Road trip por Italia

¿Un “road trip”? ¿Qué es eso? 

Sí, ya sé que estamos escribiendo en español, pero en una red social tan internacional como esta creo que todo el mundo debería saber lo que “road trip” significa. Aunque sea una gran defensora del uso de términos en castellano frente a los de inglés, pero nadie me puede negar que “road trip” suena el triple de mejor que “viaje por carretera de larga distancia”. El caso, que mis amigos a los que llevaba sin ver casi un año y yo decidimos organizar un viaje por Italia aprovechando que yo estaría en Florencia trabajando y que otro amigo nuestro tenía diversas casas por el norte de Italia (de Milán tenía que ser).  

Nuestras paradas 

El plan era el siguiente:  

• Mi amigo de Milán recogería a todos los demás del aeropuerto de Milán 
• Irían a ver un partido importante de voleibol en Módena. 
• Vendrían a Florencia a verme y pasarían un día allí. 
• Me recogen y vamos todos a Camogli, una ciudad costera. 
• Nos vamos todos a Busca, en el campo, muy cerca de los Alpes. 
• Visitamos Milán y cada uno se vuelve a su casa. 

Lo detallé todo y me quedó precioso en mi agenda: 

Día 1: Módena 

A mí este día en teoría me tocaba trabajar, pero una serie de acontecimientos o el mismo universo se puso de acuerdo para darme ese día libre. Además, justo quedaba también un sitio para ir a ver el partido de voleibol. No lo dudé ni un segundo, me fui directa a Módena a reencontrarme con mis amigos y a disfrutar de una partida del voleibol. Algunos lo llaman suerte, yo lo llamo karma.  

Para llegar hasta Módena desde Florencia me cogí un tren desde la estación Santa Maria Novella de Florencia y luego tuve que hacer un trasbordo en Bologna Centrale. Desde ahí cogí otro tren que me llevó a Módena, donde me esperaban mis amigos para recogerme e irnos al partido. Estaba súper contenta porque hacía muchísimo que no los veía. En cuanto los vi, no pude evitar saltar a abrazarlos. 

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En Módena teníamos un poco de tiempo para hacer turismo por la ciudad. Bueno, quien dice turismo dice perdernos un poco por el centro en busca de comida. La verdad es que la ciudad no tenía mucho y estaba vacía, no sé si porque estaría todo el mundo trabajando o porque se estaban echando la siesta o porque realmente no hay nadie en esa ciudad. Sin embargo, era muy bonita con las casas de colores y las calles empedradas. 

Cuando llegamos a la Plaza del Ayuntamiento llegaron todas las risas. Tenía una pequeña masa de agua estancada que hacía de espejo para reflejar la plaza. Aquí empezamos a hacer el tonto para sacar la foto perfecta, que si agáchate, que si ahora ponte en este lado, que si ahora de pie...

Después, nos dirigimos al polideportivo donde se jugaba la final de la Nations League de voleibol. Encontramos nuestros asientos en la grada y disfrutamos de dos intensos partidos: Francia contra Rusia e Italia contra Estados Unidos. Yo nunca había estado en un partido de voleibol profesional y fue sorprendente. Los puntos son largos y los jugadores son buenísimos y fortísimos. Había hasta cancioncitas para cada ocasión y al final del día era yo la primera en saltar y ponerme a gritar, a quejarme y a celebrar puntos. 

Cuando se acabó el partido, ya tocaba volvernos a Florencia a dormir, que a mí me tocaba trabajar al día siguiente. 

Día 2: Florencia 

Tuve que pegarme el madrugón del siglo, pero no me importó. Mientras yo estaba trabajando, mis amigos se fueron a hacer turismo por Florencia.  

Justo era el día del cumpleaños de una amiga que había venido al road trip, por lo que nada más acabar de trabajar volví corriendo para celebrarlo. Nuestro amigo italiano que ya se conocía Florencia, nos llevó a la terraza del Hotel Cavour a tomarnos algo. El hotel estaba justo en el centro y tenía unas vistas espectaculares, sobre todo del atardecer. Por un lado, teníamos al Palazzo Vecchio y por el otro lado se veía la impresionante cúpula del Duomo.  

