De viaje por Turquía (6º parte): Senderismo y cocina en Capadocia

Hola desde el Aeropuerto Internacional de Erkilet, donde estoy sentada, esperando a mi vuelo de vuelta a Estambul. He pasado unos días fantásticos explorando Capadocia, ¡ojalá no me tuviera que ir tan pronto! Si no habéis leído el artículo sobre mi primer día y medio en Gorëme, lo podéis hacer en este enlace. Si ya estáis listos, poneos las botas de montaña porque, empezando por donde lo dejé la última vez, ¡os voy a transportar al mágico valle de las Rosas (Rose Valley)!

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Día 11 (7 de septiembre)

Senderismo por el valle de las Rosas

La verdad es que hacer senderismo nunca ha sido mi fuerte. No me malinterpretéis: Me encantan admirar las vistas desde lo alto de los sitios, pero si tengo que andar colina arriba durante kilómetros bajo el sol abrasador, probablemente me iré quejando un poco por el camino. Para evitar este sufrimiento, me decanté por uno de los valles menos exigentes de Capadocia.

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Al principio, iba a hacer una excursión de senderismo con Airbnb: había encontrado una que por un precio razonable nos llevaba por muchos sitios en poco tiempo. Pero, muchos de mis amigos y familiares me dijeron que les preocupaba mucho que estuviera sola en un lugar remoto con un hombre al que no conocía, así que la cancelé e hice la ruta sola. Mejor ir tu sola que con un guía especializado en la zona, ¿verdad? (Solo estoy medio bromeando. )

Como después de mi excursión a ver los globos por la mañana me apetecía acostarme un rato, no puse rumbo al valle de las Rosas hasta las cuatro de la tarde. Esto resultó ser un acierto: hacía mucho menos calor y había un montón de gente por el lugar, supongo que esperando para ver el atardecer. No pasó nada malo durante mi caminata, pero estaba más tranquila sabiendo que si por lo que sea me pasaba algo, como, por ejemplo, si me caía, no estaba completamente sola.

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No seguí ninguna ruta específica: estos valles son muy famosos porque no están cartografiados, así que era una tontería buscar el camino que había seguido otra persona o organizarme mi propia ruta. En vez de eso, y guiada por esporádicas señales improvisadas, andé por cualquier camino polvoriento que pude encontrar, estando atenta a las rocas que tenían alguna forma peculiar para que me sirvieran como punto de referencia para el camino de vuelta.

Caminé a saber cuanto tiempo, parando de vez en cuando para admirar las maravillosas vistas panorámicas que me iba encontrando. Había leído que algunas mujeres habían sido atacadas mientras hacían senderismo solas, así que, no estaba muy segura de hacer esta ruta, pero me alegra mucho decir que no me sentí insegura en ningún momento. Es más, la única vez que me preocupe fue cuando tuve que bajar por caminos empinados, pero descubrí que si me iba agarrando a las paredes de roca que rodeaban el camino, podía mantener un buen agarre y no caerme.

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En total, caminé siete kilómetros: sé que no es mucha distancia, pero teniendo en cuenta mi inmensa fatiga, ¡estoy muy orgullosa de mi misma por hacer aunque sea un poco de ejercicio!

Un lugar para hacer terapia de compras

De vuelta en Gorëme, decidí dar una vuelta por algunas de las tiendas en la calle principal. Ya había visto muchos de los productos en otras tiendas por todo el país, pero había algo que no me había cansado de ver, los expositores con lamparas turcas. Por eso, estuve un rato largo yendo de tienda en tienda, buscando en que sitio estaban más baratas para comprar una. Encontré una tienda donde las vendían por 40 TL cada una, pero por algún motivo no la compré. ¡Estoy segura que voy a arrepentirme de eso toda mi vida!

También hice una parada rápida para ver el exterior de Galerie İkman, una bonita tienda de alfombras perfecta para hacerse unas fotos. ¿Cuál es la trampa? Entrar cuesta casi 13 €, a no ser, claro está, que te interese comprar algo. Ya que no me apetecía ni posar ni comprar, hice algunas fotos a la fachada de la tienda, y justo cuando terminé, ¡salió el dueño para echarme de allí!

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Kale Terrasse

Después de este pequeño descanso para compras, solo podía pensar en comida, así que decidí ir a Kale Terrasse, un original restaurante que me había llamado la atención al principio del día. Desafortunadamente, cuando llegué, el lugar estaba lleno de gente, así que me tuve que sentar dentro, aunque me dijeron que si alguna mesa se quedaba libre me podía cambiar. Al final, y como buena perezosa que soy, no me cambié, incluso sabiendo que la terraza cubierta de luces era el mayor atractivo del restaurante.

