Hospitalidad turca. Una gran familia.
Mi primera experiencia viviendo fuera de Estados Unidos ocurrió en el otoño de 2013. Ese semestre me mudé a Estambul para estudiar en la universidad de Bogazici. Durante las primeras semanas había muchos aspectos de la vida cotidiana a la cual todavía tenía que acostumbrarme, como el simple hecho de comprar en los mercados turcos. Pero otra cosa que me llamó la atención como extranjera en Turquía fue la cultura de la hospitalidad y la fuerte importancia de la amistad.
Una de mis primeras experiencias en lo referente a lo que os cuento ocurrió tal que así: cuando terminó la clase de química nos quedamos un grupo de amigos hablando en la puerta, la conversación llegó al final, por lo que se acercaba el momento de despedirnos ("görüşürüz") y de separarnos cada uno hacia nuestro respectivo camino. Pues bien, todo el grupo, incluidos un par de compis nuevos que acababa de conocer, empezaron a besarse en las mejillas mientras se despedían y, de repente, me vi en medio de aquella escena. Esto era algo totalmente nuevo para mí, ya que en Estados Unidos lo normal sería despedirse simplemente con un gesto con las manos y solo se me ocurriría abrazar a mi mejor amiga. Me di cuenta que esta cultura es diferente. Era más cálida, más cercana y todos se hacían amigos desde el principio.
Según me fui acostumbrando a la hospitalidad turca y fui aprendiendo a vivir como los locales, me di cuenta de que me encantaba que fueran tan cálidos y amistosos.
Me encontré con una situación parecida en época de exámenes finales y realmente me impactó. Estaba en la biblioteca, sentada, estudiando en una zona en la que la mesa divide el espacio entre los alumnos con un murito. La sala estaba en silencio y todos estábamos concentrados en algún libro o frente a nuestra respectiva pantalla de ordenador. Estaba ya un poco agotada de estar estudiando y de no tener amigos cerca. Y de repente, la chica que estaba sentada a mi lado dejó ver su cabeza por el lado del muro del escritorio, me sonrió y me preguntó: ¿quieres chocolate? Me quedé paralizada mirándola por un momento. No la conocía de nada, no la había visto nunca antes. Y, aún así, estaba ofreciéndome su comida.
— Muchas gracias —contesté mientras partía la onza. Me volvió a sonreír y se giró hacia su zona de estudio. Y yo me quedé en blanco, asombrada por lo que acababa de ocurrir. Ya lo había visto antes en clase; por lo visto, en la cultura turca, si vas a comer algo y hay más gente alrededor, debes ofrecer tu comida amablemente antes del primer mordisco. Incluso si no los conoces. Incluso si corres el riesgo de que no llegues a probar bocado. Incluso si es una barrita de muesli.
Generosidad. Generosidad desde el corazón. Me rompió los esquemas. Me di cuenta de que en Estados Unidos nos faltaba mucho de esto. Normalmente somos egoístas y pensamos: ¿y si no queda para mí? ¡Si lo he comprado yo! Pero entonces me di cuenta de que nuestra concepción está del revés. Si todos compartiéramos, siempre habría suficiente para todos y lo más importante es cuidar los intereses de los demás. Practicar el altruismo.
En otros aspectos de mi vida allí continué experimentando la generosa hospitalidad. Cuando mis amigas en seguida se ofrecían para dejarme pasar la noche en su casa si se hacía muy tarde por la noche después de cenar, o todas las veces que me invitaron a sus respectivas casas de sus ciudades natales y cómo sus familias siempre me recibían con los brazos abiertos. También la vez aquella en la que un vecino nos trajo una bolsa llena de cerezas durante Ramadán, o cuando me invitaron a una fiesta de compromiso y todos bailaban junto a la novia. Mis ojos se abrieron ante todo lo que la hospitalidad turca nos enseña sobre la amistad, sobre la comunidad.
Los turcos aman con sus brazos abiertos y espero que la virtud de la hospitalidad venga conmigo allá a donde vaya.
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