Viaje al final de la vida
Un sonido que no atrae, un nombre que desconcierta... No te detengas ahí porque Apulia tiene mucho que ofrecerte. Esta región, situada en el talón de Italia, posee un rico patrimonio cultural y gastronómico que esperaba descubrir. Durante dos días, caminé por los callejones de Lecce, Polignano a Mare y Bari; tres de las ciudades más turísticas del sur de Italia.
El barroco de Lecce
En todas partes, escucharás que Lecce es, sin lugar a dudas, la ciudad de Apulia que no puedes perderte bajo ninguna circunstancia. Yo misma he querido comprobarlo. Viernes 12 de octubre, las 22. 30 h, allá vamos con 7 (largas) horas de autobús. En dirección al sur de Salento. Para tu bienestar, me saltaré los detalles más fastidiosos del viaje, entre los ronquidos de mi vecino y el asiento de delante colocado en posición para dormir. Una vez terminado este calvario, me encuentro a las siete de la mañana, en la estación de autobuses de Lecce. Para llegar al centro histórico de la ciudad, hay dos posibilidades: el transporte público o mis piernas. Por lo tanto, caminé durante 20 minutos con la mirada todavía nublada y perdida. Afortunadamente, es fácil orientarse. El centro está indicado en la mayoría de los carteles. Solo hay que seguir el camino. Durante el recorrido, decidí tomar un eje paralelo y perderme por los callejones.
En cambio, el caminar da mucha hambre. Primera parada, la Piazzetta dei Peruzzi, donde el café Valentino me hace ojitos. No estoy acostumbrada a beber café. Para mí, el macchiatto, el cappuccino o el café con leche son lo mismo. Siendo avispada, preparé mi discurso con antelación. Tan rápido como un relámpago, saco mi bloc de notas y recito con una gran sonrisa «Buongiorno, un caffè latte per favore, con un cornetto (en honor a la cultura francesa)». Y la sorpresa llegó cuando, al otro lado del mostrador, la camarera me contesta: «Eh... macchiatto ¿no? ». Eh, Oui. Yes. En fin, lo que quiero decir es «si, certo». Bueno, pues será un macchiatto para mí. Esperemos que no esté muy fuerte. ¿Y, con esto? «Questo» señalando con el dedo de forma grosera la media luna espolvoreada con chocolate, (la oigo) diciendo mi nombre desde el momento en que pisé la tienda. Disfruto de este pequeño placer para mejorar la planificación del día, entre dos cuernos de los que resulta ser un croissant relleno de Nutella. En total marca más de 300 gramos en la balanza. Termina el momento dulce y paso por caja e, inesperadamente, solo pago 2, 40 € por todo.
Una ciudad dormida
A partir de ese bar, todas las calles te llevan antes o después a la Plaza San Oronzo desde donde decido comenzar la ruta. Durante el camino, me doy cuenta de que es verdad que los edificios son bonitos, pero que la ciudad está dormida. Está lejos de «son las 5 h, París se despierta». Aquí son las 8 h y no hay ni un alma por las calles. Las 9 h y todavía no hay ningún monumento abierto al público. El tiempo se me está pasando muy despacio y estoy cansada de dar vueltas por el centro. No obstante, un poco más tarde, la Iglesia del Gesù abre finalmente. No está indicada en las recomendaciones de la visita, pero vale la pena echarle un ojo. Es mi preferida entre las cinco iglesias que he visitado hoy.
Y, ese sábado, la entrada era gratuita. Ahora, dirección al castillo de Carlos V. Entrada de pago, pero bastante asequible (2 € para los estudiantes). Después de echarle un vistazo al interior, no me interesa el lugar y me voy. En lugar de eso, recorro un laberinto de calles que poco a poco comienza a adornarse con maniquís, postales y otros souvenirs. Basílica de la Santa Cruz, Iglesia de Santa Chiara y Santa Teresa, palacio Turristi Palumbo, Piazza del Duomo, anfiteatro y museo, etc. Fotografío casi todo lo que veo.
