Fiorland y Southland
Entre Te Anau y el pueblo de Milford discurre la carretera de Milford, en la que hay muchos sitios donde poder acampar y rutas de senderismo, tanto cortas como largas, que llevan a lugares especiales. Como llegamos ya al atardecer nos quedamos en la primera zona de acampada del lago Te Anau. A la mañana siguiente pudimos disfrutar de las vistas de los fiordos en colores distintos, de día en diferentes tonos de verde, marrón, dorado y los colores vivos de las flores, mientras que de noche se volvían de tonos grises y azules.
Nos dimos unas vueltas por el lago, y al día siguiente seguimos nuestro camino por la carretera a Milford. Parábamos de vez en cuando para ver algunos de los lugares más emblemáticos, sobre todo el lago Mistletoe y el valle de Eglinton. Normalmente las montañas se ven estupendamente, pero estaba tan nublado que apenas se veía la cima. En el camino de vuelta tuvimos más suerte y sí pudimos admirar el paisaje de Mirror Lakes, los lagos de los espejos. Es mejor ir temprano, cuando aún no corre el viento y el agua está tan cristalina que se refleja todo, como una señal escrita bocabajo que pone «Mirror Lakes» y que por la mañana se puede leer en el lago. También hay algunas pequeñas rutas. Por la noche nos quedamos en una zona de acampada en la carretera en el lago Gunn, ¡una vez más con un paisaje impresionante!
A la mañana siguiente teníamos que estar en Milford a las 8:30 a. m. para hacer una ruta en kayak. Para llegar a la hora había que levantarse muy temprano, sobre todo cuando vas con alguien que tarda mucho en prepararse. Después de cambiarnos de ropa y ponernos el bañador y el traje de neopreno que nos prestaron, nos dieron instrucciones sobre qué hacer en el grupo, en el océano y en caso de emergencia, y entonces por fin nos pusimos en marcha el guía y otras ocho personas. Éramos dos por kayak, al parecer los dobles son más estables que los individuales y más apropiados para los principiantes.
Empezamos a remar muy animados y nuestro guía nos contó muchas cosas sobre Milford Sound. Resulta que en realidad no es un estrecho, pues no se ha formado por los ríos, sino que se formó por el movimiento de los glaciares al igual que el resto de entrantes del mar que hay allí. Este tipo de paisaje son fiordos, por lo que técnicamente el estrecho de Milford Sound debería llamarse el fiordo de Milford Fiord. Aun así, la gente de Nueva Zelanda no quiere tener que renombrarlo todo, y Milford Sound es más fácil de pronunciar que Milford Fiord, así que llamaron a toda la región Fiordland y dejaron el resto de nombres como estaban. Nuestra primera parada fue en las cataratas de Bowen, de una altura de unos 162 m. Desde allí podíamos ver el famoso pico Mitre, uno de los más populares en las postales y la montaña más alta de Milford Sound. Si contamos la superficie debajo del agua, ¡tiene casi dos kilómetros de altura!
Queríamos seguir hasta las famosas y muy altas cataratas de Stirling, pero nuestro guía nos dijo que estaban demasiado lejos. Como no nos parecían tan lejanas nos dejó intentar adivinar cuánto tardaríamos en llegar en kayak. Creíamos que sería una media hora, pero en realidad estábamos a más de dos horas. Las montañas son tan grandes que subestimamos las distancias y lo que se tarda en llegar. Fue un poco decepcionante, pero lo aceptamos y disfrutamos de la ruta. Seguimos en dirección al pico Mitre y paramos en tierra en el lado opuesto para comer y beber algo caliente. Descubrimos que alrededor de los fiordos vive una gran variedad de animales que ya están extintos en el resto de la isla, pues el terreno es tan escarpado que ningún depredador llega allí. Solo es accesible para los animales voladores, por lo que la mayoría de la fauna es sobre todo un montón de aves coloridas..
En el agua hay un montón de focas, nosotros nos llegamos a encontrar con unas cuantas, pero no tuvimos tanta suerte con los pingüinos azules y delfines que también viven por allí.
