48 horas de vida... en Italia
Estoy sentada en mitad de la Piazza Duomo, la plaza principal de Trento, Italia, en las últimas horas de mi intercambio. Mañana a las cinco de la mañana, estaré subiendo al tren como he hecho en infinidad de ocasiones. Sin embargo, esta vez será diferente, pues mi billete no tiene un sello de vuelta. No volveré, al menos no pronto.
Paso mis dos últimos días volviendo a los lugares en los que comenzó la aventura, mientras pienso en cómo esta experiencia ha influido en mi vida y me ha hecho crecer como persona.
Día 1
Mi destino final es Urban Coffee Lab, el sitio de moda entre los jóvenes de Trento, pues su aspecto moderno y sus cafés se parecen más a los de Starbucks que a cualquier cafetería italiana.
Urban tiene un lugar especial en mi corazón porque fue el lugar de muchas primeras veces: mi primera amiga italiana o mi primer sorbo de espresso y cappuccino. Cada uno de estos momentos fue simple, pero importante, pues me ayudó a hacerme sentir parte de una cultura tan distinta a la mía.
También venía a hablar con mi nueva amiga italiana en los descansos al estudiar, ya que ella trabajaba aquí. Cuando no estaba tomando pedidos o preparando bebidas, hablábamos de todo, desde diferencias culturales hasta la desgracia que era tener que estudiar tanto (ella también estaba en la universidad).
Hoy saboreé mi último Americano con ghiaccio (un nuevo descubrimiento que me encanta) mientras hablaba con mi amiga, como siempre, solo que esta vez, el «arrivederci» al irme sonaba mucho más serio.
Día 2
Esta mañana, me levanté con el sol entrando por la ventana y las montañas en el horizonte, como ya he hecho muchas veces. Al final salí de la cama y me dirigí al centro a ver la fuente.
Durante el día, paseamos por última vez por el campus de la Universidad de Trento, haciendo fotos de los edificios y admirando su arquitectura de estilo antiguo. En estos edificios hemos pasado los últimos meses aprendiendo de todo, desde psicología hasta asuntos importantes de la Unión Europea, temas presentados desde un punto de vista que nos hacía replantearnos cosas y pensar en asuntos globales de una manera totalmente distinta.
Esa noche, mi amiga y yo fuimos a por nuestra última cena al Restaurante y Pizzería Antico Pozzo, una de las mejores pizzerías de Trento. Terminamos la noche con un gelato en la Gelateria Pingu, lugar que nos había interesado durante todo el intercambio y al que, por alguna razón, no habíamos ido.
Mientras acabábamos con todo el cremino de la tarrina, una mezcla de Nutella, chocolate y nata, nos miramos la una a la otra y dijimos en voz alta lo que ambas estábamos pensando.
«¿Te apetece otra ronda? ».
Volvimos corriendo y esta vez pedimos el de pistacho, saboreando cada bocado y admirando las vistas de las montañas y la gente de camino a la piazza, bebiendo un Spritz en el aperitivo y sin duda disfrutando de esa cálida y tranquila noche de domingo.
Al mismo tiempo, saqué la cámara para grabar nuestros últimos minutos allí y poder recordar la magia de lo que se había convertido en mi segundo hogar, un pueblecito del norte de Italia.
Rememorando...
Como es normal, esa noche me sentía distinta.
Me sentía más fuerte después de haber pasado seis meses viajando por no uno, sino nueve países, además de haber luchado contra las barreras del idioma y los sistemas de transporte público. También tenía más seguridad en mí misma, pues me había visto obligada a hablar con desconocidos para saber hacer las cosas más simples, como saber qué producto del estante es mantequilla de verdad.
También noté cambios físicos al haber vivido en una región montañosa con una cultura de ir andando o en bici a todas partes. Cosas que antes hacía con el coche, ahora iba andando, como llevar pesadas bolsas de la compra más mi mochila llena de cosas hasta mi residencia cada día. Mi rutina de ejercicio se volvió más intensa, ya que si salía a correr tenía que recorrer colinas entre los viñedos que había plantados a sus orillas.
Volví al momento en el que me senté en mi cama por primera vez, impresionada por lo tranquila que estaba. No parar en un sitio se estaba volviendo lo normal, gracias a haber vivido en varios sitios a lo largo de mi carrera universitaria. No quería volver a lo que tenía antes, sino que tenía ganas de ver qué me deparaba el futuro.
Y así, todos esos días que antes eran un futuro, ahora quedaban atrás. Habían pasado seis meses. Salía de mi piso con las maletas algo más llenas, la cabeza algo más sabia y el cuerpo algo más fuerte. Me llevaba muchos recuerdos y buen acopio de chocolate y café trentino, pero dejaba un trozo de mi corazón.
Galería de fotos
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- English: 48 hours left to live... in Italy
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