Estrasblog, parte cinco: la Historia en mis manos
Bonjour! ¿Cómo estás?
Esta semana comienza como siempre, como mi día de siete horas de clase y el seminario angustioso de cuatro horas por la tarde. En realidad, esta semana ha tenido tres horas y media, porque sin querer llegué media hora tarde, está claro que la programación del tiempo no es lo mío ahora mismo.
Te va a sonar raro, pero creo que la profesora ha leído la entrada del blog de la semana pasada, porque el lunes fue muy agradable. Cuando la clase iba a terminarse, se dirigió hasta el final del aula, donde me sentaba yo, destrozado tras cuatro horas de tortura y me preguntó cómo estaba. Mi respuesta fue decir entre dientes unas cuantas letras que sonaban a francés: ¡estaba tan sorprendido, que no sabía qué decir!
Los martes y miércoles son mis dos días libres, que transcurrieron sin nada interesante, salvo el fútbol que vi y en el que participé. La noche del martes vi el partido de Francia contra España y lo pasé muy bien, no solo porque fue un partido interesante, sino también porque los dos equipos jugaron a su máximo nivel, no como cierto equipo de mi país. El miércoles por la noche fuimos al edificio de Foot en Salle, una vez más, estaba en la portería y una vez más, me metieron un caño. Duele tanto como que un balón te de en la cara, ¡ah! Eso lo sufrí también unos minutos más tarde.
Para quien ya crea que esta semana no he hecho nada estúpido, aquí viene. El jueves fui a comprar un sobre, que costaba unos seis céntimos. Sin darme cuenta, entré en la tienda con un billete de diez euros y sin dinero suelto. Mientras observaba como el pobre hombre vaciaba la caja de cambio, un sentimiento de culpa se apoderó de mí y le compré algo más para ser amable, así que compré pegamento. Nunca uso pegamento.
Después de tal desastre, viví una de las mejores experiencias aquí, de ahí viene el título de la entrada. Durante la clase de Historial Regional, visitamos un archivo lleno de documentos antiguos que estaban a disposición de los estudiantes de Historia de la universidad. Para un historiador este edificio era como Disneyland. La sensación de sujetar un libro, que fue publicado hacía quinientos años, es algo que no podré olvidar nunca. La sensación de estar tan cerca de algo que ha permanecido tanto en el tiempo es algo que valoraré siempre.
Tras este momento emotivo, el viernes volví a salir de fiesta en Estrasburgo. Después de intentar enseñar a unos alemanes como jugar al anillo de fuego (para consultas futuras, no lo intentes, es imposible), fuimos a un bar muy chulo que tenía un nombre parecido a "The Artichoke". Aquí no bebí mucho, pero tuve suficiente con aceptar pagar siete euros por una Desperados en la última parada de la noche en Live. A la mañana siguiente, una lagrimita se deslizó por mi mejilla cuando me di cuenta del error que había cometido.
Esto es todo hasta el momento, ¡hasta la semana que viene! À plus tard les amis!
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