Viaje a Normandía

Cuando llegué a París me uní a la organización EIAP, compuesta por estudiantes internacionales que estaban de intercambio allí. Organizan muchas fiestas, viajes y otras actividades. Para este fin de semana planearon un viaje a Normandía, al norte de Francia, y me apunté con algunos amigos. Fuimos unas 140 personas y nos distribuyeron en dos autobuses.

En teoría, debíamos estar listos para salir a las siete y media, pero, como era de esperar, no fue así porque siempre hay alguien que llega tarde. Fueron diciendo el nombre de todos los participantes en alto para ver quién estaba y quién no. Había que estar muy concentrado y tener mucha suerte para oír tu nombre y también para que te escucharan decir "oui", "yes" o lo que fuera. En mi caso solo dijeron mi nombre porque mi apellido es impronunciable para los franceses. Después me di cuenta de que no me habían oído confirmar que estaba allí y hubo confusiones respecto al reparto de camas para por la noche, pero finalmente todo se solucionó. Un consejo para la próxima vez: es más fácil dejar que la gente suba al autobús y, mientras tanto, ir tachando sus nombres de la lista, pero bueno, hacedlo como queráis...

Honfleur

Tras dos horas de viaje llegamos a Honfleur. En el autobús jugamos a diferentes cosas como adivinar canciones (donde te das cuenta que no te sabes ni una, en especial las francesas). Honfleur es una ciudad con puerto y el río Sena pasa por allí. Cualquier barco que se dirija a París pasa por allí. La ciudad es pequeña y muy bonita, tiene mucho "charme", como dirían los franceses. Todo el mundo estaba embobado con la belleza de este lugar y andaba de acá para allá haciendo fotos. Las diferencias respecto a París eran evidentes. Era pequeña, las casas parecían acogedoras y tenía estrechas callejuelas. También había un pequeño mercado y todos pudimos comprobar lo bien que olía. Algunas personas nos ofrecieron probar dulces, queso, salchichas, frutas, verduras, la típica compota de manzana, mermelada o calvados. Era obvio que estábamos en el departamento de esta bebida.

Uno de los lugares de interés de Honfleur es la antigua iglesia de Sainte Catherine que, además, tiene una torre. No es muy especial, pero tiene la capacidad de transportarte al pasado. Caminamos durante un rato por las calles de la ciudad, disfrutamos de ella y después buscamos un restaurante típico. No fue difícil porque hay muchos. Todos tenían muy buena pinta y ofrecían pescado fresco y mejillones por poco dinero. Nos quedamos en uno que nos gustó mucho y todos pedimos un menú de tres platos que costaba 15 € y que incluía la sidra típica. Pedí unos mejillones a la crema que estaban deliciosos, salmón con arroz y patatas y, de postre, tarta de manzana. ¡Todo estaba muy rico! Y, sinceramente, ¿hay algo mejor que los mejillones y el pescado fresco? Desde luego que los caracoles que pidieron algunos de mis amigos no lo eran. Es un plato que no llego a entender. Me pongo mala cuando veo cómo los sacan de sus casitas... No, no puedo. Prefiero lo que pedí. Después de comer fuimos a comprar algunos souvenires y nos seguimos encontrando con gente que nos ofrecía probar cosas dulces o con alcohol.

A las dos en punto teníamos que seguir nuestro viaje, pero ¡oh, sorpresa! Tardamos más porque faltaba gente. ¿De verdad es tan difícil ser puntual? El guía siempre nos hacía estar allí a menos cuarto para poder salir a en punto y a los españoles e italianos les decía que tenían que estar allí media hora antes. Lo último que vimos antes de seguir nuestro camino fue el puente de Normandía, que es uno de los más largos de Europa y conecta Honfleur con El Havre.

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Trouville

Tardamos una hora en llegar a Trouville. Esta ciudad y Deauville son las más frecuentadas por los parisinos cuando quieren ir al mar, ya que no están muy lejos y merece la pena venir solo para el fin de semana. Lo llaman el "21º arrondissement de París" (distrito XX). En teoría, los ricos van a Deauville y los pobres a Trouville. Cuando vi el espectacular casino que hay allí no podía creerlo. Era tan grande como media ciudad y es lo primero que ves al llegar. Lo primero que hicimos fue ir al mar, aunque hacía mucho viento y solo había 15 ºC, es decir, siete grados más que en París. Allí comenzó nuestra sesión de fotos. Una foto de todo el grupo, fotos de otros grupos de amigos y, por supuesto, fotos individuales. Parecía que nunca habíamos visto una playa antes. Yo, que soy muy friolera, no entendía que hubiera gente haciendo surf. Llevaba puestos un gorro y una bufanda y aun así tenía frío, pero siempre me pasa, así soy yo, siempre paso más frío que el resto. Cuando todo el mundo se aseguró de tener las fotos perfectas, fuimos a explorar la ciudad.

