Un hogar lejos de casa

¡Hola, mundo!

Esta soy yo, y esta es una entrada sobre una nueva experiencia Erasmus con la que voy a intentar convencer a mis amigos de que merece mucho la pena hacer un Erasmus por lo menos durante cinco meses de tu vida (de estudiante).

Nunca me ha apasionado mucho viajar, y, sorprendentemente, tampoco he sido muy aventurera, pero siempre he intentado aprovechar todas las oportunidad que se me ofrecen. Siempre que he podido viajar fuera de casa, lo he hecho, pero con la comodidad de tener amigos o familia cerca. Vivo en un pueblo mundano que poco a poco se estaba ahogando lentamente en el consumismo. Sabiendo esto, podéis imaginaros que me motivo a alejarme de mi zona de confort y a buscar alguna experiencia viajera que pudiera vivir con un poco más de creatividad.

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Resumiendo: tuve suerte de descubrir el Erasmus y poder llamar hogar a dos ciudades maravillosas de nuestro viejo continente europeo, y de ser lo suficientemente inteligente de entender la impactante belleza de pasar una tarde de domingo en uno de los mercadillos de Ámsterdam que no son tan turísticos, disfrutando de una comida típica como el famoso sándwich de arenque y cebolla, seguido de un stroopwaffle de caramelo.

Y, por supuesto, la segunda ciudad que ocupa mi corazón es Palermo, una ciudad que me ha ofrecido tantos momentos inolvidables en rocas tiene su playa (sí, sé que es un cliché). Después de haber pasado un semestre de invierno en Ámsterdam, puedo decir que Palermo fue una experiencia mucho más personal, sobre todo, gracias a la calidad de sus habitantes, con los que tuve trabajar diariamente durante mis prácticas de verano.

Incluso viví durante dos semanas increíbles con una familia de música siciliana, que, sorprendentemente, tenían un estudio en el sótano. Viaje con ellos y conocí a sus amigos músicos, que habían venido de vacaciones desde Estados Unidos. Creamos un ambiente muy hogareño en su apartamento: sin duda alguna, Palermo fue un «hogar lejos de casa». Ya me he sumergido en una espiral de nostalgia, recordando nuestras conversaciones en las noches de verano, de pie en el balcón observando a nuestros vecinos comer y bailar en la calle, mientras el resto del vecindario estaba durmiendo. ¡Qué recuerdos!

Estas son las experiencias que estoy tratando de encontrar también en Portugal, incluso con más ganas desde que descubrí la palabra «saudade», que, lamentablemente no tiene traducción en inglés, pero si en rumano, lo que hace que resulte mucho más especial para mi.

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¿Y ahora qué? Os estaréis preguntando que tienen de especial las tierras portuguesas, y porque yo, que soy de un país lejano del este de Europa lleno de estereotipos, he elegido un país lejano del oeste de Europa. Bueno, una de las razones podría ser el clima, o la maravillosa reputación que ha ganado este país en los últimos años... Pero sobre todo el clima.

Después de cinco meses en la gris Ámsterdam y dos meses en el árido Palermo, puede que haya vuelto a elegir (ins)conscientemente un lugar cálido de nuevo. No me malinterpretéis, el mejor otoño es el de Rumanía, con sus lluvias y sus hojas, que con el brusco cambio del tiempo, se tornan de tonalidades de rojas y naranjas; y, aun así, en Ámsterdam aprendí a valorar la íntima y agradable sensación de quedarse en casa cuando hace mal tiempo. Pero me alegra saber que en Oporto las temperaturas nunca bajarán de los diez grados y que tus niveles de cortisol nunca aumentarán, porque podrás disfrutar del sol la mayoría de los 365 días del año en las playas cercanas a la ciudad.

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Después de dos experiencias Erasmus, al elegir Oporto no tenía la intención de juntarme con muchos estudiantes internacionales, porque ya sé que al hacerlo pierdes la oportunidad de vivir como un habitante nativo y caes en el famoso cliché del Erasmus de fiestas constantes, en vez de descubrir la belleza de la ciudad.

Por eso, al principio intenté hacer todo lo que no había podido llevar a cabo las últimas veces: conocer a la gente del lugar, hablar su idioma y simplemente sumergirme en la cultura portuguesa; de alguna manera, transformarme en una portuguesa. Después de un mes, me alegra poder decir que estoy cumpliendo mis objetivos mientras disfruto de alojamiento temporal, aunque no a corto plazo, y debo admitir que esto no sería posible sin los otros doce estudiantes de intercambio que he conocido en nuestra casa Erasmus.

Lo que trato que decir es que, antes irte, la gente te dice que no vas a conocer a nadie de primeras, que algunas veces te sentirás triste y solo, y es verdad: nueva cultura, nuevo idioma, nueva gente a la que acostumbrarse. Estás solo. Aunque, en realidad no lo estás. Hay muchísimos otros estudiantes Erasmus que están pasando por lo mismo que tú. Desde «wow, el bacalao está delicioso» a «vaya, es el cumpleaños de mi madre y no estoy allí». Así que, empieza a compartir como te sientes, que estás cansado o te sientes solo, y poco a poco os iréis haciendo amigos más y más rápido porque todos necesitamos tener un apoyo. De repente te das cuenta de que son tus nuevos amigos lejos de tu hogar, por que los de siempre están, bueno, en casa.

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Acabo de terminar mi primer mes de mi último Erasmus, y, sorprendentemente, no tengo ganas de volver a casa todavía, porque sé qué, en cierto modo, allí todo sigue igual. Después de un año habré aprendido tantas cosas nuevas, que tengo un poco de miedo de que nadie me entienda. Estas experiencias soy muy personales, y debes vivirlas para aprender de ellas, de la forma más cruda y pura.

Estoy muy agradecida de que mis compañeros de habitación estén siempre ahí, a una llamada, para recordar aquella tarde de otoño en Algarve, cuando decidimos hacer una ruta para ver el atardecer juntos en el faro de Lagos. Son momentos especiales porque estabas con tus amigos de verdad, no con amigos «postizos». La verdadera amistad nace de la confianza mutua y de estar siempre ahí el uno para el otro, cuando te apetece quedarte en casa o cuando te apetece salir, cuando pasas la navidad lejos de casa, o simplemente cuando necesitas hablar con alguien en tus días malos. Todos estos momentos los recordarás con alegría y mucho «saudade».

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