Mi largo camino de vuelta a casa desde Lisboa...
Todas las cosas buenas llegan a su fin. Un ejemplo típico es el programa de intercambio Erasmus.
Hice mi primer Erasmus en la bella Lisboa. Esta ha sido una de las mejores experiencias de mi vida hasta la fecha y mientras estaba allí ¡no podía asimilar que en algún momento tendría que volver a casa!
Mi semestre comenzó a mediados de septiembre y acabó a mitad de enero. Este período de tiempo se me hizo tan corto que decidí quedarme un mes y medio más ¡hasta que me quedé sin dinero!
No había comprado los billetes de vuelta a casa, así que empecé a buscar vuelos muy tarde, dos semanas antes de partir. Sólo había un vuelo directo desde Lisboa a Atenas y era muy caro, por lo que no me lo podía permitir.
Así que empecé a buscar un viaje de vuelta más económico aunque esto supusiera viajar durante muchas horas. Después de muchos días buscando rutas alternativas y con mucha ayuda de mis amigos, encontré cómo volver a casa. Decidí coger un autobús de Lisboa a Madrid, luego un vuelo de Madrid a Atenas y, finalmente, el tren nocturno (porque es más barato que el de día) desde Atenas a mi localidad, Tesalónica.
Sólo tenía que reservar mi vuelo y el autobús con antelación y así lo hice.
Desafortunadamente, el día de partir había llegado. Ya había empaquetado mis pertenencias unos días antes porque tenía que llevarme muchas cosas. Imagina, debía transportar dos maletas grandes, una gran mochila y mi portátil.
De Lisboa a Madrid
Mis amigos vinieron a la estación a despedirme y me ayudaron a cargar mi equipaje en el autobús. Mi trayecto duraría 11 horas, así que iba a ser una noche larga.
La estación de autobuses de Lisboa, Sete Rios.
Estaba tan cansada y por supuesto, me puse tan triste cuando me di cuenta de que me estaba yendo, que dormí durante la mayor parte de las horas.
De Madrid a Atenas
Cuando me desperté era por la mañana temprano y estaba en la estación principal de autobuses de Madrid. La estación es subterránea, por lo que tuve que usar dos escaleras mecánicas para subir y buscar la estación donde coger el autobús público que va al aeropuerto. Por suerte, tenía muchas horas de margen hasta mi vuelo ¡así que no tenía tanta prisa!
Le pregunté a algunas personas dónde podía coger el autobús que conectaba con el aeropuerto pero me dijeron que no lo sabían o me dieron información incorrecta. Fui unas cuantas veces arriba, pero tenía que llevar todo mi equipaje conmigo cada vez. Arrastrar las maletas por las escaleras mecánicas, subiendo y bajando sin rumbo, fue muy agotador y frustrante.
Después de mucho preguntar y varias conversaciones que no me ayudaron literalmente en nada, decidí subir por una última vez y averiguar qué hacer. Subí las escaleras y salí de la estación de autobuses. Estaba tan cansada y nerviosa que por un momento pensé que podría haber perdido el vuelo y ¡que tendría que quedarme allí para siempre! El tiempo seguía pasando y aún continuaba en la estación, cansada, hambrienta y sedienta, sin nada de dinero sobrante para gastar.
Llamé a una de las amigas españolas que había conocido en Lisboa que era de Madrid para pedirle algo de información. No tenía mucho saldo en mi teléfono y en el momento que ella comenzó a hablar, perdimos la conexión y me quedé sin nada para poder llamarla de nuevo.
Me senté para relajarme un poco y empecé a pensar ¡qué podía hacer! En ese punto, un trabajador de una obra que estaba allí vino hacia mí y me preguntó si estaba bien. Le conté mi problema y él me dijo que me podía mostrar dónde estaba la parada de autobús. Me preguntó de dónde era y por qué viajaba con tanto equipaje. Le conté brevemente mi historia y él cogió mis dos maletas y las llevó hasta la estación de autobuses. Ésta se encontraba a menos de 5 minutos de la otra estación y me sorprendió mucho que ninguna de las personas a las que había consultado lo hubiera sabido. El hombre me llevó hasta la estación y esperó conmigo a que viniese el autobús. Cuando llegó, me ayudó a meter las maletas dentro y yo le di las gracias una vez más. Entré en el autobús y media hora más tarde estaba en el aeropuerto de Madrid.
¡La vista exterior del aeropuerto de Madrid!
Quedaban un par de horas hasta el vuelo por lo que no estaba nerviosa. Encontré una mesa con una silla y decidí quedarme ahí y esperar. Estaba tan hambrienta que me sentía muy débil pero no había traído nada de comida conmigo y mi dinero no era suficiente para comprar nada en el aeropuerto. Me convencí a mi misma de que podía esperar hasta el vuelo y de que no tenía tanta hambre. En un momento dado me quedé dormida durante un par de minutos pero cuando me desperté intenté con todas mis fuerzas no hacerlo de nuevo porque tenía miedo de perder el vuelo.
Cuando casi quedaba una hora para el vuelo, fui a facturar mi equipaje y me puse en la cola a esperar. Había mucha gente y muchos eran griegos.
Finalmente estaba a sólo un paso de acabar mi largo trayecto. Entré en el avión y encontré mi sitio. Deseaba muchísimo cerrar los ojos y dormir pero mi estómago vacío no me lo permitía, así que decidí esperar primero a la comida y luego dormir. El tiempo pasaba lento y la comida vino muy tarde. Me comí todo en quizás menos de 5 minutos y luego dormí un poco hasta que aterrizamos en Atenas.
