Bailando por el mundo

El baile es una de mis más grandes pasiones. Vaya donde vaya a través del mundo, siempre encuentro clases de baile a las que unirme. Es mi propia manera de integrarme y encontrar la estabilidad que necesito en una nueva ciudad o país. Lo que nos lleva a mi última publicación. Aquí hablaré sobre los estilos de baile que he ido aprendiendo en tres ciudades diferentes que he considerado como mi hogar. Empecemos:

Lima

Perú es lo más lejos del Reino Unido que he llegado a vivir y el lugar donde cumplí mis veintiún años. Más que nunca necesitaba poder integrarme con la comunidad y encontrar un lugar en el que bailar. Los astros se alinearon a mi favor y resulta que el piso en el que vivía con una familia en Pueblo Libre estaba a un tiro de piedra de la Asociación de Juventud Cristiana local que ofrecía clases de ballet y baile afroperuano. Sin dudarlo ni un segundo me apunté a las clases de ballet. Cómo no hacerlo después de haber ido a clase desde los dieciséis años hasta los diecinueve. Seguí las clases religiosamente hasta mi última semana en Perú, ¡y me ayudó a bajar toda la comida y el pisco que estaba tragando! Era justo lo que deseaba: un profesor simpático, movimientos que ya conocía y una hora a la semana para relajar mi mente, a veces sobrecargada, aprendiendo algo que requiere de calma y disciplina.

La danza afroperuana era todo un mundo aparte. Empecé algunas semanas más tarde y la gente era igual de simpática y todo muy divertido. Nunca antes había probado este estilo. Para ser honesta, os diré que la danza afroperuana no es mi fuerte. Es cierto que me lo pasé genial y que la música era pura alegría, pero el ritmo y los pasos estaban completamente fuera de mi zona de confort. No obstante, acabó siendo el perfecto equilibrio con mis clases de ballet. Uno era elegante, tranquilizante y conocido y el otro era nuevo, energético y todo un reto de una manera completamente distinta.

La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) también ofrece clases de salsa por la tarde. Desgraciadamente coincidían con el resto de mis actividades, pera una amiga mía me dijo que era súper divertidas. Lo que sí probé de la universidad eran las clases de los Jueves Saludables: clases de ejercicio basado en la danza. Era una actividad muy pupular y que requería de mucha energía. ¡Y gratis! Me encantó. Después de muchas semanas tuve que dejarlo porque incluso con la crema de sol más potente de todas no podía resistir al sol de un mediodía veraniego en Lima. Pero si te pasas por la PUCP, te lo recomiendo encarecidamente.

Vivir en Perú fue muy divertido y fascinante, pero también había momentos de estrés y en los que echaba de menos mis comodidades. Bailar en la PUCP y en la asociación de la avenida Simón Bolivar me permitió desconectar de la vida académica y del estrés de adaptarse a otra cultura para relajarme con una actividad que va más allá del idioma y que combate la negatividad.

Canterbury

Pasé tres de los cuatro años que duró mi grado viviendo en Canterbury. Por eso tuve la oportunidad de probar varias de las asociaciones de mi universidad y clubs de danza de la ciudad. Los estilos que más me marcaron fueron la salsa, bachata, danza del vientre y jive. Hay un montón de clases de salsaen Canterbury, estén impartidas por la asociación de salsa de la universidad o los clubes Salsa Así y Latin Club. Estos clubes también organizan a menudo talleres de bachata junto con rueda y otros bailes latinos. Pero mis favoritos son siempre los de bachata. Todas las clases son súper alegres y están divididas en grupos en función del nivel de cada uno. También organizan sesiones de baile social después de la clase.

Descubrí por primera vez las clases de jive social en 2015, cuando el bar de estilo vintage local (con su iluminación tenue, lámparas con flecos y maquinas de escribir decorativas, etc. ) empezó a organizarlas los lunes por la noche. Parecido al lindy-hop, el jive social es movido y todo un reto sin llegar a ser demasiado complicado. Además me proporcionaba la excusa perfecta para ponerme esos vestidos de vuelo y con escote que normalmente reservas para ocasiones más elegantes. La música es movida y, a pesar de las pretensiones del bar, la atmósfera que reinaba te transportaba atrás en el tiempo a los días idealizados de color sepia que nunca volverán. Las clases intercalaban talleres de charleston y de shag. Para estos últimos os recomiendo llevar ropa con la que estéis cómodos, puede llegar a ser bastante movida. Si tienes una debilidad por los años 40 y 50, estas clases podrían interesarte.

