Camino de Santiago: quinta etapa

Camino de Santiago: quinta y última etapa

¡Hola a todas y todos! En estos días les he estado compartiendo mi experiencia haciendo el camino de Santiago en sus diferentes etapas, desde los preparativos y el inicio en Sarria, hasta las últimas etapas del camino. A continuación les hablaré de mi quinta jornada, la más emocionante probablemente porque es aquella en la que finalmente logré llegar a Santiago, después de unas cuantas horas de camino desde O Pedrouzo.

Tristemente, todo llega a su fin, y aquí me toca hablar del fin de esta maravillosa experiencia que fue el camino de Santiago partiendo desde Sarria.

Si les interesa leer un poco más sobre el camino, y específicamente sobre consejos en cuanto a los preparativos o consideraciones generales, solo hagan click a estos links.

Inicio del camino

Si leyeron la entrada sobre la jornada anterior, sabrán que mi albergue se encontraba dos kilómetros antes de O Pedrouzo; si no, ahora lo saben. Esto quiere decir que para mi última etapa no debía recorrer dieciocho kilómetros, sino veinte, pero realmente no fue nada difícil después de todo lo que ya había podido recorrer los días anteriores.
¿Adivinen a qué hora salí? ¡Así es!, cerca de las seis cuarenta de la mañana. Salí del albergue con un huésped argentino que justo me acababa de encontrar, un señor que realizaba el camino de Santiago por cuarta vez en el último año y que suele añadir a su camino algunos puntos que tengan que ver con la fabricación y venta de queso. Casi toda la etapa de este día, a excepción de los últimos kilómetros, la caminamos juntos.
Recorrimos los dos kilómetros que yo ya había recorrido el día anterior, equivocadamente, hasta O Pedrouzo. Después seguimos caminando entre paisajes que alternaban partes boscosas y partes al lado de la carretera. No tuvimos que pasar por subidas realmente difíciles o remarcables en los primeros kilómetros.

Paisaje

Este último día de jornada suele ser el más emocionante según las ganas de llegar al destino final que tenga cada caminante; sin embargo, también es de los trayectos más aburridos en lo que respecta a paisaje, pues conforme una se va acercando a la ciudad, se va acabando el paisaje boscoso y natural, y comienzan carreteras y construcciones humanas sin encanto alguno. No quiero asustarlos y decirles que en este trayecto la mayoría del camino es feo, porque no es así, pero sí sepan que hay algunos tramos en que se pierde totalmente el encanto y la armonía naturales de las etapas anteriores, justamente porque inicia todo lo urbano.
Alrededor del kilómetro catorce (es decir, cuando faltan catorce kilómetros para llegar a la catedral) se encuentra el barrio de Lavacolla, donde antiguamente los peregrinos solían lavar sus vestimentas antes de llegar a su tan esperado destino. Hoy en día lo que se ubica ahí es el aeropuerto, así que se imaginarán lo poco bonita que es la zona. Sí hay algunos árboles y naturaleza en esta zona, pero definitivamente no es la más bonita. Intentaré darles la imagen un poco más clara: si ustedes están sobre el camino y voltean hacia la derecha, pueden ver la carretera y los árboles, pero si voltean hacia la izquierda encontrarán que hay una cerca electrificada que los separa de una pista de aterrizaje.
Sé de algunos caminantes que han quedado tan decepcionados de esta etapa, que prefirieron directamente tomar un autobús a Santiago de Compostela para ahorrarse el caminar por estos lugares tan insignificantes. Esto, en mi opinión, ya es algo extremo y exagerado, pero también es bueno que sepan que existen todo tipo de posibilidades para realizar esta última etapa.

Final del camino

Pasando Lavacolla y toda esta zona del aeropuerto, se encuentra el conocido Monte do Gozo, que puede ser una última parada para pernoctar para algunos peregrinos y peregrinas. Poco antes de llegar a Monte do Gozo hicimos una parada para desayunar y sellar la credencial en una cafetería. Después, una vez en Monte do Gozo, pasamos junto a la escultura emblemática de este lugar: un par de peregrinos (un hombre y una mujer), uno a cada lado de una cruz, señalando hacia la catedral de Santiago. A mí no me pareció bonito ni especial, pero de cualquier manera es un monumento clave para saber que ya solo faltan cinco kilómetros para el tan ansiado destino compostelano.
Aquí me separé de mi compañero argentino y apresuré un poco el paso. El sol empezaba a salir y pronto comenzaría a hacer mucho calor, por lo que debía darme prisa para no tener que enfrentar estas condiciones climáticas tan poco agradables. Entré a la ciudad de Santiago de Compostela y me encontré con un colorido letrero hecho de banderas, estampas y zapatos que indicaba justamente el nombre de la ciudad a la que estaba llegando. A partir de aquí las señalizaciones comienzan a ser menos. Desde los últimos quince kilómetros más o menos comienzan desaparecer las hermosas señalizaciones en piedra con la concha, la flecha y el kilometraje. Una vez dentro de la ciudad, lo único que hay son carteles amarillos a un lado de los carteles dirigidos a los automovilistas. Una vez dentro del centro es aún más difícil: pues las únicas señales son conchas de metal en el suelo. Recomiendo estar muy muy alertas en esta parte o pedir indicaciones a los locales; como última opción, para no complicarse la vida si se llegaran a perder, pueden sacar Google Maps.
Como yo ya conocía la ciudad, pude llegar a la catedral sin ningún problema ni necesidad de buscar la conchita, pero sé perfectamente lo complicado que es guiarse en las laberínticas calles del centro de Santiago de Compostela, pues llegó a pasarme infinidad de veces en mis primeros días (e incluso todavía en los últimos).

¡Por fin! ¡La catedral de Santiago de Compostela!

A mediodía, siguiendo la ruta que ya conocía por las calles que ya conocía, llegué al lugar hacia el que me había estado dirigiendo los últimos cinco días de camino: la plaza de Obradoiro, donde se encuentra la magnífica catedral de Santiago de Compostela.
Había pasado por esa plaza muchas veces, siempre maravillada por lo hermosa que es, pero esta vez el sentimiento fue diferente y la emoción fue inmensa. Llegar ahí después de ciento quince kilómetros de caminata le daba un aire y una perspectiva totalmente diferentes. La catedral y la plaza me parecieron más mágicas y especiales que nunca, y de verdad sentía en mi corazón una emoción que culminaba con todas las emociones juntas de los últimos días durante el camino. No hay palabras para describir la alegría de cruzar ese túnel que dirige hacia la plaza del Obradoiro. Solo puedo decir que me sentí inmensamente feliz y emocionada, pero realmente eso no dice nada.
Como vi a tantos peregrinos hacerlo las otras veces que visité Obradoiro, llegué y me senté en plena plaza, mirando hacia la catedral con una satisfacción y alegría inimaginables. Me encontré con un amigo peregrino al que me encontré en algún o algunos puntos cada día de mi camino. Fue el único con el que me pasó eso, pues a los demás que conocí no llegué a encontrármelos más de dos días distintos.
Realmente es difícil expresar la alegría que sentí al llegar, sumada a la de ver la alegría de los demás caminantes que venían llegando junto conmigo. Son emociones que solo se pueden vivir aquí. Me siento muy afortunada de haber podido vivirlas, y espero que ustedes puedan vivirlas también cuando se animen a hacer el camino de Santiago de Compostela. Definitivamente quiero repetirlo. Eso lo supe desde el primer día.


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