De Atenas a Tesalónica
Antes de dejar Lisboa, había hablado con una de mis amigas Erasmus que estaba en Atenas y quedamos en que ella vendría a recogerme al aeropuerto y yo pasaría una noche en su casa para descansar y verla. Al final, los planes cambiaron y ella tuvo que viajar a Lisboa en esos días. Sin embargo, había hablado con una amiga suya y me pude quedar en su casa.
Encontré el autobús que me llevaría desde el aeropuerto al centro de la ciudad, la plaza Sintagma, donde su amiga me esperaba para llevarme a su casa. El trayecto en autobús no fue muy largo y pronto estuve en la estación donde me tenía que bajar.
Traté de bajar mis maletas del autobús. En ese momento, un chico desconocido me ofreció su ayuda y acepté, pues no podía hacerlo rápido yo sola. Una mujer del autobús presenció la conversación y me dijo que tuviese cuidado con él. Me enfadé con ella y le dije que a ella eso no le incumbía y que preferiría que me ayudase y no que me diese ningún consejo. Después de la ayuda que me proporcionó, el chico me preguntó si tenía algo de cambio que darle pero le dije que estaba sin blanca, así que no me molestó y yo simplemente le di las gracias.
Cruzando la estación, la amiga de mi amiga estaba esperándome en su coche. La encontré, nos presentamos, coloqué mi equipaje dentro del coche y ella condujo hasta su casa.
Su casa no estaba lejos del centro de la ciudad, así que tras 10 o 15 minutos conduciendo estábamos allí. Cuando abrió la puerta vi dentro de ella a 10 de sus amigos haciendo una barbacoa. Me presenté, jugué un poco con el gato que tenía y me senté para charlar con ellos.
Tenía tanta hambre que cuando vi toda la comida que tenían, me sentí llena con solo mirarla. Me dijeron que podía comer todo lo que quisiera. En la mesa había todos los tipos de comida griega que había extrañado: tzatziki y salsa tirokafteri, pepinos fritos, queso feta, ensalada de patata, ensalada griega y toda clase de carne. Comí mucho pollo y todo tipo de guarniciones.
Había también muchas cervezas y una gran cantidad de vino blanco barato griego llamado retsina, que es mi favorito además. Bebí algunos vasos y comencé a relatar mi experiencia Erasmus con la gente. Ellos también me pidieron alguna información, pues algunos querían ir de Erasmus. Les ayudé lo mejor que pude pero tras una hora estaba tan soñolienta que decidí irme a dormir.
Me duché porque me sentía muy sucia del viaje y me fui a la cama. Me dormí en segundos.
El día siguiente me desperté, me tomé un café y comí algo de los restos que habían dejado de la barbacoa. Luego hablé un poco con mi madre por teléfono para decirle que había llegado y que estaba bien, también comprobé el horario de trenes. El tren que quería coger iba a salir a las 12 de la noche, así que teníamos un montón de tiempo.
Decidimos ir al centro a tomar café y quedarnos allí hasta que me tuviera que ir. Fuimos a un lugar muy agradable, era un local interior pero parecía una playa porque tenía árboles y arena en el suelo. Me gustó mucho el sitio aunque desafortunadamente no recuerdo el nombre para compartirlo con vosotros.
Tuvimos largas conversaciones y el tiempo pasó tan rápido que no nos dimos cuenta de que debíamos irnos corriendo. Nos metimos en el coche porque la chica me llevaría hasta la estación de metro que debía tomar para llegar a la estación de tren. Eran las 23:30 y el tiempo nos presionaba. Ella condujo un poco más rápido y finalmente llegamos al metro. Cuando salí, faltaban 5 minutos para las 12 y aún tenía que subir mis maletas por las escaleras y comprar un billete. Me di cuenta de que iba a perder el tren con seguridad así que simplemente me senté y decidí que dormiría allí, que cogería el tren más temprano de la mañana siguiente.
En ese momento un "pequeño milagro" aconteció. Dos chicos que habían salido del mismo metro que yo, empezaron a correr hacia mí. Simplemente cogieron mis maletas y me dijeron que corriera con ellos. Empecé a ir tras éstos sin saber realmente adónde íbamos. En unos minutos estábamos en la oficina de venta de billetes y uno de ellos compró uno. Yo también compré uno para mi, el vendedor nos dijo que nos diésemos mucha prisa porque el tren salía en menos de una hora.
Corrimos muy rápido y ellos lanzaron las maletas dentro del tren. Uno de los dos chicos y yo entramos y en ese momento comenzó a moverse. Le di las gracias quizás 100 veces en 5 minutos, aunque él no sabía griego creo que entendió lo que le decía por mi expresión. Me ayudó a encontrar asiento y puse mi equipaje donde quedaba hueco libre.
Vista exterior de la estación principal de trenes de Atenas.
No podía creer que estuviese dentro del tren, todas mis preocupaciones se desvanecieron en ese momento. Después de media hora el chico vino de nuevo y me trajo una coca-cola. Le di las gracias unas veces más y después simplemente me puse a escuchar música hasta que el tren llegó, tras 7 horas, a mi ciudad, Tesalónica.
Estación de trenes de Tesalónica.
Mi madre me estaba esperando en el coche para llevarme a casa. No podía creer que estuviera en casa y me emocioné al pensar que, sin la ayuda de aquellos desconocidos, probablemente aún estaría en Madrid esperando a que mis padres me enviasen dinero para volver a casa. A veces el dicho "no te fíes de los extraños" no es acertado y ¡sin su ayuda puedes acabar perdido totalmente!
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