes pequeño. Además, si hubiera alguna explosión, creo que la mitad de la ciudad acabaría destruida y en llamas debido a la reacción en cadena. Espero que algo así no pase, claro.
Pasamos por varios puentes y por cerca de 10 de esas enormes plataformas e islas conectadas con la ciudad por varios puentes.. El caso es que la autopista está muy pegada a todo esto y cuando coges una curva hacia el norte puedes ver toda la zona del sureste y del aeropuerto KIX. EL rascacielos que hay allí parece una hormiga.
Hablando de las autopistas, otra cosa que me pareció curiosa fue que, muy a menudo, una autopista concurre por encima o por debajo de otra. Varias veces pasamos por un punto de varias direcciones y fue una locura.
¿Qué más vale la pena mencionar antes de entrar a la ciudad? Había varios puentes blancos enormes por encima de los ríos o de las zonas en las que el mar se adentraba en tierra firme. Una vez más, las vistas eran geniales. Ah, y olvidaba añadir que el otro lado de la costa no era visible.
Entramos a Osaka
Bien, ¡llegamos a la ciudad y a los rascacielos! Pero antes teníamos que salir de la autopista principal y encontrar una de las carreteras locales más grandes que iba por debajo de la autopista y en dirección a la ciudad. Me perdí un poco en esta parte con el mapa, pero sé que llegamos relativamente rápido a las calles normales. También habían autovías pero no tuvimos que usarlas. Mamá Mieko usó el GPS para llegar y yo no hacía más que preguntarme si, incluso a los habitantes de Osaka, no les costaba encontrar los lugares u orientarse en una ciudad así, sin ayuda del GPS.
Se suponía que llegaríamos a nuestro destino en unos 10-15 minutos. Estábamos rodeados de rascacielos y enormes edificios pero la experiencia y la impresión son mucho mejores cuando estás en la autovía, a 10-20 metros por encima del suelo y tienes más espacio para observar el paisaje urbano.
De todas formas, pude seguir con mi hobby favorito mientras íbamos por la carretera en las zonas más espaciosas, es decir, observar las calles, hacer fotografías de todo y saludar a los peatones, que me devolvían el saludo.
Las calles estaban relativamente abarrotadas, no demasiado, sinceramente. Había muchos tipos distintos de personas cuando te parabas a observar su atuendo. Gente de negocios, estudiantes, gente normal... Mucha gente iba en bicicleta y eso me pareció genial. Imagino que acabaría volviéndome loco si tuviera que ir en coche allí. Decidí documentarme un poco con vídeos y estas son algunos lugares de la ciudad. Como podéis observar, hay muchos ciclistas y sus correspondientes caminos. Me fijé en que algunas personas llevaban paraguas mientras montaban en bicicleta.
Mientras conducíamos por esos barrios no parecía que estuviéramos en Osaka o en una ciudad con varios millones de habitantes. Viendo el vídeo habría dicho que estaba en algún lugar como Wakayama; y, como mis amigos, estaba esperando ver Transformers por todas partes, pero no, no todo es futurista ni hay objetos sobrevolando los coches.
Conforme nos acercábamos a nuestro destino, iba aumentando mi emoción. Este era mi tercer campamento con Lions e iba a hacer muchos nuevos amigos y a pasarlo genial los próximos días. Sin embargo, no conseguíamos encontrar la entrada al aparcamiento de un hotel que pasamos, así que dimos dos o tres vueltas por las calles de alrededor hasta que, por fin, lo encontramos. Mamá Mieko tuvo que llamar a los organizadores del campamento y fue divertido seguir la conversación a pesar de que no entendía nada, pero me encantaban sus reacciones.
Hora de conocer a los otros campistas y de dirigirnos a la estación de tren
Muy bien, llegamos al aparcamiento, donde un hombre nos estaba esperando. Al parecer, uno de los jefes del campamento era el que iba a ayudarnos y, además, también hablaba inglés. En cuanto nos encontramos con él y nos presentamos, me di cuenta de que se acercaba un autobús. Él dijo que era el nuestro y que era el momento de unirme a ellos. Me despedí de mamá Mieko y le prometí que nos veríamos pronto; ella habló un poco con el señor Toru y después se marchó de vuelta a Gobo.
Mientras me dirigía al autobús me fijé en que el resto de campistas se acercaban con maletas de distintos tamaños, llenas de comida y otras cosas, y no necesitaban ayuda. Conocí a unos cuantos antes de subir al autobús pero aún estaba confuso y me di cuenta de que me faltaba algo, más concretamente, mi carné para el campamento y las actividades. Por suerte, solo traía conmigo una maleta; las normas del campamento permitían solo dos maletas debido al continuo desplazamiento.