La asociación de danza del vientre de la Universidad de Kent también merece la pena ser mencionada. Empecé en septiembre del año pasado y tuve que parar en octubre porque dejaba Canterbury para embarcarme en otras aventuras... Aunque no pasara mucho tiempo estoy con ansias de volver a empezar con ellos a principios del próximo curso. Con dos clases a la semana, una impartida por una profesional y la otra para practicar lo aprendido en un ambiente body-positive y acogedor. Me encanta la danza del vientre, tanto practicarla como verla. Y por supuesto también me encanta compartir un ambiente en el que tener un poco de barriga está bien visto e incluso se valora positivamente. Creo que celebrar cada silueta y talla es una buena filosofía de vida. Sobre todo después de muchos años de ginebra, queso y carbohidratos que me dan ese vientre para bailar.

Bailando por el mundo

(Después de clase con las chicas de la asociación de danza del vientre de la Universidad de Kent)

La sociedad también organiza un gran número de espectáculos en la universidad y en eventos y clubs de la ciudad. De hecho tuve la oportunidad de participar en uno en el Cuban, lugar que probablemente recordarás de mi reciente publicación sobre bares de cócteles. Gracias a Dios, mi primera (y única por el momento) actuación de danza del vientre en público fue un rotundo éxito. Aunque recuerdo un momento en el que el DJ pasó de una canción a otra demasiado pronto y hubo unos segundo de silencio. Pero, tranquilos, salimos airosas y acabamos la noche bailando con nuestras faldas y cinturones puestos.

Barcelona

Cuando me mudé a Barcelona en enero, me encontré una vez más sola en un nuevo apartamento, un nuevo lugar y sin saber lo que me deparaba el destino. Ya había vivido en Barcelona antes, pero como estudiantes en un pueblo cercano llamado Bellaterra. Esta vez estaba en el centro de una metrópolis vibrante, con un trabajo a tiempo completo, hablando mi segundo idioma y afrontando diferencias culturales y sociales que nunca había imaginado. Estaba muy emocionada, pero la situación también podría habérseme quedado demasiado grande en cualquier momento. Por suerte, nada más recibir la llamada de que me habían aceptado para trabajar en una editorial, empecé a investigar por Internet en busca de, no alojamiento todavía, sino clases de baile. Esto quiere decir que antes de llegar a la capital de Cataluña, incluso antes de ir a mirar pisos, ya sabía qué gimnasio local tenía clases de zumba y qué clases quería probar. Incluso tenía reservadas algunas sesiones de prueba. Hay que saber ponerse prioridades, gente.

Menos de una semana antes de llegar, y cuatro días antes de empezar mi nuevo empleo en mi segunda lengua, ya estaba probando baile de salón y baile latino en el club Seven Dance. La escuela tiene dos sedes: una en el Eixample y otra en Gràcia. He dado clases en ambas. Ambas son geniales: están bien iluminadas, limpias y tienen profesores simpáticos y con mucha paciencia y recepcionistas. Al principio me apunté para las clases de bachata, baile de salón y baile latino. Más tarde también me incorporé a las clases de salsa. Me hicieron una evaluación rápida para la salsa y la bachata y conseguí estar en una clase de nivel algo más avanzado gracias a mi experiencia previa. En el baile de salón, era una novata. Como solo pude seguir este curso durante 10 semanas, mis conocimientos al respecto son más bien limitados. No obstante ya puedo decir que se defenderme en cha-cha, vals vienés, rock y foxtrot. El profesor era todo un caballero y todavía me recuerdo de su frasecilla ‘paso, peso’.

Las clases de salsa y de bachata eran los sábados por la tarde y realmente siento que mis habilidades en ambas disciplinas han mejorado considerablemente. La gran mayoría de mis compañeros de baile eran abiertos y simpáticos (los demás ya saldrán en mis próximas publicaciones) y los profesores cualificados, pacientes y apasionados por su labor. Me gustó mucho que no se limitaran a enseñar los pasos y que hicieran énfasis en la importancia de saber llevar, cómo hacerlo y cómo seguir los pasos del que te lleva. Para el fin del segundo semestre, a principios de junio, ya estaba preparada como para actuar en un espectáculo de bachata en el festival de fin de curso de la escuela. Afortunadamente mi compañero de baile era el mismísimo profesor, así que no me faltó un buen guía. ¡Pero nunca se me habría ocurrido que iba a estar en el centro y enfrente! Mi madre hasta se vino desde Inglaterra para ver el espectáculo y lo dejó todo grabado para la posteridad. ¡Gracias, mamá!

Bailando por el mundo Bailando por el mundo

(En el espectáculo de fin de año de la escuela Seven Dance)

Si tuviera que sacarle una moraleja a mis aventuras sería la siguiente: bailar es mi pasión, aquello que sé que puedo encontrar y disfrutar en cualquier parte del mundo. Esa es mi ancla. ¿Cuál es la tuya?


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