El precio de los cócteles era un poco caro, pero la verdad es que merecía la pena. Primero, por todo el esfuerzo y empeño que ponían al hacerlos, por ejemplo, uno vino dentro de una campana de humo. Y segundo por las increíbles vistas de la ciudad. Y ni siquiera estaba llena, sino que estábamos tranquilos y sin jaleo. Yo me sentía totalmente VIP.  

Más tarde, les llevé a un pub que era famoso por atraer a muchos turistas en Florencia, el Red Garter. Como somos un grupo de amigos muy variopinto, cada uno de una nacionalidad distinta, pensé que este pub que ponía música americana conocida mundialmente sería perfecto. ¿El único problema? Que se llena muchísimo y, con el calor que hace en Florencia, puede llegar a ser insoportable.  

De vuelta a casa ocurrió algo inimaginable. Me explico. Florencia es una ciudad turística. Muy turística. Demasiado turística. Además, Florencia es una ciudad pequeña. Muy pequeña. Demasiado pequeña. Con calles estrechas y poco espacio para caminar. Durante el día se llena de turistas y es imposible cruzar la plaza del Duomo sin antes chocarte con mil personas, o hacerte una foto sin que nadie te moleste. Es incluso imposible hablar normal, porque hay tanto ruido que no oyes al que tienes al lado. Por la noche, amigos, es otra cosa. Por la noche todos los turistas que se han pasado el día pateando la ciudad están tranquilamente durmiendo en sus camas, descansando y recargando las pilas para el día siguiente. Por la noche, no hay nadie por Florencia.  

Os lo voy a demostrar con las siguientes fotos que nos hicimos justo en frente del Baptisterio. No hay nadie más en las fotos. Y son fotos que nos hicimos sentados en las escaleras del Duomo. Florencia es muy agradable por la noche. No hay nadie que te moleste y puedes pararte a admirar los monumentos tranquilamente. 

Día 3: Camogli 

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De nuevo, me toca trabajar. Pero no pasa nada, porque en lo único en lo que puedo pensar es en volver a subirme al coche y llegar a la playa. Ese era nuestro próximo destino, la costa de Liguria. Esta costa se caracteriza por tener unas playas pequeñas, estrechas y rocosas. Pero sorprendentemente es también la costa a donde la mayoría de los italianos norteños pasan sus vacaciones de verano. Es muy montañosa, pero cuando llegamos y aparcamos el coche en lo alto del pueblo, se podía ver el mar desde arriba y fue precioso bajar. 

Nada más llegar, dejamos todo rápido en el apartamento, nos pusimos los bañadores y nos bajamos corriendo a la playa. Nada ni nadie nos iba a quitar la ilusión de bañarnos en el agua fresquita, aunque eso significara dejarse los pies en la orilla de tantas rocas. Era realmente sorprendente ver a los niños pequeños correr descalzos, cuando yo no podía ni estar de pie.  

Después del baño relajante y divertido, nos volvimos a casa para prepararnos para la cena. Nuestro amigo italiano nos tenía preparado un restaurante para cenar literalmente al lado del mar. Sin embargo, no pudimos resistirnos a pararnos a mitad de camino a hacernos fotos en el atardecer. 

El restaurante estaba buenísimo y, siendo un pueblo costero, la especialidad era obviamente el pescado. De hecho, nos contó que una vez al año cogen como una paellera gigante y fríen todo el pescado, todo el pueblo se queda con un olor aceitoso, pero todos se lo pasan muy bien. 

Día 4: Punta Chiappa y Busca 

Nos despertamos con unos deliciosos cruasanes de chocolate o, como los llaman aquí, “cornetti”. Nuestro amigo italiano que se conoce toda la zona ya tenía el plan para hoy, pero no quería decirnos qué era. Solo sabíamos que teníamos que despertarnos pronto e ir a coger comida.  

Para la comida nos fuimos a la panadería del pueblo y nos cogimos unas “focaccias”. Ninguno, a excepción del italiano, sabíamos qué eran, pero nos aseguró que estaban buenísimas y que ya las probaríamos a la hora de comer.  

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Nos llevó al puerto del pueblo y nos hizo comprarnos un billete de ferry. Fue ahí cuando nos confesó a dónde íbamos: Punta Chiappa. Todos nos quedamos igual con el nombre, pero nos dijo que nos iba a gustar, así que ninguno rechistamos y nos subimos en el ferry. 