Había una persona a la que ya conocía, un amigo de Mongolia. Aún así, no me preocupaba demasiado el resto, solo necesitaría un poco de tiempo para empezar a distinguirlos a todos y recordar sus nombres. Nos subimos al autobús sin saber a dónde nos dirigíamos.
Me senté en la parte de delante, justo detrás de los consejeros o asistentes del campamento, los estudiantes japoneses de nuestra misma edad. Creo que yo era incluso más mayor que ellos, y eso que eran 17 en total, aunque no viajaban todos juntos. Me enteré de todo eso cuando le pregunté a la pareja de delante quiénes eran y qué hacían allí.
Me dieron el programa del campamento y me puse a comprobar al resto de participantes. Esta vez no había nadie del "barrio" (países de la antigua Yugoslavia) así que no pudimos entendernos más que con el inglés. Aún así, el grupo era realmente diverso y eso me pareció genial. Me preguntaba quién se convertiría en mi nuevo mejor amigo o quiénes acabarían siendo mis amigos, y si todo saldría bien. Al final, no hubo ningún problema.
Mientras estaba allí sentado hablando con los demás, me pidieron que me presentara a los demás con el micrófono, y eso es lo que hice.
De vuelta a nuestra historia. Estuvimos en la carretera durante 15 minutos hacia la estación de tren, puesto que el programa decía que íbamos a practicar la meditación Zazen en un templo sobre las 10 en punto. En cuanto paramos, cogí mis cosas (y las bebidas que llevábamos) y saqué mi cámara analógica. Hay que estar preparado.
No recuerdo el nombre de la estación; por desgracia, no recuerdo mucho (es lo que tiene estar ocupado conociendo gente) pero esta parecía bastante sencilla. No es lo que esperas si piensas en las películas con trenes de alta tecnología. Era algo más bien modesto. Bajamos las escaleras y dimos un par de vueltas hasta llegar a la plataforma. Yo me dediqué a recoger cada panfleto que encontraba.
El trayecto en el tren y el camino al templo
Llegamos, incluso, a entrar en la parada de tren equivocada; fue gracioso porque tuvimos que correr hasta la otra punta de la estación para coger el nuestro. Hablando de la estación de tren, algo parecido podría ser el metro de Viena, cerca de Schönburnn. En realidad, esto era algo así como su metro, o más bien su tren de cercanías. Aunque nunca estuvimos bajo tierra así que sí, era el tren de cercanías, incluso los lugares por los que pasaba lo sugerían.
La estación de tren me recordaba un poco a la estación de metro vietnamita (por encima del suelo) pero el interior era mucho más parecido al metro húngaro de Budapest. Los asientos del vagón estaban puestos de forma que estaban cara a cara..
Desde las ventanas podíamos ver, sobre todo, casas por toda la zona. Parecía que atravesábamos una zona como Gobo, una vez más, relativamente alejada del centro y más cerca de las montañas.
Aproveché la oportunidad para conocer a los demás. Lo gracioso fue, cuando estaban grabando el recorrido y me preguntaron cuál era el propósito de mi viaje, yo respondí "oh, pues tengo un blog, ¿sabéis? " y aquí estamos.
Después de 10 minutos de viaje llegamos a la estación, en algún lugar indómito (o eso parecía en un principio). Lo siguiente fue recorrer las calles y la colina hasta el templo en el que se suponía que íbamos a practicar el Zazen.
Tardamos unos 10-12 minutos en llegar desde la estación de tren. Primero teníamos que pasar por la hierba (siguiendo el camino, claro) que estaba junto a las vías. Parecía que apenas pasaban los trenes por allí. Pero, de hecho, uno estaba pasando así que tuvimos que llevar cuidad al cruzar las vías. Una vez al otro lado, el camino comienza a subir por la colina.
Para resumir un poco, llegamos y había un aparcamiento en frente del templo.
No lo recuerdo todo pero el complejo parecía casi igual que el de Dojo-ji. No sé cómo de grande era el recinto. Nos dirigimos hacia la entrada donde vimos unas esculturas que, al principio, parecían lápidas, pero eso no tendría sentido. El patio que había frente a las puertas estaba lleno de vegetación, arbustos y árboles. Siguiendo las baldosas de piedra llegamos al templo, donde el monje nos estaba esperando.
