Un nuevo hogar con sabor a gofres y patatas fritas
Antecedentes
Pues aquí estoy, una estudiante de grado, con su título entre las manos y sonriendo par las fotos. Qué contento estoy de haber conseguido, por fin, algo importante en la vida. Sin embargo, muy en mis adentros, hay una voz muda que me susurra: «¿Y ahora qué, Austeja? ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Es este el momento de encontrar un buen trabajo remunerado y dejar el nido? ¿Es esta la ocasión de extender las alas para hacer un año sabático en el extranjero? ¿O quizás sea el momento de encontrar al «definitivo» y comenzar una familia? ¿Qué sentido tiene mi vida ahora mismo? Ser o no ser, esa es la difícil cuestión.
Mientras me torturaba con todas estas ideas, se me ocurrió repentinamente lo siguiente: ¿Por qué no actuar de manera espontánea para salir de mi zona de confort, dejar mi empleo y encontrar e inscribirme en un plan de estudios en algún país de Europa? La idea de la espontaneidad me mantuvo viva, se hizo cada vez más y más grande y acabé echándole un vistazo a programas de máster en países europeos francófonos. Así fue básicamente como comenzó mi historia.
Terminé en Bruselas. Sí, en el corazón de Europa, un lugar donde todos los días huele a gofres con chocolate y caramelo, saborear unas crujientes patatas fritas con mayonesa, ver a chicos guapísimos vestidos de esmoquin corriendo hacia el Parlamento Europeo, pasar por la Grand Place cada día, disfrutar de la deliciosa cerveza en el bar Delirium y estar en medio de tres idiomas: el francés, el neerlandés y el flamenco. Sí, aquí comienza la parte complicada.
Bonjour, Bruxelles! C’est moi!
«Voilà je suis là! Bonjour, Belgique», me digo a mí misma mientras me bajo del avión. A pesar de que en aquel momento era una sintecho, mi jefe me dio la oportunidad de trabajar como autónoma —lo que significaba que estaba sin techo, pero no sin trabajo. Estuve una semana durmiendo en el sofá de un amigo. Después, se obró el milagro. Tras haber estado buscando apartamento durante bastante tiempo, lo encontré: estaba justo en el centro de la ciudad y lo compartía con dos pequeños desastres de compañeros. Mi habitación era como la de Harry Potter: estaba debajo de las escaleras y no tenía ventanas.
Para la estudiante que trata de ahorrar dinero, esta era una de las mejores opciones. La universidad quedaba cerca y la calle principal de bares estaba a la vuelta de la esquina. Me fue imposible resistirme a las cervezas belgas incluso a pesar de ser una amante del vino; nunca pensé que me encontraría bebiendo cerveza. Además, el resto de atracciones estaban a tiro de piedra (o de metro, a no más de media hora). La verdad es que parece que había muchas tentaciones al alcance de la mano... Así que, si no puedes resistirte a ellas, digamos que acabas en un círculo vicioso mágico. De todos modos, todos sabemos que esto pasa a veces en la vida de los estudiantes, así que mejor no juzgar.
No voy a negar que mudarse a un país completamente nuevo no es tarea fácil. Uno sabe que va a estar solo un cierto tiempo hasta que encuentre a gente de su tipo, nuevos pasatiempos; también, que podría sacarle partido a una semana aburrida, que tiene que aprender como cuidar de si mismo y gestionar sus problemas para encontrar una solución lo más rápido posible. Antes del gran viaje, tratas de prepararte mentalmente para ello.
Después, llega el primer día de universidad. Por supuesto, llegué tarde (gracias al maravilloso sistema SNCB). Mientras entraba en la clase donde se celebraba la primera reunión con profesores y alumnos, todos los ojos se giraban para mirarme. Sentía cómo me iba poniendo roja mientras trataba de encontrar una silla libre. Cada uno tenía que presentarse y, a simple vista, parecía que la mayoría de los presentes tenían un máster, mucha experiencia laboral, trabajos bien remunerados y que eran mucho mayores que yo. Cuando llegó mi turno, dije «hola, me llamo Austeja, vengo de un país del Báltico llamado Lituania. Tengo 24 años. Acabo de graduarme en Filología Francesa y Relaciones Públicas y estoy trabajando como Communication Manager durante un año».
