Último día en Italia

El viernes fue nuestro último día en Italia, ya que el sábado estaríamos todo el día en el coche. A veces cuesta mucho ponerse de acuerdo en qué hacer incluso si solo sois cuatro personas. Queríamos subir la montaña, pero también ir a nadar, así que por si acaso lo preparamos todo y cuando vimos el calor que hacía decidimos ir a nadar. Sabíamos que el agua por la zona de Arco iba a estar helada, por lo que fuimos al sur del lago, cerca de la ciudad de Boldino.

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Lo primero fue buscar un aparcamiento gratuito con acceso a la playa. Llegamos a uno que no nos hizo mucha gracia porque la entrada costaba unos 17 euros, mientras que en los demás era gratis, por lo que decidimos ir a otro lugar. Tenía muchas ganas de bañarme porque hacía mucho bochorno. Al final optamos por pagar el aparcamiento con tarjeta, lo cual fue un error porque la máquina estaba rota y unos italianos nos vieron e intentaron ayudarnos. Fueron muy amables, pero tardaron muchísimo porque llamaron al servicio del aparcamiento, tuve que explicarles la situación y acabamos pagando con monedas. Pero bueno, por fin nos pusimos en marcha hacia el lago.

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El agua estaba perfecta. Matej hasta se llevó una colchoneta, pero solo cabían tres personas. Estuvimos en el agua un buen rato. Casi que ese fue mi día favorito porque estábamos allí sin preocuparnos por nada, sin prisa, solo nadando y tomando el sol. Cuando me tumbé en la toalla me dormí, a pesar de los 33 ºC. Pasamos allí unas tres horas, hasta que fue hora de subir a la montaña. Pero resultó que estábamos cansadísimos de estar nadando y ya no teníamos ganas.

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Por eso decidimos subir a un pequeño castillo a disfrutar de las vistas. Es imposible hacer excursiones largas con esa temperatura, pero estaba bien para subir la pequeña colina. El lugar era muy bonito. Había un restaurante y desde allí se veía toda la ciudad de Riva. Ya era tarde, pero pensé que deberíamos hacer algo más, así que intenté convencer a los demás de salir a correr. Parecía que lo iba a conseguir, pero al final nadie quiso excepto Matej, que dijo que él iría patinando. Sonaba bien.

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Por desgracia, no fue tan bien como sonaba. Todavía hacía calor. Empezamos nuestra actividad cerca del castillo y según los mapas la distancia de ese lugar a Arco era de unos seis kilómetros. Por mí bien, normalmente corría 7 u 8. Mara y Lucy se fueron y nosotros emprendimos nuestra vuelta a casa corriendo y patinando. Al principio fue divertido porque Matej tenía que ir por la carretera en vez de por el carril bici. Si hubiera sido yo, me habría matado. Aunque como se le daba bien me centré en correr. Quedaba muchísimo. Hacía tanto calor que a los 10 minutos ya estaba reventada. Qué bochorno hacía. Qué horror. Además, creo que es mejor salir a correr yo sola. Lo bueno es que Matej me dejó su móvil para escuchar música y sorprendentemente conseguimos volver a casa sin morir en el intento.

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Como era nuestra última noche en Arco quisimos cenar en un buen restaurante. Ya os he contado que Arco no es una ciudad demasiado grande. Buscamos restaurantes y Lucy encontró algunos sitios nuevos, así que fuimos hacia allá y vimos algunos buenos. Lo siento, no me acuerdo del nombre del sitio al que fuimos. ¡Esa noche íbamos a tirar la casa por la ventana! De aperitivo nos pedimos un Aperol spritz, menos Matej, que pidió whisky. Aunque todos teníamos ganas de arroz o pasta, al ver el menú acabamos pidiendo pizza. Tenían una variedad enorme. Y con enorme quiero decir enorme. Nunca había visto tantos tipos de pizza. Tenían desde las normales con tomate hasta algunas con nata. Además, con un montón de ingredientes raros. Estuvimos todo el viaje buscando pizza de pera y queso gorgonzola porque Mara se había enamorado de ella en Roma. ¡Y la encontramos!

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Decidimos compartir dos pizzas para probar sabores distintos. La primera era de salami y cebolla. ¡La segunda, nuestra querida pizza de gorgonzola, peras y mascarpone! Estaba buenísima.

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Cuando terminamos, seguíamos con ganas de comer, por lo que pedimos postre. Yo me pedí el Crème Caramel, que es parecido a un flan. Estaba rico y el servicio fue estupendo. Fue una última cena juntos maravillosa.