Sobre las cinco mis amigos y yo fuimos a la crepería Tutti Frutti, donde comimos unas de las mejores crepes. ¡Estaban deliciosas! Yo aún estaba llena de la comida, pero todos me dijeron que tenía que probarlas, que ya que estaba allí tenía que comerme una. Mereció mucho la pena. Obviamente no probé una normal porque esas las había en París e incluso más baratas. Pedí una especial, una crepe normanda, que llevaba nata, helado de calvados, trozos de manzana caramelizada, calvados y sirope de chocolate. ¡Podría haberme rebozado en ella, era como estar en un sueño! No pude ni cenar después de aquello. Estaba muy llena, ni siquiera me apetecía caminar, pero el autobús iba a salir ya y todavía teníamos que pasar por el supermercado. ¡Adivinad qué! Todo el mundo fue puntual excepto el guía... Pero nadie dijo nada.

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Caen

A las siete llegamos a Caen, que no se pronuncia "kein", tal y como nos recalcaron a los alemanes. Nos quedamos en un hotel Ibis Budget, donde hubo algunas confusiones con la distribución de las habitaciones, pero después de todo el jaleo quedamos más o menos contentos con el resultado. Una vez más mis expectativas positivas sobre el hotel se cumplieron: las habitaciones no eran muy grandes, pero estaban limpias y el baño estaba bastante bien. Ya de noche fuimos al castillo de Caen o, al menos, a lo que queda de él. Solo había una antigua muralla a la que estaba prohibido subirse para pasear. A ninguno nos importó, así que subimos igualmente para disfrutar de las vistas de la ciudad. Fue muy bonito ver todas las luces. Para la noche habíamos planeado reunirnos, hablar y beber, pero no nos dejaron ir al comedor. Quisimos ir a la habitación del organizador del viaje, pero allí no había espacio para 140, así que mi grupo y yo nos fuimos para celebrar el cumpleaños de uno de mis amigos.

A la mañana siguiente, nos arreglamos y bajamos a desayunar al comedor, que estaba prácticamente vacío. En realidad nos habían distribuido en diferentes turnos, así que era normal que no estuviera lleno, pero me daba la sensación de que todo el mundo bajaría poco antes de la hora de salida. El desayuno fue perfecto. Había té, café, chocolate caliente, zumos, agua, bollos, pan, baguettes, cruasanes, queso, miel, Nutella, diferentes tipos de mermelada, mantequilla, cereales... ¡Todo lo que puedas imaginar! Después de desayunar recogimos nuestras cosas y esperamos a los más dormilones. ¿Adivináis qué? Cada día eran más puntuales.

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Mont Saint-Michel

Sobre las doce llegamos al Mont Saint-Michel, donde tuvimos que coger autobuses más pequeños para poder cruzar el puente. Fue construido recientemente para contener la arena y que no llegara a tierra firme (a un kilómetro de distancia) y para poder ir a la roca con cualquier nivel de marea. Esta construcción cambió las corrientes del mar y nuestro guía nos contó que los ingleses dicen que ahora el Mont Saint-Michel les pertenece. Si estaba bromeando o no, no lo sé.

Sea como sea, sé que el Mont Saint-Michel nunca fue invadido porque sitiarlo es muy difícil, ya que la marea sube, baja y es muy fuerte. Una vez en la roca, nuestro guía desapareció con nuestros carnets de estudiantes para comprar las entradas y, mientras tanto, nosotros nos pusimos a hacer fotos. ¡El sol brillaba y creaba el ambiente perfecto! Era noviembre, había 17 ºC y el paisaje era muy bonito con esta luz.

La leyenda dice que el arcángel Miguel le dijo al obispo Auberto que construyera una iglesia encima de esta roca. Sin embargo, el obispo no creyó en aquella aparición y no lo hizo. A modo de advertencia, el arcángel le hizo una marca en la frente y entonces, en el año 708, empezó la construcción de una pequeña abadía. Posteriormente se hizo más grande y se construyó un pequeño pueblo. Un incendio destruyó parte de él, pero lo reconstruyeron y por ello una de las partes es románica y la otra, gótica. Visitamos la abadía, pero creo que lo más impresionante fueron las vistas de toda la zona desde lo más alto del edificio y también de la abadía y del ángel desde la parte baja de la roca. El interior no es muy interesante. Quizá es porque ya no están aquellas alfombras viejas y la antigua decoración. También hay un jardín para hacer meditación que es muy bonito y tiene árboles y flores. Parece un lugar muy tranquilo. Vimos muchas salas y ya no me acuerdo de para qué era cada una. El pueblo es muy pequeño, pero es el lugar perfecto para los amantes de la carne. Se dice que aquí se come el mejor cordero porque la hierba que pastan está salada y, por lo tanto, ya no hay que añadirle nada más. También es muy caro, pero seguro que merece la pena. No tuvimos tiempo de probarlo. Compramos comida rápida para comerla mientras volvíamos al autobús.

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Ahora ya solo quedaba volver a casa, que suena más fácil de lo que realmente es. Había dos autobuses, nuestro guía era el más divertido del mundo, pero, ¿de verdad es mucho pedir volver en el mismo bus en el que hemos estado viajando durante dos días? Al parecer, sí.

Tardamos cinco horas y todos se durmieron. No fue un viaje agotador, pero por alguna razón todo el mundo estaba cansado y solo queríamos llegar a casa para meternos en la cama.

En resumen: un viaje muy interesante con gente genial y con cosas interesantes para ver. ¡Ya estoy deseando hacer el siguiente!


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