Me sentí como un patito feo que trataba de mantenerse a flote con el resto, pero que no lo había conseguido y que estaba solo en la orilla mientras el resto se divertían en el agua. Buen intento, Austeja, buen intento; «por favor, inténtelo más tarde». Y así hice. Después de algunas clases, ya me sonaba el programa de estudios de European Public Affairs and Communication y los compañeros se habían empezado a convertir en amigos. No tuve ningún problema, ni siquiera con las diferencias de edad o con la falta de competencias.
Nuevas experiencias, nuevos amigos
Bueno, los comienzos siempre conllevan algunos obstáculos. Nos pasa a todos. Si comparamos los míos con los del resto, solo estuve sufriendo dos semanas y después todo comenzó a mejorar. ¿Cómo lo hice tan rápido? Fácil: intentando no quedarme sola en casa.
Primero, intenté meterme en una organización que trabajaba en conjunto con las instituciones europeas y que organizaba todos los años formaciones de una semana relacionadas con temas importantes dirigidas a gente joven europea. Conseguí convertirme en la jefa del departamento de comunicación, no por mucho tiempo desgraciadamente, pero esa es otra historia.
Después pensé que, siendo soltera y estando en un país diferente, en una nueva ciudad, ¿por qué no utilizar una de esas aplicaciones para ligar, ser espontánea y tener citas? Sé lo que estáis pensando, pero a veces está bien encontrar gente nueva con la que hablar, tomar una cerveza y comparar culturas y nacionalidades. Al día siguiente, por casualidades de la vida, descubrí en un grupo de Facebook que no era la única que se sentía sola en Bruselas y que no tenía amigos o gente con la que salir. Así fue como surgió nuestro chat de «Fiesta», en el que estábamos cerca de 50 personas metidas.
Como en todos los grupos, había principalmente 10 personas activas que estaban constantemente proponiendo viajes, ir a museos, discotecas, bares o simplemente disfrutar del buen tiempo fuera de casa. De hecho, nos unimos bastante y viajamos a Brujas, Colonia, Rotterdam y Luxemburgo; también salíamos de fiesta los fines de semana, disfrutábamos de la belleza de esta ciudad mientras bebíamos cerveza, comíamos patatas fritas en frente de la Bourse o pasábamos un jueves loco en la Plaza de Luxemburgo. Hoy puedo decir con orgullo que estas personas se convirtieron en mi familia internacional, gente con la que compartía mis ideas, mis deseos, momentos divertidos o con quien podía hablar. Ahora Bruselas sin ellos no parece tan grande, fría y aburrida.
Hice otra amistad, de nuevo, gracias a las redes sociales, en concreto a Instagram. He de admitir que me encantan las redes, a veces siento que tengo una adicción a ellas y subo demasiadas cosas a mis historias. Este amigo apareció a través de una fotografía de una de mis historia de Instagram. Simplemente hice una foto del paquete que me envió mi madre desde Lituania en la que había salsa de tomate y algunas de las bebidas tradicionales de mi país. Después de varios mensajes en los que hablábamos de lo que hacíamos cada uno aquí, me mandó un mensaje que decía lo siguiente: «Entonces, ¿podemos ser amigos? ».
Suena bastante reconfortante y te da seguridad el hecho de que finalmente empieces a construir tu círculo de amistades y dejes de ser un alma errante. Así fue como empezó nuestra amistad. Aún sigue evolucionando y tiene facetas preciosas, lo que me hace extremadamente feliz.
Supongo que cuando encuentras tu lugar y te rodeas de gente con las mismas miras que tú, encuentras nuevos pasatiempos y comienzas a disfrutar del nuevo lugar en el que vives, la vida se tiñe de un color que antes no tenía. De algún modo, tu «yo» cambia lentamente —para bien, por supuesto— y, a pesar de no querer sonar muy a cliché, consigues crecer y mejorar a nivel personal, lo que te hace estar orgulloso de tu mismo. Al menos, yo lo estoy.
La vuelta a casa por Navidad
Pues aquí estoy, en el avión, de camino a casa por Navidad después de tres meses en la elegante Bruselas. El tiempo ha pasado muy deprisa, como un correcaminos; se ha ido a algún lugar, pero esto ha sido increíble. No puedo dejar de sonreír por los recuerdos tan bonitos que me llevo a casa, mis nuevos amigos, un nivel de francés mejorado, las ciudades y países que he visitado... Llevo conmigo un equipaje cargado de ideas positivas y brillantes. Estoy segura de que a pesar de todo lo que he visto, encontrado, aprendido, besado, todo lo que me ha gustado y lo que echo de menos, las veces que he salido, he bebido, he saboreado, los lugares que he visitado y todo por lo que me he reído, este semestre será mejor.
Bisous !
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