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24 horas en París


Francia es el país de las maravillas y de la historia; está repleta de historia. Es el país más visitado del mundo debido a muchos factores, como sus monumentos conocidos en el mundo entero, la comida, la moda, su estilo de vida, etc. Al principio de mi EuroTrip, tuve que dejar todo mi equipaje en París para empezar un mes después mi intercambio universitario.

Tan pronto como dejé mi equipaje temprano por la mañana, me encontré con que tenía 24 horas libres, un día entero bajo el cálido sol parisino, antes de coger mi autobús hacia Suiza. Decidí pasar el día en París tan solo con mi bolsa de viaje de confianza, un par de gafas de sol y ganas de aventura.

Algo que algunas personas no comprenden del todo es que París es una ciudad grande; pero no simplemente grande, sino enorme. En ella encontraréis todo lo que deseéis encontrar durante unas vacaciones (menos la playa). Desplazarme en coche o en autobús me pareció muy pesado, es mejor coger el metro o uno de los muchos trenes que recorren la metrópoli.

Utilizando el metro, tendréis acceso a prácticamente cada rincón de la ciudad. Así pues, ¿cuál sería el primer monumento que visitaríais? En mi caso, me decanté por el monumento más famoso en el mundo entero que representa a Francia: la Torre Eiffel.

La Torre Eiffel

Originalmente era una antena de radio e iba a desmontarse cuando ya no resultaba útil, pero el gobierno decidió mantener en pie la icónica torre. La primera vez que la vi, me quedé de piedra.

La torre en sí tiene una estructura muy interesante. Cuenta con ascensores frente a los que se hacen colas enormes para subir a la cima y poder contemplar París desde allí arriba. Cuando comencé a viajar me di cuenta de que, para apreciar de verdad un monumento y no decepcionarme debido a las expectativas que uno mismo se crea, es mejor evitar estas expectativas y la "majestuosidad" de dicho monumento y centrarme en la historia que hay detrás. En este caso, me imaginé la construcción de la Torre Eiffel y la ocupación de París por parte de los nazis. Los desfiles militares se hacían para transmitir miedo a todo aquel que pensara resistirse al Tercer Reich.

El Arco del Triunfo

Después de hacerme algunas fotos en la Torre Eiffel y de disfrutar de las vistas desde la cima, decidí continuar mi camino. Tuve el placer de dar un paseo por el Campo de Marte mientras me dirigía hacia la sede de la Unesco de París. Aunque seguía habiendo algunos grupos de turistas por los alrededores, todavía se podía encontrar un poco de paz gracias a los parisinos y a los turistas que descansaban en el césped. Paré un momento para echarle un vistazo al Muro de la Paz y al Monumento a los Derechos del Hombre que ayudan a mantener viva la historia, el propósito de la Revolución francesa y su idea de libertad, igualdad y fraternidad.

Llamadme loco, pero normalmente evito todos los medios de transporte una vez que llego a mi destino, (casi) sin excepciones. Así pues, decidí caminar desde el precioso edificio de la sede de la Unesco y sus alrededores hasta el Arco del Triunfo. Hago esto por una simple razón: caminando soy capaz de hacerme una idea de cómo sería caminar a diario por las calles de París.

Creo que no hace falta decir que me perdí muchísimas veces y casi me atropellaron. La conductora ni siquiera me dirigió la palabra, me lanzó una fría mirada y continuó su camino. En ese momento, decidí comprar un reconstituyente en forma de comida y me decanté por una pastitas francesas. París suele ser una ciudad muy cara, pero sus pastelerías no los son. Debido a la gran cantidad de productos de repostería que abastecen las tiendas, es bastante fácil comprar algo para desayunar o un sándwich junto con un café a un precio muy razonable. Después de la pausa rápida para comer, seguí mi camino.

Siempre había imaginado que el Arco del Triunfo sería precioso en persona. No estaba preparado para ver lo bien diseñados que están las esculturas y el arco en sí; verdaderamente, es una obra de arte arquitectónica. Para poder acercaros, tenéis que cruzar por un paso subterráneo hasta el arco, porque este se encuentra en medio de una rotonda. Tuve suerte de llegar a una hora en la que no había muchos turistas todavía. Pasé un montón de tiempo haraganeando, leyendo los nombres inscritos en el arco e imaginando a Francia en la cúspide de su poder, el renacimiento, la revolución y los muchos filósofos, artistas y personas maravillosas nacidas en este país.

