Cuatro razones por las que viajar con padres es mucho más que un viaje gratis
Cuando ya lleváis la mitad del intercambio (en la época de Semana Santa), los padres empiezan a aparecer por las ciudades en las que habéis estado estudiando en los último meses.
Igual no queréis admitirlo, pero os emocionáis porque lleváis tanto tiempo lejos de casa que echáis de menos a mamá, papá y hasta a los hermanos. También esperáis ansiosos que os traigan comida típica de vuestro país (como canadiense, esto resulta difícil porque transportar sirope de arce puede acabar en un accidente pegajoso que estropee toda tu ropa). Y es cierto que también soñáis con una semana o más de viajar sin gastar dinero.
Además de estas razones superficiales, la oportunidad de mostrar a vuestra familia el país en el que habéis estado viviendo puede ser una experiencia que os abra los ojos, pues no tenéis las distracciones del trabajo, las clases o inclusos los aparatos electrónicos. Caminando por lugares nuevos y desconocidos, descubriendo ruinas antiguas, admirando océanos azules o siguiendo las costumbres locales se pueden dar conversaciones o experiencias que de otra manera nunca habrían ocurrido.
Viajar con las personas que os criaron puede ser gratificante porque es más probable que conozcáis a otra gente de la edad de tus padres. De este modo tendréis la oportunidad de aprender de gente cuya vida ha sido moldeada por una era y cultura totalmente distinta.
He hecho una lista de cuatro cosas que podríais descubrir si viajáis con vuestros padres durante el intercambio. También he incluido algunos consejos de viaje por si alguno de los lugares que menciono inspira vuestra próxima excursión por Europa.
1. Ellos también fueron jóvenes
A veces es fácil olvidar que los padres tenían vida antes de nosotros. En algún momento, ellos también exploraron el mundo por su cuenta, descubrieron nuevos lugares con sus amigos y vivieron los mismo altibajos al crecer que vosotros.
Esta ventana hacia la juventud de mis padres se abrió una noche durante un aperitivo en un animado bar de Milán. Si no sabéis lo que es el aperitivo, es un ritual italiano que consiste en ir a tomar una copa antes de cenar. Con esta copa te dan comida «gratis» y según el sitio esto puede variar desde unos canapés hasta todo un bufé libre.
Con un Spritz en la mano, una de las bebidas típicas del norte de Italia, y un plato de mini pizzas, nueces y otras delicias frente a nosotros, mi padre se puso a contar historias de su juventud. Me absorbieron por completo las descripciones de sus antiguos amigos del instituto y los líos en los que se metían en su pequeño pueblo en las praderas canadienses. Del mismo modo, mi madre empezó a recordar momentos memorables de su juventud y de su vida en el este del país.
Mientras mis padres recordaban sus días felices, me sentí conectada de algún modo a las vidas que tenían antes de que yo naciera, pues me presentaron personajes en sus historias de mucho antes de plantearse siquiera tener hijos.
2. Hacéis cosas que no haríais solos o con amigos (los padres pueden obligarte)
Es normal que vuestros padres tengan preferencias distintas a las vuestras sobre qué sitios hay qué ver o no. Sin embargo, al viajar con mi familia me di cuenta de lo cierto que es el viejo cliché de que a veces lo que menos quieres hacer, al final es lo que más disfrutas o de lo que más te acuerdas.
Y me di cuenta en Salzburgo, Austria, la primera ciudad que pude explorar con mi familia cuando vino. Como es el lugar de nacimiento de Mozart, muchas de las atracciones de la ciudad están relacionadas con la vida del compositor. Por ejemplo, una de las principales es el Palacio de Mirabell, en el que una vez tocó la familia Mozart.
En la actualidad, hay actuaciones varios días a la semana, con una pequeña orquesta local que toca muchas de las obras originales del genio de la música. Yo no estoy muy puesta en el tema de música clásica y no quería ir. Encima pensaba que sería una trampa para turistas: una actuación mediocre para que los turistas puedan decir que han ido a un concierto en el sitio donde Mozart empezó a despuntar. Pero mis padres se empeñaron y al final fui.
Ni que decir tiene que superó con creces mis expectativas. Cuando la música empezó a fluir de sus dedos a mis oídos, sentí que me transportaba a otra época, una con hombres con pelucas blancas y mujeres con vestidos enormes montados en un carruaje de caballos.
Cómo llegar:
- Los conciertos se realizan en el Palacio de Mirabell, una de las salas de conciertos más preciadas de Austria, pues aquí es donde la familia Mozart tocaba para la familia real de Salzburgo. Se puede ir andando desde la mayoría de atracciones de la ciudad y desde el centro.
Precio:
- Aseguráos de decir que sois estudiantes, ya que hay descuento y hace que sea una noche de entretenimiento algo más económica, a 24 euros en vez del precio normal de 38 euros.
3. Se darán cuenta de lo mucho que habéis crecido
En general, lo primero que ocurre cuando vuestra familia llega es que os piden que le enseñéis el pueblo o la ciudad en la que habéis estado viviendo. Los lleváis con orgullo a vuestros sitios favoritos, algunos que encontrasteis de causalidad y otros que os recomendaron los lugareños. Les decís cuáles son los mejores platos y cuáles no valen la pena, además de impresionarlos con vuestra destreza con el idioma al pedir en la barra por todos.