Practicar Zazen
Antes de entrar al templo nos pidieron amablemente que nos quitáramos los zapatos y los dejáramos en los escalones de madera del templo, para, así, mantener el interior limpio. A mí me pareció completamente bien.
Una vez dentro te encuentras en una habitación pequeña que es probablemente el vestíbulo. Allí nos dieron unos panfletos en inglés con las instrucciones básicas para realizar el ritual y la práctica Zazen. Pasemos al gran vestíbulo.
Esta habitación o vestíbulo era muy grande y espaciosa. Estaba pensada para practicar el Zazen puesto que había muchas colchonetas esperándonos en el suelo, junto a los cojines negros para sentarnos. La habitación tenía alrededor de un muro algo como un altar en el que predominaban los colores dorado, rojo y negro. También había un pasadizo o un pasillo detrás, pero no podíamos ir por ahí. A su izquierda estaba el gran bol negro que, probablemente, servía para lo mismo que el que había frente al templo de Dojo-ji, en el que se pueden encender velas.
Además, estaba lleno de ventanas por, al menos, dos lados, por lo que el sol inundaba la habitación de luz. Todo esto parecía muy típico japonés o puede que de Asia oriental, dirían algunos. El interior tradicional cuyos muros estaban pintados de blanco con tablas de madera para mantener la estructura y con propósitos de decoración y estilo arquitectónico.
Antes de que empezara todo, aún estábamos caminando por toda esa zona y hablando entre nosotros. Aquí conocí a mucha gente que sentía curiosidad sobre mí y me preguntaban el típico "¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? " y, solo para divertirme, le dije a cada persona una cosa distinta al contestar a las preguntas.
El monje llegó con un intérprete y nos dijo que buscáramos un sitio y nos sentáramos en los cojines. Cada uno de nosotros llevaba la guía en la mano y el monje empezó a comentarnos, más o menos, en qué consistía. El intérprete tuvo algún problema para explicar las distintas partes porque incluso el monje intentaba encontrar las palabras adecuadas. El caso es que el concepto del Zazen puede resultar un poco confuso y abstractos.
Para simplificarlo, la cuestión de la meditación Zazen no es pensar en algo, pero tampoco es quedarte en la nada, con la mirada perdida en un punto concreto. El Zazen es un estado de la mente y del cuerpo en el que te haces uno con el Zen. Cuando eres uno contigo mismo y te deshaces de todos los problemas y los pensamientos pero aún eres consciente. ¿Confuso? No me extraña. Creo que la mitad de la gente estaba allí con una expresión tipo "¿pero qué...? ".
En cuanto vuelva a tener el panfleto lo escanearé para que podáis verlo. De momento podéis leer un poco de lo que decía en mi artículo anterior.
Toda la práctica duró unos 30-40 minutos, o al menos eso se suponía.
El primer problema que todo el mundo tuvo fue intentar sentarse adecuadamente. Acabó siendo imposible y tendríamos que haber roto las leyes de la física. Excepto el monje. Acabamos encontrando una alternativa aceptable, poner una pierna sobre la otra (lo ideal, por otro lado, habría sido poner ambas piernas una encima de la otra mientras estamos sentados; pero no sé cómo).
El siguiente paso es adoptar una postura muy vertical mientras estás sentado, haciendo un ángulo de 90 grados con la espalda. El monje solía darse vueltas, intentando corregir las posturas de los demás a base de apoyar un palo a lo largo de su espalda y hasta los hombros. Tuve suerte de ser de lo más normal en esta ocasión y evitar ese momento embarazoso (no tanto embarazoso como lo gracioso que resultaba para los demás, aún así nadie quería ser el payaso).
Después de eso tienes que poner las manos en la postura adecuada. La palma derecha debajo de la izquierda; y mientras estás sentado, así que tienes que mantener la mirada en un ángulo de 45 grados y en un punto fijo del suelo, prestando atención para no perderte en tus pensamientos, quedarte dormido, perder la concentración o dejar la mirada perdida. Suena complicado; y lo es.
El monje quería que nos quedáramos en esa posición durante 10 minutos y nos explicó que iba a pasar por cada uno de nosotros y nos iba a pegar con el palo. Hizo una demostración con el intérprete, lo que a todos nos pareció bastante gracioso (aunque entendimos que se trataba de una parte seria del ritual), sobre todo porque golpeó con bastante fuerza y todos pudimos oír el sonido. La verdad es que también nos asustamos un poco (bueno, bastante) porque no sabíamos si dolería. Todos empezamos a mirarnos entre nosotros sin tener muy claro qué pensar.
