Del duro Bajo Tatra al bonito Vlkolinec- A la conquista del Oeste... eslovaco (2/8)
17 de mayo de 2016
Día 2
En la foto, no se ve el sol. Como mucho había un lejano disco gris perdido en la densa y blanquecina escarcha que obstruía el cielo. El sol no me despertó ese día. No me levanté hasta las siete y media, comprendiendo que la niebla estaba ahí para quedarse.
Cuando abrí la puerta, un viento frío me abofeteó y con él unos pequeños copos de nieve que ya aparecieron el día anterior en Jasna, a los pies del Chopok (2 024 metros). Esa mañana, me fui de la cumbre, donde había pasado la noche en un refugio, para volver al valle de Demänovská.
Me decido a bajar, aunque no veo a más de 50 metros (pero esta vez no es por culpa de la miopía). Una bajada que ya de por sí se prevé complicada. La nieve, que había fundido durante la noche, ¡se había convertido en hielo! A penas cinco minutos después de haber salido de el chata, ya me había caído bruscamente de c… Así que me tomo este porrazo como un aviso. Decido volver a casa, esperando el teleférico, que vuelve al valle a las nueve menos cuarto.
El refugio de Kamenna, a 2 000 metros de altitud. Aquí es donde pasé la primera noche a la mayor altura de mi vida, ¡y no sin miedo!
Pero... «Eso no va a poder ser» me dejó de repente helado, el joven guardián moreno y con barba del refugio. «El teleférico solo funciona los fines de semana» me explicó. Se quedó mirando la cara que se me debió poner de decepción y me dijo «Bah, dice para tranquilízarme, tampoco es tan difícil... ¡Lo conseguirás! »
Motivado por sus ánimos, me meto en lo que parece ser una pista de esquí en medio de una tormenta de nieve. Y pensar que hace solamente 2 meses, por donde me arriesgo a ir, unas esquiadoras estuvieron haciendo slalom por estas pendientes ¡en una competición internacional! ¡Mis chaquetas de primavera me parecía demasiado fina! Al final, no tardaría más tiempo que cuando subí. Y cuando llegué al monte Lukova (1 678 metros), casi a medio camino, la neblina, como había predicho el guardián, se había acabado. Al final de la bajada, me vuelvo a encontrar con la vista de ayer en el Tatras y la naturaleza del valle del centro eslovaco.
Svaty Kriz, la iglesia de madera que ha nacido dos veces
No pude pasar por la gruta de hielo que había previsto ver esa mañana por culpa del retraso. Pero me voy a Svaty Kriz, un pueblo a 10 km al suroeste de Liptovsky Mikulas. Su iglesia protestante hecha de madera (Dreveny Kostol) es una de las más grandes de Europa central. ¡Puede acoger hasta a 6 000 fieles!
La iglesia de madera Svaty Kriz, donde caben 6 000 personas. Lo que hace que sea una de las más grandes de Europa central.
No tengo tiempo suficiente para apreciar sus admirables dimensiones, una mujer mayor vecina de la casa de al lado me abre la iglesia. Tanto en el interior como en el exterior, este juego de Kapla gigante me dio la misma impresión de inmensidad.
Como Hronsek que visité en marzo, Svaty Kriz es una de las cinco iglesias que se han conservado por la Contra-Reforma en Eslovaquia. Lo fueron gracias a importantes concesiones: no se podía entrar por la calle principal, no había campanario y se construyeron en madera en un año como máximo.
Para edificar esta catedral de madera, el carpintero del pueblo, Joseph Lang, la hizo en 1729. Se vio obligado a prescindir de planes, ¡era analfabeto! Pero al principio, Dreveny Kostol no estaba en Svaty Kriz sino en la comuna de Paludza. Solamente, en los años 1960, esta habría desaparecido con la construcción de la presa de Liptovska Mara en Paludza. Pero los habitantes, que no estaban satisfechos con que se emplease con ese fin, se opusieron para poder conservarla. Entonces se desmontó y se mudó a Svaty Kriz, la jugada salió bien pues se ha quedado en la misma diócesis. En 1982, volverían a inaugurarla, ¡como una segunda vida!
Su integración es perfecta. El aislamiento del lugar, alejado de un pueblo, el cual también retirado, refuerza la ilusión de que está aquí desde siempre.
Vlkolinek, el pueblo montañés de las muñecas
Bajo sus pasos adormecidos, el llamado pueblo Vlkolinec todavía vive, con 17 habitantes al año.
Mi tarde siguió por el tradicional pueblo de Vlkolinek, después de una hora de tren; una media hora de bus y una hora andando desde Liptovsky Mikulas. ¡Todo eso para hacer 30 kilómetros hacia el oeste!
