Samoa parte 3: Savai'i
En el ferri hacía tanto frío que, tras una hora de trayecto, todos nos alegramos de estar de nuevo en tierra firme. A pesar de todo, fue bonito observar la isla desde el mar y pudimos ver algunos peces voladores, ¡era la primera vez que los veía en persona! Nada más llegar al puerto de Savai’i tuvimos un problema: no sabíamos adónde ir. No habíamos pensado en ello. El pobre chico que nos llevaba nos preguntó dónde tenía que dejarnos y le dijimos que no lo sabíamos. Necesitábamos dinero, ir a comprar… Quizá él sabía dónde podíamos quedarnos. Me sentí muy mal por aquel chico, ya que no nos poníamos de acuerdo, no sabíamos dónde ir y encima intentamos regatear el precio. Sin embargo, fue muy paciente y amable y finalmente nos llevó a Manase. Allí podíamos quedarnos en las fales de Tanu Beach que, aparentemente, era una de las playas más bonitas de Samoa. ¡Y vaya si lo era! Allí conocimos a mucha gente joven, nos lo pasamos muy bien e intentaron enseñarnos otros idiomas, principalmente alemán, sueco y español. Pronto decidimos cuál era el lema de nuestras vacaciones: “no hay probleeeeema”. Era la frase que Denis siempre decía en cualquier situación: cuando hacía mal tiempo, cuando la comida no estaba rica, cuando alguien se sentía mal o cuando algo no salía bien. El chico sueco decía mucho “Ja mann” y también lo adoptamos. La comida aquí no estaba tan buena como en el primer lugar al que fuimos, pero quizá era porque no queríamos ni ver el taro o el tamu y eran los ingredientes principales de todos los platos.
Debo admitir que la cultura de los samoanos es un poco peculiar. Por ejemplo, en vez de admitir que no tienen ni idea de lo que les estás preguntando, prefieren inventarse algo. No lo hacen con mala intención, pero sería mucho más fácil admitir la realidad… Además, nunca hay que fiarse de su percepción del tiempo. Tres personas de nuestro grupo querían ir a los campos de lava y les dijeron que, andando, se tardaba 40 minutos. Después de llevar caminando una hora y media ni siquiera se habían acercado a esos campos. Se dieron por vencidos y tuvieron que volver en la parte trasera de un camión. ¡Al menos la aventura tuvo algo de interesante! Puedes ir sentado en un camión, o incluso de pie, siempre que tus pies estén dentro del vehículo. Hay que reconocer que el límite de velocidad de 46 km/h permite hacerlo.
Ese domingo fuimos por fin a la iglesia, no porque fuéramos muy creyentes, sino porque estábamos interesados en saber si era tan diferente a nuestra cultura como nos habían dicho. Y sí, así era. Todo era, en general, más enérgico, bonito y con más música que en Alemania. También tienen un código de vestimenta, ya que todo el mundo llevaba ropa blanca menos nosotros. Nadie nos había avisado de ello y, aunque lo hubieran hecho, yo no tenía nada de ropa blanca para ponerme. Las oraciones y los sermones nos parecieron un poco aburridos ya que la única palabra en samoano que entendíamos era “fa’afetai”, que significa “gracias”. Al final de la ceremonia, el cura nos agradeció en inglés que hubiéramos ido y nos deseó que disfrutáramos de nuestro tiempo allí. Fue muy amable. Las canciones eran muy animadas y todo el mundo cantaba, bailaba y daba palmas. Se respiraba tranquilidad y amabilidad, el ambiente no era tan serio y frío como en Alemania. Las iglesias también son menos pomposas, pero aun así tienen grandes y coloridas ventanas e incluso a veces no tienen paredes. Nos recibieron muy bien y nos acogieron. ¡Así es como debería ser la religión!
