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Aveiro


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Aveiro, la colorida Venecia de Portugal

Un rico pasado marinero, balnearios fascinantes, ciudades melancólicas, paisajes verdes caracterizados por los campos de trigo y olivos. Portugal es la tierra de contrastes: la nostalgia de Lisboa, el esplendor de Obidos, la euforia de Oporto, las sugestiones de Coimbra. Pero hoy os describiré otra pequeña perla portuguesa: AVEIRO.

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Saliendo de Coimbra y decidida a ver esta pequeña joya, fui a la estación y cogí el primer tren, por suerte hay muchos trenes y muchos horarios por lo que no había ningún problema con los horarios de ida y vuelta. Todos los trenes que conectan Coimbra con Aveiro son aquellos (tanto los más lentos como los de alta velocidad) que conectan Oporto con Lisboa, por lo que no tendréis problemas para visitarla, de un lado o de otro está muy bien comunicada. En compañía de mí misma y de un buen libro, por lo que no sola, entre las palabras de mi libro pude apreciar el panorama que pasaba por mi lado. La belleza seca de la naturaleza me daba la bienvenida: las copas de los árboles verde oscuro se movieron con el viento, el cielo color cristal, hierbas secas que daban un perfecto toque amarillo a todo... un pensamiento, más bien dos tiros del arco zen de mi memoria: mis amadas costas de Puglia y Van Gogh. Mis amadas costas, donde el viento besa, acaricia, y choca con las playas, acantilados y pinos, atentos observadores, siempre ahí, el tronco consumido que contaría quien sabe cuantas historias si se pusiese la oreja, el olor a salubre que penetra en el espíritu... Los árboles, toda la naturaleza de Van Gogh que, orgullosa de sus heridas, grita sin embargo "en cualquier caso, viva la vida"... en el sufrimiento se ama... Mi opinión es que cuando el cielo encuentra al mar, pero sobre todo el océano, todo tiene un aire diferente: es más libre. Cada detalle suyo me cautiva y me ha enamorado y continúa haciéndolo.

Aveiro, en la provincia centro-septentrional de Le Beiras, no es exactamente un destino turístico. En general se puede afirmar que esta regón de Portugal situada en tre el Duero y Extremadura no está muy publicitada, y sin embargo los paisajes que vi en mi recorrido hasta el océano Atlántico los recuerdo como los más bonitos del país luso. Terrenos montañosos y montañas cubiertas de olivos y viñedos en los que de vez en cuando emerge un pueblo, situado en un valle o en una ladera. Acercándose a la costa el escenario se transforma, y en la extensión de la laguna del Ria (en un pasado un pantano insalubre, hoy reserva natural) aparece la ciudad de Aveiro.

Apenas llegué a la ciudad entendí que era el destino adecuado para mí: mucha gente, miles de colores, música, atmósfera joven y muy dinámica debido a la presencia de muchos universitarios. Y enseguida me explicaron por qué la ciudad se define como la pequeña Venecia portuguesa: es una pequeña ciudad de mar, llena de canales, puentes que conectan las dos partes de la ciudad, y con numerosas y coloreadas barcas de motor que se parecen a las góndolas de Venecia. QUe quede claro... la comparación es un poco aventurada. Pero la red de canales que atraviesa la ciudad, los puentes en arco y las barcas pintorescas con forma alongada que se asemejan a las góndolas no hacen esta combinación tan rara. Estas embarcaciones de madera de pino, pintadas con colores luminosos y decoradas en la proa curva por los mismos propietarios con escenas de vida cotidianas (normalmente se representan mujeres con pechos grandes o sirenas) se llaman Moliceiros. Aquellas que se muestran a lo largo de los canales son usadas para tours turísticos, tal como sus "primas" venecianas. En la laguna sin embargo los pescadores las usan todavía para recoger algas (molico en portugués). No podía por lo tanto no aprovechar para explorar la ciudad a bordo de una de las variopintas embarcaciones para transportarme sobre las tranquilas aguas de los canales. Nuestra guía, una vez que terminó las presentaciones entre los turistas a bordo, empezó a explicarnos irónicamente las bellezas de Aveiro: con la colorida embarcación empezamos un bonito tour que nos llevó a navegar por los canales más importantes de la ciudad.

