Campanarios en Banska Bystrica, pero no en Hronsek - Viaje en bus-tren en Semana Santa (3/5)
26 de marzo 2016
Día 3
El amanecer no ha disipado aún las nubes que cubrían el cielo de Muran. El pueblo me resulta hechizante: con su riachuelo lleno de piedras, sus casitas para resguardarse del frío, su campanario ocre, sus puentes y su tranquilidad. Estoy en un antiguo compartimento de tren y me dirijo a Banska Bystrica, a 85 km al oeste (una vez más). La estación es fea por el corsé de grisáceos bloques soviéticos y los descampados de alrededor.
¿Quién me diría que vería una pequeña Italia en una de las plazas? Miles de torres surgieron de repente, hacia arriba, en el horizonte: torre medieval, torre del Reloj (se parece un poco a la de Pisa), torres amarillas de la pequeña catedral, campanario estirado de la iglesia Santa-María, columna de mármol negro del Ejército Rojo, columna mariana gris. Una niña pequeña, con un abrigo púrpura, pasa entre estos gigantes de piedra.
Plaza Principal de Banska Bystrica, la quinta ciudad de Eslovaquia con 80. 000 habitantes.
Al mediodía pruebo un nuevo plato eslovaco en un restaurante. Se llamaba « labuznicky kuraci rezen », una especie de san jacobo eslovaco de pollo, champiñones y queso.
Tenía la tarde libre, por lo que improvisé una visita al templo protestante de Hronsek, de madera y estilo escandinavo. En cuanto bajé del tren unos turistas me indicaron el camino para llegar. Se sorprendieron al verme con la enorme mochila azul, ¡se pensaron que era futbolista!
Estoy aquí por esta proeza arquitectónica. La iglesia me pilló desprevenido. Una masa de madera que no ha necesitado ni un solo clavo para tenerse en pie desde el siglo XVI. Para que pudiera construirse, no podía tener campanario, según una de las reglas establecidas por los Habsburgo, hostiles a la Reforma protestante. También lo explica el hecho de que Hronsek sea un lugar aislado (a 13 km al sur de Banska Bystrica). La señora de dentro (menos mal que era simpática) me dijo que los letreros del retablo cambiaban según la festividad. Y me enteré sin saber eslovaco, no sé cómo lo hice. Me gustó muchísimo el color, el recubierto de madera (no parece que tenga 400 años) y la sencillez de la decoración.
El día terminó en un callejón sin salida, en Spania Dolina, 710 metros de altura en la zona alta de Banska Bystrica. Anduve entre los chalets y los grandes coches (todos iguales). En el jardín de un edificio que pedía a gritos una reforma, una madre y sus hijos dejaban zanahorias a los conejos para que les traigan huevos de chocolate al día siguiente. Un aire de tormenta empezó a distinguirse en el cielo oscuro. Caen gordas y frías gotas.
Al igual que en Hronsek, la madera crujía bajo mis pies al subir los 160 escalones para llegar a la Iglesia (siglo XVI). Había que cruzar un pasaje cubierto. Eso fue nada más salir del bus. Ahora, mientras atardece, se ve brillar el monumento a lo alto de la colina. Parece de cuento de hadas.
En el bar que tengo detrás, el sol se apaga. Un chico borracho bebe rompiendo los vasos de vodka. Su novia está acostumbrada. El camarero también.
Se acaba el día pero no el hambre que tengo. Solo me tomé una sopa para cenar en la pensión.
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