Después de comer cruzamos el fiordo y dimos la vuelta. Como por la tarde el viento casi siempre sopla en dirección a la tierra, se sacan las velas y los kayaks se conectan, es decir, que nos juntamos y nos sujetamos unos a otros. Las dos personas en los extremos de la primera fila sujetan las esquinas bajas de las velas y las de la última fila atan los extremos de las velas a los remos y los levantan. Es como crear una vela de verdad y, si hay viento, se vuelve muy rápido navegando. No tuvimos mucha suerte con el viento, así que nos rendimos y volvimos a remar. Cuando ya estábamos cerca de nuestro punto de partida, volvimos a probar otro tipo de navegación: nos sujetamos todos y o la primera o la última fila se levanta e intenta pillar el viento con sus chaquetas. El viento era más fuerte entonces, así que funcionó algo mejor, pero tampoco era gran cosa. Aun así fue una experiencia increíble, en total fueron unas cinco horas de kayak.
Al terminar tuvimos que cambiarnos y devolver los kayaks. Como no era muy tarde, mi novio y yo decidimos hacer unas horas de senderismo, fuimos primero a un desfiladero impresionante y luego subimos a Key Summit. La subida a Key Summit es en realidad parte de la ruta Kepler, una de las 7 rutas Great Walks de Nueva Zelanda, un paisaje de postal que había visto varias veces y que me encantaba, así que obviamente fuimos a verlo en persona. Como somos tan tontos, pensamos que para tan poco tiempo (no me acuerdo bien, pero diría que unas dos horas) no hacía falta llevarse nada, así que lo dejamos todos y no nos llevamos ni la bebida. Nos dimos cuenta del error cuando llegamos a la zona sin árboles y quedamos expuestos al sol y, cómo no, hay que beber algo durante una caminata de dos horas. Pero todo salió bien, llegamos a la cima y disfrutamos de unas vistas fantásticas de las montañas y el fiordo. Eso sí, cuando volvimos al coche lo primero que hicimos fue bebernos una botella entera de agua. ¡Nunca más pienso salir sin ella!
Al día siguiente nos fuimos a la región de Southland y a The Catlins.
Antes de llegar allí, paramos en Invercargill y fuimos al museo de Southland. Hay muchas cosas, pero una de las que queríamos ver eran los tuátaras, unos reptiles que llevan existiendo 35 millones de años y que están en peligro de extinción, por lo que están intentando revivir la especie criándolos en el museo. Lo que los hace especiales es que aún conservan su tercer ojo, que no se puede ver porque está cubierto de escamas, pero lo utilizan para detectar cambios en la luz.
En The Catlins acampamos en Curio Cay, que se parecía un poco a como me imagino Escocia. Allí vimos una manada de delfines y, por la tarde, pudimos ver pingüinos ojigualdos alimentando a sus crías en la orilla. Hay buenos sitios desde los que observarlos a una distancia prudente. De hecho, están en peligro de extinción porque la gente siempre se acerca demasiado a ellos, entonces les da miedo acercarse a la orilla y dejan que sus crías se mueran. Es tan triste lo que la estupidez humana le hace a la naturaleza. Los pingüinos son altos, yo diría que miden medio metro, tienen los ojos amarillos y es como si usaran un delineador amarillo para hacerse unas rayas muy elegantes. En las crías no se ven tan claras como en los padres, pero aun así son muy monos y torpes, una no paraba de caerse de una roca. La zona desde la que los observamos era en realidad un bosque petrificado: los árboles se habían caído, no recuerdo por qué, y acabaron petrificados por el mar. Es algo verdaderamente curioso.
Ese día y el siguiente seguimos haciendo rutas de senderismo hasta diferentes cataratas, lagos y faros. Estábamos encantados de ver la belleza de la naturaleza, aunque lloviera con fuerza.
Y ya llegó la hora de volver al calor del norte.
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- English: Fiordland and Southland
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