El moje empezó por el principio de la fila de la izquierda y fue en zig-zag. Aún tuvo que corregir un par de posturas y la imagen del palo detrás de alguien, como si fuera una regula, resultaba bastante graciosa. A veces resultaba difícil aguantar la risa.
A pesar de que intenté mantener la concentración y no pensar en otras cosas, a estas alturas era imposible no escuchar el sonido del golpe en el hombro de alguien y las risas silenciosas de los demás. Resultaba especialmente complicado (e incluso ahora me hace reír) cuando golpeaba a alguien tan fuerte que parecía que iba a romperse por la mitad. Otros golpes eran más suaves.
Cuando, finalmente, llegó mi turno yo solo podía esperar el golpe mientras me preguntaba si me dolería. Por suerte, me tocó uno de los "golpes suaves" en mi hombro derecho, así que, al final, no fue tan malo. La compañera que estaba sentado a mi lado tuvo la misma suerte, pero la persona a su lado fue golpeada como si así pagara por todos los pecados de su vida.
Cuando hubo golpeado a todo el mundo tuvimos que esperar unos minutos y, después, nos comunicó que la práctica había terminado y que todos la habíamos superado. Yo creo que fue un poco menos intensa que la práctica habitual pero, aún así, fue una experiencia divertida.
Formamos varias filas alrededor del monje (yo me senté a su lado) todos frente al altar y llegó el momento de la foto en grupo.
Le dimos las gracias al señor Monje y al intérprete por la actividad, salimos a recoger nuestros zapatos y nos pusimos en marcha hacia la estación.
Ya eran las 11. 30 a. m. cuando bajamos por las calles en dirección a la estación y el clima era cálido y húmedo. También empezábamos a tener hambre así que decidimos ir a comer.
El trayecto en autobús hasta el hotel y la comida
Una vez de vuelta en la estación nos encontrábamos en una especie de plaza y lo que tocaba ahora era buscar nuestro autobús. Ni siquiera entonces sabía donde estábamos.
El trayecto en autobús duró otros 10 minutos y llegamos a un lugar nuevo. El edificio parecía un gran complejo que constaba de varios vestíbulos. En realidad, estábamos en el gimnasio Yao y en un instituto.
Entramos en el edificio moderno que resultó ser realmente grande. La entrada tenía unas puertas correderas muy grandes y el vestíbulo era simplemente enorme. Subimos por las escaleras al segundo piso y el lugar en el que íbamos a comer.
Pasamos por varios pasillos y entramos en una habitación que parecía sacada de un sueño. Había varias mesas grandes, para unas 6 personas y con un montón de espacio para todos en la mesa. Detrás de las mesas y junto a las ventanas estaba el buffet con distintos tipos de comidas y unas salsas maravillosas. Tenía tanta hambre que empecé a echar comida en el plato. Cogí mucho arroz, gambas y algo de carne, patatas, ensalada, etc. Me quedé llenísimo al terminar, incluso puede que cogiera más comida de la que era capaz de comer. De todas formas, fue fantástico. Me senté con mi amigo de Mongolia y los jefes de campamento se nos unieron así que tuve la oportunidad de conocerlos a todos mejor.
Torneo de saltar a la comba
Lo siguiente fue ir al gimnasio del instituto y jugar a algunos juegos. Desde mi punto de vista, esta no fue una idea demasiado buena, ya que me sentía como si fuera a explotar después de todo lo que había comido; y mucha gente compartía mi opinión. Aún así, tuve la oportunidad de explorar los aseos japoneses, que eran bastante modernos y no me desagradaron nada todos esos botones alrededor del retrete.
Bajamos las escaleras hacia un enorme vestíbulo y caminamos hasta llegar el centro. Allí había varios estantes de madera, para abastecer al menos a cientos de estudiantes y dejamos allí nuestros zapatos. Fuimos caminando por el suelo limpio con nuestros calcetines, hacia el salón.
El salón era, básicamente, como cualquier otro salón de un instituto, puede que un poco más grande. O, también, puede que fuera por los años que hacía que no entraba a un gimnasio antes de ese. Además no estábamos solos, había unos estudiantes japoneses entrenando. Nos sentamos en las sillas que había junto a las paredes y los vimos saltar.