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Al llegar a casa jugamos al whist, nuestro juego de cartas favorito, y nos fuimos pronto a dormir. Al día siguiente no teníamos mucho tiempo, así que recogimos nuestras cosas y fuimos a por un último helado. Me pedí uno grande para disfrutarlo bien. El de cacahuete se había convertido en mi sabor favorito. Cuando subimos al coche me puse muy triste. El tiempo había pasado volando y teníamos que volver a trabajar al día siguiente. La próxima vez deberíamos planear por lo menos un mes de vacaciones juntos.

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En el coche iba pensando en que hay que disfrutar la vida al máximo. Siempre se puede elegir cuánto tiempo trabajamos y cuánto dedicamos al placer. Antes lo que más me interesaba era encontrar un buen trabajo y ganar mucho dinero. Pero... ¿para qué quiero el dinero si no tengo tiempo para disfrutarlo? Creo que por eso estaba tan contenta durante el Erasmus. Durante ese semestre podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera. No había límites.

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Llegué a la conclusión de que lo más importante para mí era el tiempo que pasaba con mi familia y mis amigos. Sin embargo, también me di cuenta de que no podríamos repetir unas vacaciones así todos juntos porque al día siguiente Marek se iba a Indonesia y para cuando volviera yo estaría en Ámsterdam. Pero ya encontraríamos el modo de vernos. Estuvimos siglos metidos en el coche. Si nos quedábamos parados en un atasco, jugábamos a las cartas, pero tuvimos que parar justo cuando estaba a punto de ganar por primera vez.

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Pero todavía no ha terminado la historia. Tras la semana en Italia estaba muy cansada y tenía pensado ver una película e irme a la cama temprano para estar preparada para trabajar el domingo. Durante el viaje estuve hablando mucho con Marek y Lucy de nuestras vacaciones en Sri Lanka y entonces me pregunté cómo estarían nuestros amigos viajeros, así que le mandé un mensaje a mi amigo Ondra para comprobarlo. A él no le entusiasma tener largas conversaciones vía Facebook, por lo que dijo: «¿Y si en vez de hablar por Facebook nos tomamos una cerveza? ». Fin de mi plan de peli y relax. Pensé que si decía que no, no íbamos a encontrar otro día que nos fuera bien a los dos, era mucha casualidad que ambos estuviéramos libres. Le dije que sí y cuando llegué a casa, sobre las 21:00, me cambié de ropa y fui al centro a verle.

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No os preocupéis, como muy tarde pensaba irme en el último metro. De camino me sentí un poco rara porque me di cuenta de que hacía mucho que no nos veíamos y que apenas habíamos estado los dos solos. Pero daba igual, ya habíamos quedado y estaba llegando a Náměstí Míru. Nos tomamos unas cervezas y esa sensación desapareció en cuestión de segundos. De hecho, fue genial verle y hablar después de tanto tiempo. No sabía muy bien qué hora era, pero cuando nos echaron del restaurante compramos otra cerveza y nos sentamos fuera. Encima unos tipos que estaban promocionando un bar vinieron a saludar y a ofrecernos chupitos gratis. Captaron mi atención por completo. Estábamos hablando con Mara y cuando le dijimos que estábamos por ahí, se unió a la fiesta.

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Como ya íbamos un poco felices de más, lo siguiente que pasó fue una serie de tonterías. La verdad es que fue una de las noches en Praga más divertidas que he vivido. Me sentía de muy buen humor estando con ellos. Se nos fue la cabeza y se nos ocurrió escalar un edificio en obras. Cuando se nos ocurrió no pensé en las consecuencias y una vez arriba me entró el pánico. No podía ni sujetar mi bolso. Encima llevaba falda y manoletinas. Pero desde lo alto la vista era impresionante. Nos quedamos maravillados y lo disfrutamos muchísimo.

Último día en Italia

Me alegró mucho vivir esa experiencia con los chicos, aunque me alegró también volver al suelo. Después de eso ninguno queríamos volver a casa, queríamos celebrarlo con chupitos. Por lo tanto, fuimos a un bar. La noche era joven. Tuvimos momentos graciosos con borrachos en el bar, hicimos alguna cosilla ilegal y al final nos recogimos a las cinco de la mañana. Cuando Marek decidió irse, Ondra y yo estuvimos media hora buscando sus llaves. Casi lo ahogo cuando me preguntó si no tendría yo las llaves en el bolso. Pues claro que no. Pero cuando miré, ahí estaban. No sé cómo habían ido a parar a mi bolso. Con la tontería perdí el primer metro. Llegué a casa sobre las seis de la mañana, diría que fue una de mis fiestas más largas. Al día siguiente en el trabajo me quería morir, pero también estaba contenta. ¡Los planes espontáneos son los mejores!

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