Lo que siento ahora

Hoy he vuelto a casa tras pasar tres meses en Madrid. He vuelto para pasar la Navidad con mi familia y mis antiguos amigos, que me estaban esperando, me echaban de menos y querían verme. Yo también quería verlos. Aunque cuando llegué al aeropuerto en Varsovia, me sentí un poco rara. No tenía prisa, salí del avión la última y bajé las escaleras para subir a un autobús lleno de gente. El aire era frío, pero me gustaba. No nevaba ni llovía, tampoco hacía sol. Ya se me había olvidado que en Polonia el sol se va a dormir muy pronto. Solo eran las siete de la tarde y ya estaba de noche. Me detuve y suspiré. Olí el aire. Pensé que algo fallaba y me subí al bus.

Seguí a la gente a la zona de recogida de equipaje, esperé un buen rato a que llegara el mío y cuando lo hizo, lo agarré y me dirigí a la salida. No estaba demasiado emocionada. Me sentía más bien enfadada. Ese sentimiento siguió ahí incluso cuando vi a mi padre, que me estaba esperando para llevarme a casa. Cero emoción. Cero alegría, nada. Ningún sentimiento. ¿Tan fría me había vuelto?

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Vivir en el extranjero me había cambiado. Cambió por completo mi forma de ser. Solía ser una persona que se escondía de los demás, que tenía miedo de salir a divertirse como cualquier otra chica. Mientras los demás quedaban con sus amigos, yo me quedaba en casa estudiando. Y si no estudiaba, veía la tele o hacía algo igual de inútil. Miraba con desprecio a los que bebían, fumaban o salían de fiesta. Así era como me habían educado mis padres y ellos estaban muy contentos con el resultado. Les daba la seguridad de que nunca me iba a pasar nada malo y que nunca los abandonaría. Huía de todo tipo de socialización. Tampoco tenía muchos amigos. Los que tenía eran como yo. Quizás no tan extremadamente asociales, pero parecidos. Siempre había soñado con irme a vivir a otro país. No sabía por qué quería irme, por qué quería estar lejos de mi hogar y de mi país, pero era un sentimiento que tenía dentro de mí hasta que tuve la oportunidad de irme de Erasmus a Murcia, España. Tenía que hacerlo. Tenía miedo, vaya si lo tenía. Nunca había estado tanto tiempo lejos de casa yo sola y no tenía experiencia con la gente. No sabía hacer amigos. Era tímida, introvertida y me daba miedo abrirme a los demás. Tras el primer mes que pasé en Murcia, todo cambió. Descubrí una nueva vida, una que nunca había conocido, quizás porque no había tenido oportunidad o simplemente porque lo había estado evitando. No sé si fue que cambié; igual la persona que soy ahora siempre estuvo en mí, pero no conseguía salir y se escondió hasta que no pudo más. Ahota me siento mejor. Me siento mejor cuando estoy lejos. Estas son mis raíces y no puedo cambiarlas, pero sé que mi destino no es pasar la vida en mi país. Viajar es lo que me llena, lo que me hace sentir viva.

Lo que sé es que irme a vivir fuera por un tiempo fue lo mejor que me podría haber pasado. Y ahora, Madrid. La segunda vez lejos de casa, otra oportunidad que me da la vida. La verdad es que mi vida dio un vuelco en esos tres meses, pasaron y cambiaron tantas cosas que parece que lo he soñado. El tiempo pasó volando y antes de que me diera cuenta ya estoy aquí, celebrando la Navidad en Polonia. He conocido a gente increíble y he hecho amistades que durarán mucho tiempo, incluso si acabamos cada uno en una parte del mundo. Esto es lo que me parece alucinante: de repente eres parte del mundo, conoces a gente que de otro modo no habrías conocido nunca y te sientes conectada a cualquier parte del planeta. Es algo precioso. Tantos secretos, tantas culturas, tantos estilos de vida. Y cada una de estas personas te enseñará algo nuevo, algo que te ayudará a definirte como persona.

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Al final, me liberé de mis limitaciones y mis normas. No tengo que seguir un camino específico, puedo ser yo misma. Pero estar de nuevo en casa me recuerda a todo lo que sentía antes de irme. Toda la frustración, la tristeza, el vacío. Lo admito, huí de todo eso. Y de repente, Madrid parece un sueño, un largo sueño de tres meses o un sueño eterno de una sola noche, no sabría decirlo. Como si nunca hubiera ido. ¿A que es raro? Lo sé.

Nunca me arrepentí de ir, ni por un segundo. De dejarlo todo atrás e irme. No puedo expresar con palabras lo feliz que estoy de estar en Madrid. ¿Alguna vez habéis intentado definir la felicidad? Para mí es un sentimiento que está siempre contigo, al fondo de todo sentimiento que tengas, bueno o malo. Es cuando te despiertas y te das cuenta de que estás en el sitio correcto y en el momento correcto. Cuando te miras al espejo, sonríes y te sientes bien. Y entonces, te das cuenta de una cosa sobre la vida: ¡es maravillosa!

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