Al nivel de la excentricidad, Vlkolínec destaca. Está perdido en las montañas del parque nacional de los Altos Fatra. Sin embargo, viendo sobresalir los primeros tejados y las estatuas de madera de la colina, tengo la sensación de que no me va a decepcionar. Y así es. La arquitectura montañesa del pueblo está casi preservada de las típicas casas contemporáneas. En tres calles, las 55 edificaciones viven en harmonia en un juego de colores elegantes, desde rosa chicle a verde pistacho. Los bosques también alternaban sus colores. Los más oscuros se encontraban sobre los pozos de 1860 y el campanario de 1770, en forma de falda de tablas.
Tampoco pude resistirme a ver a aquellas ancianas enjuagando la fregona con el riachuelo irregular que bajaba desde la plaza. Está claro que no es un pueblo-museo, todavía viven 17 personas al año en seis casas. La riqueza del patrimonio y del hombre han conseguido que Vlkolinec esté inscrito en la Unesco desde 1993.
Aterrizar en este pueblo de la localidad de High Fatras, es llevarse una buena dosis de sonrisas y de aire convencional de la montaña.
Vuelta nocturna por los hoteles "obsadene" (¡lleno! )
Como la luz se estaba agotando, tuve que encontrar un alojamiento para la noche. De Vlkolínec, vuelvo a bajar por la gran calle Ružomberok-Banska Bystrica, en busca de una pensión en el pueblo de Biely Potok. Aunque no fuera temporada alta, ni la Costa Brava, los dos hoteles estaban llenos y otro estaba cerrado. Desesperado, sabía que no me quedaba más remedio que alojarme en Ružomberok, a cinco kilómetros al norte de aquí.
Espero no acabar la noche en un banco como esta estatua de madera...
En la calle principal de Biely Potok, pregunto a dos jóvenes que estaban haciendo una pausa para fumar delante del pueblo. ¿Quizá van a Ružomberok? No hablan muy bien inglés, pero uno de ellos salió del coche para echarme una mano. A pesar de su tamaño intimidante, fue muy servicial. Encontró un taxi y un hotel a un precio razonable en Ružomberok. «Hay jacuzzi por si quieres relajarte», dijo riéndose. Me despido con una sonrisa, al fin seguro de poder dormir en una cama.
Al llegar pierdo la ilusión. El recepcionista Acko enfriaría pronto mis esperanzas por un "obsadene" (lleno). Como el centro está a dos kilómetros, llama por mí a dos amigos hoteleros, pero fracaso. ¡Estaba todo lleno!
El joven recepcionista se ríe de mi mientras me iba, sobre las diez y media de la noche, solo y bajo el frío de la noche. Sin planes, sigo atentamente el camino del río Váh, que debe dirigirme al centro. Las farolas y algunos halos de luz de las ventanas se reflejan en las aguas tranquilas, sumidas en la penumbra. Solo el ruido del bulevar perturba mi serenidad. Me creo como si estuviera en una novela policíaca, imaginando, aunque no me crucé con nadie, que saldría un criminal de no sé qué bosque o muro.
Llegando al centro sano y salvo pregunto cómo última opción a dos fiesteros para que me indicasen dónde están los hoteles. Las indicaciones, aunque eran buenas, me sirvieron de poco. Solo encontré un hotel de 3 estrellas Kultura en la plaza principal con una habitación doble libre. Pero los precios se iban demasiado lejos de mi presupuesto... y de mi idea de viaje "a lo barato"
Después de haberlo intentado todo, no me queda otra: coger el tren de media noche para Bratislava. Tendría que visitar la capital el último día de mi viaje, pero a veces los viajes te obligan a improvisar.
El recepcionista me indicó (ya había previsto esta opción como último recurso) que un tren salía de Ruzomberok a Bratislava a las doce y diez. No parecía que me hubiese mentido. Escucho el ruido de los raíles. Me subo al tren, encuentro un compartimento vacío y me acuesto. Creo que todo termino.
Hasta el momento en el que la revisora viene. En Eslovaquia, es sistemático (lo que explica que no existan máquinas para picar los boletos). La revisora comprueba que efectivamente lo tengo todo en regla. Pero que me había equivocado. Este tren va a... ¡Praga! ¡Sí, a 500 kilómetros de allí! Me aconseja, medio dormido: «Baje en la próxima estación y espere un tren para Bratislava. » Para que mi viaje siga, le hago caso.
Antes de llegar al tren correcto, todavía me quedaba esperar hasta las dos y diecinueve de la madrugada en la recepción desproporcionada de la estación de Vrutky, donde la ventilación con aire caliente permitia que no me resfriara. Como se suele decir, ¡la aventura es la aventura!
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