Desde el ferry se veían las casitas de Camogli, todas coloridas. Dicen que cada casa está pintada de un color distinto para que cuando los pescadores se echen al mar, sean capaces de distinguir y encontrar su casa desde la lejanía. Quizás es una historia un poco romántica, pero es cuanto menos curiosa. 

El sitio en el que nos bajamos era literalmente un muelle y un camino montaña arriba. Yo miré dudosa a mi amigo y le pregunté mil y una veces si estaba seguro de que esa era nuestra parada, ya que nadie más del ferry se bajó allí. Él me aseguró mil y una veces que sí, que era allí. Así que no me quedó más remedio que callarme y ponerme a andar camino arriba y adentrarnos en el bosquecillo. 

Cuando llegamos, nuestras caras cambiaron. Era impresionante. Estábamos como encima de una roca enorme con una mini casita al final. Por un lado veíamos el pueblecito de Camogli a lo lejos y por el otro lado veíamos la ladera de la montaña, verde y frondosa.  

Algunos de mis amigos juntaron la valentía y fuerzas necesarias para saltar desde una roca al mar. Sin embargo, yo no me la jugué, y bajé por estas escaleritas tan monas. El agua estaba muy limpia y dejaba entrever todas las criaturas marinas desde la superficie. Pasamos unas horas muy tranquilas y relajantes, donde solo oíamos las olas del mar y la brisa marina.  

Después, comimos las deliciosas focaccias, que era como un pan parecido al de la pizza pero más aceitoso.  

Tocaba ya volver al apartamento a recoger todo, porque nos poníamos en marcha hacía Busca. 

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El cambio de paisaje fue brutal. Pasamos de la costa del mar de Liguria a la campiña del Piemonte. Esta zona está bastante cerca de los Alpes, por lo que era una zona montañosa. La temperatura incluso bajó unos cuantos grados y el aire se sentía mucho más puro. A nuestra llegada nos esperaba una barbacoa para cenar. 

Quizás a algunos les haga reír, pero siendo de Madrid no había visto luciérnagas en mi vida. Aquí estaban por todas partes. Me quedé impresionada. Parece como que quieren que sigas un camino. Era como estar de nuevo en Navidad, pero en verano. Fue mágico. 

Día 5: Saluzzo y Milán 

Busca es un pueblecito muy mono en medio de las montañas. El problema es ese, que está casi en medio de la nada. Pero “no worries my friend”, que nuestro ya rebautizado guía turístico italiano tenía algo pensado para nosotros. Fuimos a visitar un pueblecillo vecino de Busca, Saluzzo, que tenía algunas tiendecitas y bares.  

De vuelta, nos esperaba una masterclass de pasta carbonara antes de darnos un atracón de lo mismo. Fue la madre del italiano quien nos esperaba con alegría y nos sirvió con orgullo la mejor pasta carbonara que he probado nunca. De hecho, gracias a ella escribí el post de Cómo hacer la pasta carbonara perfecta, échale un vistazo.  

Antes de irnos, nos fuimos a investigar un poco por las montañas, y nos encontramos con maravillas como esta en el Valle Maira: 

Ya nos tocaba volver a la carretera. Esta vez, ya hacia el último destino, Milán. Aunque fue un viaje largo y con atascos, no hay nada que la música no pueda arreglar.  

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Por la noche tuvimos una velada de limoncello y Guitar Hero porque estábamos agotados. 

Día 6: Milán y vuelta a casa 

Nos despertamos vagos en Milán y la verdad es que no teníamos fuerzas para madrugar. Mis amigos me acompañaron a la estación central de Milán (que, por cierto, construyó Mussolini) y llegó el momento de decir adiós. En cuanto me fui, los demás todavía les quedaba tiempo en Milán para hacer turismo, yo tenía que volver a trabajar. Pero no pasa nada, porque me prometí a mí misma que volvería para ver Milán.  

Fin 

Fueron unos días maravillosos llenos de risas y diversión. Hacía mucho tiempo que no veía a mis amigos del intercambio y después de un año de estudio intenso lo necesitaba. Visitamos muchísimas ciudades y me lo pasé genial. Fueron de los mejores días de mi verano. Espero repetirlos pronto, ¿el próximo road trip podría ser por España? ¿O quizás por Estados Unidos? ¿Quién sabe? 

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