La cosa que más me fascinó de los Moliceiros son las coloridas representaciones que se encuentran al lado de la popa y de la proa, hacen siempre referencia a escenas de la vida cotidiana en los campos, salinas y barcas de pescadores. La particularidad, inmediatamente captada por los hombres allí presentes, es que muchas de las escenas son un poco picantes...

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Nuestro paseo continuó por el canal que rodea la parte más antigua de Aveiro, donde se encuentra casas estupendas en estilo Art Nouveau. También es fascinante el barrio de los pescadores con las casas bajas recubiertas de azulejos coloridos; la atmósfera aquí es todavía muy simple como debía ser en el pasado, mientras que en la otra parte de la ciudad están las casas más modernas, que tienen también su encanto. Es pintoresco la manera de darse la prioridad entre las embarcaciones cuando los canales son tan estrechos y tortuosos que no se puede ver quien viene del otro lado: el guía a bordo del Moliceiro toca una trompeta que parece esas que usan en los estadios, por lo que corre a la popa de la embarcación quita un trozo del chapitel para poder hacer pasar la barca bajo los bajísimos puentes.

Después del tour con el Moliceiro, fui a visitar el célebre mercado del pescado, uno de los más famosos de Portugal, con buenos restaurantes de pescado en los alrededores, siempre llenísimos. El mejor momento para visitar el mercado es por la mañana temprano, cuando los pescadores, gritando, intentan vender todo el pescado de la noche. No os podéis perder en absoluto el dar una vuelta por la ciudad con le Bugas, bicicletas gratuitas proporcionadas por el Ayuntamiento de Aveiro, con las cuales se puede llegar hasta las Salinas, justo a las afueras del centro, y admirar las altas acumulaciones de sal. Para los amantes del salado (y los gourmants) está la salina, que produce el maravilloso flor de sal. La salina también se puede visitar (se paga 1. 50 € la visita guiada, mientras que el parque que está al lado es de entrada gratuita y está siempre abierto).

Pero también los amantes del dulce encontrarán con qué ser felices. Hay un dulce típico de la ciudad que a mí me recordó mucho a mi infancia. Se llaman Ovos moles y se trata de yema de huevo batido con sirope de azúcar y envueltos en una pasta que toma formas típicas de la laguna (almejas, mejillones, etc. ). A mí me encantaron y me han llevado atrás en en el tiempo a los años en los que uno de nuestros postres preferidos de los niños era la yema de huevo batida con azúcar. Por hacer una analogía, los ovos moles están en Aveiro como los pasteis de nata di Belem están en Lisboa. Y si no sabéis qué son los pasteles de Belem, id a leer un post anterior mío que les dediqué. En todo Aveiro hay pastelerías y bares que venden los Ovos Moles ya sea para probar en el momento o preparados para llevar a casa. ¡Por lo tanto una parada en Aveiro no puede faltar en un viaje de carretera por Portugal!

Además Aveiro es una ciudad universitaria importante, una de las más importantes del país. Esto ayuda al florecer de locales y sitios donde divertirse. Un sitio qué visitar cuando llegéis a Aveiro es su museo, sobre todo porque está en un palacio espléndido de estilo art nouveau con exposiciones dedicadas y un café precioso (salon de cha-sala de té).

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Toda la ciudad es un espectáculo de colores, el azul cielo a través de los canales de la Ria de Aveiro llega a Aveiro, acompañado del viento, y se confunde con los azulejos que recubren casas e iglesias... y los azulejos se hacen murales. Se encuentran dispersos por la ciudad y todos con las actividades de la ciudad como tema: las salinas, la recogida del "molico" (fanerógamos y algas marinas presentes en la Ria de Aveiro que se recogían y seran usados como pienso para ganado), los moliceiros, los ovos moles... Y luego se vuelve a los básicos, blanco y negro para el pavimento, que lleva consigo el mar, el océano a través de símbolos y burbujas de diferentes tamaños.