Como el equipamiento principal allí eran cuerdas para saltar, nos dieron a cada uno una roja (que luego nos dieron como regalo, pero, por desgracia, tuve que dejarla en Japón porque no me cabía en la maleta). Ocupamos la mitad del gimnasio y empezamos a... hacer algo. Como yo ya había hecho todo eso en el colegio, para mí fue solo cuestión de repetir algunas cosas como dar una o dos vueltas en un salto, cambiar la dirección de la cuerda, y lo último fue hacer una X con la cuerda. El nivel más complicado era el de dar dos vueltas a la comba en un solo salto y cruzar las manos. Tuve que llevar cuidado de no golpearme a mí mismo en la cara y las gafas con la cuerda. Pero podéis estar seguros de que la mayoría nos golpeamos en el culete varias veces.
El problema de este entrenamiento y juego es que te cansa muy rápido, y lo único que teníamos (puede que el error fuera mio por elegir eso) era té verde embotellado. Decidí esperar a que llegara el agua.
Mientras nosotros saltábamos allí, los mejores estudiantes del instituto japonés (algunos ya eran universitarios), un equipo de 4 o 5 chicos y chicas, hacían una locura de acrobacias. Si yo intentara algo de lo que estaban haciendo habría acabado en el hospital.
Un poco después empezaron a sacar la cuerda más larga que haya existido y formaron una comba de 10-14 metros en la que tenías que saltar al menos 6 veces para llegar a la otra punta; y todo eso corriendo. No todos querían pasar por ahí, algunos preferían practicar por su cuenta o en grupos de dos o tres (el problema era siempre encontrar el momento adecuado para entrar o salir del grupo).
Al principio, los estudiantes japoneses se pusieron a hacer una demostración de sus habilidades mientras saltaban. Solo conocía a uno de ellos, que había se teñido el pelo y parecía Son-Goku. Le dije eso y él se alegró; el resto de nosotros hicimos dos grupos a cada lado de la cuerda y empezamos a saltar, solos y por parejas.
En ese momento empecé a recordar mejor a algunos campistas como Roberto, el chico mexicano que no se quitó los calcetines y acabó resbalando y cayendo sobre su trasero cuando intentaba saltar la cuerda larga. Me puse un par de veces solo y también en pareja con varias personas, incluyendo a Son-Goku. Sin embargo, cuando intenté hacer algún truco por mi cuenta acabé cayéndome también cuando intentaba llegar al final... y salí rodando de allí.
Poco después se terminó la diversión y nos reunimos porque iba a comenzar una parte más oficial, y los miembros del Club Lions iban a dar un pequeño discurso. Una vez más, vimos el espectáculo de los estudiantes japoneses y nos presentamos todos delante del campamento, dijimos nuestro nombre y nuestro país.
Después de sentarnos a descansar un poco, decidimos volver al (nuevo) hotel. Tardamos dos horas y media en llegar y, durante ese tiempo, lo pasamos genial.
El Gran Hotel Yao y la preparación para la danza Bon
El nuevo hotel tenía muy buena pinta. Mientras esperábamos en el vestíbulo nos dieron las llaves de nuestras habitaciones y los nombres de la gente con la que íbamos a pasar la noche. Estábamos alojados en la cuarta planta y teníamos la opción de usar el ascensor y las escaleras. Como en nuestra habitación solo había chicos decidimos usar las escaleras. Y, por supuesto, acabamos perdiéndonos en otro piso.
Primera vez en un hotel japonés. Todo sobre nuestra habitación
Esta era mi primera vez en un hotel japonés así que tenía curiosidad sobre las habitaciones. Como no conocía a los demás (ni siquiera al equipo del campamento) fui algo más prudente con mi comportamiento. Más tarde todos acabamos relajándonos, puede que algo más de lo esperado.
Ahora las habitaciones. Nuestra habitación era bastante grande y era un ejemplo más de lo que se podría considerar un hotel tradicional. La habitación, o más bien, el espacio, estaba dividida en varias partes. Las más grandes, más o menos del mismo tamaño, eran, una con una mesita y cojines para sentarte y, la otra, con los sacos de dormir y la salida al balcón.
Éramos 4 chicos y había dos sacos de dormir puestos uno frente al otro; además, cada habitación tenía también un aparato de aire acondicionado.
Respecto al aseo y al baño, ambos eran zonas muy pequeñas en las que, especialmente, el cuarto del retrete era bastante estrecho. Tuve algún que otro problema con mis piernas mientras me sentaba en el retrete y acabé pegado a la pared. Estoy seguro de que los chicos más altos tuvieron más problemas aún. Otro problema, aunque esta vez temporal, llegó cuando la cisterna decidió no funcionar y empezó a cundir el pánico.
