Amanecía Bratislava con una gran nevada... supongo que este hecho que una ciudad que según la gente no tiene mucho que ver, me pareciese realmente encantadora. Siguiendo la tradición de probar un café en cada ciudad europea que visito, nos preparamos, salimos y nos dispusimos a encontrar una cafetería acogedora para tomar mi energizante del día. Nuestro hostal tenía café pero nunca confío en los cafés de los hostales, albergues y este tipo de alojamientos...
Propuse ir hacia la calle Obchodná, la principal calle comercial de la ciudad y aprovechar para dar un paseo mientras buscábamos nuestra cafetería. La verdad que es una de las calles que menos me gustó... me transportó a tiempos de la Segunda Guerra Mundial, con el tranvía extremadamente anticuada, la calle prácticamente vacía, casas bajitas y en mal estado y tan solo unas pocas tiendas de las conocidas como H&M... la mayoría eran tiendas con nombres eslovacos. Tampoco había demasiadas cafeterías por la zona, hasta que nos topamos con una biblioteca que tenía cafetería, librería y kiosco (poco después supe que pertenecía al campus de la Universidad de Bratislava), y decidimos entrar para resguardarnos del frío.
Echamos un vistazo a la sección de la prensa y en el piso de arriba, donde se encontraba la gente en el más total y absoluto de los silencios porque era la parte de la biblioteca, así que bajamos y nos sentamos en una de las mesas.
Con la carta en mano, me llevó tiempo decidirme qué quería... mi favorito es el café latte o el caramel macciato pero no en todos los lugares lo tienen y tampoco me gusta pedir lo mismo siempre, así que pedí otro café cuyo nombre no recuerdo pero que no sonaba nada mal en la lengua eslovaca. Mis amigos ordenaron sus consumiciones y comenzamos a desayunar, nos demoramos más de media hora, quizá era el ambiente de calma y relajación que se respiraba por estar dentro de una biblioteca pero ninguno queríamos abandonarla para salir a la gélida Bratislava. Algo que llamó extremadamente mi atención es que sin pedirlo, nos pusieran con cada café un vaso de agua. Considero que es un hábito que deberían adoptar todos los países, sin la necesidad de que el cliente tenga que pedirlo. También se acompaña de un pedazo de bizcocho.
Tomé algunas fotografías de la decoración, simple pero dispuesta de un modo original. De madera, detalles rústicos y con plantas ambientando el local. También me llamó mucho la atención algunas de las paredes en las que se comtemplaban personajes que no logro reconocer pero me imagino que famosos de diferentes países porque llegué a ver la bandera de Estados Unidos y la de Noruega.
Un rincón acogedor donde resguardarse unos minutos para continuar descubriendo este país europeo.
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