Parque nacional Egmont y la Carretera del Mundo Olvidado
De camino al norte
Los últimos días los pasamos algo liados organizando el viaje y recolectando todo lo que necesitábamos. Nos llevamos un cargador para Nueva Zelanda, una cinta para poner el el coche, comida y mapas. El día 30 de septiembre de 2013 fue el dia oficial de nuestra partida. Nos dirigimos al norte, a la región de Taranaki. Los primeros días me daba miedo conducir porque había oído algo sobre un trágico accidente; pero como a mi novio no le importaba conducir, pude disfrutar del paisaje. Eso no quita que estuviese atenta a la carretera, sobre todo al principio, porque cuesta acostumbrarse a conducir por la izquierda. Cuando hay más coches circulando no cuesta tanto recordar por qué lado hay que conducir; otro truco es recordar que el conductor siempre tiene que estar en el centro de la carretera. Sin embargo, cuando no hay coches o después de una curva, lo normal es que automáticamente conduzcas por el lado al que estás acostumbrado. Así que siempre es mejor que haya dos personas atentas. A mi chico le pasó un par de veces y a mí también. Por suerte, el que iba de copiloto estaba ahí para avisarle.
Paramos a descansar en Whanganui (por cierto, en maorí la "wh" se pronuncia como una "f") y pudimos disfrutar de las increíbles playas que hay en la "surf highway", la ruta del surf, como la de Patea y la de Opunake. Los paisajes son increíbles y van cambiando cada pocos kilómetros; desde montículos hasta escarpadas montañas pasando por bosques y extensas llanuras, en las que vimos terneros, corderos y cabritos dando saltos.
Como ese día estaba nublado, solo pudimos ver las faldas del monte Taranaki. Encontramos un hostal para mochileros donde dormir en Nueva Plymouth. Era nuestra primera noche como viajeros en toda regla y disfrutamos mucho del ambiente. Por la tarde estaba un poco más despejado y salimos a pasear por la playa y a ver la impresionante puesta de sol en el mar.
La leyenda maorí
Al día siguiente, fuimos al parque Nacional Egmont por Stratford. Los maoríes tienen muchas leyendas sobre la historia de Nueva Zelanda. Y como me gustan mucho, he decidido contároslas: después de muchos años conviviendo pacíficamente, el monte Taranaki se peleó con los montes Ruapehu, Ngauruhoe y Tongariro por la montaña Pihanga. Tanto Tongariro como Taranaki estaban enamorados de ella, pero Tongariro era más fuerte. Tras el combati, Taranaki estaba tan abatido que decidió marcharse. En su camino hacia el mar, creó un foso donde hoy se encuentra el río Whanganui.
Parque Nacional Egmont
Tuvimos mucha suerte ese día. Nos habían dicho que el monte Taranaki solo se puede ver del todo un par de días al año porque suelen cubrirlo las nubes. Ese día, lo pudimos ver por completo; tiene la cima cubierta de nieve. Mientras caminábamos, hacía bastante calor como para ir en manga corta. Fuimos a la meseta de Stratford, las pozas de Wilkie y las cascadas Dawson. Había todo tipo de rutas ya que son naturales. Lo pasamos muy bien ese día, disfrutando del sol y de las increíbles vistas. Pasamos la noche en un hostal de mochileros en Stratford.
Al día siguiente, visitamos los jardines Hollard, que construyeron y plantaron Bernie Hollard y su mujer, Rosie, en 1924 para alegrar a la gente con sus bonitas flores y árboles. ¡Y de verdad que eran preciosos! Además, siempre se veía el monte Taranaki en el horizonte. Por la tarde, volvimos a salir de excursión. Esta vez fuimos al otro lado de la pista de esquí, donde no había nieve en esa época del año. Aunque sí que había en partes más altas de la montaña. Por desgracia, ese día no hizo tan bien tiempo y la cima del monte no se podía ver por las nubes. Aun así, las vistas eran espectaculares. Incluso alcanzamos a ver las montañas del Parque Nacional Tongariro, que era uno de nuestros próximos destinos. Y aunque cada vez había peores vistas, todavía hacía buen tiempo para ir de excursión. Tuvimos suerte, porque de normal no es así y hay pocos días como este al año. Y a pesar de que esta región en bastante conocida y turística, no nos cruzamos con mucha gente y pudimos disfrutar de la calma de la naturaleza. En la cima de la montaña había una señal de advertencia que recomendaba seguir adelante solo si se contaba con el equipo y la experiencia necesarios y alertaba de los bruscos cambios climáticos que ocurren con frecuencia. Estaba escrito en dos idiomas: en inglés, por supuesto, y en alemán. Me pregunto por qué. Por la noche fuimos a la piscina local, más que nada porque no nos queríamos duchar en el hostal. Tampoco queríamos cocinar allí porque todavía no habían lavado los platos. Lo demás estaba bien y los dueños eran muy majos, pero nos alegramos de haber traído nuestros propios sacos de dormir.
Carretera del Mundo olvidado
Antes de marcharnos, llenamos el depósito del coche y nos llevamos un bidón de gasolina de más porque sabíamos que en lo que nos quedaba de ruta no íbamos a encontrar gasolineras. Nos disponíamos a recorrer la carretera del Mundo olvidado en dirección al Parque Nacional Tongariro. ¿Que por qué se llama así? Os lo contaré en un momento: a los pocos kilómetros en la carretera, ya estás lejos de todo. Algunos tramos de la carretera ni siquiera están asfaltados, son solo un camino de tierra. Parece un sitio del que todos se han olvidado. Además, es fácil olvidarse de todo lo que te rodea y perderse en el impresionante paisaje, diferente en cada curva. Volvimos a tener suerte con el tiempo; para ser primavera, hacía sol y calor. Pasamos horas conduciendo y solo paramos un par de veces para pasear un rato y descubrir puentes, túneles o miradores. Fue una experiencia muy relajante. Creo que solo nos cruzamos con gente dos veces. Ya por la tarde, cuando llegamos al pueblo de National Park, encontramos un hostal con baños limpios y cocina. Pasamos un día genial, no podría haber sido mejor. Como la mayoría de gente que se alojaba allí eran alemanes –no sé por qué, pero están por todas partes– nos hicimos amigos de dos chicas de nuestra edad y vimos cintas VHS con ellas –sí, cintas, no tienen DVD. Fueron las únicas amigas que hicimos por el momento, ya que es difícil conocer gente cuando solo pasas una o dos noches en el mismo sitio.
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