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Dentro del restaurante, y calentita gracias a una caldera que estaba en la pared de enfrente, disfruté de un humeante cuenco de köfte (albóndigas) de cordero con queso por encima. Y gratis con la comida (¡como me gusta la hospitalidad turca!), te servían pan, queso y ensalada, así que, cuando terminé, ¡estaba llenísima! Esto me sirvió de excusa para rechazar, de nuevo, otra oferta de un camarero para una cita: «¡estoy llenísima y necesito volver a casa y dormir!» Decepcionado, el hombre me dejó tranquila, pero antes de irse me dijo «¡vuelve si cambias de idea!» Sorpresa: no lo hice.

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Día 12 (8 de septiembre)

Una clase de cocina turca

Al día siguiente, me desperté temprano para ir, ¡a una clase de cocina turca! Había estado deseando hacer esta actividad desde que, hace algunos meses, la vi ofertada en la página web de mi albergue, ¡y no me decepcionó! Esa mañana, la monitora era una anciana turca y, en caso de que no nos fiáramos del criterio del albergue, enseguida quedó claro que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. No pesaba ningún alimento de los que utilizaba, y además, frente a cualquier posible peligro, ¡parecía totalmente imparable! De verdad, ¡incluso sacaba las bandejas ardiendo del horno sin guantes en las manos!

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Entre una sopa de lentejas, unas hojas de parra rellenas y un postre que se hacía mezclando melaza de uva con harina, los que asistimos (un británico, dos americanos y yo), ¡preparamos un banquete! ¿Mi plato favorito? Sorprendentemente, ya que no soy muy fan, las berenjenas rellenas, pero tal vez fue porque estaban envueltas en mucha masa frita. (Además, nuestra maestra de cocina, ¡añadió un vaso de aceite a cada plato!

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Cuando todo estaba listo, disfrutamos de la comida en una mesa de la zona común exterior del albergue, junto con barras de pan recién hecho que habían traído de una panadería cercana y mucha agua (¡la comida también llevaba mucha sal!) Después del banquete, apenas nos podíamos mover, así que, nos quedamos allí sentados compartiendo historias de nuestros viajes y jugando a juegos de preguntas. Me gustó mucho pasar tiempo con esta gente y escuchar todas sus extraordinarias aventuras nómadas.

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Senderismo por el valle de las Palomas

Después de una más que necesaria siesta, y tomar un bocado (un gofre piruleta recubierto de chocolate), decidí aprovechar al máximo mi última tarde en Capadocia y hacer otra ruta, esta vez por el valle de las Palomas. El sitio no aparecía en Google Maps, y me estaba basando solo en las indicaciones que me habían dado, así que, me costó mucho encontrarlo. Pero una vez que llegué, disfrute de una caminata agradable, y relativamente fácil, a través de palomares, chimeneas de hada y, de vez en cuando, huertos de calabazas.

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A pesar de que a medio camino tuve un encuentro horrible con un perro rabioso (¡menos mal que estaba atado!), creo que, en general, fue lo que más me gustó de todo lo que hice en Gorëme. ¿Por qué? Porque tenía unas expectativas muy bajas. Y normalmente, cuantas más expectativas tengamos en algo, más posibilidades hay de que nos decepcione.

Paseé por el camino polvoriento durante unas horas, y me di la vuelta cuando el cielo empezó a oscurecerse. Cuando llegué a la entrada del valle, para lo que tenía que pasar por un par de túneles muy oscuros sin una linterna, ya se había hecho de noche. Me dirigí al centro para encontrar algún sitio para cenar.

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Cena para uno

Esa noche de domingo me apetecía mucho comida china, así que, después de sopesar las cincuenta opciones diferentes que tenía para elegir, me decidí por Peking Chinese. Después de preguntarle a una pareja que estaba saliendo del restaurante que qué le había parecido (¡estaban encantados!), fui a la parte de arriba y pedí mi comida: rollitos de primavera y fideos con ternera. La comida me dio la energía que necesitaba después de mi caminata, y me alegró mucho no recibir casi ninguna atención masculina. (Wow, ¡perezco una engreída!)

