Recuerdos maravillosos

Sabemos que la mayoría de estudiantes van de intercambio porque quieren irse de fiesta, beber hasta reventar o lo que sea. Pero a veces, me gusta recordarles que hay cosas más importantes en la vida. Durante mi intercambio, aprendí a apreciar las cosas sencillas. Quizás echas de menos algo que solías hacer y ya no puedes, o igual empiezas a hacer algo en el intercambio que sabes que no seguirás haciendo cuando te vayas.

Excursión del último curso a Winter Park

Tengo muchos recuerdos que aún atesoro y que probablemente siempre lo haré. Hubo veces en las que odiaba mi instituto estadounidense y otras lo adoraba. Creo que es normal que me sintiera así. Ahora que me he graduado y ya no estoy allí, solo quiero recordar las cosas buenas que hice. Por ejemplo, cuando los del último curso fuimos a Winter Park. Dormimos en cabañas y solo estuvimos una noche; encima estaba agotado porque la noche anterior no había podido pegar ojo, pero lo recuerdo como un viaje genial. Hicimos una hoguera enorme y estuvimos cantando todos juntos. Fue en diciembre, hacía frío y no conocía a mucha gente (porque salía con otra gente, no solo con mi clase), pero me lo pasé bien. ¡También jugamos a Cartas Contra la Humanidad, pero uno de los profesores nos lo quitó porque decía que no era un juego apropiado!

Acampada del último curso

También me acuerdo de una vez que los del último curso acamparon delante del instituto. Era un día de clase y al parecer todos los años los de último curso lo hacen, así que ellos también. Se subieron a la azotea y colgaron un letrero que decía «Clase de 2015». Yo no estuve en esa clase los cuatro años, pero me sentí uno más al acampar con ellos. Mi casa estaba a pocos kilómetros y podría haber dormido en mi habitación calentito, pero allí estaba, en el césped húmedo con un saco de dormir en una tienda con otras siete u ocho personas. No fue la noche más cómoda de mi vida, pero sí muy divertida.

Recuerdos maravillosos

Agradecimiento de una azafata de Southwest

Estoy seguro de que todos los que estáis leyendo esto habéis montado en avión al menos una vez en la vida y si sois de Estados Unidos, os sonará una aerolínea llamada Southwest. He volado con ellos un par de veces, pero hubo una que recuerdo en especial. Estaba en San Francisco con otros estudiantes de intercambio de Rotary e íbamos en dirección a Denver, de donde habíamos salido dos semanas antes. Cuando una de las azafatas se dio cuenta de que en el avión iban unos 40 alumnos de intercambio, se tomó el tiempo de coger el micrófono para decir:

«Representan a 21 países. Desde Southwest os queremos dar las gracias, os queremos y estamos muy contentos de que hayáis compartido parte de vuestro día con nosotros. ¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos! »

Fue muy de improviso, no nos lo esperábamos para nada y nos dejó flipados. Ya estábamos muy sensibles y tristes por irnos, esta mujer completó nuestro día. Es decir, la señora podría haberse limitado a hacer su trabajo sin hablarnos a nosotros en concreto, pero lo hizo, fue un gran detalle por su parte. Seas quien seas, gracias por ser tan amable con nosotros.

Tardes junto a la chimenea

Greeley no se parece en nada a Nueva York, Los Ángeles o cualquier otra ciudad grande de Estados Unidos, pero sin duda era donde debía estar. Tuve la oportunidad de pasar once meses maravillosos con una familia encantadora. Viví con ellos mil momentos que podría mencionar, pero es difícil elegir solo uno, así que hablaré de algo que hacíamos a menudo, especialmente en invierno: veíamos una película en el salón, junto a la chimenea, en el sofá, con una manta. Seguramente todo el mundo ha hecho esto, no es solo típico estadounidense, pero es algo que me encantaba hacer en el intercambio. He conocido a gente que decía que quedarse en casa era aburrido, que tenían que irse de fiesta. Bueno, pues esto demuestra la buenísima familia de acogida que tuve, porque yo nunca me aburría con ellos. Con los años han acogido a más de 20 alumnos de intercambio y nunca perdieron la emoción.

Conversaciones con desconocidos

Todos tenemos esos momentos en los que nada nos sale como queremos o que simplemente nos gusta que nos dejen solos un rato, pero las pequeñas acciones pueden tener un gran impacto en la vida de otra persona. Una cosa que me sorprendió mucho es lo maja que es la gente en Colorado. Algunos, como los camareros o los cajeros, estaban trabajando, así que eran amables porque es su trabajo, pero incluso así, en Italia eso no pasa. Cuando voy de compras en Milán al minuto tengo a un dependiente a mi alrededor haciéndome preguntas a lo «¿Te puedo ayudar en algo? Los zapatos tienen un 20 % de descuento. ¿Te enseño la nueva colección de camisetas? ». Ahí es cuando salgo de la tienda. No soporto que hagan eso, pero en Colorado era distinto. Al menos antes de preguntar se acordaban de saludarte.

Una vez en Kauai mi madre de acogida y yo le preguntamos una cosa sobre unas camisas a una dependienta y después de ayudarnos, empezó a hablarme. No tenía por qué, iba a comprar las camisas igualmente, pero de verdad le interesaba saber de dónde era porque no conseguía adivinarlo. Le dije que era italiano y me dijo muy sorprendida que no tenía acento alguno y que hablaba muy bien inglés. Seguimos hablando y me dijo que una amiga suya estaba en Milán y tenía un blog sobre su viaje. ¡El mundo es un pañuelo! Me gustó mucho hablar con ella, aunque ahora ni recuerde su nombre.

Un buen samaritano danés

Estuve viviendo en Dinamarca para estudiar allí y me contrataron de forma temporal en un almacén. Mi primer día fue un frío día de finales de noviembre. Me tuve que levantar a las 4:30 para poder coger el bus a las 5:20. Era muy temprano y estaba muy oscuro y como no sabía exactamente dónde tenía que bajar, le pregunté al conductor, que me dijo que me avisaría de cuál era mi parada. Me quedé en el bus pasados unos minutos de cuando se suponía que iba a llegar, por lo que miré el mapa en el móvil y veo que me estaba alejando del almacén. Entré en pánico y le pregunté al conductor si tenía que bajar, pero me dijo que iba bien, que me tenía que bajar en la siguiente parada. Eso hice y acabé en mitad de la nada. Estaba al borde de la carretera sin una sola farola. Mi primer día de trabajo e iba a llegar tarde. O peor, no iba a llegar. Pensé: «estoy jodido» y alcé el pulgar esperando que alguien parase. Pero claro, eran las seis de la mañana y estaba en una zona industrial a las afueras de la ciudad. Solo pasaron dos coches y ninguno paró. Pero antes de que perdiera la esperanza, un coche blanco paró y me preguntó qué pasaba. «Gracias por parar, señor. Tengo que ir a trabajar». Era la primera vez que montaba en el coche de un desconocido, pero resultó que su hijo también trabajaba en ese almacén y sabía perfectamente el camino, no como el conductor... que me había dejado tirado a mí solo con el frío y la oscuridad en la parada que no era. Le dije que le pagaría, pero me respondió que estaba contento por hacer una buena acción y que quizás el karma se lo recompensaría. Qué tío más majo.

Conclusión

Hay muchas cosas que merece la pena recordar, pero a veces la gente se olvida de ellas y se queja por tonterías. Por favor, intentad recordad lo bueno que hay en el mundo y veréis cómo os sentís mucho mejor.

- Cristian


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