De Aveiro no sólo saqué la belleza de azulejos y moliceiros, sino también la de algunos tesoros más o menos ocultos: los restaurantes. Debemos nutrirnos, y con la cocina portuguesa lo haces al máximo. Partamos de los restaurantes, algunos parecen restaurantes baratos, otros tabernas salidas de una película de los años 60-70... tipo la cena en una taberna entre Gassman y Manfredi. Otros restaurantes son modernos, algunos anónimos, otros espléndidos y característicos al mismo tiempo. En cualquier caso con una buena compañía el sabor mejora... cierto es que una gota de vino ayuda. La cocina portuguesa puede parecer pobre, pero es una cocina muy rica... en ajo, cebolla, aceite, huevo, azúcar...es muy sabrosa y sabe explotar la pureza de las materias primas, como me demostraron todos los restaurantes en los que pude comer. O Adriano: el primero donde estuve, cerca del Teatro Aveirense, una sopa do dia caliente y reconfortante, sin añadidos de nata u otras cosas para hacerla más densa, patatas que forman una rica crema y berzas, como segundo comí el mejor pulpo de mi vida, ¡sin exagerar! A mí que no me gustan los tentáculos y cosas del estilo, frente a aquel plato cambié de opinión. Servido en una cacerola, con un fondo de aceite y ajo en igual proporcón, sobre él estaba el pulpo en trozos, cubierto de apio y cebolla triturados, cuando digo cubierto digo cubierto... sabor y esponjosidad indescriptibles, sin palabras, y eso que yo difícilmente las pierdo. TOdo acompañado de una ensalada mixta con cebolla, evidentemente. Solamente cometí un error: no, no el error de no haberme llevado algo para el aliento, sino el error de haber pedido una ración entera, las raciones son verdaderamente abundantes y a menudo se puede pedir media ración, cantidad perfecta para comer.

Otro sitio en el que tuve el honor de comer y la maravillosa compañía de buenas personas O batel, en la plaza del mercado del pescado. Very very cozy... tras una pequeña puerta y tres escalones te da la sensación de entrar en una embarcación, el calor de la madera se une a la simpatía de la personas que te atienden y aconsejan. Sopa del dia como comida reconfortante, y después el príncipe: el bacalao. Sublime, asado con mucho aceite y ajo, cada bocado una maravilla y las patatas a la brasa su alma gemela. Un buen vino blanco y para terminar un buen vaso del verdadero Porto. Precios módicos por una buena calidad. Y si estáis buscando una cena social en un sitio "in" de Aveiro, una ex fábrica de cerámica reconvertida en: restaurante, bar de vinos, lounge bar con dj, ¡el sitio perfecto! La vista desde la terraza es muy bonita, la calidad de la cocina no es muy alta pero cuando se está en compañía... y después de uno o dos vasos de Sangría portiguesa no se puede esperar más.

COSTA NOVA

Para quien hace una etapa en Aveiro, la playa de Costa Nova es una de las principales atracciones. No podía creerlo, pero quizás pocos de vosotros sabrán que han ya visto un escorzo de la ciudad, ¿que por qué estoy tan segura? Porque no es otra cosa que el fondo de la famosa publicidad de los pavesini. Y una vez llegué, aunque el paisaje me encanase, me daba la sensación de haber ya visto aquel lugar y después relacioné todo con la famosa publicidad. XD

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Pequeña localidad balnearia a una decena de quilómetros de Aceuri y de verdad fascinante. Paisaje caracterizado por una larga extensión de arena, alguna sombrilla cerrada y muchas, muchas, muchas tiendas de playa... una señal clara que presagiaba como son las playas portuguesas: ¡con mucho viento! (e inolvidables). La temperatura del agua no invitaba a darse un chapuzón pero por otra parte no habíamos ido hasta allí para bañarnos. EL motivo principal eran los palheiros, las casetas características con rayas verticales u horizontales color pastel.

Fonte

Costa Nova tiene buenos restaurantes de pescado y pastelerías que hornean deliciosos pasteis de nata (no como los de Belem, pero casi) pero los turistas que vienen hasta aquí lo hacen principalmente para hacer surf y admirar la vista de las casas dispuestas, unas enfrente a otras, a lo largo del paseo marítimo. Casas de madera con la fachada con rayas verticales blancas y verdes, blancas y amarillas, blancas y rojas o blancas y azules. Su nombre es "palheiros", es decir, pajaresm porque hasta hace un par de siglos eran construidos por los pescadores con paja y caña para ser usados como almacén de redes y materiales de pesca. Después el pueblo se transformó en localidad turística balnearia y aparecieron las líneas verticales para cubrir los ejes horizontales de madera... ahora de los simples cobertizos no queda nada: cada detalle de las casetas está muy cuidado y a través de las ventanas se entreven habitaciones amuebladas con gusto en un estilo de los años 60.

Esta vez también concluyo mi post con un consejo: ¡comprad lo antes posible un billete y no esperéis un segundo para ver estos sitios fantásticos!



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