Workaway, ¿una nueva frontera para el viajero o refugio de locos? Parte 2
Nos contactó un hombre noruego de unos 40 años con un mensaje muy cordial, diciéndonos que él vivía sólo en esa isla cercana a Bergen y que como no era para nada conocida, ningún workawayer se había interesado por ir allí si no fuese porque era él quien se había puesto en contacto. Nos dejó también un vídeo de la isla hecho por un dron y parecía un lugar completamente adorable.
Él se presentaba muy bien, con mensajes largos llenos de caritas sonrientes en los que contaba su vida (tenía 3 hijos que vivían en Bergen) y en los que describía lo que haríamos si eligiésemos su casa: básicamente la casa estaba dividida en dos plantas, cada una independiente, excepto el baño común en la planta baja; mi amiga y yo (junto con los otros workawayers) podríamos vivir en el piso de arriba. Las tareas que él requería se basaban en jardinería y mantenimiento del exterior de la casa, pero lo que nos pareció genial fue que no quería que tuviésemos horas determinadas de trabajo. Prefería que nos relajásemos y que aunque trabajásemos sólo una hora al día, para él estaría perfecto. Además, podríamos quedarnos cuanto quisiésemos, incluso sólo unos cuantos días, es decir, no había por su parte ninguna exigencia. Y no nos olvidemos de lo mejor: teníamos a disposición su tarjeta de crédito para comprar comida y su coche para ir a la ciudad a recogerlo.
Parecía perfecto, echando la vista atrás, quizá incluso demasiado perfecto. Así que, el 1 de agosto cogimos el avión y llegamos a Noruega, con la intención de quedarnos dos semanas exactas. Al principio pasamos unos días en Bergen, pero hablaré de esto mejor en otro post, ahora concentrémonos en la llegada a la isla donde vivía nuestro host.
A recibirnos en la parada del autobús no estuvo él, sino una chica alemana que estaba allí desde hacía cerca de un mes como workawayer. De camino hacia la casa, nos explicó que en la casa había otra chica francesa y que iban a llegar una pareja de españoles, que también venían a través de la misma plataforma.
¡Ah! Tenía también un perro: Wilma, que al parecer era de un vecino que se lo había dejado a nuestro host y él nos lo dejaba a nosotras.
Según llegamos nos dimos cuenta de que había algo que no iba bien; el jardín estaba lleno de basura y cosas rotas y parecía que ninguno la había cuidado en años. La alemana nos enseñó el baño y la planta de arriba y nos dio una hoja con las tareas que podríamos hacer.
Hasta aquí nada raro, si no fuese porque la casa estaba impregnada de un olor horrible a humo y perro, las colchas eran viejas y apestaban a humedad y estaba todo sucio.
Pero todavía ni rastro del host.
En cambio, había creado un grupo de Facebook con todos nosotros, donde podíamos comentar de todo, incluido las tareas que queríamos hacer y cómo hacerlas.
Al día siguiente por la tarde nos pidió que fuésemos al jardín a una especie de reunión y así (finalmente) lo conocimos.
A primera vista parecía un hombre normal, alegre y animado como nos había parecido en los mensajes que habíamos intercambiado antes de ir. Hablaba un inglés excelente porque era un profesor universitario jubilado y esto nos dio una buena impresión. Continuaba después recalcando que podíamos trabajar lo que quisiésemos, coger el coche, coger la bici, coger su tarjeta de crédito y que él no estaría allí controlando todo lo que hacíamos.
Después, empezaron las peticiones extrañas:
- Bajo ningún concepto podíamos entrar en su parte de la casa.
- Teníamos que acostumbrarnos a estar solas porque él estaba atareado en casa todo el día (no se sabía haciendo el qué) y no quería que le molestásemos.
- Le gustaba escuchar música heavy metal a mucho volumen y debíamos vivir con ello.
- Se consideraba una persona introvertida y por tanto no le gustaba interactuar con sus workawayers pero, sin embargo, le gustaba sentir que tenía compañía en casa.
- No teníamos acceso a la lavadora, pero podíamos meter nuestra ropa en la cesta de al lado del baño y se ocuparía él.
- Reciclaba la basura al máximo, tanto que nos lo explicó durante más de dos horas y que incluía 10 cubos.
En resumen, había cosas que no cuadraban, pero no nos preocupamos. Mi amiga y yo pasábamos las mañanas trabajando en el jardín, comunicándole por Facebook lo que habíamos hecho y por la tarde podíamos ir en bici por la isla o hablar con las demás chicas en casa. Por su parte, las otras dos eran muy vagas y se aprovechaban de que el host no las controlaba, por lo que se quedaban en la cama todo el día y nadie les decía nada.
Después llegaron los españoles, un chico y una chica que no hablaban casi inglés y con los que era difícil comunicarse, pero que como nosotras se ocupaban de adecentar un poco aquel desastre de casa (sobre todo el jardín con todo el cúmulo de basura).
En general con los demás estábamos bien, compartíamos el mismo espacio durante todo el día y encontrábamos siempre algo de lo que hablar, también porque teníamos todos la misma edad.
Pasaron así 3 o 4 días, un poco incómodos por las condiciones higiénicas de la casa y porque de la parte de convivencia tan publicitada no había rastro, nuestro host no quería vernos nunca. Sin embargo, la isla era espectacular y merecía la pena soportar a "ese tipo extraño" con tal de estar allí.
Luego, se desataría el infierno.
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