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Campos Elíseos

A continuación, me dirigí hacia la famosa avenida de los Campos Elíseos para llegar hasta la catedral de Notre-Dame de París. El camino fue muy largo y ajetreado, pero también fue como una revelación. Tuve una mejor perspectiva de cómo son en realidad las bulliciosas calles centrales de París. Desde arquitectura llena de historia hasta edificios construidos después de la Segunda Guerra Mundial... Si ignoráis todos los panfletos y todos los anuncios de Internet que ponen la ciudad por las nubes, descubriréis que París es una ciudad auténtica. No es una fortaleza medieval digna de un cuento de hadas ni una ciudad destartalada, es una mezcla entre historia moderna y antigua. Es un recordatorio de cómo los parisinos y Francia entera triunfaron, florecieron, cayeron y fueron sometidos, y de cómo volvieron a levantar esta orgullosa ciudad de nuevo.

París cuenta con muchos bares de moda, restaurantes y tiendas. Me costó más de lo normal llegar a Notre-Dame mientras exploraba todos estos lugares. Algunas de las tiendas más interesantes vendían coñac y cerveza artesanales. Otro establecimiento memorable es una tienda de arte de dos plantas. En el primer piso, artistas modernos franceses exponían sus obras de manera muy orgullosa. En el segundo piso, encontréis una sala principalmente dedicada al impresionismo, un movimiento artístico nacido de la creatividad francesa. Algunas de estas obras cuestan varios cientos de euros.

Habréis notado que Francia es una de las capitales del mundo de la moda y en casi cada esquina encontraréis a una cantidad ingente de turistas y de parisinos entrando en boutiques de Dior, Chanel, Lacoste y muchas otras marcas.

Al final de la avenida de los Campos Elíseos, se encuentra el Jardín de las Tullerías, que se extiende hasta el Museo del Louvre. Este jardín era bonito, pero no pensaba que fuese muy especial hasta que hablé con una pareja de lugareños. Habían desplegado unas mesas para que los turistas descubrieran un poco más sobre la zona. Aprendí rápidamente el significado que tenía el Jardín de las Tullerías. Este fue un lugar muy importante durante la Revolución francesa porque aquí fue donde se quemó una gran mansión hasta los cimientos, además de gran parte del jardín, durante las revueltas contra el rey Luis XVI. Me senté junto a la fuente central y tome todo el sol que me fue posible después de haber pasado el invierno en Australia.

Museo del Louvre

Después de relajarme un rato, continué mi camino hacia el hogar el Nacimiento de Venus, la Mona Lisa y muchas otras obras de arte y esculturas. Cuando llegué al Museo del Louvre ya era por la tarde, y el lugar estaba abarrotado de turistas de todas las nacionalidades. Lo primero que noté fue las innumerables personas que estaba subidas encima de unos bloques de piedra para hacerse la foto perfecta para sus redes sociales. Ignoré este detalle y me centré en la maravillosa arquitectura que rodea al Louvre, otra muestra del diseño arquitectónico de los tiempos de la Francia imperial. Los detalles de las esculturas incrustadas en la fachada del museo deben de ser la envida de muchos.

Aunque había mucha gente por los alrededores, me fijé en que la cola para entrar era sorprendentemente pequeña. Desafortunadamente, no me permitieron entrar con mi mochila de viaje por razones de seguridad. Por supuesto, Francia sigue en estado de emergencia, es evidente porque vi a múltiples grupos de soldados armados patrullando por las calles circundantes al Louvre.

Hice unas cuantas fotos y decidí descansar un poco en uno de los café-restaurantes de los alrededores. La atmósfera que hay en un restaurante francés es muy diferente a la que hay en otros países. Os recomiendo que probéis la «croque-monsieur» en un buen restaurante antes que probar la versión que venden en las pastelerías para poder degustarla como es debido. Después de comer, decidí mudarme a una de las mesas exteriores del local para tomarme una copa mientras contemplaba el ir y venir de los transeúntes.

Después de todas estas distracciones, seguí con mi itinerario para llegar finalmente a mi destino original.

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Notre-Dame de París

Me desanimó un poco ver que la Île de la Cité estaba llena de andamios. Sin embargo, volví a animarme cuando llegué a mi primer destino de ensueño: la Place Dauphine, una hermosa estructura con altos pilares que se lazan como guardianes del Delfín de Francia. El edificio brilla contra el cielo azul de una forma muy bonita gracias a los rayos del sol.

Tan pronto como llegué a la plaza donde se encuentra la catedral de Notre-Dame, me di cuenta enseguida de que el lugar era un caos absoluto. Largas colas de turistas charlando entre ellos, guías turísticos explicando a los visitantes los entresijos de la catedral, niños alimentando con pan a las palomas, soldados patrullando por los alrededores y una banda de músicos callejeros que atraían a un gran grupo de turistas formaban una conmoción inmensa.