No dudes en hacer lo mismo, sobre todo porque las entradas son, a menudo, gratuitas. La entrada al teatro antiguo y al museo cuesta, a petición del cliente, 4 € para los jóvenes de la UE. Aunque tuve una pequeña decepción ante la cúpula ya que me enteré que no se podía visitar.
¡Son las 11 h (por fin)! Poco a poco, los músicos se van colocando en las calles concurridas y los curiosos hacen acto de presencia. Después de realizar mi quinta ruta por el centro histórico y de haber pasado una decena de veces por delante de la Plaza San Oronzo, acepto la verdad: estoy aburrida. Por lo tanto, hago algo totalmente inusual, cambio el programa en el último minuto. Lo imprevisto da miedo, pero es más excitante. Por suerte, la ciudad está bien comunicada. Así que, adiós al tren de las 17 h, cogeré el de las 13. 20 h hacia Polignano. Para esperar hasta entonces, me pongo a buscar un tentempié. Para mí solo será un pizzo (un bollo relleno de tomate, cebollas y aceitunas con huesos), una focaccia de espinacas y un pasticciotto (hojaldre relleno de crema y aromatizado con distintos olores). Más de 400 gramos en la balanza.
Saliendo de la panadería (acuérdate de la palabra italiana panificio porque te resultará de gran utilizad los días que tengas mucho hambre), me encuentro enfrente de una librería que, casualmente, tiene en el escaparate El Principito, mi libro favorito. Justo estaba buscando, desde hace meses, una edición italiana, y ahora, sin buscarla, ¡la encuentro! Sin pensarlo, me apresuro a comprar un ejemplar y, al instante, el día ya me parece más bonito. Con la nariz sumergida en el libro, llego a la estación que se encuentra a unos minutos andando desde el centro de la ciudad. Destino: Polignano a Mare.
El romanticismo de Polignano
Todas las casas blancas, callejones donde merece la pena perderse y el mar hasta donde alcanza la vista: no hay duda de que lo tiene todo para que el visitante quede hechizado por Polignano a Mare. Yo incluida.
«Siamo in arrivo a Polignano a Mare». No es necesario buscar con antelación el camino. Hay un letrero turístico en la entrada de la estación que indica todas las atracciones de la ciudad. Punto positivo: el centro histórico (y turístico) se encuentra a unos diez minutos a pie desde la estación. Así que, adiós a los billetes de autobús; ¡este fin de semana toca hacer piernas!
Primera parada de la visita: el puente panorámico. Desde aquí, puedes ver el mar extendiéndose hasta donde la vista no puede alcanzar. En cambio, lo que quería fotografiar, sobre todo, era Lama Monachile, la mítica playa de Polignano que aparece en todas las fotos de los motores de búsqueda. Las casas, ubicadas en acantilados de piedra caliza, sobresalen del azul transparente del Adriático que choca con las rocas más abajo.
Placer para los ojos, pero también para el alma. Aquí hay un ambiente bohemio-zen.
«Felice di stare lassù»
En los callejones, los artilugios hechos con conchas y madera a la deriva cubren las puertas de color pastel de las tiendas de souvenirs.
Aquí y allí, los poemas nos recuerdan lo bueno que es vivir frente al mar. Y luego, hay algunas notas a las que le doy vueltas a la cabeza: «Nel blu, dipinto di blu, felice di stare lassù». En fin, Polignano es eso, es la felicità al estilo italiano.
Al anochecer, me dirijo a la plaza principal, la famosa «piazza Vittorio Emanuele». Mientras me bebo un vaso de «Shirley Temple sin alcohol» en la terraza, disfruto del teatro callejero que se me presenta.
