La tierra de los hobbits

¡Hola a todos!

En las dos semanas que pasamos en Helsinki con el programa ERASMUS+, nuestros anfitriones nos mantuvieron siempre ocupados con actividades geniales que prepararon para nosotros. Hicimos varias excursiones, probamos la comida india, fuimos a parques nacionales, jugamos a juegos de equipo... Pero la mejor experiencia y la más especial, sobre la que voy a escribir, fue la excursión en barco a una isla increíble.

Vivir en una isla en Finlandia es algo bastante normal, nada especial. Hay rutas de barco disponibles para cualquiera, igual que si fueran rutas de bus o de tranvía. Los barcos son un medio de transporte público más en Helsinki. Las islas están a 10 o 15 minutos de la ciudad. La gente puede volver a la «civilización» y al mundo moderno cuando quiera, pueden ir a trabajar, a estudiar y a comprar a la ciudad, pero la vida privada la hacen en las islas. Todo lo que necesitan es una tarjeta de viaje, un bono mensual o un billete de un solo viaje para el barco y claro, casa en la isla. ¡Me encanta la idea!

Suomenlinna es una isla muy tranquila, a menos de 30 kilómetros del sur de Helsinki. Parece un pueblo más, un lugar donde la gente vive con sus calles, sus casas y su paisaje. Hay residencias familiares preciosas y pisos de estilo antiguo con vallas bonitas, jardines de flores y patos, perros y gatos de mascota. Árboles frutales, parques infantiles, sin tiendas, sin anuncios, sin instalaciones ni servicios, solo gente viviendo en sus casitas. No hay influencias exteriores, no hay tareas, no hay preocupaciones, solo tu casa, tu familia y silencio. Parece otro planeta, otro universo que no tiene nada que ver con la vida a la que estamos acostumbrados. Es un lugar separado de lo racional, lo real y lo mediocre. Es un lugar de desahogo y libertad absoluta. No forma parte del «mundo plástico» y material en el que vivimos. Si me preguntaran cómo creo que es el Cielo, diría que es como Suomenlinna.

En la isla solo se hace vida privada, no hay colegios, empresas, instituciones, tiendas ni lugares de trabajo. No hay tráfico, por lo que tampoco hay asfalto, solo pequeños caminos para la gente y para bicicletas. Aparte de eso, acantilados, lagos, colinas, gaviotas, el eco de las olas golpeando las rocas, árboles y la infinidad del mar. Naturaleza en estado puro. En las colinas hay pequeñas cuevas y caminos y rutas subterráneas. Ahora no sirven para nada, pero antiguamente eran parte de la fortaleza de Suomenlinna. Caminar por esas cuevas me recuerda a los hobbits y el paisaje parece sacado del universo de Tolkien. Algunos restos de la fortaleza han sobrevivido hasta la actualidad y se puede pasear cerca de los muros y las torres. Estos muros de piedra crean un ambiente muy especial.

No se puede llegar al agua del mar porque hay acantilados por todas partes, pero la isla tiene una pequeña zona muy estrecha con una playa de arena perfecta para tomar el sol en una tumbona, hipnotizado por el reflejo del sol en las olas. Por supuesto, la gente puede sentarse o tumbarse también en los acantilados, beberse una botella de vino y pasarlo bien, pero bañarse en esa zona es peligroso y está prohibido. Meditar, correr, leer en un espacio limpio. Saludar a los barcos que pasan. Ver los aviones en la distancia. Suomenlinna purifica el cuerpo y el alma.

Suomenlinna es una isla con mucho viento, pero eso no es un problema (menos por el pelo). Esto permite poder probar el parapente, una descarga de adrenalina increíble. Creo que si viviera en Helsinki, iría a esta isla con frecuencia. Pienso que Suomenlinna es una de las razones por las que los finlandeses son más felices.

Ah, casi se me olvida mencionar que debido a la presencia del mar, la pesca es una actividad importantísima en los alrededores de Helsinki. Los finlandeses comen mejor que la población europea en general. En las dos semanas del viaje de Erasmus, no hubo ni un solo día en el que no comiéramos pescado en al menos una comida. Ensaladas de pescado fresco, sopas, pescado frito, sándwiches con pescado... El rey de los pescados es el salmón. En las cantinas, restaurantes y supermercados lo tenían ahumado, frito, en vinagre o asado y es más barato que en cualquier otro país europeo sin acceso al mar. En Hungría o Rumanía, mi familia come pescado como mucho cinco veces al año. En Helsinki, lo podíamos comer mucho más a menudo porque el precio no era un obstáculo para llevar una vida saludable.

Posdata: lo siento por la calidad de las fotos, no soy fotógrafa profesional.

Gracias por leer. Dora.

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