El primer sitio al que llevé a mi familia en Trento, Italia, el lugar de mi intercambio, fue a la plaza principal. Mi madre se emocionó al ver mi hogar temporal por primera vez. Me encantó ver sus caras cuando llegaron a la plaza principal, rodeada de montañas y edificios antiguos que si observas de cerca, aún tienen trazas de murales que se pintaron hace cientos de años.
Al día siguiente, fuimos a carnicerías con deliciosos jamones colgando de gruesas cuerdas en el escaparate. Aprovechándome de lo que les gustan a los italianos las familias, le preguntaba al carnicero si podría dejar que unos padres canadienses, que habían venido desde muy lejos para visitar a su hija, probaran algo de carne y queso italiano. Ellos cortaban más que encantados trozos de queso asiago, speck y prosciutto (dos tipos riquísimos de jamón italiano) y se deleitaban con la reacción de mis padres al descubrir alimentos que sus familias habían dedicado toda la vida a perfeccionar.
También hice de intérprete y traductora, a veces fracasando miserablemente y otras sorprendiéndome a mí misma con la cantidad de vocabulario que sabía cuando tenía que hablar.
Tras su primera visita, se dieron cuenta de lo independiente que me había vuelto. Como es normal, mis padres estaban acostumbrados a ser los que cuidaban de mi hermana y de mí de vacaciones, asumiendo la responsabilidad de llevarnos del punto A al B. Sin embargo, mi experiencia viviendo en la cultura italiana, moviéndome por nuevos paisajes y hablando con los lugareños en otro idioma me hizo tomar el mando y mostrarles a mis padres una seguridad en mí misma que acababa de descubrir.
4. Conocéis gente que de otro modo no habríais conocido
Viajar con padres os permite conectar con la generación mayor del país que visitáis, llevando a conversaciones interesantes sobre la vida en cierto rincón del mundo hace más de 20 años.
Por ejemplo, mi padre tiene esta habilidad impresionante para hacer amistades eternas con gente que acaba de conocer, lo que a menudo nos ha proporcionado un pase «privado» a la ciudad. Su destreza social fue especialmente útil cuando vinieron a Italia, pues una conversación con una mujer que llevaba una copa de vino vacía en la Toscana desembocó en una de las experiencias más memorables de mi intercambio.
Los estaba viendo hablar desde el coche y esperaba alguna señal sobre lo que había descubierto tras hablar con ella. Entonces se giró hacia mi madre y hacia mí y nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
Sin saber qué esperar, nos llevó a una pequeña cabaña de madera en la que nos saludó un grupo de cuatro mujeres, dos australianas y dos canadienses, que se habían conocido de viaje por Cinque Terre (cinco pueblos en la costa noreste de Italia). Juntas habían estado riendo y probando distintos vinos por cortesía de la dueña de la casa, una alegre mujer italiana que se sentó tras una barra llena de barriles de madera llenos del líquido rojo. Tras una charla más amistosa que antes, nos invitaron a ir con ellas a un restaurante cercano y allá que fuimos.
Como he visto a mi padre en cientos de vacaciones, he heredado su amor por conocer las historias de los demás, sobre todo las de tierras lejanas. Hablando con las australianas esa cálida noche en la Toscana, bajo un hilo de luces parpadeantes, descubrí que una de ellas había crecido en Alemania. Con 18 años se unió a una base militar alemana, en la que trabajó como intérprete desde la base de la Selva Negra. No solo era una máquina con los idiomas, también era empresaria e hizo un cambio drástico de carrera al volver a Australia, pues abrió un negocio de muebles y de salvamento de tortugas.
Mi conversación con la mujer que se sentaba a mi lado (que casualmente era de un lugar cercano a mi ciudad natal) también fue muy interesante. Tras un duro golpe en su vida, decidió irse a Italia con otra amiga, un país con el que siempre había soñado pero que nunca había tenido la oportunidad de visitar. Después de pasar unos días en Cinque Terre y conocer a las australianas, tomaron la decisión espontánea de ir a las remotas colinas de la Toscana en busca de paz y tranquilidad.
Antes de darnos cuenta, el cielo de atardecer se había vuelto noche cerrada y a las lucecitas parpadeantes se les había sumado toda una constelación de estrellas. Lo que parecían minutos resultaron ser horas de seis personas, algunos completos desconocidos, sentados a la mesa disfrutando delicias locales. Aunque yo era la más joven del grupo con diferencia, aprendí muchísimo de este intercambio de historias llenas de humor, sufrimiento e inspiración.
Cómo llegar:
- Para ir a la Toscana lo mejor es un coche, aunque también se puede coger un taxi desde alguna ciudad como Siena.
Alojamiento:
- Nos quedamos en una antigua villa, Antica Dimora, en una aldea medieval a tan solo 4 kilómetros de San Gimignano, uno de los pueblos más turísticos de la Toscana.
- Por suerte para mí, iba con mis padres. De otro modo hubiera sido demasiado caro para mi bolsillo de estudiante.
Una vez que cumples 20 años, te da vergüenza viajar con padres. Deja de ser guay o parece vergonzoso admitir que tu próxima aventura será compartir habitación de hotel con papá y mamá y no un «todo incluido» con tus colegas. No me malinterpretéis, viajas con amigos es genial y te da cierta libertad que con tus padres no tienes.
Pero aun así, viajar con padres tiene sus propias ventajas, pues la oportunidad de explorar juntos nuevos lugares os vuelve más cercanos y te expone a algunos de los lugares y personas más memorables de tu Erasmus.
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