¡Hola valientes y aventureros/as amantes de las rutas de senderismo y con espiritu animal!
En este post os voy a hablar de una de las rutas que hicimos en la isla de Lanzarote y que sin duda recordaré siempre por dos anécdotas que la hicieron especial, un burro y nuestro triste sentido de la orientación.
Espero que os riais mucho con este post pues, yo ya he empezado solo con recordarlo.
La búsqueda de Caldera Blanca.
Caldera Blanca es un cráter volcánico situado al noroeste de Lanzarote, dentro del Parque Natural de Los Volcanes y ha adquirido este particular nombre debido a la longitud de su diámetro, 1.15 km y al color blanco de sus paredes.
Nuestra aventura comienza en las afueras de un pueblo del municipio de Yaiza llamado Tinajo. La carretera del pueblo conecta con la entrada para comenzar una ruta de senderismo y subir hasta caldera blanca, véase la imagen.
Pero como mi querida compañera Ingrid y yo somos tan aventureras, decidimos dejar el coche a un kilómetro de la entrada y correr el riesgo de andar por un arcén minúsculo bajo el maravilloso y cálido sol de Mayo en Lanzarote. Primer consejo, llevad mucha agua y una gorra y si os echáis crema solar, mejor.
Una vez llegamos a la entrada del sendero vimos que había una zona habilitada para dejar el coche, a buenas horas... Sumando kilómetros innecesarios a la caminata, pero experiencias que no son necesarias, pero sí muy divertidas a la hora de recordarlas.
El senderos que recorreréis a la entrada es de roca volcánica y tiene un color grisaceo- negro por el que se hace un poco complicado caminar, asique mi segundo consejo es llevar un calzado apropiado.
Y es que como véis en la imagen, estaréis caminando entre los escombros de lo que arrasó el volcán Timanfaya.
Al continuar por este sendero de roca llegaréis a la parte donde el camino toma otro color, pasando de grises a amarillos anaranjados y donde es más sencillo caminar. Hay un punto en el cual encontraréis una señal con muchas indicaciones, pero la cual a nosotras no nos sirvió de nada, pues no encontramos el camino para subir a la caldera.
Esta foto que os adjunto es desde una de las paredes de la caldera, pues como os digo, somos tan aventureras y estábamos tan perdidas que no supimos encontrar el camino de subida y tras pasar largos minutos dando vueltas por la zona decidimos escalar y subir como cabras por los laterales. Desde luego que fue toda una experiencia que os recomiendo si estáis en forma pues la pendiente es bastante pronunciada y yo casi me quedo sin rodilla por el camino, también es verdad que soy un poco exagerada.
Una vez alcancéis la cima podréis observar este islote formado por cráteres que se encuentran separados por el terreno arrasado por la lava de la erupción del Volcán Timanfaya en el siglo XVIII.
Podeis ver como estan distribuidos los cráteres que adornan el sur de la isla siguiendo una linea por la costa, es impresionante lo que queda después de una erupción y como se han ido formando en una hilera. Tenéis la opción de hacer una ruta una vez lleguéis a la cima, rodeando todo el diámetro de la caldera y que os llevará unas dos horas y os irá dando perspectivas distintas desde ver el contraste de la zona donde arrasó el volcán hasta encontraros con el mar.
Y una particularidad que me sorprendió mucho fue la existencia de cabras pastando en el interior del cráter, y es que parece ser que esta actividad ganadera es muy frecuente en este lugar. Ya os digo que nosotras hicimos como esas cabras literalmente para llegar a nuestro destino.
Afortunadamente, el camino de vuelta si lo hicimos por el sendero que está habilitado para ello y en la bajada nos encontramos con otro cráter, más pequeño y de menos altitud en una de las paredes que conectan con el camino, pero la imagen que queda al colocarte delante de éste es muy impactante, porque es como colocarse delante de un muro enorme que tapa la mitad del cielo y que te envuelve.
Y he aquí la anécdota del viaje, otra más, me refiero: Cuando volvimos al coche nos dimos cuenta de que habíamos aparcado justo delante del muro de una casa terrera que tenía en su patio nada más y nada menos que un precioso burro y a nosotras que nos encantan los animales, pues, no nos quedó otra que ponernos a charlar con él.
En un arrebato de empatia y preocupación por el animal que no tenía agua en su barreño se me ocurrió darle agua de nuestra botella, asique la acerqué a su hocico y eché agua con la intención de que el burro abriría la boca para beber...pero no fue este el caso. El agua fue a parar a la nariz del burro y el pobre animal comenzó a poner unas caras de lo más extrañas mostrando su incomodidad, algo parecido a la cara que ponemos cuando mordemos un limón.
A dia de hoy sigo recordándole con afecto y compasión.
Y con esta anécdota sobre mi torpeza dando de beber a un burro finaliza esta maravillosa experiencia en Caldera blanca.
Espero que os haya gustado y que la visitéis y si veis al burro, ya sabéis, nada de agua en la nariz.
¡Un saludo y a escalar montañas como cabras!