Mi amiga del Erasmus vino a verme a Italia
Como seguramente ya sabréis, el año pasado estuve viviendo en Dinamarca para estudiar Diseño y Comunicación Audiovisual. Dicho esto, todavía se me considera estudiante internacional, aunque ya no estoy de intercambio. En el primer semestre, conocí a una chica de los Países Bajos, Saskia, que estaba de Erasmus. Junto a ella exploré la ciudad, probé distintos tipos de comida, hice fotos y salí de fiesta. Fue divertido, pero solo se quedó en Dinamarca unos cuatro meses. A principios de julio, me mandó un WhatsApp preguntándome si estaría en Milán en verano porque había estado trabajando un montón para las prácticas y pensaba que merecía un descanso, así que se le había ocurrido venir a Italia una semana. Una semana es mucho tiempo para estar solo en Milán porque es una ciudad pequeña, pero de todos modos le dije que iba a estar aquí y que era más que bienvenida. Así podría enseñarle la ciudad y ponernos al día.
Me mandó un mensaje con cosas que había visto en Internet y que quería ver y hacer en Milán. Yo le prometí que las haríamos todas:
- Hacerse una foto haciendo el pino (y hacer muchas fotos de la ciudad);
- mandar postales a su casa;
- ir al lago de Como;
- ir a Milán y a sus sitios más famosos;
- comer pizza y helado;
- ver la ciudad desde un mirador.
Día uno de siete
El día llegó y la recogí en su hostal, cerca de Navigli. El lunes, el primer día, estuvimos andando muchísimo tiempo (seguro que pensó que se me había ido la cabeza). Vimos Navigli, la Porta Ticinese con las Columnas de San Lorenzo, Via Torino, la catedral, Montenapoleone, el parque Sempione y el castillo de Los Sforza. Después volvimos al hostal. La pobre estaba reventada (¡lo siento, Saskia! ).
Hoy toca lago del Como
El martes fuimos al lago del Como. Solo se tarda una hora en tren, así que llegamos sobre las once de la mañana. Dimos un paseo por la zona, nos sentamos en la playa y fuimos a comer. Yo me pedí una hamburguesa y ella, piadina: un pan plano italiano relleno de jamón, queso, lechuga y tomate. En total nos costó 10 euros, nada mal. Después anduvimos un poco más y Saskia vio una heladería en la que nos tomamos un helado. No la culpo, ¡hacía mucho calor y teníamos que refrescarnos! Después hicimos un poco de «senderismo». Queríamos probar a ver el lago desde lo alto. No encontramos ningún sendero, pero al final dimos con un mirador. Estuvo muy bien, el agua era de color azul intenso y se veían el pequeño puerto y el paseo. En el tren de vuelta a Milán, teníamos a un grupo de chicos delante. Los estaba oyendo hablar en un idioma raro, mezclado con italiano e inglés. Saskia me dijo que era holandés, por lo que al bajar les dijo algo en su idioma y descubrimos que uno de los chicos era italiano y les estaba enseñando la ciudad a los otros, ¡igual que yo con Saskia! Qué cosas.
Esa noche volvió al hostal y me dijo que había llegado a su habitación una chica nueva. Los días anteriores había estado compartiendo la habitación con chicas de Francia, España, Argentina, Corea y sitios así, pero esta chica era estadounidense. De Nueva York, para ser más exactos. Le dije a Saskia que si quería, podía invitarla a que se viniera con nosotros el miércoles y así también le enseñaba la ciudad a ella. ¡Me encanta Nueva York y tenía ganas de conocer a la chica!
El Milán moderno y la moda
Las chicas comieron juntas y yo llegué sobre las dos de la tarde. Fuimos a Brera, Garibaldi, la Piazza Gae Aulenti, Corso Como y Moscova. Mientras, la chica me contó un montón de cosas sobre Nueva York y yo le hice muchísimas preguntas, aunque también traté de hablarles de Milán y de lo que íbamos viendo. Nos tomamos un helado (sí, otro, estamos en Italia y podemos comer todo el helado que queramos, ¡sobre todo porque en verano! ). Como la chica estadounidense, Hanna, era tan maja, las invité a las dos a comer en mi casa al día siguiente. Ambas aceptaron y vinieron. Probaron un tipo de pasta diferente a los típicos espaguetis con salsa boloñesa: cotoletta a la milanesa. Mi madre hizo un postre que estaba muy bueno. Después, como Hanna trabaja en la industria de la moda, nos dijo que quería ir al museo Armani y nos preguntó si nos parecía bien. A mí sí porque soy italiano, vivo en Milán y no había ido nunca. Estuvo muy bien, así que supongo que para alguien que sabe mucho de moda y trabaja en eso tiene que ser mucho más interesante. Más tarde, después de una ducha muy necesaria, salimos otra vez y tomamos un «aperitivo» italiano con mis amigos. Tras conocerlos, las chicas y yo fuimos a un bar de cachimbas y tuvimos conversaciones más profundas. Hablamos sobre el respeto, el racismo y cosas así. Ahora que lo pienso, los hostales son geniales porque te permiten conocer a gente de otros países, pero con una mentalidad parecida a la tuya. Bueno, al final nos fuimos del bar y nos sentamos en la Dársena, en la que había unos hippies bailando a su rollo.
Más moda
Al día siguiente fuimos a Montenapoleone con otra chica de Colombia. Esta chica estudia en Múnich, Alemania, y había venido a Milán a ver a su amiga, que vive aquí. Hanna se había presentado para un puesto de trabajo en una marca famosa que tiene un par de tiendas en el Quadrilatero Della Moda (la zona de tiendas de moda de lujo de Milán). Tras entrar a varias tiendas y quedar satisfecha con lo que vio, fuimos a comer. Pedimos pizza y panzerotti. Por desgracia, tuvimos que volver al hostal porque Hanna tenía que irse. Se iba a París a pasar el finde y luego, de vuelta a Nueva York. Saskia pasó la noche con la chica colombiana y sus amigas y yo fui a la graduación de mi hermano.
Viva el fin de semana
El sábado se suponía que era el día tranquilo para Saskia y para mí, pero desde Tre Torri acabamos en Vía Lincoln, cerca de la Universidad de Milán. Estábamos tan cansados que tuvimos que parar en un bar, bastante caro, por cierto. Eso nos dio las fuerzas necesarias para caminar hasta el metro. Justo cuando llegamos a casa, empezó a llover. No nos mojamos por un pelo. Fuimos a Vía Lincoln porque es muy famosa por sus casas de colores. Nos llevamos un chasco porque los árboles tapaban los edificios, pero estuvo bien porque parecía que estábamos en una ciudad de la costa y no en Milán.
Lo que nos quedaba por hacer el domingo era ir al Palazzo Lombardia y ver Milán desde la planta 39 de uno de los edificios más altos del país. Se inauguró hace unos dos años y medio, y siempre llevo a la gente allí antes de que se vaya porque Milán es pequeña, pero vista desde las alturas parece mucho más grande. Si tienes suerte y hace buen tiempo, ¡hasta se ven las montañas a lo lejos! Después, Saskia y yo volvimos a mi casa en autobús, comimos con mi familia y fuimos al aeropuerto, donde ella cogió un vuelo a Ámsterdam. Fue un detalle por su parte querer pasar las vacaciones conmigo, lo agradecí mucho y lo pasé muy bien. ¡Me sentía como un turista en mi propia ciudad!
- Cristian
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