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Copas para cuatro

Después de una cena solitaria, era el momento de socializar un poco, así que fui a Pasha, el bar donde había quedado con unos nuevos amigos viajeros para tomarme unas copas. Después de un mojito ya me notaba contentilla (a saber cuanto alcohol llevaba), y conforme se iba haciendo más tarde, más me preocupaba de que a la mañana siguiente me costara mucho levantarme para coger la lanzadera al aeropuerto. (Spoiler: casi no llego a tiempo)

Como soy una persona muy introvertida, estuve apunto de rechazar la invitación a esta quedada, pero me alegro mucho de que el miedo a perderme algo importante me empujara a aceptarla en el último momento. Hablamos de mil cosas, desde la enseñanza hasta de la culpabilidad del viajero, y conforme pasaba el tiempo, iba aprendiendo muchísimas cosas nuevas e interesantes.

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Cuando volví al hotel, hice las maletas (nunca las deshago enteras, así que suelo tardar alrededor de veinte minutos), y me acosté en mi cama del albergue cueva por última vez.

¡Adiós Capadocia!

A la mañana siguiente, y antes de que llegara el autobús, decidí dar una última vuelta por el pueblo. Después de comprarme unas galletas para desayunar, crucé la calle para ver el último monumento que me quedaba: el castillo romano. En la época romana, esta estructura se usaba como una tumba excavada en la roca para los difuntos. Junto al cuerpo, que se colocaba en una plataforma para estar más cerca del cielo, se ponían provisiones como comida y ropa. No es posible entrar a este edificio, pero la fachada, con sus peculiares ventanas y pequeñas columnas, es muy interesante de ver.

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Cuando ya había visto todo lo que había por ver, volví al albergue para terminar de prepararme para mi viaje.

Conclusión

Y aquí estoy: sentada en el aeropuerto, ¡apunto de volver a Estambul! Por desgracia, esta mañana me he vuelto a levantar con otra intoxicación alimentaria (no sé si el alcohol fue buena idea), pero, con medicamentos y agua, estoy segura que se me pasará rápido. Aun así, estos problemas de estómago no han afectado para nada mis maravillosos días en Capadocia, y, obviamente, de lo que más me voy a acordar va a ser de los globos y las caminatas.

Como siempre, voy a compartir con vosotros algunos consejos. Si estás organizando un viaje a Capadocia:

  1. Ten en cuenta que las famosas ciudades subterráneas tienen pasillos estrechos que pueden afectar negativamente a la gente que sufre claustrofobia. ¡En cuanto me enteré las quité de mi lista de cosas por visitar! Además, si quieres ver alguna, ten en cuenta que debes reservar un tour con antelación, a no ser, claro está, que alquiles un coche y vayas por tu cuenta.

  2. Apúntate a una clase de cocina: pasarás tiempo con gente turca, conocerás a otros viajeros y, ¡aprenderás nuevos platos!

  3. Aparte de en tu idioma, ¡apréndete los nombres de los lugares en turco! Pude llegar al valle de las Palomas porque reconocí su nombre en turco, Güvercinlik, en algunas de las señales que vi.

  4. Haz senderismo: verás maravillosos paisajes y, de paso, harás algo de ejercicio.

  5. Si estás haciendo una ruta por la tarde, cuando empiece a atardecer, da la vuelta. Encontrar el camino de vuelta a casa a oscuras no es ni divertido ni seguro.

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Y algunas de las perlas de sabiduría que aprendí de otros viajeros que conocí en mi albergue:

  1. La culpabilidad del viajero es real, pero no tienes porque sufrirla. Si algunas cosas no te llaman la atención, no las visites, ¡incluso si en las guías hablan sobre ellas de una forma maravillosa! Si sigues el itinerario de otra persona, no te lo pasarás bien explorando nuevos sitios. Piensa en ti y en lo que te gustaría hacer, y recuerda que no hay ningún paisaje que tengas que ver por obligación. Pasa lo mismo con la comida, los restaurantes o las tiendas.

  2. Si alguien te ataca, la mejor forma de defenderte es darle un fuerte pisotón en el pie: mientras se recuperan, tendrás algunos segundos para salir corriendo.

  3. Las personas de otros países no van a tener los mismos valores que tú: está bien compartir tus creencias, pero intentar que otros cambien su forma de ver el mundo, no está bien.

  4. Todas las personas que se lo puedan permitir, deberían tomarse un descanso del trabajo y viajar. Te ayudará a acabar con el estrés que has ido acumulando durante los años y, ¡lo más seguro es que vueltas con energías renovadas y listo para empezar a tope de nuevo!

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Fin de la sexta parte

Así que aquí está: ¡la sexta parte de mi serie «de viaje por Turquía»! Dentro de poco subiré dos artículos más sobre Estambul. Mientras tanto, si os habéis perdido alguno de los anteriores, ¡echadles un vistazo! Gracias por leerme, y estéis donde estéis en el mundo, ¡que paséis un día maravilloso!


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