Voluntariado en Islandia (1/2): ayudando en un colegio
He querido hacer una corta pausa en mis estudios y habiendo leído y escuchado muchas historias bonitas sobre Islandia, me he dicho que sería un lugar ideal para actualizarse y cambiar de aires. Me estuve informando y ¡cuanto más cosas miraba, más ganas tenía de poder ver este país con mis propios ojos!
Pero si iba, quería hacer algo útil. Entonces la idea que tuve fue hacer el voluntariado allí.
Buscando en internet, dí con el Servicio de Voluntariado Internacional y me llamaron la atención dos de estas oportunidades.
En el primer artículo hablaré solamente de mi primera estancia como voluntaria en una escuela islandesa con la finalidad de ayudar a los niños.
En el segundo artículo, contaré mi experiencia y lo que aprendí como voluntaria en Reykjavik alrededor del medio ambiente. Podréis encontrar esta segunda parte en la lista de mis artículos del blog.
Entender el voluntariado en Islandia
Esta experiencia en Islandia fue mi primera vez en un lugar tan frío que, tengo que admitir que, eso me preocupaba un poco antes de marcharme (siendo yo bastante friolera).
Al final, respetando el principio de las capas (medias + pantalón, cuatro capas diferentes para la parte de arriba... ) no tuve la verdad ningún problema.
Esta primera experiencia como voluntaria se desarrolló en un campamento situado en una pequeña aldea llamada Stöovarfjöròur (si llegas a pronunciarla correctamente, ¡mis mayores respetos!). Está a 12 horas de Reykjavik, al extremo este del país. Durante el trayecto pude conocer a otros voluntarios, venían de Japón, de China, de Taiwan, de Francia, de Países Bajos, de Italia, de Finlandia, de Corea y de Bélgica.
El viaje
Sinceramente poco importa de dónde veníamos, todos estábamos sorprendidos por la belleza de ese país, el contraste de colores, glaciares, cascadas, montañas...
El camino iba a ser largo, y sin embargo, no me aburrí ni un segundo gracias a los maravillosos paisajes. Estoy muy agradecida de haber podido hacer paradas por el camino. Aunque todos estábamos asombrados por los increíbles glaciares azules, estábamos verdaderamente tristes al ver el hielo derretido como consecuencia del calentamiento climático.
Cuando llegamos a la aldea (Stöovarfjörour) al este de Islandia, no eran más de 180 habitantes, contándonos a nosotros. Los voluntarios, que veníamos mayormente de grandes ciudades, pudimos por fin respirar aire puro, sentir que estábamos en medio de la nada rodeados por la naturaleza y el silencio.
Esos 10 días de voluntariado en Islandia, han sido una experiencia rica en emociones y vivencias.
Aprendí hablando con otros voluntarios que venían de distintos países y descubrí nuevas culturas (tanto la cultura islandesa como aquellas otras de todas esas amables personas que me han acompañado durante este viaje). Me dí cuenta sobre todo de lo fácil que es hacer amistades, simplemente siendo abiertos y dispuestos a compartir y a crecer. He comprendido también que entablar relación con personas de culturas diferentes es esencial para desafiar nuestras creencias y estereotipos anclados muy a nuestro pesar.
Una lección de auroras boreales
He aprendido, igualmente, a escuchar a mi intuición. Una noche nuestros jefes de campo nos dijeron: "no podréis ver las auroras boreales esta noche. Hay muchas nubes". Pero no impidió a nuestro grupo salir, no perdimos la esperanza por ver con un poco de suerte las auroras, manteniendo todo nuestro entusiasmo.
Daba lo mismo si hacía mucho frío o si la espera era larga. Me sorprendió la energía y la positividad del grupo. Fui testigo de otra forma de afrontar la vida. La mayoría de las personas del grupo venían de países asiáticos y no se quejaron en ningún momento.
Yo esperaba como de costumbre:
- “Tengo fríoooo”
- o “Bueno, ya hemos esperado bastante, ¿cuándo nos vamos?”
Pero no.
Esa noche cantamos, bailamos y rezamos juntos al cielo para que las auroras boreales aparecieran.
Después de una hora sin nada, decidimos volvernos al campamento. Y entonces, me sorprendió todo el mundo, todos tan sonrientes y tan agradecidos por ese momento que habíamos pasado, sin ni siquiera haber visto las auroras boreales en el cielo.
Mientras estábamos en el camino de vuelta, casi llegando al campamento, Miyu (una de la voluntarias japonesas) se dió la vuelta una última vez para ver el cielo… ¡Y las vio!. Gritó de alegría, todos nos sorprendimos y pudimos ser testigos de esa belleza que nos ofrece la naturaleza. Lloramos de emoción y de alegría, bailamos, intentamos hacer fotos (al final salieron todas borrosas... ). Y algunos instantes más tarde, había terminado.
Pero wow, fue mágico.
¿Pero qué hay del voluntariado en todo esto?
Por nuestra misión como voluntarios, nos pidieron crear actividades para sensibilizar a los niños de los discursos de odio, principalmente presentes en las redes sociales.
Pasamos de hecho muchos días enteros utilizando nuestra creatividad e imaginación para poner en marcha actividades divertidas pero que, a la vez tuvieran un impacto positivo sobre los alumnos, las relaciones entre ellos y su uso de internet.
El pueblo es tan pequeño que los alumnos de diferentes edades estaban juntos en la misma clase, por ejemplo, la única clase del colegio tenía a alumnos entre 7 y 12 años, que siguen por tanto los mismos cursos. Eso era muy interesante pues deben aprender a respetar a todo el mundo, ya sean mayores o más pequeños. Desafortunadamente, esta diferencia de edad crea también muchos casos de acoso entre ellos.
Para reducir estos problemas, han querido juntarlos, asegurándose así al mismo tiempo de que disfrutasen y se divirtieran. Organizamos entonces una fiesta en nuestro campamento, invitando a todos los alumnos, cada voluntario tenía su stand de pastelería, dibujo, juegos, música… ¡Algo para divertirlos!. Preparando cosas divertidas, poniendo todo nuestro corazón, nosotros los voluntarios nos abrimos también y nos acercamos aún más. Creo que dejamos salir al niño que llevamos dentro haciendo esta fiesta con los alumnos del colegio.
Lo que he aprendido de esta experiencia
Pienso que si se desarrolla un amor por otras culturas, religiones y otras formas de vida, se puede cambiar el mundo, porque las relaciones son poderosas. Esta conexión nuestra, los unos con los otros, da sentido a nuestras vidas. Nuestra preocupación común, mutua, es a menudo lo que nos motiva a cambiar. Y establecer lazos con personas de orígenes diferentes, puede aportar cambios significativos en nuestras comunidades.
Es verdaderamente difícil expresar lo que se siente y transmitir esos recuerdos.
¡Pero diría que la experiencia es nuestra mayor maestra!
Asi que os invito a ir, a comenzar simplemente a vivir la vida al máximo. No hay que tener miedo de que salgan nuestras emociones en eventos y reencuentros. Ve más allá de donde sueles ir.
No tengas miedo de descubrir la belleza de las conexiones y las relaciones internacionales.
Y por eso, qué mejor manera que comenzar conociendo a otros miembros de Erasmusu.
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