El aseo tenía el lavabo y una bañera con una larga cortina para proteger la otra mitad del espacio de la ducha. Tampoco teníamos que preocuparnos por las toallas porque cada habitación tenía una encima de cada cama.
Después de dejar a un lado nuestro equipaje, decidimos el orden para ducharnos y luego empezamos a pasear por los pasillos porque aún nos quedaba media hora para que empezara la ceremonia y el festival de danza Bon.
La cena y el festival de danza Bon
Al pasear por los pasillos puedes ver sofás y algunas máquinas expendedoras con cientos de bebidas en lata. Cuando faltaban 5 minutos para reunirnos frente al vestíbulo echamos a correr por las escaleras para llegar los primeros. Otra vez en el primer piso, encontramos una tienda que vendía ropa y zapatos sencillos, además de tartas. Parece que en Japón es natural tener tiendas dentro de los hoteles. Algunas (incluso esta) parecía que las habían sacado del mercado local y las habían puesto en el hotel.
Mientras nosotros descubríamos las ofertas, llegó el resto del campamento, junto con los jefes de campamento. En cuanto nos vieron con nuestra ropa de diario y nuestras chanclas tuvimos que subir corriendo a ponernos los polos blancos y algo de ropa más "formal" o "ceremonial". Cogí mis zapatos esperando que fuera suficiente. Fuimos los primeros en bajar y los últimos en llegar al vestíbulo.
Fuimos al segundo piso, junto a la cocina, y nos pusimos a esperar hasta que entramos en una gran sala. No tenía ni idea de qué iba a pasar ni qué se suponía que teníamos que hacer. Esa era mi primera tarde con los campistas y los jefes de campamento y aún tenía que conocer a todos y descubrir qué tipo de ambiente había. ¡Llegó el momento de entrar!
¡Wow! Era una habitación realmente grande, con varias mesas llenas de comida que nos hacía la boca agua. Junto a las puertas, los organizadores preparaban la mesa con las bebidas, incluyendo refrescos y algo más japonés, como té verde.
Antes de empezar nos sentamos en grupos de 3 o 4 alrededor de las mesas. El Club Lions de Osaka y el resto de clubs estaban sentados detrás, al final de la gran mesa; esta sala tenía también un escenario con todo el equipamiento para la banda; solo que era para la música del Festival Bon, con unos tambores tradicionales.
Mientras nosotros estábamos allí sentados, había gente hablando tanto inglés como japonés en el escenario. No recuerdo mucho pero probablemente nos daban la bienvenida a Osaka, nos deseaban una buena estancia y que disfrutáramos de Japón. ¡Yo desde luego que lo hice! Antes de que empezara la danza Bon también nos dieron un mapa, un papel fino y grande que, al principio, parecía más bien un pañuelo, pero resultó ser un papel lleno casi al completo con un texto en japonés. Me preguntaba qué sentido tenía eso y qué decía el texto. Al parecer, tenía algo que ver con los luchadores de sumo. Pero no se recrearon demasiado con la explicación. Otra cosa por la que todos esperamos fue el abanico con unos símbolos impresos. Nos ayudó mucho, y no solo esa tarde (cuando acabamos sudando de tanto bailar), sino también otros días. Tengo que admitir que los que están hechos en Japón son bastante grandes y producen bastante aire cuando los usas. Lo malo es que cuando dejas de abanicar, desaparece la magia y vuelves a sentir que mueres de calor.
Lo que puede que más nos interesara era empezar a comer. Una vez que nos dieron permiso para empezar, ocupamos la mesa central y empezamos a colocar esa maravillosa comida en nuestros platos. Patatas, pollo, cangrejos fritos, ensalada, arroz, galletas, tartas y bebidas para todos... definitivamente fue una tarde muy agradable. Después de estar en Japón me he vuelto loco por la salsa de soja japonesa y por otras especias que se mezclan con el arroz, la carne y la ensalada. Mientras comía sushi en Viena, al probarlo fue como si volviera a estar en Japón. A pesar de que el libro de Marcel Proust, Combray, me resultó algo aburrido puede que haya algo de verdad respecto a las galletas Madelaine (o, en mi caso, la tempura de maguro/gohan/ebi) y lo de que despiertan recuerdos de un lugar y un momento al comerlas.
Muy bien, ahora de hablar de lo importante.
El Bon-odori y una tarde maravillosa
Después de quedarnos bien satisfechos con la cena, nos dijeron que estaba a punto de empezar el festival, o más bien, el espectáculo. Preparé mi cámara (podréis ver los vídeos, de nada) y la música empezó.
