Aventuras de altos vuelos
Por fin he vuelto a Madrid, después de una serie de catastróficas desdichas que me pasaron en el viaje y que me han hecho decidirme: odio viajar. O mejor dicho: me encanta viajar, odio volar. O realmente cualquier medio de transporte. Es raro, antes sí que me gustaba. ¿Pero este viaje? Este viaje ha sido horrible. De todos los viajes que he hecho en mi vida (y empecé con tres años, así que tampoco me acuerdo mucho), este ha sido el peor de todos.
Esa noche no dormí. No sé por qué, puede que de puros nervios, lo cual es raro porque estoy tan acostumbrada a viajar que ya no me pongo nerviosa. Tuve que levantarme a las 5:00 para ir a Varsovia desde mi ciudad: un paseo en coche de dos horas. Luego tienes que estar siempre en el aeropuerto dos horas antes del vuelo. Pues estando en la cola de las maletas, de repente me dio: a mi alrededor se volvió todo negro, el corazón me latía sin control y no podía mantenerme en pie, así que me senté en el suelo, escondí la cara en las manos y recé por llegar al avión. El chico en la zona de equipajes tuvo buenos reflejos y me acercó la papelera, justo a tiempo para que vomitara ahí y no en nada o en nadie, menos mal. Llamó a los médicos y me dieron unas pastillas, me dijeron que llevara cuidado y me mandaron a la puerta principal. Había conseguido llegar al avión, pero la cosa no terminaba allí.
Viajaba con Airberlin, con escala en Berlín. La cosa es que solo teníamos 40 minutos para bajar del avión y encontrar la otra puerta antes de que cerrara. Ese es el tiempo mínimo que las aerolíneas dejan para hacer la escala. El avión de Varsovia a Berlín llegó 20 minutos tarde, lo cual no me ayudaba a calmarme. Me preocupaba perder el avión a Madrid y tener que pasar dos días en Berlín, ya que era sábado y el próximo vuelo a Madrid sería el lunes. Al final no fue tan mal: llegamos a tiempo de que despegara el otro avión y hasta pude hablar en francés con un nativo durante un rato. Todo iba muy bien hasta que aterrizamos. Aterrizar fue... aterrizar fue horrible. Primero me di cuenta de que me había quedado prácticamente sorda: todo estaba muy tranquilo y ni siquiera oía mi voz al hablar. ¿Sabéis cuando se os taponan los oídos al despegar y al aterrizar? Pues así, horrible. Dolía tanto que me eché a llorar, aunque tampoco estoy muy segura porque no me oía. Y luego volvió a pasar: entramos en una zona de turbulencias que hizo que el estómago me diera vueltas. Esto hizo que vomitara otras tres veces. Cuando aterrizamos, yo estaba hecha un desastre.
También tengo que mencionar a una mujer que me ayudó y se quedó conmigo hasta que encontramos un punto de servicio médico en el aeropuerto. Lo que me recuerda que aún no la he llamado.
Pero en serio, no es la primera vez que me pasa algo durante un viaje. No sé por qué, pero siempre me pasa a mí. Es casi una ley. Me acuerdo de otra vez que vomité en el avión, pero eso tenía otra explicación más sencilla: la noche anterior me había pasado bebiendo. Fue cuando volví a Polonia desde Murcia y mi novio se quedaba allí solo. Como mi vuelo salía de Alicante, decidimos ir el día anterior y despedirnos en la playa. Con vino. Hacedme caso, no vayáis en avión con resaca.
También me acuerdo de una vez que perdí el avión... Fue volviendo a Varsovia desde La Habana, con escala en París. Si habéis ido a Cuba, sabréis que era evidente que el avión saldría tarde. Lo que no era tan fácil de ver es que serían 40 minutos de retraso. Cuando llegué a la puerta de embarque, corriendo como una loca y apartando a la gente de mi camino, resultó que la habían cerrado hacía dos minutos. Mala suerte. Así que hice lo único que podía hacer: fui al mostrador de información y le pedí ayuda a la señora. Me encontró un vuelo que salía en 5 horas, pero que en vez de en Varsovia, aterrizaba en Cracovia. Pero al menos podría volver a Polonia ese mismo día.
Y otra vez... ah, no, esperad. Fue esa misma vez. Cuando llegué a Cracovia, resultó que habían perdido mi equipaje. Llevaba fruta de Cuba en la maleta, así que podéis imaginar en qué estado se encontraban cuando me la devolvieron tres días después. Por cierto, se supone que está prohibido sacar dinero y frutas de Cuba a otro país, pero a mí nunca me han puesto pegas.
Bueno, pero viajar es divertido, que las experiencias que puedan ocurrir por el camino no os desanimen. Tampoco es para tanto.
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