La auténtica Semana Santa
Esta fiesta religiosa, que se celebra la semana anterior al domingo de Pascua, conmemora la pasión y la muerte de Jesucristo. Es aún más impresionante para los extranjeros como yo que nunca lo han visto antes. Aunque es una fiesta española, las procesiones más importantes tienen lugar en el sur de España.
La primera que vi fue en Murcia el 31 de marzo de 2015. A lo largo del día pasaban procesiones por las calles, bajo los ojos de creyentes o curiosos que venían a verlas. Las carreteras estaban bloqueadas y las sillas, por las que había que pagar para sentarse, estaban en el lugar idóneo para ver la procesión. Cientos de personas caminaban paso a paso, vestidas con sus trajes morados y blancos, hasta esconder sus rostros, seguidas por la orquesta que los guiaba con el sonido del tambor. Finalmente, llegan los que llevan "el paso" representando una cruz con multitud de ornamentos a su alrededor. Ya estaba impresionada por el hecho de que estos hombres, bajo el calor de sus ropas, llevaran ese trono sobre sus hombros, pero aún estaba lejos de imaginar que vería algo mucho peor. Después, los que desfilaban de blanco y negro continuaron con la representación de la virgen.
Mi camino de la Semana Santa continuó hasta Granada. Con todavía más gente en las calles y más dificultades para moverse. Desafortunadamente, nos quedamos a 20 minutos del centro e íbamos en coche, así que no esperábamos que esto pasara. Sin embargo, finalmente llegó el momento en que la magia persistió. Planeamos mirar la procesión sobre una colina, nos quedamos atrapadas en los embotellamientos de la multitud. El sonido de la guitarra que acompañaba al cantaor consiguió callar a ese público con gran asombro.
Pero fue en Málaga donde más me sorprendió. No importa donde fuéramos, las procesiones nos seguían. Mientras mi familia y yo estábamos comiendo tranquilamente en un restaurante al lado de la ventana, veíamos como la calle iba llenándose. Más tarde la procesión pasó y nos quedamos aturdidos por su grandeza, esta representaba la Última Cena. Casi 200 personas llevaban esas esculturas de varias toneladas, bajo el sufrimiento y las gotas de sudor que corrían por sus rostros. Algunos incluso con los ojos vendados, lo que según nuestra investigación era para agradecer que sus plegarias hayan sido escuchadas. Entonces, una virgen mucho más grande que las otras cruzó con un montón de cirios delante de ella. Estos dos tronos tuvieron que girar en la esquina de este callejón, hacia adelante, hacia atrás, y siempre pensaba lo mismo, ¿cómo lo hacen? Aunque no soy católica ni creyente, esta devoción a esta fiesta religiosa me fascinó. Y me fascinó mucho más cuando me enteré de que había que pagar para poder desfilar, y que era un privilegio arraigado en la cultura.
Finalmente, la última parada en Sevilla, la ciudad que había estado esperando tanto tiempo y que no me decepcionó. Anteriormente me habían dicho que la locura reinaba en Sevilla aquella semana, pero yo soy un poco como santo Tomás, creo lo que veo. Tuvimos la oportunidad de entrar a hurtadillas en la catedral de la Giralda sin pagar, y admirar la procesión de un extremo al otro del edificio. La orquesta que tocaba el himno nacional, por otra parte, permaneció fuera, indudablemente demasiado jovial como para entrar en este lugar tan sagrado. Las vestimentas eran todas negras, los que desfilaban avanzaban por turnos con sus cirios hasta la salida. Incluso con la plaza llena de gente, se abrían paso entre esta multitud. Y así, todo el día hasta altas horas de la noche. Todos los españoles salían para admirar este acontecimiento, vestidos con su 31, corren de una procesión a otra para no perderse ni un segundo.
Para los amantes del viaje y del descubrimiento, este comienzo de primavera en España es esencial para cultivar la riqueza personal.
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