La banda ya estaba en el escenario; cinco tipos con un kimono blanco y tocando los tambores. Tres o cuatro de ellos tenían los tambores sujetos al cuello y al pecho y golpeaban cada lado con dos palos, uno de ellos tocaba el tambor que había en el escenario de madera y que me recordó al tambor djembe que solía tocar. Algo que me llamó la atención es que casi todos llevaban una cinta blanca atada a la frente. Detrás del escenario había una tela larga roja y blanca, pero no sé cuál era su significado. La música, los golpes, hacían que todos se movieran y golpearan la mesa con los dedos. Como yo había tocado los tambores djembe sentí un deseo repentino de subirme al escenario con otro tambor y acompañarles.
Aquellos tipos tocaron durante un minuto hasta que unas mujeres con kimono y un sombrero triangular amarillo entraron en la habitación bailando una detrás de otra. Todo se volvió más interesante. Ese era el principio de la danza Bon, o al menos uno de sus estilos. El movimiento característico era agitar las manos a la izquierda y a la derecha, arriba y abajo, observando cada paso y moviendo también la cabeza. Le danza bon... un momento, no sabéis cómo es en realidad la danza bon, ¿verdad?
La danza Bon (o "Bon-odori", como dirían en Japón) y su festival es una de las cosas más populares y más extendidas en Japón. Nos dijeron que se celebraba desde hacía varios siglos. Aunque no visitamos ningún festival fuera de la ciudad, sí que aprendimos algunos pasos y disfrutamos del espectáculo del Bon-odori. El festival en sí se refiere a la costumbre budista (en Japón) de honrar a los espíritus de nuestros ancestros. Podría compararse con la festividad del Día de Todos los Santos (o Halloween), el primer día de noviembre. Las familias se reúnen y visitan las tumbas de sus ancestros. En Japón también tiene algo que ver con los espíritus de los ancestros que visitan, entonces, los altares en las casas. En otro artículo comenté que vi altares en muchas de las casas que visité, sobre todo en las familias o casa más tradicionales, o en las de los más ancianos. En cuanto la duración el festival dura tres días y como estábamos en la región de Kansai íbamos a disfrutar del último día del festival (del 15 al 18).
Las mujeres llevaban un kimono rosa, blanco y azul, y el "equipo" estaba formado tanto por jóvenes como por mayores (ancianas). Debo admitir que los sombreros eran bastante extraños, al menos para mí. Nunca los había visto antes y, por desgracia, una de las primeras cosas con las que los asocié fue Pyramid Head. Los sombreros eran probablemente un círculo en su base, doblado por la mitad en el centro y luego se coloca en la cabeza haciéndolo parecer un triángulo extraño, o incluso un melón (pero uno amarillo que no te comes).
Los grabé durante un minuto o dos bailando y podéis ver el vídeo (y puede que aprender los pasos) aquí.
Cuando las señoras terminaron su baile se hicieron a un lado y dejaron pasar al siguiente grupo. Les aplaudimos y vimos como ahora se acercaban varios tipos en kimonos azules, pantalones blancos y la cinta blanca en la cabeza. Al principio parecían listos para montar una fiesta con ropa hawaiana, solo les faltaban los collares de flores. Estos tipos parecían incluso más "gangsta" con los movimientos que hacían, agachándose y bailando al mismo tiempo. Esto también duró unos cuantos minutos y después se retiraron.
Las mujeres volvieron y empezaron a moverse lentamente alrededor de las mesas bailando e invitándonos a acompañarlas. ¡Desde luego, lo hicimos!
Los miembros del Club Lions nos trajeron unas cajas con los kimonos blancos para que los que quisieran se los pusieran. Yo decidí coger uno inmediatamente. ¿Por qué no?
La gran fila de gente llenaba toda la habitación y empezamos a movernos por la habitación lentamente, intentando aprender los pasos al mismo tiempo. El grupo al completo estaba formado, ahora, por las señoras japonesas, los jefes de campamento y los asistentes del Club Lions y nosotros, los campistas. Algunos eran algo más tímidos o tenían algún problema para seguir los pasos. Yo suelo encontrarme en este último grupo cuando me pongo a pensar demasiado y a analizar qué y cómo lo hago en vez de, simplemente, hacerlo. En realidad, en ambos casos yo fallaba y seguí repitiendo los pasos incorrectos durante al menos media hora.
