Roznava, pueblecito encantador - Viaje de Pascua en autobús y tren (1/5)
24 marzo de 2016
El fin de semana de Pascua en Eslovaquia, con un día festivo el jueves además de nuestro lunes en Francia, parecía perfecto para hacer un viajecito de varios días. Pasaron varias semanas desde que se me ocurrió una idea así. Al principio había pensado en alquilar un coche para la ocasión. Por razones de precio, me rendí. Y entonces me di cuenta de que la red de autobuses y trenes no dejaba a ni un pueblo incomunicado. Hay bastantes líneas regularmente y disponibles todos los días del año. Vestigio digno de alabanza del período comunista, remarcándolo de nuevo.
En mis seis días de viaje haré unos 600 kilómetros de ida y vuelta. Me dirijo al oeste y a Bratislava, manteniendo el rumbo hacia el centro de Eslovaquia. Con las horas de planificación viendo las conexiones de transporte público, ya sé más o menos lo que voy a ver antes de irme. ¡Y me encanta! Lo del fin de semana pasado, cuando fui a los Tatras, Levoca y Kezmarok fue un ensayo general. Hoy, el gran proyecto de evasión se hace realidad.
Día 1
El viaje es un poco más largo que el del fin de semana pasado, pero salí más tarde. Eran las 11:15 cuando me eché a la carretera de la estación de autobuses este jueves, fue a las 7:30 la última vez. Después de muchos reveses, sé que mi primera parada será en Roznava. Una chica que conocí en la universidad (para que veáis cómo es la mentalidad Erasmus), Simi, se ofreció para que pasara la noche en su casa después de haberle explicado mi recorrido.
En realidad estoy volviendo a donde estaba ayer con la facultad de geografía de Presov. En esta región kárstica visité una cueva, la de Krasnohorska. Tenía el equipo, el casco, la linterna, el abrigo rojo para moverme en el lecho del río subterráneo, que roza por poco la roca. Al final del recorrido, después de las aprensiones por pasar un cable tendido sobre el río, por unas largas y empinadas escaleras llegamos a la estalagmita más grande del mundo (32 metros), llegamos orgullosos y agotados. ¡Es la primera vez que lo hago así que me acordaré!
Me acuerdo de esta aventura subterránea porque el autobús pasa por el mismo sitio que ayer antes de llegar a Roznava, a 80 kilómetros al sudeste de Presov.
Vistas desde la torre de vigilancia renacentista de las dos iglesias de Roznava. Tradicionalmente, una era de la comunidad eslovaca y la otra de la minoría húngara. De hecho, esta ciudad de 20 000 habitantes está a tan solo unos kilómetros de Hungría.
El cielo es hermoso, tan hermoso como uno de verano. Simi me está esperando en la estación de autobuses con su abrigo blanco y negro a cuadros que se ajusta a su delgada silueta. Con mi sándwich de queso y col (¡es lo normal aquí! ) en mano me lleva a la plaza principal. Este lugar "es la plaza medieval más grande de Eslovaquia", intenta explicarme. A decir verdad, no me parece enorme, pero eso no impide que sea encantadora con sus coloridas residencias burguesas que los rayos del sol resaltan aún más.
Y luego, en el centro está esta torre de vigilancia, Strazna Veza, flanqueada por un balcón de madera negra, construida para luchar contra las invasiones turcas en 1654. Da las 14:00 como una caja de música infantil, algo más suave que un carillón del norte de Francia. Simi dice: "¡Vamos! " Luego subimos los 1480 escalones del edificio, escalonados en una fila de rampas de madera. En la parte superior, me informa, casi avergonzada, señalando el hospital, los edificios, las dos iglesias con campanarios de bulbos: "Eso es todo lo que hay que ver en Roznava".
Con esta conclusión, fuimos 6 kilómetros hacia el norte, en el viejo Skoda blanco que le regalaron sus abuelos. "No tengo miedo de conducir hasta allí", me dice, "¡porque me dijeron que podía abollar el coche y que no pasaría nada (se ríe)! "
Beltiar es el nombre del castillo ecléctico que vamos a visitar. Data del siglo XVIII y contiene objetos de la familia Andrassy, de la nobleza húngara y del espíritu viajero. "Les gustaba mostrar su riqueza" Simi ríe después de pasar por delante de la biblioteca de 15 000 libros, trofeos de caza, cerámica, mesas en marquetería, retratos de Sisí o Napoleón, la momia egipcia, el oso pardo de peluche, la armadura samurai y... ¡Uf! Habría suficiente para llenar varias cuevas de Alí Babá!
Lo que también me sorprende de la casa es el número de baños, cada uno de un color distinto... ¡Hay dieciséis!
Refrescados por un viento frío y fuerte, caminamos por el parque arbolado donde se casó hace unos años la hermana de Simi. Y fantaseando me dice frente a este pabellón chino que bordea un lago tranquilo: "Me gustaría casarme en un lugar como este algún día, realmente es envidiable". ¡Pero admitió que los tacones de aguja en el césped no son los más prácticos!
Volvemos a casa en un pueblo cerca de Roznava, Roznavské Bystré, nos calentamos con un té (caj en eslovaco). Cenaremos con sus cuatro hermanos y hermanas y sus padres pirohy, esos raviolis de puré que ya había probado en el restaurante de Zdiar la semana pasada. Servidos, por supuesto, con nata y de bebida leche para que empache más. Su padre me hizo degustar el vino tinto hecho por sus vecinos, el vaso de la amistad. Me recordó a los viñedos vienenses de la taberna hace casi dos meses.
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