Cuatro artistas callejeros bailaban break dance al ritmo de la música que salía de un gran stereo para entretener a los curiosos. Después de abrirme camino entre el gentío, finalmente me las arreglé para tener una vista completa de la catedral. Era preciosa. Para ser sincero, no parecía particularmente única comparada con otras catedrales excepto quizás por la historia que hay detrás de ella.

La cola no era muy larga y todavía tenía tiempo, así que decidí quedarme para ver el interior y las vistas desde las torres.

Valió la pena. El diseño de Notre-Dame de París es muy característico tanto por dentro como por fuera. Desde lo alto de las torres se puede contemplar unas vistas impresionantes. En mi caso, la experiencia fue aun mejor porque el tiempo acompañaba a la perfección.

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Salida nocturna

Decidí gastar el resto de mi tiempo paseando por los alrededores. Algo que jamás dejará de sorprenderme es la cantidad de cafeterías diferentes que se pueden encontrar en todas las esquinas. Y lo que más me sorprende aún es lo llenas que están siempre. Pasa lo mismo con los bares y los restaurantes, donde encontrar una mesa libre es muy difícil, incluso un jueves por la noche.

Me decanté por ir a cenar a «Flam's». Había mucho ajetreo en este restaurante, casi no había mesas libres fuera. Por suerte, pude encontrar una mesa para dos. El plato estrella de este local es la «Flammekueches» (una especie de pizza típica de Alsacia), y tienen una gran selección de pizzas al estilo alsaciano entre las que elegir. Fue difícil escoger qué probar primero, ya que era la primera vez que probaba algo así y quería degustar un plato original. Afortunadamente, encontré rápidamente que había una oferta «Flammekueches» ilimitada. Tendré acceso completo a todos los entrantes o todos los postres y podré elegir lo que desee de forma ilimitada solo por 15 euros.

Elegí los postres, naturalmente. Esta fue la mejor decisión que tomé en todo el día. Pedí la «Flammekueches» original con queso, jamón rústico y champiñones. Después, continué con la «Munster Flammekueches» procedente de Estrasburgo y terminé la comida principal con salchichas y patatas de la región. Como la masa de las pizzas es muy fina, el sabor es muy intenso y no te llenas enseguida.

En cuanto al postre, tenía varias opciones entre las que elegir. No sabía qué escoger porque me sentía muy lleno y no tenía espacio nada más que para un postre. Avergonzado, llamé al camarero y le pedí que me aconsejara. Sus ojos se iluminaros y comenzó a explicarme cada postre y su experiencia personal con cada uno de ellos. Finalmente, acabé pidiendo un crujiente de manzana con frambuesas.

Aquel era el mejor crujiente que he probado en toda mi vida. Tengo que reconocer que, al final de la noche, había disfrutado de una cena por valor de 35 o 40 euros que tan solo me costó 15. Sin duda alguna, recomiendo que vayáis a este restaurante a daros un buen atracón.

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Cuando cayó el sol, decidí dar un paso por las calles y empaparme de la vida nocturna parisina (también para facilitar la digestión). La zona donde se encuentra el «Flam's» es también una zona llena de bares, pequeños restaurantes e incluso un «Shisha Lounge». Descubrí un establecimiento ambientado en Australia con koalas y canguros que invitaba a los transeúntes a tomar una copa allí. Entré en este local simplemente por curiosidad. En general parecía un pub normal con una decoración inspirada en Australia.

Pedí un botellín de cerveza Coopers Pale Ale y me senté en la terraza exterior para disfrutar de aquella cálida noche. Pasé el resto del tiempo, alrededor de una hora, leyendo un libro antes de volver a mi hostal y descansar para levantare temprano.

Decidí que visitaría el resto de los lugares de interés que hay en París, incluyendo el Louvre, el Museo de Osay y muchos otros museos, durante mi intercambio universitario. Una cosa a la que reconozco que nunca me acostumbraré es la calidad y la disponibilidad de las pastelerías parisinas. París es definitivamente una ciudad en la que te puedes perder fácilmente. Hay tanto que asimilar, tantos museos, tanto arte... incluso muchas de sus tiendas ofrecen a los visitantes una gran introducción a la cultura francesa.

Naturalmente, me levanté relativamente tarde, fui rápidamente a una pastelería (vacía en esos momentos) y compré algo para desayunar. Después, cogí el metro para llegar hasta mi autobús. Había mucho bullicio en la ciudad, como siempre, especialmente en la línea A del metro. Disfruté mucho de mis 24 horas en París, fue un gran comienzo de mi EuroTrip.


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