Tengo que admitir que disfruté mucho bailando y escuchando la música. Al principio estaba entre aquellas señoras ancianas que simplemente sonreían todo el rato o con cualquier otro campista que no paraba de mirar a todas partes intentando de forma desesperada pillar los pasos. Al final lo conseguí. Hay que llevar cuidado de no perderse y "salirse del sistema" inventando nuevos movimientos o ritmos que puedas tener en la cabeza. Por supuesto, es algo que a mí me pasó cuando me puse a hacer palmas antes que los demás y me sentí un poco tonto.
¿Quieres aprender los pasos? Es difícil describirlo y, desde luego, no tiene sentido a no ser que estés viendo a alguien haciéndolo. Yo recomiendo ver este vídeo. Lo que hacíamos era intentar mover las manos arriba, primero a la derecha y luego a la izquierda y hacer dos círculos moviendo las manos. Luego cambias en dos círculos hacia abajo y a la izquierda y luego un círculo hacia la izquierda. Aún no estoy del todo seguro de una de las partes (y varias veces me equivoqué), cuando llega el final y se supone que se hacen palmas. Se hace cuatro veces, cambiando, ahora con ambas manos a la derecha y a la izquierda, pero sin hacer círculos. Luego las dos manos se mueven juntas, hacen un círculo y terminan a la derecha, un poco por encima de la cabeza; una pequeña pausa y aplaudimos dos veces. Eso es todo. No suena mal, ¿verdad? Mejor que veáis el vídeo, se me da muy mal explicarme.
El problema de es que te cansas rápido y, después de varios círculos, dejas de sentir las piernas. Como este baile requiere hacer pasos pequeños con ambos pies y agachar el cuerpo, la postura acaba cansando mucho; y prueba ahora a andar así durante 15-20 minutos. Suena divertido pero la verdad es que te acabas sintiendo como si alguien te hubiera golpeado con un bate de béisbol.
Al final, todos aprendimos a bailar y acabamos necesitando un descanso. Después de un gran aplauso nos apresuramos a beber algo y llegó el momento de la foto en grupo. Incluso había una mascota del Club Lions (o simplemente alguien que llevaba un disfraz de un león) vestido también con un kimono así que nos hicimos una foto todos juntos.
El final de la tarde consistió en las nominaciones al final del programa. Todos nos sentamos en nuestras mesas, muy cansados, y escuchamos al equipo del Club Lions hablar desde el escenario. Querían agradecernos nuestra participación y el haber aprendido un poco más sobre sus costumbres. Después dijeron que habían observado a varias personas que hicieron un muy buen trabajo, inmersos en el baile. Los ganadores se llevarían un kimono especial como premio y recuerdo de esta tarde. El mejor bailarín de la noche fue Gregoire de Bélgica, y el resto de los diplomas fueron para Beatriz de España y Gabrielle de Estados Unidos.
La fiesta ya había terminado y nos dejaron en la sala. Como nos daba pena dejar todas las botellas de zumo en la mesa, nos llevamos algunas a las habitaciones.
Planes para el día siguiente
(Esta es la vista desde nuestro balcón de la zona sur de Osaka... o más bien de las ciudades satélite)
Volvimos a nuestras habitaciones y tardamos una hora más en dormirnos. Yo aún tenía problemas con mi nariz así que intenté evitar el aire acondicionado, pero sin él casi nos morimos. Dormí por primera vez en ese tipo de colchón en el suelo, en un hotel, y la verdad es que fue bastante cómodo. Teníamos muchas mantas y almohadas. El problema estaba en las ventanas del balcón. En realidad, tienen su propia historia.
Las ventanas o más bien las paredes móviles eran muy transparentes en lo que se refiere a tapar la luz del sol. Incluso cuando apagamos las luces se podía ver la luz de las calles. Yo soy de ese tipo de persona que necesita oscuridad total para dormir, no era algo que esperaba que llegara fácilmente. Aun que ahora, después de 5 meses en Australia, ya me he acostumbrado. Pero levantarse casi con el amanecer... Aquí pasó casi lo mismo, fui de los primeros en despertarme.
¿Qué íbamos a hacer la mañana siguiente? Íbamos a hacer un viaje de 6 horas a... ¡Hiroshima! (puedes leer más de nuestro viaje a Hiroshima y el Centro Memorial de la Paz aquí) No podía estar más ilusionado. Y entonces me quedé dormido. ¡Buenas noches!
Gracias por leer.
Todos los derechos de las fotos para el Club Lions Osaka y para los consejeros del Club Lions.
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