La vez que hablé con un madrileño borracho

Como el año pasado vivía en Dinamarca, solía volver a Milán cada tres meses más o menos para ver a mi familia y a mis amigos. Cuando quedé con mi mejor amiga en marzo, me preguntó si me apetecía ir de viaje con ella. Por supuesto, me encanta viajar y me encantaría aún más hacerlo con mi mejor amiga. ¿A quién no?

Así que empezamos a buscar ideas para el destino. Entonces decidimos que lo mejor sería poner en Internet el aeropuerto desde el que salíamos, pero no el de destino. Encontramos una oferta barata para Madrid, por lo que compramos los billetes y reservamos alojamiento. Ya estaba todo.

Llegamos a Madrid, todo era perfecto. Me encanta el idioma, la ciudad y la comida. Uno de los días queríamos tomar helado de Creamies para comer y nada más, solo helado. Pero como tuvimos que ir hasta allí desde Atocha, acabamos muy cansados, por lo que decidimos comer algo más consistente. La calle estaba llena de cervecerías y restaurantes, solo teníamos que elegir uno.

La vez que hablé con un madrileño borracho (La zona de la que os hablo es Tribunal).

Comida típica, buena y barata

En uno de los sitios había un menú colgado en la puerta que costaba 7, 80 euros. Por ese precio te servían paella, pan, cerveza y postre. A mí me pareció barato y quise hablar con un hombre que pensaba que trabajaba allí. En cuanto me di cuenta de que no, de que solo estaba ahí porque era amigo del camarero, le dije que no quería molestar, pero él no dejaba de insistir en si tenía alguna «pregunta». No, no tenía ninguna. «¡Disculpe! ». Nada, que no paraba de hablarme. «¡Es que pensaba que trabajaba aquí! ». Intenté razonar con él con mi limitado español. Desde ese momento, no dejó de hablar. Diría que mi amiga y yo estuvimos allí más de media hora escuchando a aquel señor español borracho. Era gracioso, nos dio un montón de consejos y hasta nos enseñó cómo roban en Madrid para que no nos pasara a nosotros. Después nos advirtió que estuviéramos atentos porque «los españoles y los italianos son unos chorizos». Fue graciosísimo decirle que éramos italianos. De repente cambió de tema y se puso a hablar en italiano, diciendo que le encantaba el idioma, la cultura y que sabía tocar el piano y cantar. Qué tío. Nos dio la mano y por fin nos dijo lo que queríamos saber, que la comida allí estaba muy buena. Según él, era la mejor de la zona porque vivía allí y conocía a todo el mundo.

Me gustó que se nos acercara incluso sin saber de dónde éramos. Fue divertido porque solo pretendía avisarnos de que lleváramos cuidado, pero no sabía que éramos italianos. No nos lo tomamos a pecho porque al fin y al cabo dijo lo mismo de los españoles. Seguramente solo quería ayudar. Después nos estuvo hablando del trabajo en Madrid, que decía que era horrible, que cada vez había menos trabajo y más crisis y cosas así. Se tiró un rato explicándonoslo y aunque solo hablaba en español, lo entendí todo (¡gracias por las clases de español, doña Vargas! Je, je).

Ojalá saber el nombre de aquel tío. Espero que le vaya bien. Nuestro viaje no habría sido igual sin su percepción nativa de la vida en Madrid. «Te extraño, España».

- Cristian


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