A continuación, una visita guiada por el norte de la ciudad. En el programa: paseo nocturno por las calas vírgenes, al frente de un antiguo convento todavía habitado. Al otro extremo de Polignano, están los trullos, esas pequeñas chozas para los pescadores de temporada o para pequeños trabajadores agrícolas. No es necesario ir a Alberobello para admirar esas construcciones típicas de Apulia. Último paso esencial antes de irse a dormir: probar uno de los muchos pasticiotti. Lo más difícil es elegir uno entre la decena de sabores que hay. Como te he comentado más arriba, es una pasta con crema pastelera o con ricotta y adornada a tu gusto. Para mí, lo dulce es demasiado tentador, por lo que será una teja rellena con crema de ricotta y limón, y otra con amarena.
Puedo marcar la casilla Polignano a Mare en mi diario de viaje. Un pequeño consejo (siempre hay un pero): para disfrutar plenamente de este viaje, lo mejor es no prepararlo. Hay que dejarse llevar por el ambiente de la ciudad; dejarse llevar de una calle a otra sin saber verdaderamente lo que se quiere ver. Mi anfitrión también me lo advirtió: «Sobre todo, si te pierdes, ¡no trates de encontrar el camino! ». Gracias por el consejo, Francesco, tenías razón. Además, Polignano es una ciudad tan pequeña que, al final, todos los caminos llegan a la piazza Vittorio Emanuele. Estaba bastante ansiosa por visitar esta ciudad de la que había visto cada rincón en Internet. La ciudad era exactamente como la había imaginado... No hubo efecto "guau", porque sabía lo que me esperaba.
Bueno, la medianoche ha pasado. Después de un día tan ajetreado, es hora de irse a dormir.
Bari, la cultura de forma simplificada
Me levanto a las 8. 30 h. Tren a las 9. 20 h. Llegada prevista a Bari a las 9. 40 h. Salida hacia Mesina a las 12. 30 h. No hay tiempo para descansar. A pocos minutos de la estación, no te pierdas el teatro Petruzzelli.
Luego, paseo ineludible por la costa del mar con parada prevista en el mercado de pescadores.
¡Atención! : personas sensibles, absteneros. Aquí se venden pescados frescos. De hecho, muy frescos. Todos acaban de pescarse, todavía se retuercen en los cubos. Enfrente del puerto, donde los barcos azules esperan la próxima salida al mar, observo un espectáculo un tanto particular para la chica de ciudad que soy. Los pescadores, obviamente acostumbrados a esto, tiran los pulpos al suelo una y otra vez para ablandarlos.
Me voy en busca de otras vistas de la ciudad. Un poco más lejos, en una pequeña calle, hay un banco en el centro del patio, ropa tendida en las ventanas, una vespa estacionada a toda prisa frente a la puerta y los niños jugando a la pelota: esa es la imagen de Bari que quiero conservar.
Me dirijo hasta la (magnífica) basílica de San Nicolás y aprovecho la oportunidad para pasear por las numerosas calles que la rodean; todas ellas más concurridas que las de las tiendas de souvenirs. Visita obligatoria a la catedral (entrada gratuita) y al castillo normando-suizo, cuya entrada para los menores de 26 años es de 4 euros.
Y, dado que la cultura da mucha hambre, ves por la acera de enfrente para pedir una de la veintena de pizzas a la carta por solo 5 euros. Para mí será una «Palma» con tomate, chorizo, pimientos y salsa picante. Con la barriga llena, la cabeza repleta de recuerdos (y el monedero vacío), me dirijo a la estación. Desde el castillo es muy sencillo: todo recto, pasando por una calle peatonal, una especie de Campos Elíseos de Bari y ya estás en el muelle.
Balance del fin de semana: tres días y medio para visitar tres ciudades es factible. Al menos, Polignano a Mare y Lecce se pueden visitar fácilmente en unas pocas horas. Sin embargo, para Bari recomiendo quedarse un día completo para disfrutar del lugar sin prisas.
«Lo que está escrito sin pasión será leído sin placer» Esta reflexión la encontré en Polignano a Mare.
Galería de fotos
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