Después fuimos en un taxi (muy caro, por cierto) hasta Falealupo, que es el punto más al oeste de Samoa y donde pueden verse las mejores puestas de sol. Aunque bueno, quizá esto último es discutible. Desde allí fuimos a un bosque pluvial e hicimos una ruta por los senderos de dosel, que estaban a diez metros del suelo, colgados de los árboles y llevaban hasta un árbol muy antiguo. Allí, en lo más alto, habían construido un puesto de vigilancia a más de 25 metros de altura. Fue muy bonito ver todo el bosque desde arriba y, al fondo, el océano. El siguiente destino fue la Huella de Moso (Moso’s Footprint). Moso es un gigante que vive en la isla y al que nadie ha visto, pero como sus huellas están allí, se da por hecho que existe. Son muy grandes, nosotros seis podíamos sentarnos dentro. Por la tarde comimos unos cocos frescos que los chicos cogieron de las palmeras. Fue muy divertido verles trepando tan rápido para cogerlos y después bajar. Había señales advirtiendo de la caída de cocos por todos lados y los lugareños nos dijeron que era muy peligroso. También creo que muchos de ellos habían leído en alguna parte que había más muertos por golpes de cocos que por ataques de tiburones, pero es difícil de creer. Y es algo que yo, personalmente, tampoco quiero imaginarme.
Al día siguiente cogimos un autobús para ir a descubrir la isla. Nuestros cuatro acompañantes se bajaron en Manase para ir a una cueva y mi novio y yo fuimos a otro sitio para ver tortugas marinas. Era un centro de rehabilitación para tortugas donde rescataban a las que habían sido pescadas por error, las cuidaban y las ponían en libertad de nuevo. En este mismo lugar se puede nadar con las tortugas. Viven en una enorme piscina natural y tienen el espacio suficiente para nadar y estar alejadas unas de otras. Es muy emocionante verlas e incluso tener la posibilidad de tocarlas. Después dimos un paseo en los alrededores, nos comimos un helado y, por la tarde, cogimos el autobús hacia Lano, otra playa preciosa. Allí quedamos con los argentinos que conocimos al principio del viaje. Las fales de Joelan Beach eran un sitio horrible donde la comida estaba realmente mala, pero solo nos quedábamos allí una noche y las fales y la playa eran bonitas. Los suecos se quedaron más tiempo en el otro lugar, cogieron los vuelos mucho más tarde que nosotros y querían quedarse aún más tiempo en Savai’i.
A la mañana siguiente teníamos intención de coger el ferri de vuelta a Upolu y, por supuesto, lo perdimos. Al regresar a la isla, nos quedamos en un motel muy modesto en Apia, que no era gran cosa, pero tampoco estaba mal. El último día fuimos al mercado, compramos algunos souvenires y después fuimos a una reserva marina para hacer snorkel. También fue una experiencia increíble porque en los arrecifes había peces preciosos. Ese mismo día había un evento en el que los lugareños enseñaban su manera de hacer arte. Había bailes, se podía ver cómo hacían sus tatuajes al estilo más tradicional (muy parecido al de los maoríes), cómo grababan diseños en la madera o cómo hacían coronas para las mujeres con hojas de platanero y flores. Todas las chicas tenían una y yo me llevé la mía a casa. Aunque en teoría no se pueden sacar plantas de Nueva Zelanda, nadie controló que no lo hiciéramos. Después tuvimos que despedirnos de la pareja argentina y cenamos juntos por última vez, ya que al día siguiente cogían un vuelo hacia Auckland. Nosotros cogimos nuestro vuelo a Wellington y volvimos a pasar una noche en casa de un amigo.
En definitiva, nos lo pasamos genial y descansamos mucho gracias a lo caliente que estaba el agua en las playas, no como en Nueva Zelanda. Era la experiencia que necesitaba. Conocí a gente muy buena y viví experiencias muy interesantes.
Puesta de sol en Samoa, ¡una maravilla!
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- Italiano: Samoa parte 3°: Savaii
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